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viernes, 7 de abril de 2023

MODA GALLEGA

 

MODA GALLEGA

GERARDO TECÉ

 

El lanzamiento de la candidatura de Yolanda Díaz como nueva cabeza de la izquierda española es el relato de una ilusión. El de una nueva etapa caracterizada por la ansiada llegada del buen tono y la sonrisa en sustitución del conflicto y las malas caras que tanto le dificultan a la izquierda la tarea de seducir al votante medio. La política es relato. Sin embargo, para que el relato funcione es recomendable que se apoye en hechos. Y Sumar está teniendo un grave problema con esto.

 

En los primeros días post-Magariños, los hechos que deberían acompañar al relato caminan por un lugar diferente. Para decepción del votante zurdo y entretenimiento, cubo de palomitas en mano, del votante medio, el lanzamiento del proyecto de Díaz es, en estos primeros instantes, la cruda crónica de una división en la izquierda que trasciende los debates internos y los corrillos de periodistas. La cosa está en la calle. Lo está porque la división es la comidilla de los grandes medios de comunicación que, en este caso, sí sustentan su relato en hechos. Hechos alimentados por la ausencia de Podemos del acto de Magariños y también por una Yolanda Díaz que, en sus primeras declaraciones recién coronada, decidió añadirle desasosiego al asunto: “Sumar sin Podemos no sería un fracaso”. Las matemáticas, apolíticas y transversales como ellas solas, desmienten tajantemente la sorprendente subtrama del relato planteado por Díaz: si Podemos y Sumar caminan separados, la izquierda no tendrá ninguna opción de Gobierno. Que eso sea un fracaso o no, depende de gustos.

 

Que relato y hechos coincidan es especialmente recomendable cuando los proyectos políticos arrancan. Siempre habrá espacio más adelante para las incoherencias, estrechamente ligadas a la política, pero, en estos primeros días, toca responder algunas preguntas que, por tempranas, resultan inquietantes. Preguntas que no aparecen en las narraciones y debates de los principales medios de comunicación, centrados en su tarea de señalar las culpas moradas. Si uno de los objetivos fundacionales de Sumar es conseguir aglutinar a las izquierdas, ¿por qué dejar para mañana lo que ya es más que urgente hoy? Teniendo a la vuelta de la esquina unas elecciones autonómicas en las que están en juego la Sanidad y la Educación, pilares de la política progresista, ¿qué extraño fenómeno atmosférico provoca que al hablar de unidad no nos estemos refiriendo precisamente a esas próximas y trascendentales elecciones? ¿Por qué, despachado ya lo de Magariños, se sigue considerando una mayor afrenta a la unidad de la izquierda que Podemos no acudiese al acto que la negativa de Más Madrid y Compromís a ir de la mano junto al resto de fuerzas a unas importantísimas elecciones? ¿Por qué Yolanda Díaz, que hace bien redoblando presiones en los medios para que Podemos esté en la foto, no hace lo mismo para que Más Madrid y Compromís den ese paso más urgente y necesario? Algo falla en un relato que empezó a tambalearse el día que se consideró inasumible pagar un precio tan barato como el compromiso de unas primarias abiertas.

 

El relato de Sumar habla de diversidad, habla de una nueva mirada que ponga los cuidados en el centro de la acción política. Y, de nuevo, el relato choca con ciertos hechos ocurridos en estos primeros pasos. Cuidar es entender que, en una suma, por definición, debe haber distintos elementos. Cada uno con sus peculiaridades. Cada uno con sus pasados. No entender de dónde viene Podemos y cuáles son las necesidades afectivas de los militantes y votantes que vieron cómo su voto era perseguido de manera ilegal, no es sumar. Diga lo que diga el relato. Obviar, en nombre del tono agradable, aquella persecución empresarial, policial, judicial y mediática que provoca esas caras alejadas de la sonrisa, nada tiene que ver con los cuidados. Como tampoco tienen nada que ver con los cuidados ciertos gestos de desprecio hacia aliados políticos como ERC por parte de quienes parece que darán el salto a la dirección del nuevo proyecto. Podemos instaló en la izquierda española una política de código abierto en la que no morderse la lengua y poner sobre la mesa asuntos incómodos era el pan de cada día. Que el nuevo liderazgo cambie eso es una opción respetable. Apostar por otra política más amable y medida es posible. Y, seguramente, hasta recomendable. Amancio Ortega no tiene por qué ser calificado como el explotador de niños asiáticos que es. Vale con salir del paso diciendo que representa la moda gallega. Eso sí, para que el relato de la política de afectos se sostenga, primero toca coser bien los afectos cercanos. La sonrisa debe ser una apuesta política real, no una cuestión de modas.

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