¿DEBE REPETIR MERITXELL BATET COMO
PRESIDENTA DEL CONGRESO?
¿Por qué la
Presidencia tiene que ser para el PSOE? ¿Por qué no aprovechar la oportunidad
que ofrece la votación del próximo 17 de agosto para empezar a consolidar la
mayoría parlamentaria plurinacional que es la única vía política posible para
reeditar el gobierno y darle estabilidad, eligiendo para la Presidencia del
Congreso a una persona de otro partido y que reúna el consenso de las
diferentes fuerzas que conforman esa mayoría?
PABLO
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El próximo 17 de agosto se constituye el nuevo Parlamento y tiene lugar una de las votaciones más importantes de toda la legislatura: los 350 nuevos diputados y diputadas eligen —en votación secreta con papeletas— a los nueve integrantes del órgano de gobierno de la sede de la soberanía popular: la Mesa del Congreso. En particular y en la primera de las votaciones, eligen a la tercera autoridad del Estado después del Jefe del Estado y el Presidente del Gobierno: la Presidencia del Congreso. La persona que ostenta la Presidencia no solamente representa al poder legislativo en cualquier foro nacional e internacional. Además, acumula toda una serie de competencias que son cruciales para el desarrollo de la actividad parlamentaria: convoca las reuniones de la Mesa y de la Junta de Portavoces, define sus órdenes del día, propone a las mismas todas las decisiones
importantes que se deben tomar (el presupuesto de la cámara, la
ordenación de los plenos, etc.), tiene la última palabra en materia
disciplinaria, preside —entre otras— la Comisión de Gastos Reservados (también
llamada de Secretos Oficiales) y —muy importante— modera el debate en el pleno,
dando o quitando la palabra a los diferentes diputados, llamando al orden o
incluso expulsando a los mismos en caso de faltas reiteradas. Por si todo esto
fuera poco, hablamos de un cargo que es "vitalicio" durante toda la
legislatura, puesto que no existe la posibilidad de convocar una moción de
censura sobre la Presidencia y la única manera de cambiarla antes de que
finalice su mandato natural de cuatro años es mediante dimisión voluntaria o
incapacitación por causa de fuerza mayor. Solamente por la importancia
constitucional que tiene la Presidencia y su enorme influencia en la actividad
del único poder del Estado elegido por sufragio directo, elegir qué persona la
ocupa ya constituye una decisión de la máxima trascendencia. Pero si, además,
tenemos en cuenta que esta primera decisión de la legislatura puede anticipar y
dar forma a la mayoría parlamentaria que deberá —o no— producir la investidura
de un Presidente del Gobierno, evitar la repetición electoral y dar estabilidad
a la gobernabilidad del país —idealmente— durante los próximos cuatro años,
entonces, el calibre político de lo que se va a votar en el hemiciclo el día 17
de agosto adquiere una dimensión que haríamos muy mal en infravalorar.
Por ello, la
pregunta es obligada. ¿Debe Meritxell Batet —que ha ostentado este cargo
durante la XIV Legislatura que llega a su fin— repetir como Presidenta del
Congreso?
Para poder
articular una respuesta racional a esta pregunta, primero hay que desmontar un
concepto tan habitual como erróneo respecto de la Presidencia. Escucharás decir
muchas veces que la persona que preside el Congreso de los Diputados es una
especie de institución apartidista y neutral, carente de orientación ideológica
y que no puede intervenir políticamente de ningún modo. Sin embargo, esto no
deja de ser un postureo de palacio de muy poca altura intelectual si uno se
fija en el método de elección de dicha autoridad. Para nombrar a la Presidencia
del Congreso no es necesario recabar una mayoría cualificada de 2/3 o de 3/5
que requiera de consensos amplios a izquierda y derecha. Ni siquiera hace falta
una mayoría absoluta de la cámara (176 escaños). Basta con que la persona
llamada a desempeñar esa función sea la más votada en una segunda votación. Es
decir, la Presidencia se elige por mayoría simple o, en otras palabras, por la
mitad (175) o menos de los votos. Meritxell Batet, por ejemplo, fue elegida
Presidenta del Congreso el día 3 de diciembre de 2019 con apenas 166 apoyos
(los de PSOE, Unidas Podemos, Más País, PNV, Partido Regionalista de Cantabria
y Coalición Canaria-Nueva Canarias). Es evidente, en estas circunstancias, que
un cargo elegido por menos de la mitad del Parlamento y por una mayoría muy
concreta está recibiendo un mandato político que debería orientar su desempeño.
Si quieres, por reductio ad absurdum, es completamente evidente que, si
Meritxell Batet se hubiera postulado para la Presidencia con la intención
explícita de tomar decisiones que favorecieran a VOX, los partidos que la
hicieron Presidenta jamás la habrían votado y nunca habría sido elegida. Los
reyes magos son los padres y el supuesto carácter neutro de la Presidencia del
Congreso es uno de los muchos cuentos para niños que nos ha dejado "la
cultura de la Transición". La persona que preside las sesiones de la sede
de la soberanía popular se sienta en ese sillón porque ha recibido un mandato
político muy concreto de los diputados y diputadas que la han votado. ¿O
alguien se atreve a afirmar que da lo mismo tener una Presidenta del PSC que
una de VOX? Es obvio que Meritxell Batet fue elegida en 2019 con un mandato
político progresista y una de las claves para contestar a la pregunta de si
debe ser reelegida presidenta el 17 de agosto —o no— es analizar si hizo honor
a ese mandato o lo traicionó.
Para ello,
examinemos algunas de las decisiones que tomó durante estos casi cuatro años y
que son públicas y notorias.
En primer lugar,
algo que me afecta en primera persona (aunque tiene una dimensión que va mucho
más allá de mí). En la XIV Legislatura, por primera vez en España —y
posiblemente en la mayoría de países desarrollados (yo, al menos, nunca he
visto tal cosa en otro país en los medios de comunicación)—, el portavoz
parlamentario de uno de los grupos principales de la cámara tenía una
discapacidad de casi el 90% y se desplazaba en una silla de ruedas eléctrica.
Desde 2019, el propio portavoz y también las organizaciones más grandes del
sector, reclamaron al Congreso que llevase a cabo las obras pertinentes para
hacer accesible tanto el escaño como la tribuna de oradores y así enviar un
claro mensaje a la sociedad sobre el derecho a la participación política de las
personas con discapacidad en condiciones de no discriminación. Sin embargo,
Meritxell Batet renunció a tomar la correspondiente decisión política, se
escudó en la burocracia y los informes sobre el patrimonio histórico —es decir,
los derechos de una mesa de madera antes que los de una persona con
discapacidad— y dejó pasar la oportunidad más obvia que nunca ha tenido el
Congreso para actualizarse al siglo XXI en términos de inclusión.
También fue muy
sonado lo que ocurrió con el escaño del diputado canario de Unidas Podemos.
Condenado por el Tribunal Supremo por supuestamente agredir a la policía sin
que hubiese absolutamente ninguna prueba incriminatoria, víctima de uno de los
ataques de lawfare más claros de los últimos años —junto a los procedimientos
judiciales fake contra Pablo Iglesias, Victoria Rosell, Isa Serra, Juanma del
Olmo o yo mismo—, el Presidente del alto tribunal, el señor Manuel Marchena,
decidió que, además, le iba a quitar el acta de diputado aunque eso fuera
completamente ilegal. Para ello, y aunque en ningún lugar de la sentencia se
condenaba a Alberto Rodríguez a perder el acta, Marchena entabló una serie de
comunicaciones con Meritxell Batet en la que ambos evitaron prevaricar por
escrito pero en las que quedaba, sin embargo, todo muy claro. Entre los
"dígame usted exactamente lo que tengo que hacer" de la Presidenta y
los "usted ya sabe lo que tiene que hacer" de Marchena, se perpetró
uno de los ataques judiciales más brutales contra la soberanía popular desde la
recuperación de la democracia. En ese trance, Meritxell Batet, en lugar de
cumplir con la principal función que se le encomienda a una Presidenta del
Congreso —la de defender la integridad del Parlamento— decidió participar de
una de las operaciones proto-golpistas más infames de la legislatura.
Si su complicidad
para subvertir la voluntad democrática de los electores canarios tuvo muy poco
de progresista, su ejecutoria a la hora de moderar los debates en el pleno no
se le queda a la zaga. En una época en la que mucha gente se pregunta qué se
puede hacer para frenar el discurso de odio de la extrema derecha, Meritxell
Batet renunció completamente a poner límites a esa ponzoña que envenena la
sociedad, permitiendo a los diputados y diputadas de VOX verter todo tipo de
infamias desde la tribuna del Congreso —desde uno de los altavoces que otorgan,
además, una mayor legitimidad— sin llamarlos prácticamente nunca al orden y no
digamos ya sancionarlos o expulsarlos. Cada vez que hayas escuchado a un
diputado fascista insultar a los demás, negar el cambio climático, negar la
violencia machista, difundir odio contra las personas migrantes, contra las
feministas, contra las personas LGTBI, cada vez que hayas presenciado eso
durante esta legislatura, es porque Meritxell Batet no los mandó callar. Y, si
piensas que a lo mejor lo hizo para aplicar una idea magnánima y libérrima
sobre el derecho a la libertad de expresión, recuerda que reprendió duramente a
la Ministra de Igualdad Irene Montero por hablar desde su escaño de la "cultura
de la violación", un término utilizado y refrendado por la ONU. Si Ana
Rosa Quintana o Pablo Motos han blanqueado a los fascistas abriéndoles las
ventanas mediáticas, Meritxell Batet ha formado parte de la misma operación
regalándoles el uso y disfrute sin límites nada menos que de la tribuna del
Congreso.
«Si Ana Rosa
Quintana o Pablo Motos han blanqueado a los fascistas abriéndoles las ventanas
mediáticas, Meritxell Batet ha formado parte de la misma operación regalándoles
el uso y disfrute sin límites nada menos que de la tribuna del Congreso.»
Si no has seguido
de cerca los debates en el pleno, quizás piensas que estoy exagerando y es una
interpretación mía. Déjame, entonces, que te recuerde dos hechos completamente
objetivos a este respecto. En primer lugar, la negativa por parte de los 52
diputados de VOX —en completo desacato del Reglamento del Congreso— a rellenar
la declaración de intereses económicos que todos los diputados estábamos
obligados a rellenar. En segundo lugar, el saboteo —mediante altavoces ocultos
en una butaca— de un evento organizado por un grupo parlamentario (el de Unidas
Podemos), perpetrado por dos diputados de VOX. Algo que nunca antes había
ocurrido en la historia del Parlamento. ¿Sabes qué acciones tomó en clave
disciplinaria Meritxell Batet ante estos dos hechos? Has acertado:
absolutamente ninguna. Por no mencionar su negativa a retirar la acreditación
de periodista parlamentario al ultraderechista Javier Negre, que se dedicó toda
la legislatura a reventar las ruedas de prensa de después de la Junta de
Portavoces con interrupciones agresivas y con bulos y llegó a llamar "hija
de puta" a la portavoz del grupo parlamentario de Euskalerria Bildu. La
impunidad de los fascistas en esta legislatura ha sido total y la principal
responsable de no haber hecho nada para pararlos tiene nombre y apellidos.
También votaba
junto a VOX —y junto al PP— Meritxell Batet cada vez que había que decidir si
se tomaba alguna acción parlamentaria que pudiese afectar a la monarquía. En
particular, votó en contra en 15 ocasiones de abrir comisiones de investigación
para analizar —con total transparencia y en la sede de la soberanía popular—
las actividades corruptas de Juan Carlos I. Ni una, ni cinco, ni diez veces:
quince. Es verdad que, en su descargo, tenemos que reconocer que no era
solamente ella la que votaba a favor de mantener la omertà sobre el emérito y
sobre la monarquía sino que hacían lo propio todos los miembros de la Mesa del
PSOE. Al mismo tiempo, hay que desmentir que, como ella misma ha dicho
públicamente, se trate de un asunto "técnico-juridico". Es verdad que
los letrados del Congreso sistemáticamente aportaban informes —algunos de
ellos, bastante endebles— tachando de inconstitucionales todas aquellas
iniciativas, pero también es cierto que, primero, todo el mundo sabe que la
Presidenta está encima de la elaboración de los informes más importantes de los
letrados y, segundo, los informes de los letrados no son vinculantes. Como es
natural, la Mesa, con la Presidenta a la cabeza, no puede constituirse en una
suerte de Tribunal Constitucional a priori y, por lo tanto, puede tomar una
decisión política en contra de la opinión jurídica de los letrados. Pero
Meritxell Batet nunca quiso ni siquiera contemplar esa posibilidad. Es más,
cuando Unidas Podemos pidió que se retirasen de los pasillos del Congreso las
pinturas y bustos de Juan Carlos I por tratarse de un delincuente confeso
—retirada que, obviamente, habría sido perfectamente constitucional—, Meritxell
Batet reconoció que esa decisión era potestad exclusiva de la Presidenta y se
negó a hacerlo. Si los fascistas podían estar tranquilos con ella al frente del
Parlamento, los que usan la monarquía para robar también.
Podría seguir toda
la tarde completando la lista —créeme que, como portavoz, he visto muchas
cosas—, pero pienso que con esto ya debería quedar bastante claro que sería una
temeridad que el PSOE pretenda que los diputados y las diputadas de la mayoría
plurinacional vuelvan a votar a Meritxell Batet este 17 de agosto.
De hecho, y
teniendo en cuenta las evidentes dificultades que se van a encontrar para poder
armar la mayoría parlamentaria plurinacional que permita evitar la repetición
electoral y consiga reeditar el gobierno de coalición, teniendo en cuenta,
además, que incluso consiguiendo ese primer hito la estabilidad de la
legislatura no va a ser cosa fácil, después de preguntarnos si Meritxell Batet
debe repetir como Presidenta —y contestarnos que obviamente no—, tenemos la
obligación de hacernos una segunda pregunta (al menos los que queremos que la
legislatura arranque y dure más de un año): ¿Por qué la Presidencia tiene que
ser para el PSOE? ¿Por qué no aprovechar la oportunidad que ofrece la votación
del próximo 17 de agosto para empezar a consolidar la mayoría parlamentaria
plurinacional que es la única vía política posible para reeditar el gobierno y
darle estabilidad, eligiendo para la Presidencia del Congreso a una persona de
otro partido y que reúna el consenso de las diferentes fuerzas que conforman
esa mayoría? Con la endiablada aritmética parlamentaria que han arrojado las
elecciones del pasado 23 de julio, no sería ni inteligente ni responsable
negarse a valorar dicha opción.
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