POEMA PARA SER LANZADO
SEBASTIÁN
FIORILLI
«Qué fácil es
protestar por la bomba que cayó a mil kilómetros del ropero y del refrigerador.
Qué fácil es escribir algo que invite a la acción contra tiranos, contra
asesinos contra la cruz o el poder divino siempre al alcance de la vidriera y
el comedor» Silvio Rodríguez
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1.- Con todo este
derrumbe encima no queda otra más que caminar, solo que mis piernas y mis pasos
son el privilegio de existir en el sitio equivocado. Así que escribo
inútilmente sobre la tierra de los muertos que todos pisan sin mirar. Así que
levanto esta piedra con mis manos para tener algo que decir. Y digo:
Los carros del hambre y de la historia son tirados por las voces del silencio que siempre estuvieron ahí. Solo que ya nadie los arrastra, solo que ahora los lamentos se pronuncian en un muro con una sintaxis que nadie comprende.
Voy a decirlo:
Las ollas populares
con el guiso de todas las infamias hierven en las manos de los que quieren
volver a la belleza. Solo que la belleza no es posible. En este poema faltan
árboles, pájaros que cantan como solo son capaces de cantar los recién nacidos.
Falta Fadwa Tuqan tejiendo su reino de ojos azules. Pero está Jaffa, rendida a
sus pies en una prisión donde todos se detienen a llorar sobre las ruinas de
quienes se han marchado para no regresar, abandonándolas en un faro que ha
dejado de brillar para siempre. Es la ausencia de una poeta que toma una brasa
de vosotros y enciende la luz de los puertos más lindos del mundo. Voy a
escribirlo: Faltan árboles y sobran ejércitos apuntando a un pueblo infinito
hecho de miradas desafiantes y tiempo mutilado por el miedo.
La poesía es
ausencia y abandono. La poesía es tropezar siempre con la misma piedra. Por eso
la tengo en mis manos. Por eso voy a callar al poema hasta que brille
iluminando a cada pena. Voy a tomar la piedra porque lo mío es tropezar:
Esta mañana el amor
será difícil, como difícil es leer los cuentos infantiles que he dejado junto
al dolor de lo que se está yendo.
En la franja de
Gaza un niño juega con los escombros y arroja una piedra al horizonte, la misma
que tengo en estas manos. El horizonte no puede romperse, para eso ya existe el
hombre y las fronteras transparentes de la demencia. Un soldado de Israel y una
madre palestina cruzan sus miradas y comparten un mismo cielo, un paisaje hecho
con la autopsia de todas las voces de la muerte. Aquí no puede entrar nadie,
comparten el mismo techo celeste pero siguen faltando árboles, la ausencia
irreversible de los pájaros es una utopía picoteando mi voz. Aquí solo puede
parirse con los desechos de las ofensas. Aquí solo es posible odiar como dios
manda.
¿Y entonces?
¿Quién puede
tumbarse a descansar sobre la hierba fresca si se arroja un cuerpo a la calle?
¿Quién puede
arrojar una piedra y esconder el pecado de una ciudad que se reunía con su
gente a celebrar la vida?
Si alguien tira una
piedra es porque ya no queda nada por decir, —si recurro a la poesía es porque
no me queda otra— el niño quiere robar las frutas del mercado y que sus manos
vuelen hacia las almas florecidas de las trabajadoras. La desesperación camina
por las cunetas junto a los controles policiales. Todo el mundo debería pararse
justo aquí, en esta línea amarilla de un otoño en mil pedazos, de un otoño de
huesos que se levantan como una babel enferma.
¿Acaso alguno de
mis versos, cual trueno desarmado te obligarán a detenerte, a caer con los que
luchan por las estrellas? Déjame, aunque más no sea, invitarte a caminar con mi
última amargura,aunque tus pasos se alejen como se evapora el agua de los ríos,
déjame decírtelo:
Mientras hago mi
cama y la comida de mis dos hijos, el niño de la franja de Gaza juega con los
escombros de su habitación y arroja una piedra al aire.
Tarde o temprano
todos terminaremos cayendo al mismo suelo. Tarde o temprano la suerte
multiplicará la leche derramada de ayer y los traidores tendrán que ponerse de
rodillas y saldar las deudas del destino.
Déjame que lo
intente:
Mientras el
inventario de la lluvia es solo un error de cálculo, mi hijo mayor toca el
piano. Solfea mi paternidad para que no la olvide. El odio manda por decreto
igual que mandan las células hereditarias, la filosofía de la miseria; las
cartas a Annenkov. Mientras sigo sin entender la melodía de mi sangre, mi hijo
menor dispara con un soldado de juguete haciendo ruidos que no conocerá. El
arsenal de su inocencia cae rendido en una zanja sin fondo. Mientras ellos
eligen qué mirar en la televisión, en las plataformas infantiles no aparece ese
niño con un poema en la mano que levante el derrumbe de sus ojos. Esto no está
bien, así no se puede vivir, hay que desconectar me dicen una y otra vez:
La pantera rosa, El
príncipe feliz, Gulliver, La conquista del pan, La isla del tesoro y los
paisajes rotos de la niñez suenan
desafinando con la partitura de la muerte ahora.
Hoy llueve y los
pájaros están atrapados en las gargantas de las madres que gritan: Hay que
bañarse, que gritan; hay que lavarse las manos, que gritan porque ya no queda
nada por decir, que gritan porque no lo pueden explicar.
Hoy llueve mucho y
las grietas de los pueblos se abren como una fosa de la memoria, lavan las
vergüenzas para tenderlas en horario central y contra todo pronóstico. Matar no
es tan fácil, lo difícil es entender que la masacre es una noticia dictada por
la gramática del poder. Solo que el poder no existe. Solo que la gramática no
existe.
Jamás se repite,
pero la historia es un campo sembrado por la derrota que algún día florecerá
junto a las banquinas de todo fracaso, de ahí los márgenes, de aquí los
marginados.
Os lo advierto, el
amor será difícil aunque siempre estemos volviendo con el ropaje de la
vergüenza y el temor.
Todo lo que tengo
es una lágrima que saco de mi rostro para limpiar mis privilegios, mis enseres,
las tareas de la casa y esta declaración de estar vivo mientras un niño
construye sus escombros y arroja una piedra al horizonte. Yo no puedo tocar el
cielo con las manos, ni siquiera puedo caminar manifestándome bajo esta lluvia,
bajo este privilegio de mis piernas, bajo este fallo de existir en el sitio
equivocado. Solo intento escribir un poema incompleto y sin pájaros que siguen
apuñalando a las palabras para poder entrar, tan solo una barricada por donde
todos pasan pisando mi jardín. Justo hoy, cuando íbamos a nacer, tan solo esta
tarde, cuando creíamos que estábamos llenos de nosotros en la franja de Gaza
nadie se da por vencido porque vienen cantando, se los oye desde lejos, desde
las raíces de la tierra.
¿Entonces?
¿Si el exterminio
existe, quiere decir que a alguien le hace falta, quiere decir que alguien
quiere que exista, quiere decir que alguien sueña con un temblor de esquirlas?
En la franja de
Gaza todos los días se nace herido como el juguete roto del viento. Por eso los
poetas deben irse con su música a otra parte.
¡Qué arrastren su
pobreza en otro carro lleno de ferias, que se vayan con sus copas medio llenas
a cantarle a toda esa belleza innecesaria!
Yo solo sufro de
lenguaje, dice Vallejo y remacha una lágrima que se echa al monte y arma del
sufrimiento un andamio a la eternidad.
Hoy el amor será
difícil, es evidente que el milagro no existe más
que en los
recuerdos. Y digo:
En la franja de
Gaza hay luz, creo que hay luz, aunque el tiempo da sombra.
2.- En Nablus una
niña fabrica un castillo con su mirada, juega con las cenizas de la historia y
rompe con su alma todos los atardeceres posibles.
Es Fadwa Tuqan
escribiendo un poema donde sollozan largos los violines del otoño, donde el
paraíso es un verso perdido que se recita con el alfabeto de la angustia, donde
un corazón se mece con la monótona fatiga del exilio.
A Israel lo ha
vencido una mujer poeta y no lo sabe porque toda su gente está durmiendo,
duermen con sus manitos encogidas y las sábanas bien preparadas, sueñan con los
perfumes colocados en las puertas. Todo el ejército israelí se ve amenazado por
los versos de una poeta que toca el violín y desafina con el cielo y la tarde,
que arroja toda su alma al crepúsculo para romper los ojos de dios, pero no lo
saben. Descansan bajo los cipreses descompuestos del edén.
En Nablus, Fadwa
Tuqan levanta su dedo índice, mide la velocidad del viento y afina suavemente
las cuerdas de la tristeza. Imagina balcones llenos de mujeres valientes y con
el puño en alto, imagina un paraíso lleno de hombres bronceados y de jóvenes
felices. Imagina un pueblo, un barrio, una estrella. Ella no puede pensar en el
servicio de escucha telefónica del Mossad, está escribiendo un poema que la
agencia de inteligencia de Tel Aviv transmite en directo. No puede pensar que
de su pecho saliesen todas las tormentas y el éxodo terminal de las palabras.
Fadwa Tuqan mueve sus caderas y dirige su mirada al infinito. Fadwa Tuqan escribe
sus iniciales con un palito sobre la arena húmeda del valle del Jordán. Fadwa Tuqan es una niña que dibuja en la
pared un corazón que se llevará la marea, que la espuma hará añicos con la voz
atronadora de los pueblos. Fadwa Tuqan ha nacido justo hoy, en el medio del
mar, sola. Fadwa Tuqan siembra la sangre de su nacimiento y se arma de poesía
hasta los dientes. Es el día en que sigue siendo imposible ser feliz, es la
franja de Gaza, es Nablus en la voz de Fadwa Tuqan, es la operación paraíso
perdido en manos de una niña que apenas sabe escribir su nombre. Es venir al
mundo con unos versos bajo el brazo y sin pan, es salvarse del exterminio y de
Birkenau, es ver a Fadwa Tuqan dando de comer a los soldados de Israel, es ver
a Fadwa Tuqan pegando tiros con Mahmud Darwish mientras Rimbaud se pasea por el
infierno rompiendo su violín. Es escribir con ella y de su mano que hoy hace
frío y mucho miedo.
Netanyahu fabrica
aviones de papel para su hijo, la CNN acuna a la pequeña Palestina que duerme
como un angelito y sueña con unos versos que hablan del amor y de la bruma.
Europa no lo sabe, América no lo sabe, ustedes, tampoco lo saben. Ana Frank se
lima las uñas y el ser pero tampoco tiene idea de la que se va a armar.
Wladyslaw Szpilman hace mímica en medio de la niebla, pero el poema es
inevitable, como inevitable será la música, como inevitable será la rebelión de
los que miran sabiendo que todo está perdido. Federico Chopin acaricia su pelo
mojado, pero la catástrofe es inevitable.
Hoy se emplearán
más de dos mil doscientos tanques y más de seiscientos cazas simultáneamente.
Hoy volarán más aviones que mirlos sobre la franja de Gaza. Hoy se dejarán caer
detrás de las líneas amarillas a miles de soldados que tienen miedo a aquellas
personas que abren sus ojos para
ver el mar. Hoy
entrarán esos pobres hombres que disparan contra una sonrisa sucia de
felicidad.
¡Tú, vieja herida
nuestra!
¡Dolor
nuestro!¡Nuestro único amor!
Me basta con morir
encima de ella, con enterrarme en ella.
[Hay mujeres e
hijos esperando con la frente en alto y el hambre en punto]
Hoy sonarán
millones de balas y la música de Wagner se romperá con la melodía de un pichón,
pero la clave será un poema. Es por eso que la poesía es un arma cargada de
futuro. No. Es por eso que Fadwa Tuqan sigue pegando tiros con Mahmud Darwish.
No. Fadwa Tuqan convierte el grito eterno en noticia rápida que deja de serlo
cuando los aviones regresan para bombardear una casa con dos ventanas y una
puerta donde todos duermen con sus manitos encogidas y las sábanas bien
preparadas.
Lo sabemos,
Palestina, lo sabemos y seguimos contigo trabajando, escribiendo, a pesar del
privilegio de mis piernas, del privilegio de existir en el sitio equivocado. Y
al final me pregunto: ¿Al Andalus estuvo aquí o allí? ¿Sobre la tierra…o en el
poema?
Las claves serán
apenas la brisa de unos versos, un poema de una niña que se llama Fadwa Tuqan,
una piedra que se llama Mahmud Darwish y una franja que se hunde, que se va,
desaparece.
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