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jueves, 13 de abril de 2023

EL GATO DE DRAGÓ

 

EL GATO DE DRAGÓ

GERARDO TECÉ

La vajilla en la mudanza y el muerto en la prensa son material de difícil gestión. Si uno tira de excesiva prudencia y respeto hacia el fallecido ilustre, acabará ahogado en un mar de tópicos vacíos sin haber dicho nada. Si, por el contrario, se arriesga a meterse en faena, las sombras del muerto acabarán apareciendo, dejando al vivo que escribe el obituario como un cabrón irrespetuoso con quien ya no puede defenderse. Un callejón sin salida que debería llevar a plantear la erradicación inmediata de las necrológicas en los medios de comunicación. Más allá de la esquela, sólo en aquellos casos en los que el muerto nos done la posibilidad de hablar de cosas más interesantes que su propia vida y obra, el asunto merecerá la pena. Es el caso de Fernando Sánchez Dragó.

 

Como no hay mejor homenaje que hacer lo que al protagonista más le hubiera gustado, hablaré de mí mismo. Dragó fue la primera persona a la que entrevisté. Allá por 2004, Dragó había alcanzado gran presencia pública tras años presentando en televisión Negro sobre Blanco, un programa de literatura de La2 que fue, probablemente, el mayor y único acierto de la era Aznar. Un enriquecedor espacio en el que Sánchez Dragó aprovechaba la presencia del invitado de la semana para, a cambio de dejarle hablar un rato, ir colando sus historias de innumerables viajes exóticos y experiencias vitales. Quizá las infinitas ganas de hablar le llevaron a decir que sí a la propuesta de ser entrevistado por unos chavales que habían montado una revista digital desconocida y de andar por casa que era en realidad una tapadera para acceder a personajes interesantes. Libros, viajes, peligro. Fue su respuesta a una de esas ñoñas y absurdas preguntas adolescentes del tipo defínase usted con tres palabras. Una hora después de haber acabado la entrevista, se ve que se quedó dándole vueltas al asunto –dándose vueltas a sí mismo–, llamó por teléfono para pedir que cambiásemos peligro por riesgo. Es que no es lo mismo, me explicó los matices con una larga disertación a la que ya no pude atender demasiado, mitad porque una hora de Dragó había sido excesivo para un adolescente, mitad porque, mientras me hablaba, mis compañeros me hacían gestos preguntando qué coño pasaba.

 

Libertad, según él, era experimentar con la pederastia

 

Aquel Dragó se acababa de enfrentar a la Iglesia. Tras la publicación de su Carta de Jesús al Papa –libro en el que uno sospechaba que el personaje de Jesús, en realidad, era el propio Dragó– fue vetado por la COPE, radio en la que, hasta la publicación del libro, era colaborador habitual. A los curas no les gustó porque no les gusta la libertad de expresión, decía mientras reivindicaba su propia figura como la de un idealista, un amante de la vida, un exluchador antifranquista adicto a la libertad… Y de libertad es de lo que un obituario sobre la muerte de Dragó debería hablar.

 

Dragó fue capaz de definir muchas cosas, pero nunca supo definir la libertad. Seguramente porque, como a muchos hombres blancos occidentales de vidas acomodadas les pasa –en eso fue uno más por muchas piruetas que hiciese intentando mostrarse único y diferente–, confundió libertad con su libertad. Hasta tal punto que iba presumiendo por ahí de haber mantenido relaciones sexuales con niñas menores de edad. Si los años desinhiben, imaginen a quien viene desinhibido de fábrica. Libertad, según él, era experimentar con la pederastia. Pensamiento no domesticado para una ultraderecha acostumbrada a recoger como referentes intelectuales los descartes que el pensamiento progresista abandona por faltos de moral. Que el Dragó que décadas atrás se enfrentaba a los convencionalismos de la mentalidad religiosa pasase sus últimos días militando con quienes añoran el viejo mundo es una gran noticia que nos habla de libertades conquistadas. Si Dragó, que siempre fue coherente en su intento de mostrarse diferente a la sociedad, pasó sus últimos tiempos señalando al pensamiento progresista como enemigo de la libertad, quiere decir que el respeto a las libertades de los colectivos vulnerables es hoy hegemónico en la sociedad. Que la cultura de la cancelación no es más que el reproche social contra quienes no aceptan que los nuevos valores vigentes consisten en la defensa y respeto hacia quienes nunca fueron defendidos ni respetados. Cosa que se parece más a la libertad que señores mayores quejándose de que el mundo ha cambiado.

 

Hoy sabemos que Dragó nunca supo definir lo que era la libertad porque, aunque alimentó mucho el músculo, abandonó el hemisferio cerebral de la empatía a su suerte. Una suerte que acabó en encefalograma plano recogido por el pensamiento retrógrado con entusiasmo para ponerle colofón a un obituario que quizá hubiera merecido un final más amable que el de un intelectual sin escrúpulos abrazado a los enemigos de la libertad de los demás. Como Dragó hubiera insistido en hacer en vida, volveré a hablar de mí mismo. Mi segunda entrevista, para la misma revista amateur y casera, fue a Julio Anguita. Un tipo que sí usó el cerebro para abstraerse de sí mismo. Alguien que sí supo definir en vida lo que era la libertad. Libertad, decía, es eso a lo que puede empezar a aspirar quien ya tiene asegurado un techo y comida que llevarse a la boca. Sin eso, la libertad no es posible. Incluso el gato de Dragó, hasta las cejas de Friskies y LSD, estaría de acuerdo.

 

La vajilla en la mudanza y el muerto en la prensa son material de difícil gestión. Si uno tira de excesiva prudencia y respeto hacia el fallecido ilustre, acabará ahogado en un mar de tópicos vacíos sin haber dicho nada. Si, por el contrario, se arriesga a meterse en faena, las sombras del muerto...

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