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viernes, 22 de julio de 2022

LOS VAGOS SALVAN A LOS SEÑORES DE NEGRO

 

LOS VAGOS SALVAN A LOS SEÑORES DE NEGRO

DAVID BOLLERO

El plan de ahorro de gas, decidido unilateralmente por la Comisión Europea, ha generado división en la UE. - Dado Ruvic / Reuters

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentó el pasado miércoles su plan de emergencia energética para salvar el invierno de los cortes del gas ruso. Inicialmente como recomendación pero con la advertencia encima de la mesa de que pueda convertirse en obligación, el plan Ahorra gas para salvar el invierno -que es como lo han bautizado-apuesta por una reducción del 15% del consumo durante los próximos ocho meses. Asimismo, se solicita activar un mecanismo solidario mediante el cual los países mejor preparados ayuden a los que un día se jactaron de ser el motor económico de Europa.

 

Hace unos días, el politólogo Pablo Bustinduy avanzaba en este medio lo que ha terminado estallando en Bruselas y a lo que ayer mismo se refería la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, al negar que España hubiera vivido por encima de sus posibilidades energéticas. Las reminiscencias de la crisis de 2011 en tal afirmación son más que evidentes: entonces, los países del norte de Europa, que hoy sudan frío por los cortes de gas ruso, se presentaban como esos señores formales que acudían al rescate de los borrachos, los vagos, los cerdos (acuñaron el término PIIGS, haciendo el juego de palabras en inglés para referirse a Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España).

 

Pues bien, hoy esos vagos y borrachos, los de las siestas, tendrán que salvar a unos países del norte que sí vivieron por encima de sus posibilidades energéticas, absolutamente dependientes del gas barato procedente de Rusia en el que la locomotora alemana basó su potencia. La diferencia respecto a 2011 no sólo es, como apunta Bustinduy, que el plan de ahorro nos afecta a todos los países -el austericidio sólo nos estranguló a los países del sur-; también existe una gran diferencia en cómo los del sur nos comportaremos solidariamente, mientras que en la crisis anterior aquellos países formales ejercieron las peores prácticas usureras mandando a sus particulares matones económicos en forma de señores de negro.

 

El austericidio y la docilidad de gobiernos como el de Mariano Rajoy desmantelaron buena parte de nuestro sistema de bienestar, siguiendo la estela que había iniciado la administración Zapatero que traicionó a toda la ciudadanía española, con la complicidad del PP, modificando con nocturnidad y alevosía el polémico artículo 135 que antepone el pago de la deuda a los bancos antes que la prestación de servicios públicos.

 

Sin embargo, esta solidaridad no saldrá ni gratis ni cómo ha planteado la Comisión Europea. Pedir solidaridad con un plan cerrado que podría penalizar a nuestra industria, nuestra recuperación y, con ello, menguar las posibilidades de una pobreza disparada que casi alcanza a una cuarta parte del país, y hacerlo sin ni siquiera habernos consultado previamente es intolerable. Un error tan de bulto como no haber entendido a estas alturas que la Unión Europea está en guerra con Rusia.

 

Escuchar airados a los representantes europeos hablar de "chantaje energético" por parte de Putin evidencia cuán alejados de la realidad andan algunos. ¿Y las sanciones económicas que asfixian a Rusia, qué son, estímulos? Aunque Europa no haya desplegado tropas en el frente, ha dotado de armamento y recursos a Ucrania y ha utilizado la economía como un arma de destrucción masiva en la economía rusa. Parece, pues, obvio que Putin utilice el gas como un arma más en este contexto bélico. Era tan lógico como previsible y Europa se ha dormido en los laureles.

 

La jugada de Putin es de experto ajedrecista, mirando todo el dibujo, sin centrar su foco únicamente en el invierno. Es lo mismo que sucedió con el coronavirus, que Europa nunca lo concibió como una pandemia global, no si ello implicaba sacrificar ciertos niveles de opulencia, de disfrute capitalista. Si lo hubiera hecho, se habría preocupado más por extender las campañas de vacunación a los países en vías de desarrollo y no lo hizo. Idéntica situación se ha dado con la guerra de Ucrania: detrás de todas esas banderas ucranianas repartidas por doquier o del agravio comparativo realizado con la población refugiada se esconde la línea roja del confort que se reduce a la máxima "apoyo a Ucrania sí, pero sin pasar frío". Podemos encontrar su variante ecológica con "apoyo a Ucrania y guerra al cambio climático sí, pero sin pasar frío".

 

Así, del mismo modo que se permite ahora contaminar, se declaran energías verdes al gas o la nuclear y se da rienda suelta al consumo de gas de EEUU procedente del fracking, comienza a respirarse en Europa un clima de hartazgo por la guerra, no tanto por el bienestar de Ucrania, sino por el de Europa. Esa es la jugada de Putin, que desde Moscú debe regocijarse al ver cómo la inestabilidad política comienza a instalarse en la UE. Italia, con la más que previsible nueva dimisión de su primer ministro Mario Draghi, es una prueba de ello, convenientemente aderezada por la caída del fiestero  Boris Johnson en Reino Unido, tal y como también apuntaba acertadamente Bustinduy.

 

La UE vuelve a demostrar que no está a la altura de lo que se espera de ella, que hay países de primera y de segunda, incluso, cuando hay que pedir ayuda a estos últimos. Nos queda el vano y efímero placer de disfrutar de cómo los países del norte clavan rodilla en suelo reclamando nuestra solidaridad, pero no nos emborrachemos de regocijo, que la torticera política exterior impuesta por el presidente Pedro Sánchez y el titular de Exterior, José Manuel Albares, ya nos está costando millones al haber dinamitado nuestra relación con Argelia y, con ello, pagar a precio de oro el gas estadounidense procedente del fracking. No vayamos a pasarnos de frenada en esta justicia poética y terminemos ebrios de revancha.

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