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martes, 12 de diciembre de 2023

LOS ‘MUCHOESPAÑOLES’ Y LOS OTROS

 

LOS ‘MUCHOESPAÑOLES’ Y LOS OTROS

Su patria, su ‘Muchaespaña’, es el enfrentamiento, la confrontación, una idea de nación en la que no caben ni el perdón ni el consenso

PACO CANO

 

Manifestantes en la plaza de Colón, Madrid, el

10 de febrero de 2019.

“El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país es un tarado mental, la patria es un invento. ¿Qué tengo que ver yo con un tucumano o con un salteño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Uno se siente parte de muy poca gente, tu país son tus amigos y eso sí se extraña, pero se pasa”.

 

Seguro que todo el mundo que la haya visto, recuerda esta escena de la película Martín (Hache) (1997). Yo añadiría que tu país son quienes poetizan el mundo como tú y que la patria es un estado de sensibilidad compartido de manera diversa.

 

Otra cosa distinta es lo que digan los pasaportes. Pensemos, si no, en algunos de nuestros compatriotas por ley, por obligación territorial. Pensemos, sobre todo, en aquellos que se jactan de ser españoles y muy españoles frente a los otros. Pensemos en los muchoespañoles. Aquí va un surtido navideño variado.

 

Muchoespañoles son Ortega Smith y Abascal, quienes gritan consignas contra “los moros”, sean menores o no, quienes menosprecian a la policía nacional –sin que esta reaccione– y quienes visitan Israel mostrando su apoyo al genocida Gobierno sionista a la vez que sus partidarios gritan “yo soy nazi”. Abascal y sus nazis defendiendo al Gobierno israelí. Sarcásticas piruetas de la historia. Claro que les une la agresión, les hermana el odio al vecino y el deseo de exterminio. Su patria es la destrucción. La propuesta de colgar a Sánchez por los pies lo ratifica.

 

Muchoespañoles son quienes se manifestaban en Ferraz, alentados por los anteriores, al grito de “Montero, puta” y “Sánchez al paredón”, exhibiendo su violento rechazo a quien no piensa igual que ellos y demostrando que hay consignas irresponsables que calan y que pueden trascender el titular. La patria como intransigencia guerracivilista.

 

Muchoespañoles, amparados en esos discursos xenófobos, son los detenidos por el homicidio de un emigrante en los Caños de Meca y los que mataron a cuatro más en Sancti Petri, lanzándolos al mar sin saber nadar y después de haberles cobrado miles de euros por traficar con ellos. Las consignas de la ultraderecha ya les habían deshumanizados y los traficantes hicieron el resto: comerciar con personas que huyen de la precariedad y de la falta de perspectivas, jóvenes, niños a veces, que concentran los esfuerzos y las ilusiones de sus familias, que arriesgan su vida por creer que existe una utopía viable fuera de sus casas y que se encuentran con desalmados que mercantilizan su esperanza y les asesinan. El otro, visto como ganado (palabra que viene de ganancia que, a su vez y en origen, significaba codicia). La patria de todos estos muchoespañoles no es España por mucho que lo diga el DNI, es la falta de humanidad. Su verdadera nación es la avaricia, el beneficio propio. La ecpatía como nación.

 

La patria de todos estos muchoespañoles no es España por mucho que lo diga el DNI. Su verdadera nación es la avaricia

 

Muchoespañol es Mayor Oreja, que visita colegios concertados para asustar a niños y niñas diciéndoles que ETA capitanea un plan contra España ejecutado por el Gobierno y sus aliados. Así, sin anestesia. Primero los atemoriza y después les señala a los enemigos, los monstruos que están ahí afuera: las personas trans, el aborto, la eutanasia, los migrantes, los discursos de género, el 11M+ETA –y dale, Jaimito–, los nacionalistas, los comunistas y Sánchez. Le faltó asustarlos con el siglo XXI y los derechos humanos, a los que él sí que tiene pánico. Les aconsejo que vean la serie Somewhere Boy y hagan un paralelismo entre el padre demente y el imprudente delirio de Mayor Oreja, quien sin enemigos no es nadie porque su patria son el miedo y la ignorancia.

 

Muchoespañoles son los miembros de la Casa de Alba que, todavía de manera presunta, roban el agua de Doñana en plena sequía, con pozos ocultos y privatizados. El agua, aquello que no es de nadie porque es de todos. “Nos roban lo que no nos pertenece”, decían en Cochabamba. El capitalismo extractivista, la soberbia heredada, la agresión a la tierra común por creerla propia, esa es su innoble patria, su baja cuna.

 

Muchoespañoles son quienes difaman en periódicos o redes, quienes mienten y manipulan para menoscabar a los otros. Sobre ellos dice Adela Cortina: “La libertad de expresión no significa patente de corso para desacreditar a personas por antipatías personales o difundir cualquier cosa boca a boca o por la red, aunque sea mentira (...) dañar a otros por pasar el rato o por perjudicarles es de canallas”. Patria de periodistas y haters canallas.

 

Muchoespañoles son quienes insultan y acosan en aeropuertos y trenes a Cerdán, Nogueras y Puente llamándoles “hijos de puta, traidores” y acusándolos de romper España porque negocian para sanar heridas abiertas y porque practican el diálogo. Su patria, su Muchaespaña, es el enfrentamiento, la confrontación, una Muchaespaña en la que no caben ni el perdón ni el consenso.

 

Muchoespañoles son Bárcenas, Rato, Ignacio González, Villarejo o Fernández Díaz, como lo fueron Luis Roldán, Vera, Barrionuevo y el señor X de los GAL. Las cloacas y la corrupción como banderas patrias que no solo esquilman el dinero público y destruyen toda confianza en las instituciones, sino que se llevan vidas por delante si hace falta. El Estado, elegido para representarnos y para darnos cobertura, convertido en enemigo de la ciudadanía. La política –que, por definición, debería atender el interés general–, convertida en el negocio de unos pocos. La patria como mercado capitalista y como venganza, donde la bolsa prima sobre la vida.

 

Y muchoespañol es el funcionario periodista del Ayuntamiento de Alcorcón que coló un relato falso en el informe del Defensor del Pueblo sobre los abusos de menores en la Iglesia católica, intentando deslegitimar el resto de declaraciones contenidas en el mismo. “Si yo he mentido, debe haber muchas más declaraciones falsas”, cree el ladrón que... ¿cómo se puede ser tan retorcido? Supongo que en el pecado lleva la penitencia, lo digo así para que me entienda.

 

Todos estos muchoespañoles tienen en común que entienden la alteridad como un proyecto ideológico en el que el otro, el diferente, debe ser exterminado. Aquel que no se nos parece, el que piensa o siente distinto, aquel con quien no se comparten ideas ni intereses es tanto un obstáculo para concretar nuestros proyectos económicos, políticos o ideológicos como una manera de justificar nuestras inseguridades y miedos. La supresión del otro es, a la vez, un modo de extremar la competencia neoliberal y un argumento para justificar una insatisfacción personal.

 

Así que la cuestión del otro, la otredad, aunque se enmarca en una batalla cultural donde se confrontan ideas y valores, también pertenece a la dimensión económica, a lo material y a lo psicológico individual. La mayoría de batallas simbólicas escudan batallas económicas.

 

Sumando, Muchaespaña es una patria del tener, del desear sin necesitar, una patria unidimensional, violenta, corrupta, donde se vive con miedo, odio y con pulsiones destructivas. Puro tánatos.

 

Lo español no puede ser un monstruo de fragmentación social, de confrontación y de autorrealización individualista

 

Luego está la patria de los que somos otros, aunque en una democracia sólida no debería haber otros –o el otro somos todos–. Dice Habermas que el reconocimiento mutuo es la base de un Estado de derecho democrático. Ese mismo Estado de derecho que Feijóo y los macarras de estaciones y aeropuertos afirman que está siendo tumbado por quienes sí reconocen al de enfrente como un igual con quien convivir y a quien respetar, con sus diferencias. Diversidad en la unidad.

 

La patria de los que somos otros es una misma comunidad de pertenencia sensible. Somos compatriotas de quienes aman, sienten, disfrutan y sufren como nosotros. La patria es el campo social de quienes pensamos el mundo de la misma manera, con nuestras notables diferencias. Por eso, es necesario reinventar la españolidad.

 

Lo español no puede ser un monstruo de fragmentación social, de confrontación y de autorrealización individualista. La españolidad, como concepto colectivo, debe ser un lugar alegre y capaz de crear futuros ilusionantes. Un puzzle diverso donde las piezas sean la cooperación, el diálogo, los derechos humanos, el respeto a la vida y a la tierra, el respeto a lo público, los cuidados, la justicia y la igualdad. Así sí se configura una patria sana, un barrio sano, aunque sus habitantes estén o vengan de Tucumán, Cataluña, Portugal, Cádiz o Camerún.

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