EL HORROR COMO FETICHE
POR
ALANA PORTERO
Escritora. Autora de 'La mala costumbre'
Existe, como con todo lo que se deshumaniza, una suerte de fetichismo estético de lo judío. No pocas veces nos encontramos con personas que afirman tener un antepasado o una línea genealógica sefardí o askenazi, en una buena parte de los casos bastante difusa, que les compete para enarbolar el dolor milenario de un pueblo entero, como si pudieran sentir en las plantas de sus pies el ardor inclemente de la arena del desierto. La sobreactuación conlleva transitar los caminos de la frivolidad y esta acaba por desencadenar escenarios de vergüenza ajena, elevando la voz de los judíos de temporá –que me perdone mi amiga Silvia Agüero por usar una frase tan gitana- sobre las de familias a las que la Shoah les arrebató todo.
Este texto lo
escribe una mujer cuyo segundo nombre es Shulamit, nombre elegido y abrazado en
honor a una genealogía íntima, femenina y de algún modo sagrada, que queda para
mí y para mi círculo cercano, de dónde yo venga o deje de venir, no me legitima
para casi nada en lo tocante a representar o ser la voz del dolor de los
pueblos, pero tengo presente a Rebeca, que dio de beber a Eliezer y sus
camellos a pesar de lo limitado del agua y los trabajos necesarios para sacarla
del pozo. Si me asiste alguna autoridad espiritual o ética, tiene que ver con
esto, con los recursos compartidos y el respeto al otro, cosa que no he
practicado tanto como debería.
Después de la
Shoah, los judíos europeos no tenían dónde ir, siglos de mal trato, expulsión,
robos, crueldad, antisemitismo y persecución no cicatrizan con facilidad, más
de seis millones de asesinados en apenas seis años y la voluntad de borrar a un
pueblo entero de la faz de la tierra suponen una herida que no puede cerrarse.
Es lógico comprender la necesidad de buscar un lugar apartado del infierno,
quienes pretendieron quedarse en Europa no fueron precisamente bien recibidos,
no hace falta remontarse a los reyes católicos, en España, por no irse lejos,
se hablaba de “cruzada judeomasónica” cuando algunas de nosotras ya habíamos
nacido. Había razones políticas, estratégicas y de fe para elegir volver al
Sinaí y deben entenderse sin cinismo, después de siglos intentando sortear la
erradicación cómo no vas a encomendarte a lo sagrado para seguir viviendo.
No creo que el
Estado de Israel, en una parte de su concepción, fuese un Estado ilegítimo,
pero hay que hacer un esfuerzo deliberado para olvidar la herencia imperialista
del mismo y la necesidad de Estados Unidos de extender su presencia en medio
oriente, pero la convivencia hubiera sido posible si se hubiera hecho un
esfuerzo por la emancipación (no han faltado voces israelitas apoyando esta
posibilidad), creo que la ilegitimidad Israel se la ha ganado a pulso a fuerza
de crueldad, crímenes, colonización y una política de limpieza étnica que ha
sido impulsada por la ultraderecha caníbal, que se encargó de quitarse de en
medio a figuras como Shulamit Aloni, bendita sea: “Debemos hacer del Estado de
Israel una oportunidad para los judíos del mundo, no un Vaticano. No queremos
que Israel sea un gueto o un estado teocrático ortodoxo”, o el propio Rabin,
convencido sionista durante gran parte de su vida y hombre de armas implacable
que, sin dejar de ver a Arafat como el enemigo, terminó sus días entendiendo
que la paz era el único camino y lo pagó con su vida: “La violencia corrompe la
base de la democracia israelí”.
El proyecto
sionista es fundamental en esta ecuación pero creo que se resta importancia a
cómo la derecha, clásica, la de siempre, ha acelerado las cosas y las ha
ensangrentado. Usa el sionismo porque es lo que funciona en su contexto, como
otras derechas del mundo apelan al nacionalcatolicismo o al islam de las fatuas
que claman muerte. Como mínimo no debe sacarse de la ecuación lo ideológico
manipulando lo teológico.
Las voces que
hablan desde lo judío pero no por los judíos, porque eso no puede hacerlo
nadie, obligan estos días a reconocer la violencia infame de Hamás antes de
seguir hablando del la masacre de Gaza, pero tal requisito nada tiene que ver
con una búsqueda de la paz, se pide como salvaguarda, como justificación a lo
que ha venido después, como limpieza de manos ante la barbarie y, por tanto, es
una manipulación repugnante de los mil asesinados del día 7 de octubre. Y lo
más importante, ¿quién habla por los palestinos?
Por reconocer y
condenar el horror, estoy dispuesta a remontarme hasta donde haga falta, desde
el horror de la matanza de Hebrón del 29 hasta los asesinatos de hace un mes y
todo lo sucedido entre uno y otro desastre, tal reconocimiento no resta un
ápice de oposición frontal a los crímenes del estado de Israel desde casi su
fundación misma, que ha asesinado, robado, colonizado, aplicado políticas
racistas y humillado con total impunidad al pueblo palestino, sepultando bajo
la arena del desierto, década tras década, cualquier esperanza de entendimiento
del proyecto de patria judía.
Poner muertos sobre
la mesa, compararlos, siempre es un ejercicio de miseria que suelen proponer
quienes tienen interés en alimentar los conflictos, pero si tenemos que entrar
en ese juego, la desproporción de la supuesta defensa del Estado de Israel
habla por sí misma, hospitales destruidos, diez mil personas -y seguimos
contando- asesinadas en un mes, una generación entera de niños masacrada,
acceso al agua cortado, arrinconamiento para bombardear con más efectividad y
comodidad, arengas teocráticas desde los estrados de la democracia,
deshumanización, horror tras horror que confirma la idea de que estas acciones
criminales estaban esperando un desencadenante para llevarse a cabo así, sin
paños calientes, delante de todo el mundo, un ataque camuflado bajo una acción
defensiva mirando a Estados Unidos y mostrándole el derramamiento de sangre
como un alumno avieso muestra a su presa muerta ante el maestro. La comunidad
internacional, cómplice y despiadada, aplaude la maniobra.
Tengo la sensación
de que estos días habla todo el mundo pero solamente escuchamos a quienes
tienen el poder de hacerse escuchar. El uso de la retórica del holocausto para
ilustrar los crímenes del Estado de Israel es otra sobreactuación que nada
tiene que ver con la paz y sí con el ego de quien la emplea. Cuando se habla de
comportamiento nazi, no se mancha la imagen de Netanyahu y sus perros de la
guerra, se está pisoteando la memoria de millones de muertos y de sus
descendientes, que han pedido en vano que por favor no se cuente la realidad
del horror desde una simplificación semejante e injusta con el dolor de un
pueblo.
La violencia
monstruosa que se emplea contra Palestina no necesita de efectos especiales, es
obvia, la tenemos delante, la hemos visto desarrollarse a lo largo de nuestras
vidas y tiene su propia historia que merece, como mínimo, términos ajustados a
ella, no frases hechas. Hay demasiado ruido interesado y la frivolidad con la
que se narra el presente es horrible. La dignidad estos días, además de en
quienes están allí, en Gaza, soportando la oscuridad, está en las calles de
medio mundo, que se ha movilizado en masa haciendo frente a la narrativa de «lo
estamos permitiendo», otro ramalazo reaccionario que apaga brasas de paz en
lugar de avivarlas, otra frase hecha. Somos mucho mejores de lo que nos cuentan
que somos.
Si en algún momento
de la historia pudo ser compatible una Palestina libre y soberana con un Estado
de Israel en los mismos términos, hoy ya no es posible. Tanta sangre no puede
ser limpiada, ni del suelo de las casas de sus perpetradores, ni de la memoria
de los que la han derramado. Esto no va a olvidarse nunca.
Mi solidaridad,
apoyo y dolor con el pueblo palestino. Que dios conceda inteligencia a nuestros
corazones para distinguir el día de la noche.
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