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domingo, 4 de septiembre de 2022

ESPAÑA 78: DEL LUTE AL COLETAS

 

ESPAÑA 78: DEL LUTE AL COLETAS

Prefacio del director de CTXT al libro ‘Medios y cloacas’, de Pablo Iglesias

MIGUEL MORA

Eleuterio Sánchez, El Lute, detenido en 1973 en Sevilla tras su fuga del penal del Puerto de Santa María

Si es usted una persona afortunada y todavía no ha cumplido cuarenta años, probablemente se estará preguntando quién demonios es El Lute. Por si acaso, pasen los viejunos al siguiente párrafo y hagamos un poco de memoria: Eleuterio Sánchez fue un delincuente mítico que copó titulares, portadas y programas de radio en los años sesenta y setenta. Nacido en 1942 en una chabola de Salamanca, hijo de una mujer sorda, El Lute fue un paupérrimo robagallinas de la etnia de los mercheros que se hizo célebre no tanto por sus robos o asesinatos (mató al vigilante de seguridad durante un atraco a una joyería en Madrid) como por su amor a la libertad. Condenado a muerte por el franquismo, mostró una insólita capacidad para escapar de calabozos y cárceles y para escabullirse de la Guardia Civil y de la Policía, y eso le convirtió en el enemigo público número uno, hasta el punto de que complementó o sustituyó al Coco y al Hombre del Saco en el imaginario de los niños que no querían dormirse. Algunos padres y madres de esa época amenazaban a sus hijos diciéndoles que si no se iban a la piltra llegaría El Lute y se los llevaría.

Finalmente, Eleuterio Sánchez fue detenido en 1973, y padres y niños volvieron a roncar tranquilos al verlo reaparecer en los periódicos, rodeado de policías sonrientes. El régimen conmutó su pena de muerte por treinta años de prisión, y El Lute acabó haciéndose escritor y abogado, ganó un disco de oro por la canción que le dedicó el grupo alemán de música disco Boney M., y fue indultado y rehabilitado en 1981 por el gobierno de Calvo-Sotelo.

 

Paradigma del perseguido, acosado, apestado, capaz de encarnar los miedos y los odios (y también la envidia) de una sociedad entera durante años, una figura como la de El Lute no se ha repetido a menudo en la historia de España, aunque el pueblo gitano lleva quinientos años siendo objeto de esa manía persecutoria. Pero es probable que, en los últimos sesenta o setenta años, la única persona que haya vivido una persecución tan feroz y continuada como la que sufrió El Lute sea el autor de este libro.

 

Sin haber robado ni asesinado a nadie, Pablo Iglesias ha conseguido superar a su admirado Eleuterio al menos en la cantidad de recursos públicos y privados empleados en su contra. En la jauría humana que ha tratado de convertirlo en el enemigo del pueblo durante los últimos seis o siete años, han participado periodistas, jueces y fiscales, ministros del Interior, policías, guardias civiles y jefes de seguridad privada, locutores de la mañana y de la tarde, asociaciones de la prensa y de víctimas del terrorismo, presidentes y expresidentes del Gobierno con y sin las manos manchadas de cal, altos y medianos directivos del IBEX, hordas de fachas exaltados en actitud de acoso permanente, comisarios retirados y en activo, directores y columnistas de medios de comunicación serios y de baratillo, telediarios públicos y concertados, alcaldesas aficionadas a las magdalenas, corruptas presidentas de la Comunidad de Madrid, la DEA, la UDEF, la CEOE, Marcos de Quinto, Mario Vargas Llosa…

 

El Régimen del 78 desplegó durante años todos los recursos a su alcance para conseguir que odiáramos al Coletas

 

Para qué seguir. Digamos, por abreviar, que el Régimen del 78 desplegó durante años todos los recursos a su alcance para conseguir su objetivo: que odiáramos al Coletas. El paroxismo de esta técnica de inyección de odio colectivo se alcanzó probablemente con aquella frase de Pedro Sánchez, quien, en una entrevista de campaña electoral a Antonio García Ferreras, afirmó, el 20 de septiembre de 2019, que “no podría dormir por las noches, como el 95% de los españoles”, si Podemos llegara al Gobierno. Del Lute al Coletas.

 

Lejos de presentarse él mismo como víctima, Iglesias ha soportado ese destino de apestado/privilegiado con una sonrisa irónica y unos modales exquisitos. Es verdad que, a diferencia de El Lute, no ha estado solo en el camino, pues ha tenido el apoyo de miles de militantes y de millones de votantes que no se dejaban llevar por el pánico de las élites a Podemos y que lo apoyaban –cada vez en menor número– en cada elección a la que se presentaba. Así, entre pactos, navajazos, escisiones, bulos, acosos y plebiscitos, Iglesias se convirtió primero en la cara más popular de la “nueva política” surgida de las plazas del 15M, luego en el primer líder de izquierdas que amenazaba seriamente la hegemonía del Partido Socialista, y finalmente en el vicepresidente del primer gobierno socialcomunista que ha habido en España desde 1936.

 

No parece mal balance para un profesor sin plaza de Ciencias Políticas, criado entre Soria y el Puente de Vallecas, hijo de una familia activista, hermano de las juventudes del PC, sobrino de las becas Erasmus y de los centros sociales de Bolonia. Seguramente la mejor prueba de que su paso por la política ha sido más importante de lo que se dice es que, el día que Iglesias se retiró al perder las elecciones a la Comunidad de Madrid, sus enemigos sonrieron con una cara de satisfacción que recordaba mucho a la que pusieron los policías que detuvieron a El Lute aquella noche de 1973 en Sevilla. La pieza mayor había caído. La cacería había terminado. Ganan, otra vez, los buenos.

 

Pues resulta que no. O no del todo. Este libro, que reúne sus textos sobre medios de comunicación y política escritos durante los últimos quince meses, demuestra que Iglesias resiste en su batalla contra los buenos. Desde que dejó la política activa, con la libertad de no deberse al Gobierno, PIT ha pasado a ser un analista y comunicador pedagógico, macarra a ratos y casi hiperactivo, y ha tratado de influir en tres grandes asuntos: explicar las razones por las que la democracia española está lejos de ser una democracia plena; contarle a la gente que las élites están en guerra contra los trabajadores y por qué van ganando esa guerra, y mostrar que los medios de comunicación (varios de ellos apoyados/utilizados por las cloacas policiales y judiciales) son las herramientas no electas que usan las derechas y el poder económico para marcar la agenda, vencer la batalla cultural, anular toda disidencia real y, si llega el caso, decidir, usando los bulos y otras formas de guerra sucia, quiénes pueden y deben gobernar los países.

 

Si hay un antes y después de la entrada de Iglesias en la política, también habrá, probablemente, un antes y un después de su regreso al mundo de la comunicación. Sus intervenciones en Ara, Gara, Rac 1, CTXT, la Cadena SER y La Base, el pódcast que dirige en Público, son seguramente las más vistas, leídas y comentadas de cuantas emiten –emitimos– los medios y comentaristas de izquierdas. Sin necesidad de acudir a las televisiones, donde me temo que está ya vetado para los restos –bienvenido al club–, Iglesias ha creado/ amplificado un espacio alternativo de debate, análisis y, sí, periodismo, donde se exponen sin tapujos las miserias que silencian cuanto pueden muchos medios “progresistas” que se autoproclaman guerrilleros del “periodismo a pesar de todo”, mientras ingresan cada año millones de euros en publicidad del IBEX y de los organismos públicos estatales, autonómicos y locales, sin importarles el color de quienes los regentan ni lo corruptos que sean.

 

Esa tarea de galvanización y estímulo de un público harto de que el periodismo sea una estafa, lo contrario de lo que debe, predica y promete ser (un servicio público); esa forma de llegar con la palabra y el sustento de los hechos a tanta gente que se siente timada por los medios tradicionales, por las televisiones y las radios mainstream, es fundamental para tratar de sanear y equilibrar un espacio mediático dominado por bancos, fondos buitre, eléctricas, la Conferencia Episcopal y otras grandes transnacionales que imponen, como una gota malaya y en todos los horarios y formatos, su agenda reaccionaria, ultraliberal y, si hace falta, también trumpista.

 

La concentración de la propiedad de los medios en unas pocas manos (Grupo Planeta, Mediaset, PRISA, Vocento, Prensa Ibérica…) es una de las marcas indelebles del artefacto mediático y político nacido en 1978. Durante décadas, ese sistema-país, que en CTXT hemos llamado la Restauración Corrupta, ha vivido próspero y feliz, sabiéndose o creyéndose tan impune como el gran jefe Juan Carlos I de Borbón y tan intocable como el jefe en la sombra de todos los gobiernos españoles del siglo XXI: Florentino Pérez. Hoy sabemos que aquella ilusión de la Transición modélica se sostuvo en buena parte gracias a la omertà de unos medios cómplices del poder corrupto. Cuando las cosas se pusieron realmente mal con los desmanes financieros del jefe del Estado, el 15M y el surgimiento de Podemos y el procesismo en Catalunya, las cloacas periodísticas, policiales y judiciales acudieron raudas al rescate del primero de los dos pilares que sostienen la armazón entera: el bipartidismo turnista y giratorio PP-PSOE al servicio del IBEX. La otra pata es el duopolio, no menos turnista, erigido sobre la falsaria rivalidad y el pingüe negocio que generan los dos equipos-Estado, Real Madrid y Barcelona (Trampas F.C. vs. Trampes F.C.). Los dos ejes troncales, política y fútbol, han vivido décadas de éxitos y corrupción rampante, dada la inexistencia de reguladores y árbitros dignos de ese nombre, amparados por el 99% de los medios públicos y concertados, y con la colaboración estelar del dúo de televisiones privadas propiedad de dos notorios demócratas: el señor Berlusconi (dos canales) y el señor Lara (otros dos).

 

Irónicamente, la salida de Iglesias de la política partidista y su entrada, o regreso, al mundo de la información, lejos de calmar a sus enemigos de la derecha y a los medios que se alinean con el PP y el PSOE y presumen de progresistas, ha servido para ponerlos en nuevos, inesperados aprietos. El adjunto a la dirección de Atresmedia, Mauricio Casals –a quien Pedro J. Ramírez apodó El Príncipe de las Tinieblas–, y su mano derecha, Antonio García Ferreras –al que Florentino Pérez llama simplemente “mi hombre”–, piezas clave de la famiglia mediática del Grupo Planeta-Atresmedia, han protagonizado un escándalo cuyos ecos se han podido oír dentro y fuera de España.

 

La revelación de un viejo audio de Ferreras comiendo con el excomisario Villarejo y otros delincuentes patrióticos, en el que el primero confiesa al segundo que difundió en La Sexta –a un mes de las elecciones de 2016– una información falsa sobre una supuesta cuenta de Pablo Iglesias publicada por el tabloide dirigido por Eduardo Inda –exdirector de Marca al que Ferreras, ex jefe de comunicación de Florentino Pérez, considera su “hermano”–, ha dejado en mal lugar al director de tu televisión de izquierdas y creador del mantra “Más periodismo”, y ha puesto en el disparadero ético a cuantos se han sentado estos últimos diez años junto al manipulador más “habilidoso” (el adjetivo es de Villarejo) del reino. Varios presidentes latinoamericanos y el líder de la oposición de Francia denunciaron el hecho como un gravísimo ataque a la democracia, y el sindicato de Estados Unidos National Writers Union emitió un demoledor comunicado acusando a Ferreras de “corrupción periodística”.

 

Los reiterados ataques a Iglesias y otros dirigentes de Podemos contienen los elementos básicos que definen la estrategia intoxicadora y paragolpista de las élites mediáticas y el Estado profundo. Las cloacas policiales fabrican un informe falso que acusa a Iglesias de haber cobrado dinero de Venezuela en un insensato paraíso fiscal. Una terminal de las cloacas mediáticas lo publica sin contrastar ni investigar. Al Rojo Vivo difunde el bulo a sabiendas de que es “muy burdo” (es decir, falso) pero llama a Iglesias para que dé su opinión en directo. Los politólogos de extremo-centro que pueblan la mesa de Ferreras lo analizan fríamente, alertan de su gravedad si la cosa se demuestra cierta, pero no se mojan demasiado. Los periodistas de medios “progresistas” habituales de las tertulias del “Padre Antonio” –como es conocido Ferreras entre algunos– comentan que les suena muy raro y quedan como unos campeones del periodismo decente. Los jueces de la cloaca lo miran con lupa y filtran a sus fuentes cloaqueras que van a investigarlo.

 

El mecanismo del bulo demasiado burdo es imbatible, un win-win para todos menos para la víctima, que, haga lo que haga, queda sin escapatoria. Iglesias se querella contra Inda. Titular. Sube la audiencia de OkDiario. Y la de Al Rojo Vivo. Los medios progres digitales del muy plural entorno Ferreras también se hacen eco: miles, millones de pinchazos para todos. Iglesias pierde el juicio porque la información era “veraz” (dado que se basaba en un informe policial, por mucho que se viera de lejos que era falso) y es condenado a pagar 30.000 euros de costas. Otro titular. Otro triunfo para Inda, Ferreras y los demás. Más audiencia, más publicidad. Y más prestigio, también. OkDiario se da a conocer como un medio que gana querellas y publica información “veraz”. Los programas de La Sexta disparan su rating y la cadena atenúa las críticas del IBEX, que lo acusa de haber promovido a Podemos incluso antes de que existiera Podemos. El Plural, Infolibre y eldiario.es acrecientan su impronta de medios razonables por replicar en prime time a mitómanos como Inda y Marhuenda, mientras sus directores cultivan su marca personal, cobran un salario extra que nunca viene mal y consiguen visibilidad y suscriptores para sus medios. Los politólogos siguen trincando también, pero sin mojarse.

 

El mecanismo del bulo demasiado burdo es imbatible, un win-win para todos menos para la víctima

 

El poder de los Ferreras’s Boys no ha hecho más que consolidarse y crecer con los años. Desde que es presidente del Gobierno, Pedro Sánchez ha dado una entrevista tras otra a Ferreras en La Moncloa. El 29 de enero de 2021, la fiscal general del Estado, Dolores Delgado, se reunió a almorzar con Ferreras, Baltasar Garzón y Florentino Pérez, que al parecer andaba inquieto por la ofensiva judicial de los familiares de los miles de ancianos muertos por covid en las residencias madrileñas. Poco después, Delgado fue detectada saliendo de comer en secreto con Inda en un apartamento de Baltasar Garzón, el mismo día que Villarejo salía de la cárcel. Algunos asalariados de la izquierda ferrerista afirmaron que la exclusiva de Willy Veleta acerca de este encuentro, publicada por CTXT, no era siquiera una noticia. OkDiario sostuvo que Podemos espiaba a Delgado. Y Ferreras y sus medios progres miraron hacia otro lado, comprando que Delgado e Inda, que iban acompañados por sus respectivas manos derechas –la de Delgado era Álvaro García, su sucesor al frente de la fiscalía–, se habían citado en el pisito del exjuez Garzón para una entrevista periodística.

 

Este resumen, quizá demasiado burdo, es trágicamente insuficiente. Pero cierto. O “veraz”, como diría la jueza que absolvió a Inda. El problema es que es complicado saber dónde estamos realmente. ¿Hablamos de las Cloacas del Estado, una mafia autónoma de amigotes malhablados que graban, chantajean, intoxican y se enriquecen por su cuenta y riesgo para que los de arriba les teman, les paguen y les deban favores? ¿O vivimos en el Estado de las Cloacas, y esa mafia multitarea es en realidad un organismo semioficial, una novedosa forma de colaboración público-privada, comandada desde las más altas instancias del Estado por el poder económico y el bipartidismo para que todo el mundo tenga miedo a Villarejo y así todo siga atado y bien atado?

 

La impunidad con la que hablan, conspiran y se mueven estos personajes de serie B hace pensar más bien en la segunda opción. Y lo más probable es que ninguno de los autores y cómplices de estos crímenes de lesa democracia y lesa libertad de prensa paguen el menor precio por sus mentiras, faltas y delitos. Pero, si queremos ser optimistas, al menos podemos afirmar que algunas caretas están empezando a caer. Los tibios, los cínicos y los que se han aprovechado de la inmundicia para hacerse ricos y famosos están empezando a pasar aprietos en sus pedestales. La gente pide explicaciones a sus influencers favoritos por acudir a La Sexta, les exigen que tomen postura. Es un pequeño terremoto, que de momento solo agita las redes sociales. Y es, en buena medida, mérito de Pablo Iglesias, pues él es una de las poquísimas figuras relevantes del espacio público que se ha atrevido a decirles las verdades a la cara a esos supuestos periodistas de izquierda que aniquilan el prestigio de la profesión entera. Como dice el exvicepresidente en uno de los artículos reunidos en este libro, “si ha existido y existe lawfare en España no es solo contra Podemos; eso es una evidencia. Pero la guerra ilegítima contra una fuerza política que, en lugar de enfrentarse con el Estado, ha tratado de contribuir a su democratización asumiéndolo como terreno ineludible de la acción política, ha revelado mejor que nada la verdadera naturaleza de la derecha judicial, policial, política, mediática y económica española. Aquí no se puede poner como excusa del lawfare una suerte de autodefensa del Estado frente al terrorismo o la secesión de una parte del territorio. En este caso el poder ha mandado un mensaje claro: el Estado es nuestro y solo aceptaremos la democracia si no altera esa relación”.

 

Espero que este libro contribuya a que cada vez más gente se dé cuenta de que es urgente actuar para cambiar este triste estado de cosas, para exigir un espacio público más sano y transparente, menos mafioso. Las sociedades posdemocráticas necesitan más que nunca un periodismo de servicio público, sin bulos ni cloacas, honesto y ético. Es hora de dejar de creer en los padres de la patria cuando nos dicen que, si no nos dormimos pronto o votamos mal, vendrá El Lute y nos raptará. Por muy poderosos que sean quienes financian la propaganda y promueven la guerra sucia, no debemos olvidar nunca que, cuando El Lute huía por los caminos en busca de su libertad y copaba las portadas y los miedos de la época, el enemigo público número uno no era Eleuterio Sánchez, sino aquel general genocida que dormía plácidamente en El Pardo sobre los 114.000 cadáveres que todavía hoy llenan las cunetas del país.

 

Ahora, como pasó entonces, nos jugamos la democracia, la memoria y el futuro.

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