MODA GALLEGA
GERARDO TECÉ
El lanzamiento de la candidatura de Yolanda Díaz como nueva cabeza de la izquierda española es el relato de una ilusión. El de una nueva etapa caracterizada por la ansiada llegada del buen tono y la sonrisa en sustitución del conflicto y las malas caras que tanto le dificultan a la izquierda la tarea de seducir al votante medio. La política es relato. Sin embargo, para que el relato funcione es recomendable que se apoye en hechos. Y Sumar está teniendo un grave problema con esto.
En los primeros
días post-Magariños, los hechos que deberían acompañar al relato caminan por un
lugar diferente. Para decepción del votante zurdo y entretenimiento, cubo de
palomitas en mano, del votante medio, el lanzamiento del proyecto de Díaz es, en
estos primeros instantes, la cruda crónica de una división en la izquierda que
trasciende los debates internos y los corrillos de periodistas. La cosa está en
la calle. Lo está porque la división es la comidilla de los grandes medios de
comunicación que, en este caso, sí sustentan su relato en hechos. Hechos
alimentados por la ausencia de Podemos del acto de Magariños y también por una
Yolanda Díaz que, en sus primeras declaraciones recién coronada, decidió
añadirle desasosiego al asunto: “Sumar sin Podemos no sería un fracaso”. Las
matemáticas, apolíticas y transversales como ellas solas, desmienten
tajantemente la sorprendente subtrama del relato planteado por Díaz: si Podemos
y Sumar caminan separados, la izquierda no tendrá ninguna opción de Gobierno. Que
eso sea un fracaso o no, depende de gustos.
Que relato y hechos
coincidan es especialmente recomendable cuando los proyectos políticos
arrancan. Siempre habrá espacio más adelante para las incoherencias,
estrechamente ligadas a la política, pero, en estos primeros días, toca
responder algunas preguntas que, por tempranas, resultan inquietantes.
Preguntas que no aparecen en las narraciones y debates de los principales
medios de comunicación, centrados en su tarea de señalar las culpas moradas. Si
uno de los objetivos fundacionales de Sumar es conseguir aglutinar a las
izquierdas, ¿por qué dejar para mañana lo que ya es más que urgente hoy?
Teniendo a la vuelta de la esquina unas elecciones autonómicas en las que están
en juego la Sanidad y la Educación, pilares de la política progresista, ¿qué
extraño fenómeno atmosférico provoca que al hablar de unidad no nos estemos
refiriendo precisamente a esas próximas y trascendentales elecciones? ¿Por qué,
despachado ya lo de Magariños, se sigue considerando una mayor afrenta a la
unidad de la izquierda que Podemos no acudiese al acto que la negativa de Más
Madrid y Compromís a ir de la mano junto al resto de fuerzas a unas
importantísimas elecciones? ¿Por qué Yolanda Díaz, que hace bien redoblando
presiones en los medios para que Podemos esté en la foto, no hace lo mismo para
que Más Madrid y Compromís den ese paso más urgente y necesario? Algo falla en
un relato que empezó a tambalearse el día que se consideró inasumible pagar un
precio tan barato como el compromiso de unas primarias abiertas.
El relato de Sumar
habla de diversidad, habla de una nueva mirada que ponga los cuidados en el
centro de la acción política. Y, de nuevo, el relato choca con ciertos hechos
ocurridos en estos primeros pasos. Cuidar es entender que, en una suma, por
definición, debe haber distintos elementos. Cada uno con sus peculiaridades.
Cada uno con sus pasados. No entender de dónde viene Podemos y cuáles son las
necesidades afectivas de los militantes y votantes que vieron cómo su voto era
perseguido de manera ilegal, no es sumar. Diga lo que diga el relato. Obviar,
en nombre del tono agradable, aquella persecución empresarial, policial,
judicial y mediática que provoca esas caras alejadas de la sonrisa, nada tiene
que ver con los cuidados. Como tampoco tienen nada que ver con los cuidados
ciertos gestos de desprecio hacia aliados políticos como ERC por parte de
quienes parece que darán el salto a la dirección del nuevo proyecto. Podemos
instaló en la izquierda española una política de código abierto en la que no
morderse la lengua y poner sobre la mesa asuntos incómodos era el pan de cada
día. Que el nuevo liderazgo cambie eso es una opción respetable. Apostar por
otra política más amable y medida es posible. Y, seguramente, hasta recomendable.
Amancio Ortega no tiene por qué ser calificado como el explotador de niños
asiáticos que es. Vale con salir del paso diciendo que representa la moda
gallega. Eso sí, para que el relato de la política de afectos se sostenga,
primero toca coser bien los afectos cercanos. La sonrisa debe ser una apuesta
política real, no una cuestión de modas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario