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miércoles, 21 de septiembre de 2022

JUAN CARLOS EN HOGWARTS

 

JUAN CARLOS EN HOGWARTS

El emérito ha conseguido su particular objetivo propagandístico: dejar claro que, hasta que asistamos a su funeral, seguirá reivindicando su derecho a seguir yéndose de regatas, toros, verbenas, bodas y funerales cuando y como quiera

GERARDO TECÉ

Los reyes Felipe VI y Letizia, Juan Carlos y Sofía se sientan

juntos en el funeral de Isabel II.

Si el joven Harry Potter acudió a Hogwarts a poner a prueba sus poderes mágicos, el viejo Juan Carlos hizo lo propio plantándose en Westminster. En vez de acceder al evento por un andén secreto escondido en el metro de Londres –los Borbones no han sido tradicionalmente amigos de esta forma de transporte–, el rey llegó al gran acontecimiento planetario en un lujoso avión privado desde el lejano Oriente. Como en el caso del Harry mago, el viaje del Juan Carlos monarca a Londres tampoco era visto con buenos ojos por una familia con la que la relación es nula. No he matado a nadie –ejem– argumentaba el emérito en sus círculos cercanos una vez conocidas las reticencias de Felipe VI ante una posible foto con su padre en el funeral de Isabel II. Pero no hay reticencias suficientes para un hombre que está dispuesto a responderse a sí mismo la pregunta que le lleva corroyendo desde que se mudó a Abu Dhabi: a pesar de abdicaciones, corrupciones, huidas al extranjero y rupturas familiares que dejarían al annus horribilis de la Royal Family en año simplemente regulero, ¿sigo siendo parte de ese mundo elitista que es mi mundo?

 

La respuesta rápida es que sí, ya que, en contra de la voluntad de Felipe VI, allí estaba. Se le notaba el triunfo en el semblante. A pesar de todos los pesares, Juan Carlos había logrado uno de los cotizados asientos en el funeral de la reina Isabel de Inglaterra. Si hubiera hecho falta, se lo hubiera comprado en reventa a cualquier sultán de la zona. Lo que fuese necesario. Incluso viajar al único país en el que mantiene una causa penal abierta –a la espera de que alguien en la Fiscalía se saque el B1 de inglés– por acoso a su ex, Corinna Larsen. Hablando de ex, el protocolo británico, tan rígido que los líderes mundiales allí congregados debían preguntarle al ujier si podían levantarse para ir a mear, decidió situar a su esposa Sofía como su acompañante. Hasta los Papas de Roma dimiten de ser representantes de dios en la tierra, así que es admirable lo de esta señora, dicen los monárquicos. O incomprensible, quienes sabemos que no existe la sangre azul y que sobran las humillaciones derivadas. Juntos los vimos llegar a la previa el día anterior en Buckingham Palace y juntos los hemos visto entrar al funeral en Westminster. Juan Carlos, indisimuladamente satisfecho por estar allí, caminaba ayudado por un bastón y por la que, tal vez, sea la única persona que a día de hoy no le reproche sus homicidios de juventud, infidelidades, corrupciones, sobornos y destrozos: un asistente personal pagado por el Estado.

 

A pesar de los esfuerzos del actual rey de España Felipe VI por evitar en los días previos la fotografía en Londres junto a su padre, uno de los planos televisivos de la retransmisión del faraónico bolo de despedida a Isabel II desveló que el protocolo británico había decidido sentar junta a toda la familia real española en lo que supone el mayor ataque del Reino Unido contra nuestro país desde lo de Gibraltar y la primera imagen de Felipe VI y el emérito juntos desde su marcha a Abu Dhabi. El protocolo inglés, que aprieta, pero no ahoga, nos evitó durante la retransmisión el mal –o buen– rato de verlos interactuar con más detalle, si es que lo hicieron. No sabemos si se saludaron con más o menos afecto, si hablaron, si se miraron, pero ¿qué importa? Para Juan Carlos, que supo levantarse durante la ceremonia cuando había que hacerlo, persignarse cristianamente si era pertinente y cuando tocaba guardar silencio –ni una sola vez gritó por qué no te callas durante la larguísima ceremonia–, haber salido del destierro oriental para codearse con la élite de las fantasías monárquicas y los cuentos medievales era más que suficiente para volver satisfecho y vencedor a su retiro lejano.

 

El entierro estuvo bien, muy bonito. Es lo que se dice, en Westminster y en cualquier pueblo de Andalucía cuando la difunta tenía ya tanta edad de merecer que sobran los dramas y los quién se lo podía imaginar. Este, tal vez, un poco más costeao de lo normal. Si el Reino Unido ha convertido el funeral de Isabel II en una lección magistral de propaganda nacional en plena crisis post brexit, Juan Carlos ha conseguido su particular objetivo propagandístico: dejar claro que, hasta que asistamos a su funeral –menuda incomodidad–, él seguirá reivindicando su derecho a seguir yéndose de regatas, toros, verbenas, bodas, bautizos, comuniones y funerales cuando y como quiera. Recordándonos lo que es ser rey, un ser tocado por la varita del privilegio, impune a todos sus actos y que no hay Voldemort que pueda evitarlo.

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