ANTE LA CRISPACIÓN, ¿QUÉ HACER?
Es legítimo defenderse y contraatacar con críticas. Pero no me agrada ver que desde el partido que debe dedicarse a gobernar se baja tanto el nivel. Especialmente cuando esas frases de cuchillo son lanzadas por ministros
JESÚS
LÓPEZ-MEDEL
Polarización.
/ Malagón
Ya sabemos que el PP tiene no un mal perder, sino un malísimo perder. Eso no es nuevo. En los últimos veinte años se ha repetido el cliché de no aceptar, ni con ni sin elegancia, los resultados electorales. Ello conduce a algo grave en democracia: cuestionar la legitimidad del gobierno resultante. ¿Es esto talante democrático?
De ahí el modo que tienen de ejercer la oposición. La exageración de argumentos y las críticas exacerbadas no son malas por sí mismas. La lucha política es, con frecuencia, dura, y aunque a veces se digan barbaridades o mentiras y el perjudicado se rebele, con razón, hay límites fundamentales que no se deben traspasar ni por quien inicia esa deriva lamentable, ni tampoco por quien replica.
Me refiero a los
ataques personales, a los insultos particularmente gruesos, a las cargas llenas
de furibundo odio y maldad e, incluso, a la extensión a personas vinculadas a
los políticos por parentesco cuando no hay nada más que bulos. Las difamaciones
son frecuentes. Fue al principio de su andadura cuando el Tribunal
Constitucional consagró un todo vale en la contienda política a pesar de que la
Constitución expresa que “se garantiza el derecho al honor, a la intimidad
personal y familiar y a la propia imagen”.
En este caso, a
diferencia de otros, no se utiliza como sujeto el ‘todos’, por lo que parecería
–que no es así– que ‘algunos’ no tienen derecho al honor si reciben ofensas
gravísimas. En cambio alguna persona del famoseo ha conseguido de los jueces
indemnizaciones altísimas e incluso penas de prisión a quienes encargaron
alguna foto robada en topless.
Los que piensan en
dedicarse a la política, además de otras cuestiones –desnudez total de su
patrimonio e ingresos, incluyendo coche y su antigüedad, plaza de garaje,
herencia recibida, plan de pensiones, hipotecas, acciones, colegio de los
hijos, etc.–, han de saber que sufrirán una presunción de deshonestidad
brutalmente injusta por lo general. Y que pueden ser insultados o injuriados
impunemente pues, según doctrina de los tribunales, eso “forma parte de la
contienda política”.
No es novedosa la
existencia de la crispación en la política española que se ha intensificado
desde 2004 en la que tuvieron, y tienen, especial protagonismo ciertos medios y
periodistas. Ahora se ha exacerbado, porque, como bien explica Miguel Mora, es
muy abundante la proliferación de la pseudoprensa, chiringuitos de trinchera y
de creación y expansión de bulos que colocan en la diana y disparan contra
políticos y familiares.
Tristemente hoy son
muchos los que, más allá de ese pseudooficio o de un escaño, se dedican a la
invención de mentiras propagadas con fervor a través de los ‘medios’
subvencionados o las redes. Hay profesionales del ‘macarrismo’ que, además de
esas funciones oscuras y en la sombra, a veces salen al exterior para mostrar
el alma de matones que llevan dentro. Hay alguno que ahora ha vuelto a ser
noticia pero que realmente tiene mucha historia y oficio. Yo mismo, hace ya 13
años y muy lejos de la política, fui objeto de su impulso golpeador y su
excitación televisiva.
En la actualidad se
guardan gruesos misiles de racimo para las Cámaras, a las que se ha perdido
todo el respeto
En la actualidad se
guardan gruesos misiles de racimo para las Cámaras, a las que se ha perdido
todo el respeto. Nunca el decoro parlamentario había sido tan agraviado. Es
vomitivo escuchar las sesiones de control. Alguna emisora las pone en directo y
me parece un error, pues se convierten en altavoces de un show deplorable. Y no
me estoy refiriendo a la crítica, incluso gruesa, sino al tono, el volumen del
grito, el chillido, el insulto. En algunos, en su mirada, encuentras algo más
que teatralización: odio. En eso tiene especial responsabilidad, sin duda, el
Partido Popular. Una organización que volverá a autocalificarse como partido
moderado en las próximas elecciones, pero cuyo todo vale ha logrado superar al
de la ultraderecha.
No solo son estos
los tendentes a la bronca, sino también otros quienes traspasan límites. Es el
caso de los de enfrente, que también embisten. La palabra del 2023 elegida por
los académicos –cuyo conservadurismo en lo tocante a la lengua y también a
otros ámbitos es de sobra conocido– es “polarización”. Aunque es socialmente
aplaudida, no es de mi gusto, pues parece aludir a que existen dos polos
extremos y no es así. Ciertamente sucede a nivel ideológico, pues el PP se ha
derechizado mucho, pero si hablamos de crispación o griterío no están ni mucho
menos en el mismo plano.
Es legítimo
defenderse y contraatacar con críticas o frases contundentes. Pero a veces se
va más lejos
Pretendo
diferenciar lo que es crítica política, incluso dura, y lo que es el tono o
contenido ofensivo a nivel personal, la generación de mentiras replicadas por
panfletos que acaban lanzando frases breves, como titulares, en las paredes del
Congreso. Esos cuchillos abochornan a millones de españoles, pero ellos siguen
lanzando puñales a mansalva.
Pero tampoco me
gusta nada, y creo que es un error, cuando desde el otro lado se reacciona
igual. Es legítimo defenderse y contraatacar con críticas o frases
contundentes. Pero a veces se va más lejos. No me agrada ver que desde el
partido que, sobre todo, debe de dedicarse a gobernar –es una equivocación
haber desistido de elaborar un presupuesto, y se traduce en perder la
iniciativa en la agenda–, se bajan escalones. Especialmente cuando esas frases
de cuchillo son empleadas por ministros. No procede y, sobre todo, representa
una aproximación al modo de hacer política desde la derecha radicalizada.
Hay algo que
detesto particularmente y es que se consolide en la sociedad la idea de que
‘todos son iguales’. Así sucede también con la corrupción y la deshonestidad.
Esto es una pretensión de los que enfangan el escenario para que en la pelea
todos queden igual de embarrados. Y hay que evitarlo, aunque haya
provocaciones. No hay que bajar escalones a nivel de acidez –otra cosa es la
contundencia– porque enseguida te arrastran a su lodazal y ahí te ganan
siempre.
Hemos vivido unos
días de un descanso muy plácido, tan solo con el ruido de las rompidas
aragonesas, la música sacra –o no– y, especialmente, el de los bares. Por unos
días uno se podía tomar una caña con otro que piensa de modo diferente. Ya
están volviendo a darnos la murga aquellos que están fracturando la sociedad
española. Por favor, no se pongan a su nivel, ni parecido.
A mí solo me gusta
el ruido de los brindis y las risas, los goles cantados en el Metropolitano y
el de Joaquín Sabina.
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