HASTA QUE NO ME PASÓ A MÍ,
NO ME DI CUENTA
JUAN
CARLOS MONEDERO
Manifestantes ultras delante de la casa de
Pablo Iglesias
e Irene Montero. - Agencias
Vivimos una temporada políticamente magmática, con todos los minerales fundidos sin dar pistas de hacia dónde van a solidificar. El PSOE anda agitado por su vieja guardia, que sigue soñando con una gran coalición, a lo que se suma la perplejidad de una parte de la nueva, que se pregunta si la enorme flexibilidad que muestra Sánchez es cosa del socialismo o responde a alguna otra conjunción de los astros. Los independentistas catalanes andan midiéndose las costuras con navaja, y en el País Vasco el PNV duda de si rezar le va a bastar para que no le gane las elecciones Bildu, que también tiene tensiones por un sector que no aprueba esa blandura que ha habitado desde que se podemizaron. Tampoco están bien las cosas en la izquierda de las plazas, con Sumar que se ha olvidado la calculadora en casa y Podemos que está quitándole las pilas a todas las calculadoras. Del PP, ¿qué decir? Se parecía demasiado la foto de la bancada pepera aplaudiendo a Feijóo en su derrota de investidura a aquella reciente de esa tropa haciendo lo mismo con el finado Pablo Casado.
En este magma,
algunas cosas nuevas están cambiando. El PSOE ha empezado a quejarse de esos
falsos periodistas, amparados por esa cuna de falso periodismo que es OK
Diario, a los que su compañera Meritxell Batet autorizó a orinarse en las
moquetas de la Carrera de San Jerónimo. Y en una dirección parecida, en el
magma del PSOE han empezado a darse cuenta de que hay cosas que les pasaban a
otros y les daba lo mismo pero que, cuando les pasan a ellos, la perspectiva
cambia. Pobre política cuando solo reaccionamos si nos pisan la manguera.
El enfado,
comprensible, del alcalde José Luis Martínez-Almeida cuando el concejal del
PSOE Daniel Viondi le tocó la cara en un pleno, con evidente tono chulesco,
contrasta con la alegría simpática –no sé si comprensible– cuando Florentino
Pérez, el todopoderoso presidente del palco del Real Madrid y empresario de
todas las salsas cargadas de colesterol del malo, pasó por detrás del alcalde
y, en público y con cámaras grabando, le dio una colleja con evidente gesto de
superioridad, mientras el alcalde hablaba con alguien y tuvo que interrumpir la
plática ante el ridiculizante leñacito.
Ante el gesto
grosero de Viondi, Almeida reaccionó señalando con el dedo al concejal
socialista y llamándole violento. Ante el gesto prepotente de Florentino, el
alcalde se encogió de hombros, como si le hubieran pillado robándose una
chocolatina. Seguramente la diferencia está en que uno estaba autorizado a
hacerlo y otro no. Aunque un alcalde, que es de todos, no debiera confundir su
cargo con su persona. Las collejas debiera dárselas Florentino en los
reservados del palco, pero no en la plaza pública. En cualquier caso, la
diferente actitud de Almeida es evidente. Seguramente es un ejemplo claro de
cómo gestionar el consentimiento. Hasta que no nos pasa a nosotros, no nos
damos cuenta.
En el PSOE se han
enfadado, y con razón, cuando un tipo, ahora sabemos que también paisano de
Valladolid, Lucas Burgueño, "coach-motivacional", especializado en
mindfulness, violento también con policías, condenado según los medios por
otros actos de violencia –igual que Vargas Llosa debiera leer sus propios
libros, Burgueño debiera hacer un curso de mindfulness–, acosó al diputado
vallisoletano Óscar Puente en el tren. Puente, que ha tenido su jornada de
gloria respondiendo a Feijóo en la moción de investidura, interrumpió,
defendiendo sus derechos como ciudadano y como representante político, la
salida del AVE, que se retrasó 45 minutos hasta que llegó la Policía no sé muy
bien a qué, porque el agresor pudo hacer finalmente el viaje.
Por lo que hemos
visto, no se abalanzaron sobre el diputado del PSOE los viajeros exigiéndole
que depusiera su actitud y dejara salir el tren. Puente es una persona
arrojada, pero supongo también que sentirte arropado algo ayudará.
Sin embargo el
Partido Popular, en su deriva ayusista, incluso ha tuiteado afeando a Puente su
insistencia en esperar a que llegara la Policía: "Estimado Óscar Puente:
Parar un tren, exigir una interventora, llamar a la policía, provocar un
retraso y denunciar por una pregunta incómoda, es abusar de recursos públicos y
del tiempo de la gente. Horas de notoriedad a costa del tiempo de muchos".
Que el PP está
compitiendo con los bravucones prefascistas, fascistas y posfascistas de Vox es
bien conocido, pero, en el caso de Puente, supongo que ayuda saberse una de las
dos grandes fuerzas del bipartidismo. Porque cuando otras fuerzas han
necesitado colaboración de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para parar
a energúmenos, no han encontrado la misma disposición. Y esto no es una
afirmación teórica, sino que nace de la más cruda de las experiencias.
La gente de Podemos
ha sufrido durante diez años ese tipo de ataques y no ha abierto los
telediarios. Aún más, cuando alguna vez ha salido, como ocurrió en una ocasión
en Cuatro, ha sido para intentar quitarle hierro al asunto (una periodista con
poco de periodista pensó que, en nombre de la Justicia, había que preguntar al
agredido y al agresor para que los dos dieran su opinión. Y, obviamente, la
periodista se puso del lado de los agresores. No en vano, el programa lo
producía la empresa de Ana Rosa Quintana).
En aquella ocasión,
unos garrulos con dinero -uno, Luis Fernando Marín Lampareo, director gerente
de Asociafruit de Andalucía, y otro, Antonio Florido Garat, en ese entonces
directivo responsable de la Banca March en la Plaza Nueva de Sevilla- se
animaron, bebidos, a acorralarme, jaleados por otros borrachos engalanados con
su vaso de tubo que, al tiempo que defendían a Vox, gritaban "Vete a tu
puta cloaca, maricón de mierda", "Paguita, paguita" –que como
insulto siempre me pareció fascinante– o "rojo de mierda, tu puta
madre". Todo con lindos "fuera de España", en una espeluznante
vuelta al 36, donde la patria volviera a pertenecerles.
En este tipo de
casos, ¿dónde estaban los que ahora se han indignado con el ataque inmundo a
Óscar Puente? Porque nos hubiera venido muy bien su solidaridad.
Y no se puede dejar
de citar el acoso durante meses en la puerta de la casa de Irene Montero y
Pablo Iglesias, tolerado por el ministro de Interior del PSOE, Fernando
Grande-Marlaska. No puede dejarme de producir una enorme envidia que Óscar
Puente pueda detener el AVE 45 minutos (supongo que por la indemnización, les
saldría el viaje gratis a todo el pasaje), mientras todo un ministro socialista
no fue capaz de evitar que un par de decenas de fascistas intimidaran a una
familia en la puerta de su casa. ¿Hubiera pasado en casa de Soraya Sáenz de
Santamaría? ¿Pasaría en casa de Nadia Calviño? ¿Habría pasado delante de la
casa de Grande Marlaska? La respuesta es obvia.
Supongo que si al
PSOE le pasa algo como el caso Neurona, donde sin ninguna prueba, sobre la base
de rumores y con evidentes casos de una instrucción interesada fabricada por
oscuros policías, se tuviera a su partido durante tres años bajo sospecha,
habría diputados socialistas que pondrían el grito en el cielo. Pero cuando ha
pasado con Podemos se cuentan con los dedos de la mano los diputados honestos
que se han salido de la línea de su partido y han denunciado las canalladas
contra los morados (por ejemplo, José Luis Ábalos o el ex presidente Rodríguez
Zapatero). Obviamente, si el PSOE no ha hecho de la defensa de la democracia
cuando se atacaba a Podemos un asunto central, los medios de comunicación que
les bailan el agua, tampoco.
Ya cansa repetir
las palabras de Niemöller (a ver, que ni era un poema ni era de Bertolt Brecht:
era su respuesta a una pregunta acerca de cómo había sido posible el nazismo),
pero su contundencia es estremecedora: si no haces nada cuando le pasa a otros,
es muy probable que te termine pasando a ti.
El historiador
Julián Casanova habla del "efecto rebote" que se termina produciendo
dentro de un país cuando hace tropelías fuera. Los campos de concentración
europeos antes se ensayaron en África, América Latina o Asia, igual que el
bombardeo de poblaciones civiles o, un par de siglos antes, pagar por cada
cabellera de un indio.
Es bueno que el
PSOE se haya dado cuenta de que callar cuando los fascistas agreden a
adversarios políticos, aunque pienses que te beneficia políticamente, es,
además de una indignidad, una torpeza, porque la derecha siempre va a terminar
aplicándote esa política. Cuando se aprenden el camino, lo transitan.
Y aunque es
curioso, incluso los verdaderos liberales dentro de la derecha –no sé si queda
alguno– debieran oponerse a estos comportamientos. Aunque solo sea porque
también terminarán aplicándose, dentro de esos partidos, a los "enemigos
internos". Cuando los enardecidos ayusistas fueron a Génova a gritar
contra Pablo Casado, ¿hubiera podido el defenestrado presidente del Partido
Popular bajar a hablar con sus bases? No olvidemos que la asociación
ultraderechista Hazte Oír, con conexiones con la extrema derecha mexicana y muy
bien conectada con el PP madrileño, incluso incluyó en su memoria de
actividades de 2020 el acoso en la casa de los políticos de Podemos.
Hay una
inteligencia profunda en los pesos y contrapesos del liberalismo clásico. Como
teoría normativa –el "deber ser"-, sembraron grandes avances
políticos, aunque nunca se les pasó por la cabeza que esos logros debieran
aplicarse a las mujeres, a los pobres, a los campesinos, a los jornaleros, a
los trabajadores o los negros e indígenas de las colonias. La división de
poderes, el derecho a un juicio justo, la prensa libre y plural, las formas
parlamentarias, los protocolos de cortesía, el respeto a las votaciones, la
disponibilidad a la escucha o el respeto al adversario son grandes principios
que, desgraciadamente, cada vez que la derecha pierde unas elecciones los
olvidan y prefieren retozar como jabalíes en el monte.
En el momento
actual tanto en España como en el mundo, no se trata ya solo de que los
fascistas tipo Vox estén pudriendo la convivencia, sino que han arrastrado al
PP –o las derechas parlamentarias– a su inmundicia. Trump, Bolsonaro, Kast,
Macri, Orbán son referentes tanto de la derecha como de la extrema derecha.
Debieran poner
orden los jueces, pero el poder judicial está secuestrado. Como si jueces
violentos acosaran a la democracia en un tren y le gritaran impertinencias
aunque les descalificaran como jueces. ¿Quién vigila al vigilante?
Lo dijo en su
momento Podemos. Pero el régimen del 78, con el silencio de periodistas, académicos,
políticos o el mismísimo rey, que cuando quiere dice que es arbitro del buen
funcionamiento de las instituciones, coincidía en aceptar, por acción u
omisión, todo que lo que ahora está mal que se haga a Óscar Puente. Igual que
se consintió la guerra sucia en la lucha contra ETA y en la lucha contra el
independentismo catalán.
¿También ponía en
peligro Podemos a España o lo que pasaba era que ponía en peligro un régimen
democráticamente podrido encabezado por su majestad Felipe VI? Porque aquí se
ha permitido casi todo. Usar a jueces corruptos, policías corruptos,
periodistas corruptos, políticos corruptos con tal de acabar con Podemos.
Incluso anunciar en la radio de los obispos una romería de fascistas a casa de
Iglesias y Montero. La marca España debiera construirse en las escuelas y en
los medios de comunicación. Pero también son de ellos.
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