LA FALLIDA INVESTIDURA DE FEIJÓO
EUSEBIO
LÓPEZ
La «España real y la oficial»
Aunque los medios de comunicación, con esa «productividad/rapidez» que les caracteriza en la fabricación de información, ya hayan pasado página de la semana pasada y ahora toque hablar de Pedro Sánchez, la fallida investidura de Feijóo (PP) pone de manifiesto la superficialidad con la que la inmensa mayoría de ellos hablan y escriben, educando a la población en el simplismo maniqueo en los análisis –el insulto y la caricatura- con el fin de despolitizarla.
Trotsky decía que para “derrotar al enemigo no hace falta insultarlo”, y para derrotar al PP-VOX como “administradores del régimen” no hace falta insultarlos, solo caracterizar su papel en el régimen y una política coherentemente radical (ir a la raíz de las cosas) que se base en la movilización social. Nada menos, ni nada más.
Feijóo y el PP le
pidieron al rey presentarse a la investidura, aunque sabían de sobra que no
iban a conseguir los apoyos suficientes, puesto que llevan casi una década
rompiendo los puentes con sus aliados naturales, la derecha burguesa vasca (el
PNV) y la derecha burguesa catalana (antes CiU, ahora conocidos como Junts).
Pero el PP y su
hijo pródigo, VOX, tenían que intentarlo; no pueden dejar en manos de los
progresistas (el PSOE y sus aliados) la gestión de los 150 mil millones de los
fondos Next Generation«. Ahora sabemos el porqué de sus prisas: esta semana la
UE le ha transferido al gobierno español «progresista» 90 mil millones más de
esos fondos; y ya se sabe, «quién parte y reparte».
Más allá de la
pelea por el control de las cuentas del estado y esos fondos europeos, lo que
transmite la fallida investidura es el divorcio entre la «España oficial» y la
«real». Cuando el 23-J se certificó la derrota del PP y de VOX, impidiéndoles
llegar al gobierno, era obvia una cosa: la mayoría de la población del Estado
español rechaza rotundamente el «proyecto de país» del PP-VOX. Un «proyecto»
que se puso de manifiesto a lo largo del debate la semana pasada, y fue
definido por el portavoz del PNV cuando le dijo irónicamente a Feijoo: «usted
ha venido aquí a hacer amigos».
La investidura
fallida de Feijóo ha demostrado que la grieta abierta en el régimen el 15-M,
que se profundizó en marzo/junio de 2014 con la dimisión del rey Juan Carlos I
y que estalló el 1 de octubre de 2017 en Catalunya, no se ha cerrado; la han
tapado los mismos que se presentan como “progresistas”.
El PP solo puede
pactar con Vox porque todos los demás, por diferentes motivos, los rechazan
abierta y públicamente. Las derechas vasca y catalana por el ultracentralismo
que rezuman, los progresistas porque su proyecto económico no pasa de
fortalecer la economía de casino y el «palco del Bernabéu», con su negacionismo
del cambio climático.
El PP solo puede
pactar con Vox porque apoya a este en sus políticas reaccionarias respecto a
los derechos de las mujeres y las minorías oprimidas inspirados por la
Conferencia Episcopal y el nacionalcatolicismo.
El PP solo puede
pactar con Vox porque sus políticas en cuestión de derechos de los trabajadores
y trabajadoras no se basan en el pacto entre sindicatos y patronal para
garantizar la «paz social» en un marco de retrocesos con concesiones formales,
sino en el “palo y tentetieso” tensionando las contradicciones sociales. Es lo
contrario al sueño de cualquier capitalista orwelliano: hacer aparecer un
retroceso de los trabajadores y trabajadoras como una victoria de estos
incorporando, para ello, a las centrales sindicales como herramientas del
engaño.
En los años de la
Transición se hablaba del divorcio que existía entre “la España real”, la de
las luchas obreras y populares que la atravesaban a diario, y la “España
oficial”; la de un régimen en crisis, decrépito, que había dado de sí todo lo
que podía y sectores de la misma burguesía se aprestaban a prepararse para el
futuro.
Como se manifestó
en las elecciones, hoy nos encontramos una situación parecida; una “España
real” en las luchas sociales, obreras y populares, en las huelgas por los
convenios, contra los desahucios y el empeoramiento de las condiciones de vida
en los barrios, por los derechos de las mujeres y las minorías oprimidas, que
se expresa políticamente y de manera desvirtuada a través de las fuerzas
“progresistas” y nacionalistas.
Enfrente la “España
oficial”, la del Consejo General del Poder Judicial y la judicatura, la mayoría
absoluta del PP en el Senado, gracias a una ley electoral antidemocrática, en
la Iglesia, el ejército y con la cabeza visible en la Casa Real; todos ellos
bajo una negativa rotunda a cualquier cambio que se personalizó en la figura de
Feijóo y su fallida investidura.
La clave para la
resolución de esta contradicción no va a venir de la mano de aquellos que
aparentemente expresan esa voluntad de cambio de la sociedad del Estado
Español, los llamados “progresistas”, puesto que hasta en el debate no dieron
la talla frente al discurso abiertamente reaccionario del PP. Si estos
sobreviven tras la derrota electoral y la fallida investidura, es gracias a que
los “progresistas” no tienen la menor intención de ir hasta el final en lo que
ellos llaman “su proyecto de un país plurinacional”, de no dejar “a nadie
atrás”, puesto que conscientemente han asumido los límites y el papel que el
régimen les ha otorgado, ser su sostén de “izquierdas”; o como dirían en Gran
Bretaña, la “leal oposición” al Régimen del 78.
La precondición
para avanzar en un nuevo “estado” es acabar con los restos del neo franquismo
corporeizados en PP-VOX, cambiando todas las estructuras estatales que los
alimenta y sostiene, desde el poder judicial hasta el militar, pasando por la
misma Monarquía; y no seguir barnizándolos como demócratas. Con este
confusionismo flaco favor le hacen los “progresistas” a la movilización social.
Eusebio López
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