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miércoles, 28 de febrero de 2024

TRABAJAR MÁS POR MENOS SIN QUEJARSE

 

TRABAJAR MÁS POR MENOS SIN QUEJARSE

Prólogo de ‘Amazon desde dentro’, de

Josefina L. Martínez

PASTORA FILIGRANA

Interior de un almacén de Amazon.

Urge reinventar las nuevas máquinas de guerra para las luchas sindicales que la actual ofensiva neoliberal está exigiendo. El capital se reinventa cada día en su estrategia para obtener una fuerza de trabajo más productiva y barata. Los dueños del capital tienen una inmensa voracidad de cuerpos dispuestos a trabajar mucho por muy poco y sin quejarse, y para ello utilizan todas las estrategias posibles a su alcance.

 

Trabajar por menos

 

Una de estas estrategias es la llamada desregulación laboral, que persigue destruir cualquier política pública que pretenda compensar la desventaja material que las personas trabajadoras tienen frente a la patronal. Hasta ahora, los derechos laborales y sociales, fruto de las luchas obreras, han pretendido compensar a las personas que solo tenían su energía vital o fuerza de trabajo para vender en el mercado a cambio de un salario, frente a quienes tienen la propiedad de los recursos y los medios de producción. En este afán desregulador, las pensiones, las prestaciones de desempleo o los convenios colectivos se ven amenazadas bajo el discurso del “libre mercado”. Una fantasía neoliberal donde se concibe a grandes multinacionales como Amazon y a las personas trabajadoras como sujetos en igualdad de condiciones, “libres” de pactar las condiciones laborales que crean conveniente, sin que ninguna norma pueda prohibir que alguien trabaje 20 horas al día, o cobre un euro por hora de trabajo si esa es “su voluntad”.

 

Otra de las grandes estrategias del capital para saciar este deseo voraz de un trabajo más barato y servil es el régimen internacional de fronteras. Una compleja red de fronteras físicas, jurídicas, administrativas y militares cada vez más tecnificadas divide el mundo y garantiza, por un lado, la continua extracción de riquezas y recursos desde el sur al norte global, impidiendo a su vez el libre desplazamiento de personas del sur al norte. Un método que permite el control de grandes masas de personas trabajadoras del sur desposeído. Las fronteras no sirven para frenar la entrada de personas migrantes, sino para que entren convertidas en cuerpos baratos. Así, la política de fronteras de los países occidentales solo permite la entrada de personas sin estatus de ciudadanía y continuamente amenazadas por la deportación, lo que genera una desesperación vital que obliga a trabajar mucho y por muy poco a quienes la padecen. El método de la frontera se justifica a través del discurso racista que mantiene que no todas las vidas valen lo mismo y que el acceso a la riqueza debe reservarse únicamente a las sociedades “civilizadas” del norte global.

 

Una compleja red de fronteras divide el mundo y garantiza la continua extracción de riquezas y recursos desde el sur al norte global

 

En su deseo de encontrar cuerpos baratos, el capital es experto en interseccionalidad: rentabiliza la intersección de raza y género al reservar los trabajos con menor reconocimiento social y salarial a las mujeres racializadas que no habitan en el norte global. Véanse por ejemplo las maquilas, las cadenas internacionales de cuidados o quienes hacen el trabajo más duro en las cadenas de producción de los agronegocios.

 

El endeudamiento también es una herramienta de abaratamiento del salario que se aplica indiscriminadamente a todas las personas trabajadoras. La deuda es un mecanismo más de disciplinamiento y contención de la protesta. Cuando la pérdida del trabajo puede suponer también la pérdida de la vivienda, por no poder hacer frente a una hipoteca o a un alquiler, las posibilidades de que una persona trabajadora secunde una protesta o una huelga se ven reducidas. En el caso de las personas migrantes, a las deudas por el pago de una vivienda o de los gastos sanitarios se les suman las deudas para pagar los gastos del viaje, la compra del empadronamiento o de un contrato de trabajo para poder regularizar su situación en los estrechísimos márgenes que deja la ley de extranjería.

 

Trabajar más

 

Pero el capital no sólo desea que las personas trabajen por menos salario; también quieren que trabajen más tiempo. Para ello, la tecnología se pone al servicio del control y disciplinamiento de las personas trabajadoras. Automatización, robótica e Inteligencia Artificial (IA) son los nuevos capataces que pretenden hacer productivo cada segundo de trabajo, intentado dar cumplimiento al sueño distópico del capitalismo de borrar cualquier rasgo humano del trabajador y convertirlo en una extensión de la máquina. Son ejemplos de esto los geolocalizadores de los repartidores de Glovo o Uber, que miden el tiempo exacto de cada servicio, o los dispositivos de medición del tiempo para encontrar un paquete en un almacén de los trabajadores de Amazon, tal como relata Josefina Martínez en este libro. Estrategias de control del trabajo que van de la mano del disciplinamiento a través de las sanciones, si los trabajadores no cumplen con los estrechos criterios medidos por estas tecnologías, bien sea la menor asignación de pedidos para los repartidores o las amonestaciones para los trabajadores de almacén de Amazon, que pueden acabar en despidos.

 

Y trabajar sin quejarse

 

Cuando se pretende que las personas trabajen más por menos, el riesgo de la conflictividad social y sindical es constante. Para mitigar ese peligro, el capital reinventa cada día nuevas formas de prevención y represión de la protesta.

 

Las nuevas formas de desregulación laboral vienen acompañadas de estrategias de atomización del trabajo, cuyo fin es evitar el encuentro y la autoorganización de las personas trabajadoras. El trabajo de plataforma y la uberización del modelo productivo, en el que ya no existe un centro de trabajo, ni compañeros, ni siquiera un jefe visible ante el que protestar, consigue el objetivo de evitar el encuentro de las personas que trabajan. En los sectores donde puede existir un modelo de organización del trabajo más tradicional, como las fábricas o los almacenes, la atomización y fragmentación de las plantillas se consigue a través de empresas filiales y de subcontratas que desdibujan a la patronal. A esto se le suma la utilización de diferentes estatus de contratación, indefinida o temporal, para evitar en todo lo posible la construcción de común entre compañeros de trabajo.

 

Pero, cuando la prevención falla y la autoorganización de las personas trabajadoras da paso a la protesta, suele aparecer la represión. Nos hemos acostumbrado a ver una desmedida presencia policial en las protestas sindicales, por modestas que estas sean. Todas guardamos en nuestra memoria la dura represión de la “marcha negra” de los mineros y sus familias en Madrid en 2012, o más recientemente la tanqueta militar reprimiendo las protestas en la huelga del metal en Cádiz, en 2021.

 

Nos hemos acostumbrado a ver una desmedida presencia policial en las protestas sindicales

 

A escala internacional, cada vez se legisla más para limitar los derechos sindicales. El antisindicalismo no solo es propio de países como Estados Unidos, también en la Europa cuna de los derechos fundamentales está cada vez más amenazado el derecho de huelga. En el Estado español hacer huelga es un derecho fundamental a pesar de que aún esté regulado por un Real Decreto de 1977 y haya hecho falta pleitear durante décadas en los tribunales para conseguir una jurisprudencia que lo desarrolle. En el año 2021, se derogó el artículo 315.3 del Código Penal que castigaba con cárcel los piquetes en las huelgas y por el que más de trescientos sindicalistas habían sido procesados. Sin embargo, la represión sindical encontró nuevas formas. La justicia se ceba con peticiones de penas de prisión y multas a sindicalistas por delitos de desórdenes, desobediencia o coacciones que desgastan los recursos y las energías de los sindicatos de base. Igualmente, las recurrentes sanciones administrativas a las protestas sindicales mediante la aplicación de la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como “Ley Mordaza”, exigen continuamente poner en marcha campañas de solidaridad y apoyo frente a la represión sindical.

 

Las luchas sociales y sindicales necesitan estar a la altura de esta ofensiva. No se trata de deshacerse de la experiencia de las batallas laborales de los últimos doscientos años. Se trata de que el sindicalismo de clase incorpore una mirada antirracista y feminista para leer la actual división internacional del trabajo y un eje norte-sur que no se corresponde únicamente con una división meramente geográfica. Y se trata también de reinventar un modelo de sindicalismo capaz de operar frente a formas de organización del trabajo atomizadas, donde la fábrica es una plataforma online, el patrón es un algoritmo, los compañeros son competidores y el contrato laboral se sustituye por el emprendimiento personal. El reto es inventar las huelgas, sabotajes y acciones sindicales capaces de incidir en un contexto de atomización, uberización y digitalización del trabajo.

 

Y para diseñar estas nuevas estrategias no está siendo suficiente recurrir a la teoría, se hace necesario mirar las prácticas. Existen sectores que han estado históricamente desregulados y atomizados, como el del trabajo doméstico, donde las trabajadoras han tenido la necesidad de reinventar sus formas de organización sindical y sus estrategias de lucha frente a una patronal que no está constituida. Y lo han hecho en un sector altamente feminizado y racializado, en el que la intersección del género y la raza es un factor clave para la precarización del trabajo. Ante esto, construir la lucha desde una perspectiva de clase, feminista y antirracista no ha sido una opción políticamente correcta, pero se convierte en una necesidad cuando se enfrenta una explotación laboral específica por ser mujer y migrante.

 

También las luchas de las personas trabajadoras de Amazon están dejando pistas sobre cómo construir conflictos sindicales en el siglo XXI frente a monopolios depredadores que son verdaderos laboratorios del funcionamiento del neoliberalismo a escala global. Las luchas de Amazon están enfrentándose a sofisticadas formas de control del trabajo a través de la tecnología, y al crecimiento de discursos y prácticas abiertamente antisindicales. Para que las batallas sindicales en Amazon prosperen, es preciso proyectar un nuevo internacionalismo obrero. No solamente a través de las necesarias alianzas trasnacionales entre las personas trabajadoras de los países donde opera Amazon, sino dentro de los propios centros de trabajo, donde la presencia de mano de obra migrante y la diversidad de lenguas y culturas es muy elevada, por lo que la unidad requiere trabajar con una realidad previamente fragmentada por el racismo y el colonialismo.

 

Este libro recoge las voces en primera persona de quienes están enfrentando los retos de construir un sindicalismo que no se conforma con perseguir determinadas mejoras laborales, sino que plantea un cuestionamiento de la ordenación económica y social del mundo desde el corazón de la bestia. Sus errores y sus aciertos son, están siendo ya, una aportación imprescindible a las prácticas de luchas que pretendan cambiarlo todo.

 

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