EL ALMA PERDIDA DEL PARTIDO POPULAR
Enfrentados a
una ya impostergable crisis de identidad, sería bueno que desde el PP y sus
entornos sociales y económicos pensaran en su espacio político a largo plazo
JORGE
URDÁNOZ GANUZA
Amistades
peligrosas. / Pedripol
Durante mucho, mucho tiempo, fue moneda corriente entre nosotros la tesis de que, frente a lo habitual en Europa, en España no existía un partido de extrema derecha. Tal afirmación se escuchó durante décadas, desde la Transición hasta el año 2015. Solía emitirse como algo positivo para nuestro sistema político, pero a mí me preocupaba. Cuando la escuchaba, solía responder: “Sí, y es una pena, porque sería mucho mejor que lo hubiera”.
La explicación que, ante la invariable extrañeza de mis interlocutores, ofrecía yo era la que sigue. España es prácticamente el único país del mundo en el que la Segunda Guerra Mundial no la ganaron los aliados y que sufrió durante nada menos que 40 años una dictadura primero fascista y luego sólo (¡!) militar. Siendo ello así, no puede ser que, frente a Europa, no exista extrema derecha. Y menos con una Transición como la que tuvimos, basada no en una victoria frente al fascismo seguida de una rigurosa condena del régimen anterior, sino en una reconciliación entre partes posibilitada por una generosísima amnesia o amnistía con respecto al pasado. La explicación tenía que ser otra: que había extrema derecha, pero que estaba dentro del PP. Algo, proseguía, que resultaba muy perjudicial para nuestra dinámica institucional, puesto que, cada vez que, en el turnismo bipartidista, era el PP el que gobernaba, la extrema derecha tocaba algo de poder. Y, en consecuencia, la extrema derecha tocaba poder prácticamente la mitad de las veces.
Si hubiera un
partido de extrema derecha, el PP podría transformarse en lo que afirma ser
Si hubiera un
partido de extrema derecha, el PP podría, liberado de ese yugo, transformarse
en lo que continuamente –excusatio non petita, ya saben– afirma ser pero jamás
ha acabado siendo: un partido de centro derecha, liberal no solo en lo
económico, sino también, y sobre todo, en lo político y en lo, digamos,
nacional. Y, cuando eso ocurriera, podría pactar con normalidad tanto con los
nacionalistas periféricos como con el PSOE. La dinámica institucional se
centraría y la extrema derecha no tendría por qué alcanzar el poder.
La hipótesis ha
resultado en buena parte falsada por la realidad. Que en el PP había extrema
derecha era sin duda cierto. Vox no es un partido nuevo que nace y crece a la
derecha del PP, sino una escisión del mismo, con la que comparte cuadros
–Santiago Abascal, para empezar– y votantes. Sin embargo, cuando por fin surge
Vox y el PP puede por tanto liberarse y convertirse en un partido netamente
liberal, no lo ha hecho.
Las pruebas son
abundantes, pero citaré tan solo dos. Primera. En 2019 el PP apoyó en la
Asamblea de Madrid una propuesta de Vox para declarar fuera de la ley a todos
los partidos independentistas. Eso dejaría fuera a partidos que están entre los
más votados en el País Vasco y Cataluña, y que consiguen una representación
considerable en Valencia, Navarra y otras regiones. Esto es, dejaría sin
representación a millones de españoles solo porque al PP no le parece bien lo
que tales españoles libremente quieren y pacíficamente votan. Por lo visto, en
el PP entienden que en democracia hay que votar dentro de las posibilidades que
desde el propio PP estimen adecuadas. Muy liberal no parece.
Segunda. En la
última campaña electoral que los sufridos ciudadanos españoles tuvimos que
soportar, Ayuso declaró que “ETA está viva (y) en el poder”. Un delirio,
supongo que auspiciado por Miguel Ángel Rodríguez y su vieja/nueva estrategia,
profundamente iliberal, de acuerdo a la cual los hechos objetivos y
contrastables ya no cuentan y lo que cuenta es tan solo la emoción que
despertemos entre los votantes, sea con mentiras, con “hechos alternativos” o
con demagogia de baja estofa.
Lo peor, con todo,
estaba por llegar. No solo nadie en el PP la desautorizó, sino que el partido
en pleno, con el “centrado” Feijoó al frente, tuvo a bien abrazar tras ello un
lema, “Que te vote Txapote”, cuya mera emisión aniquila de un plumazo la propia
idea de discrepancia política, cayendo de lleno en la inquina moral. ¿En qué sensibilidad cabe que alguien le
pueda espetar eso a rivales como los del PSOE que, por todos los santos, tienen
no pocos compañeros asesinados por el terrorismo de ETA?
En un gesto de
indignidad que cuesta digerir, ni siquiera cuando la hermana de Gregorio
Ordóñez, concejal del PP asesinado por el propio Txapote en persona, les
imploró que retiraran el lema porque dolía a muchas víctimas en general y a
ella en particular, el PP tuvo a bien dejar de utilizar esa anonadante bajeza
moral. “A mí me parece que es un eslogan perfecto”, alegó, para su vergüenza,
María San Gil en respuesta a la humanísima petición de Consuelo Ordóñez. De
nuevo, la mera eficacia como criterio final de lo político, con independencia
de que por el camino arrasemos con el dolor de los otros.
Ahora que no está
solo en el espacio de la derecha, el PP tendrá que decidir qué ideario abraza
No es casualidad
que estos posicionamientos ultras de un partido supuestamente liberal tengan
que ver con la cuestión nacional, que en España ha sido siempre una de las
grandes divisorias de lo político. Ahora que no está solo en el espacio de la
derecha, el PP tendrá que decidir qué tipo de ideario abraza. Puede, desde
luego, competir con Vox en la carrera nacionalista por las esencias patrias.
Eso nos abocará a la división en dos grandes bloques irreconciliables, a la
bronca permanente y a la conversión del debate político en algo parecido a un
estercolero. Pero puede también hacer lo que hacen los partidos liberales ante
la cuestión nacional. No es que haya una receta clara, pero sí algunas pistas.
Una, el respeto por
la libertad individual de abrazar una u otra creencia nacional. Del mismo modo
que el liberalismo surge con Locke en torno a la idea de la libertad religiosa,
que supone asumir políticamente que no hay un único Dios, el PP tendrá que decidir
si respeta o no la libertad de los demás de abrazar cualquier credo sobre cuál
es la verdadera y única nación. De momento, lo que parece es que quiere o
ilegalizarlos o condenarlos al limbo de la antiespaña.
Dos, asumir que hay
un ideario propiamente liberal –en lo económico, pero también en lo político –
que resulta más que suficiente para convencer a la ciudadanía de sus méritos y
ganar por sí mismo las elecciones. No hace falta ETA, no hace falta la
ilegitimidad, no hace falta la traición. Se trata de hacer política, no de
ninguna batalla metafísica contra el Mal. En los países con partidos liberales
o democratacristianos de verdad, tales formaciones no necesitan recurrir a esa
clase de fantasmones de paja. En todos lados los hay, por descontado, y los hay
a diestra y siniestra, como demuestran aquel lamentable dóberman del PSOE y
muchos otros navajazos de electoralismo barato propinados por la izquierda.
Pero, aunque los haya, no son los argumentos centrales de las campañas del
principal partido de la oposición, sino forraje colateral y en buena medida
secundario ante las urnas. ¿De verdad nadie en el PP confía lo suficiente en el
ideario del partido como para no necesitar revivir cada cuatro años el cadáver
de ETA?
Enfrentados a una
ya impostergable crisis de identidad, sería bueno que desde el PP y sus
entornos sociales y económicos pensaran no tanto en los siguientes dos meses
como en su futuro como espacio político a largo plazo. ¿Quieren ser Vox-B o
quieren ser un partido de centro derecha homologable? ¿Quieren centrar el
panorama político o quieren dividirlo en dos mitades ideológicas enfrentadas
para siempre? ¿Quieren representar a la España real y diversa o a una
inexistente nación española entendida como mera extensión de Madrid? Ahora que
existe Vox y que Ciudadanos se ha ido, es la hora de un centro derecha español
verdaderamente liberal.
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Jorge Urdánoz
Ganuza es profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Pública de
Navarra. @jurdanoz
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