TODOS SOMOS TERRORISTAS
JONATHAN
MARTÍNEZ
Hace apenas unos meses, cuando el PSOE y Junts encarrilaron la investidura de Sánchez y apuntalaron la ley de amnistía, la caverna conservadora sopló las trompetas del fin del mundo hasta agotar el aliento. Yugos y flechas se agitaron al viento en las aceras de Ferraz. Hubo rezos de rosarios, llamadas de auxilio internacional, desmayos, indicios inapelables de hecatombe. Los plumillas de la bulosfera se paseaban cámara en mano recogiendo testimonios de desesperación, llamadas a la subversión, evocaciones nostálgicas del glorioso alzamiento nacional. ¿Pero es que nadie va a pensar en los niños?
El otro día, la ley
de amnistía tropezó con su primer bache en el Congreso y nuestra prensa ha
vuelto a llenarse de mensajes torrenciales. "Es el fin de la
legislatura", dicen unos. "Es una humillación, un oprobio, un
desavío", dicen otros. Cualquiera diría que los jinetes del apocalipsis
cabalgan ya a rienda suelta por los pasillos gubernamentales. Nos habíamos
malacostumbrado a las legislaturas rodadas del bipartidismo, a la trituradora
de las mayorías anchas o absolutas, a los gobiernos que gobiernan por las
bravas, viento en popa a toda vela, sin tropiezo y sin razón. Se nos olvidaba
que la política es la gestión de las diferencias, una guerra perpetua de
posiciones.
Pero no hay novedad
que no suene de algún modo antigua. El pasado mes de julio, cuando supimos que
la supervivencia de Sánchez dependía de un complejo malabarismo parlamentario,
intuíamos con claridad algunos escenarios. El primero: que la amnistía nunca
fue un tabú proscrito, como planteaban algunos, sino una oportunidad para
conciliar lo inconciliable. El segundo: que la derecha más fanatizada no iba a
aceptar los resultados y que se activaría una oscura confabulación política,
mediática y judicial contra los huéspedes de la Moncloa. Y en esas estamos.
Ahora que la ley de
amnistía regresa a la Comisión de Justicia, es el momento de adjudicar
responsabilidades. Por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa. Entiendo que
el PSOE quiera transmitir un aplomo de crupier insobornable. Y entiendo, también,
que la postura de Junts tiene un matiz sobreactuado y que busca alzar su propio
precio en el mercado de las negociaciones. Sin embargo, nadie puede negar que
el debate ha sangrado por su herida más delicada, la del terrorismo o, mejor
dicho, la del uso fraudulento del terrorismo como arma política. El elefante en
la cacharrería. La soga corrediza en casa del ahorcado.
Con la ley de
amnistía encima de la mesa, el juez García-Castellón decidió interferir en los
acuerdos de Gobierno alentando una delirante inculpación terrorista contra el
Tsunami Democràtic. Ahora, con la ley de amnistía a debate, el juez Joaquín
Aguirre resucita la teoría de la trama rusa del procés y ubica a Carles
Puigdemont bajo la sospecha de un delito de traición. A las acusaciones de
Lawfare, la derecha togada está respondiendo con más Lawfare. La sintonía con
el Partido Popular y con Vox es sólida. El otro día Ayuso cubrió de flores a
García-Castellón y Feijóo adjudicó al independentismo catalán un inverosímil
sambenito terrorista.
La embestida contra
Sánchez es taimada e indirecta, pues no carga tanto contra el PSOE como contra
sus alianzas. Y con vocación ambidiestra. Ayer mismo, y a propuesta del PP,
García-Castellón resucitaba una causa contra militantes de EH Bildu en la que reaparece
como un fantasma oportunista la alargada sombra de ETA. El pretexto son los
homenajes a ex presos que —según reconoce Covite— no se celebran y que —según
dictamina la Audiencia Nacional— no constituirían ninguna clase de delito. Pero
la realidad y la justicia importan poco cuando se trata de hacer política con
chaqueta, con toga o con tricornio.
"Después de
mí, el diluvio", dicen que dijo Luis XV para anunciar la anarquía que
habría de llegar tras su reinado. "Después del PP, el terrorismo",
dicen con la boca holgada los agitadores de Génova mientras los genoveses
judiciales allanan el camino de Feijóo a la Moncloa. El problema es que no
existe en nuestro horizonte más cercano nada que podamos llamar terrorismo.
Aquí es donde los guionistas del terror aguzan su imaginación y extienden el
dominio de sus ficciones. Terroristas catalanes de barretina y butifarra.
Terroristas vascos de txapela y pasamontañas. Terroristas comunistas.
Terroristas anarquistas. Mejor cuanto más burdo sea el estereotipo.
Si el PSOE pretende
combatir semejante arremetida, debe manifestar solidez ideológica y refutar con
contundencia las interpretaciones licenciosas del concepto de terrorismo.
Cuando el ministro Félix Bolaños excluye de la amnistía solo algunas formas de
terrorismo, está asumiendo con un gesto implícito esa acepción elástica del
terror que ha permitido a la derecha amordazar a toda clase de activistas
pacíficos por la vía de los tribunales de excepción. Tuiteros terroristas,
raperos terroristas, terroristas todos. Tras la desaparición de ETA, la idea
misma de terrorismo se ha vuelto tan conveniente y gaseosa que ya salpica sin
querer a todo el mundo.
Ayer supimos que
Ruben Wagensberg, diputado de ERC y militante antirracista, se refugiará en
Suiza ante la perspectiva de que García-Castellón siga estirando la goma del
terrorismo en la causa contra el Tsunami. Aunque los titulares de estos días
nos confundan, lo que está en juego no es la ley de amnistía ni la viabilidad
de la legislatura, sino el estrecho campo de derechos y libertades que aún
tenemos disponibles. La pelea se libra en el barro de las palabras, pero hay
personas que lo padecen y lo padecerán en el frío de los tribunales, en el
olvidadero de las prisiones, en el viaje forzoso al extranjero.
La mayoría del
Congreso tiene ante sus pies una tarea enojosa: no permitir a los jueces de la
caverna ni un solo resquicio de oportunidad para que retuerzan las leyes en
contra del sentir mayoritario de la cámara. O por decirlo de otra forma, la
mayoría del Congreso tiene que saber cerrar las filas y apretar los dientes
frente a una derecha ultramontana que está tratando de ganar en los tribunales
lo que no ha sido capaz de ganar en las urnas.
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