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domingo, 12 de junio de 2022

EL MUNDO YA NO FUNCIONA COMO ANTES

 

EL MUNDO YA NO FUNCIONA COMO ANTES

ALASTAIR CROOKE

"Las sanciones económicas parecen el último grito de un concepto disfuncional conocido como Occidente. La guerra de Ucrania cataliza un proceso de desglobalización masivo"

La Primera Guerra Mundial marcó el final de un orden mercantilista que había evolucionado bajo la égida de las potencias europeas. Cien años después, existía un orden económico muy diferente (cosmopolitismo neoliberal).

Considerado por sus arquitectos como universal y eterno, el sistema detuvo sus crisis durante un dilatado período del siglo XX, pero un poco más tarde comenzó a hundirse, precisamente en el momento que Occidente dando rienda suelta a su triunfalismo ante la caída del Muro de Berlín.

 

La OTAN, como sistema regulador del orden, abordó su «crisis de identidad» impulsando la expansión hacia el Este, hacia las fronteras occidentales de Rusia, sin tener en cuenta las garantías que había dado y las constantes objeciones de Moscú.

 

Esta enajenación radical de Rusia desencadenó su giro hacia China. Sin embargo, Europa y los EEUU se negaron a considerar los problemas del debido ‘equilibrio’ dentro de las estructuras globales, y simplemente pasaron por alto las realidades de un orden mundial en metamorfosis trascendental: un persistente declive de los EEUU y una falsa ‘unidad’ europea que enmascara sus propios desequilibrios inherentes. Todo esto en el contexto de una estructura económica híper-financiarizada que chupa la savia a la economía real.

 

La actual guerra en Ucrania, por lo tanto, es simplemente un complemento, el acelerador de un existente proceso de descomposición del ‘orden liberal’. No es su centro. Aunque, tiene su origen en la geoestrategia, la dinámica explosiva de la desintegración está dando paso a que los pueblos del mundo estén buscando ahora soluciones adaptadas a sus civilizaciones que claramente no son occidentales. Ucrania, por consiguiente, es un síntoma, pero no es per se, la perturbación más profunda.

 

Tom Luongo ha señalado, en relación con “los confusos y desordenados eventos de estos días”, que es increible que haya tanta gente analizando la geopolítica, los mercados y la ideología, con una complacencia pasmosa. “Hay una sorprendente cantidad de sesgo de normalidad en esta “eruditocracia”. Hay demasiadas “cabezas frías’ que se niegan a entender la realidad. “Esto ocurrirá hasta que les dan un puñetazo en la boca’”.

 

Lo que Luongo no explica del todo es la estridencia, la indignación con la que se responde a cualquier duda sobre las opiniones de esta ‘expertocracia’. Lo que hay en el fondo es un miedo sombrío que acecha en las profundidades de la psique occidental y que no se hace completamente explícito.

 

Wolfgang Münchau, ex editor del Financial Times y autor de “EuroIntelligence”, describe que el 'Zeitgeist' (espíritu de la época) ha aprisionado a Europa en una jaula de dinámicas adversas que amenazan su economía, su autonomía, su influencia global y casi todo su ser .

 

Münchau relata cómo la pandemia y Ucrania le habían enseñado que una cosa era proclamar un globalismo interconectado ‘como un cliché’, y “otra muy distinta es observar lo que realmente sucede sobre el terreno cuando esas conexiones se rompen"; “las sanciones occidentales se basaron en una premisa formalmente correcta, pero engañosa, unas premisas que yo mismo creía, al menos hasta cierto punto: que Rusia depende más de nosotros que nosotros de Rusia… Rusia, sin embargo, es un proveedor de productos primarios y secundarios, productos de los que el mundo se ha vuelto dependiente. Y lógicamente cuando el mayor exportador de estos productos básicos desaparece, el resto del mundo experimenta escasez física y los precios al alza”.

 

El ex editor del Financial Times se pregunta: “¿Pensamos esto bien? ¿Los ministerios de relaciones exteriores que concordaron las sanciones discutieron en algún momento qué haríamos si Rusia bloqueara el Mar Negro y no permitiera que el trigo ucraniano saliera de los puertos?… O, ¿pensamos cómo podemos abordar adecuadamente una crisis mundial de hambre sólo al apuntando con el dedo a Putin”?

 

“El confinamiento nos enseñó mucho sobre nuestra vulnerabilidad a las crisis de las cadenas de suministros. Hay que recordar a los europeos que sólo hay dos rutas para enviar y traer mercancías desde Asia: por un contenedor en un barco o por ferrocarril a través de Rusia. No teníamos ningún plan para enfrentar una pandemia, ahora no tenemos ningún plan para enfrentar una guerra y ningún plan para cuando ambas cosas suceden al mismo tiempo. Los contenedores están atascados en Shanghái. Los ferrocarriles no traen mercancías a causa de la guerra…

 

“No estoy seguro de que Occidente esté preparado para enfrentar las consecuencias de sus acciones, a saber: inflación persistente, producción industrial reducida, menor crecimiento y mayor desempleo. Para mí, las sanciones económicas parecen el último grito de un concepto disfuncional conocido como Occidente. La guerra de Ucrania es un catalizador de un proceso de desglobalización masivo”.

 

La respuesta de Münchau es que, a menos que lleguemos a un acuerdo con Rusia, con la eliminación de las sanciones… “hay un peligro amenazador, el mundo puede quedar dividido en dos bloques comerciales: Occidente y el resto. En este caso las cadenas de suministro se reorganizarán para permanecer dentro de su respectivo bloque. La energía, el trigo, los metales y las tierras raras de Rusia seguirán consumiéndose, pero no en Europa y EEUU. Nosotros simplemente nos quedamos con los Big Mac”.

 

Entonces, ‘uno’ busca respuestas lógicas: ¿Por qué las élites europeas son tan estridentes, tan apasionadas en su apoyo a Ucrania? ¿Por qué se arriesgan a un ataque únicamente por un odio insano hacia Rusia? Después de todo, la mayoría de los europeos y estadounidenses hasta este año no sabían casi nada sobre Ucrania.

 

Sabemos la respuesta: el temor profundo de occidente es que las «características» del orden liberal, por razones que no entienden, están a punto de desaparecer para siempre. Y que Putin lo está haciendo. ¿Cómo navegaremos por la vida, sin puntos de referencia? ¿Qué será de nosotros? Pensábamos que la forma de ser liberal era ineluctable. ¿Otro sistema de valores? ¡Imposible!

 

Por lo tanto, para los europeos, el juego en Ucrania debe finalmente reafirmar de manera crucial “nuestra” identidad europea (incluso a costa del bienestar económico de sus ciudadanos). Sin embargo, las guerras en su mayoría han terminado con un sucio arreglo diplomático. Este ‘final’ probablemente sería suficiente para que los líderes de la UE obtengan una ‘victoria’.

 

Solo la semana pasada, hubo un fuerte impulso diplomático de la UE para persuadir a Rusia para hacer un trato. Pero (parafraseando a Münchau), una cosa es proclamar la conveniencia de un alto el fuego negociado “como un cliché y otra muy distinta es observar lo que realmente sucede sobre el terreno…”

 

Las iniciativas diplomáticas occidentales se basan en la idea que Rusia necesita una «salida», más de lo que Europa la necesita. ¿Pero es eso cierto?

 

 

 

Recurriendo de nuevo a Münchau: “¿Pensamos esto bien? Los ministerios de Relaciones Exteriores que elaboraron los planes para entrenar y armar a unos batallones neonazis ucranianos en Donbass con la esperanza de debilitar a Rusia, ¿discutieron en algún momento qué efecto podría tener esta guerra y el desprecio por la opinión pública rusa?

 

¿O qué haríamos ‘nosotros’ si Rusia optara por poner los hechos sobre el terreno hasta que terminara su proyecto…? ¿O incluso que haríamos si Kiev perdiera? ¿Que haría una Europa abarrotada hasta los topes con sanciones? ¿Terminaríamos con ellas o nunca terminarían?”.

 

La esperanza de un acuerdo negociado ha dado paso a un estado de ánimo sombrío en Europa. Putin fue intransigente en las conversaciones con los líderes europeos. En París y Berlín se está dando cuenta que un acuerdo amañado no es algo que beneficie a Rusia, ni que es algo que ella pueda permitirse. El estado de ánimo del público ruso no aceptará fácilmente que la sangre de sus soldados se halla perdido en un ejercicio vano, no aceptarán una operación militar que termine en un compromiso ‘sucio’, sólo para que Occidente, en un año o dos, reavive una nueva guerra de Ucrania contra el Donbass.

 

Los líderes de la UE lo están descubriendo: pueden haber ‘perdido el tren’ por conseguir una ‘solución’ política. Pero no han ‘perdido el tren’ de la inflación, la contracción económica y la crisis social en casa. Esos trenes se dirigen en su dirección, a todo vapor. ¿Reflexionaron los ministerios de Asuntos Exteriores de la UE sobre esta eventualidad, o se dejaron llevar por la euforia y la narrativa que emanaba de Washington, del Báltico y de Polonia sobre el “Bad Man Putin’?

 

Aquí está el punto: La fijación con Ucrania es esencialmente la ceguera de unas élites que les impide ver la realidad de un orden global en plena descomposición. Esto último es la fuente de un desorden más amplio. Ucrania es solo una pequeña pieza en el tablero de ajedrez, y el resultado de la guerra no cambiará fundamentalmente esta dura ‘realidad’ para los liberales. Incluso una ‘victoria’ en Ucrania no garantiza la ‘inmortalidad’ del orden neoliberal basado en 'reglas'.

 

Los humos nocivos que emanan del sistema financiero mundial no tienen nada que ver con Ucrania, pero son mucho más significativos porque van al corazón del ‘desorden’ dentro del ‘orden liberal’ occidental. ¿Quizás es este miedo tácito primordial lo que explica la estridencia y el rencor dirigidos a los países que se desvíen del torrente sancionador?

 

Cuando Luongo aborda la extraña auto-complacencia del pensamiento anglo[norte]americano sobre su orden neoliberal, el sesgo de aparente “normalidad” nunca ha sido más tramposo.

 

El sistema anglo[norte]americano en política y economía, escribe James Fallows (ex redactor de discursos de la Casa Blanca), es como cualquier sistema, se basa en ciertos principios y creencias. “Pero en lugar de actuar como si estos fueran los mejores principios, o los que prefieren sus sociedades, los británicos y los estadounidenses a menudo actúan como si estos fueran los únicos principios posibles; y que nadie, excepto por error, podría elegir otros. La economía política se convierte en una cuestión esencialmente religiosa, similar a los estándares de cualquiera religión. En conclusión, no comprenden por qué hay personas que son ajenas a esta fe religiosa y porque actúan y piensan de otra manera”.

 

“Para hacer esto más específico: la cosmovisión anglo[norte]americana de hoy descansa sobre los hombros de tres hombres. Uno es Isaac Newton, el padre de la ciencia moderna. Otro es Jean-Jacques Rousseau, el padre de la teoría política liberal (si queremos mantenernos en el eje anglo[norte]americano, John Locke puede ocupar su lugar). Y finalmente el otro sumo sacerdote es Adam Smith, el padre de la economía del 'laissez-faire'.

 

“De estos titanes fundadores provienen los principios por los cuales se supone que funciona una sociedad avanzada… desde el punto de vista anglo[norte]americano. Y, se supone que traerá un futuro más próspero mientras funcione el libre mercado…”

 

“En el mundo no angloparlante, Adam Smith es simplemente uno de varios teóricos que tuvieron ideas importantes sobre la organización de las economías. Sin embargo, los filósofos de la Ilustración no fueron los únicos en pensar en cómo debería organizarse el mundo. Durante los siglos XVIII y XIX, los alemanes también estuvieron muy activos, para no hablar de los teóricos que trabajaban en el Japón, en la China imperial tardía, en la Rusia zarista y en otros lugares.

 

“Los alemanes merecen énfasis, más que los japoneses, los chinos y los rusos, porque muchas de sus filosofías han perdurado. Estos filósofos no echaron raíces en Inglaterra o Norteamérica, pero fueron cuidadosamente estudiados, adaptados y aplicados en partes de Europa y Asia, especialmente en Japón. En lugar de Rousseau y Locke, los alemanes prefieren a Hegel. En lugar de Adam Smith… tenían a Friedrich List”.

 

El enfoque anglo[norte]americano se basa en la hipótesis de la absoluta falta de planificación de la economía. Cmo cambian las tecnologías; los gustos cambian; las circunstancias políticas y humanas cambian. Y debido a que la vida es tan fluida, esto significa que cualquier intento de planificación central está virtualmente condenado al fracaso. La mejor manera de “planificar” es dejar que las personas manejen individualmente su dinero. Si cada individuo hace lo que es mejor para él o ella, el resultado será, por casualidad, lo mejor para la nación en su conjunto.

 

Aunque List no usó este término, la escuela alemana se mostró escéptica sobre la casualidad y estaba más preocupada por las «fallas del mercado». En muchos casos las fuerzas del mercado producen un resultado claramente indeseable. List argumentó que las sociedades no pasaban automáticamente de la agricultura, a las pequeñas artesanías y de allí a las grandes industrias, sólo porque millones de pequeños comerciantes tomaban decisiones por sí mismos. Si cada persona pusiera su dinero donde el rendimiento fuera mayor, el dinero podría no ir automáticamente a donde haría el mayor bien para la nación.

 

Para ello se requería un plan, un empujón, un ejercicio de poder central. List se basó en la historia de su época, en la que el gobierno británico alentó deliberadamente la fabricación británica y el gobierno estadounidense desalentó deliberadamente a los competidores extranjeros.

 

El enfoque anglo[norte]americano asume que la última medida de una sociedad es su nivel de consumo. A largo plazo, argumentó List, el bienestar de una sociedad y su riqueza están determinados no por lo que la sociedad pueda comprar, sino por lo que pueda producir (es decir, el valor que proviene de una economía real y autosuficiente). La escuela alemana argumentó que enfatizar el consumo eventualmente sería contraproducente. Desviaría la creación de riqueza y, en última instancia, haría imposible consumir o dar empleo.

 

La opinión de List ha sido profética. Puso en evidencia los defectos característicos del modelo anglosajón. Un tipo de defectos agravados por la subsiguiente financiarización que ha llevado a una estructura dominada por una súper-esfera, que drena a Occidente de la economía real creadora de riqueza, enviando los restos y las líneas de suministro al tercer mundo.

 

La autosuficiencia se ha erosionado y una base cada vez más reducida de creación de riqueza sustenta una proporción cada vez menor de población con un empleo remunerado adecuadamente.

 

Parte de la población está fuera del consumo y esto contribuye a la crisis. Este diagnostico es ampliamente entendido en los tramos superiores del sistema. Sin embargo, reconocerlo seria ir en contra de los últimos dos siglos de la economía liberal, que, no por casualidad, nos han sido relatados como una larga progresión hacia la racionalidad y el buen sentido anglosajones. Esta es la raíz de la reciente ‘historia’ anglosajona.

 

Sin embargo, la crisis financiera podría cambiar esta historia por completo.

 

¿Cómo es eso? Bueno, el orden liberal se basa en tres pilares, en tres pilares interconectados y co-constituyentes: las ‘leyes’ de Newton fueron proyectadas para prestar al modelo económico anglosajón una dudosa afirmación: estaría basado en leyes empíricas duras, como si fueran leyes de la física. Rousseau, Locke y sus seguidores elevaron el individualismo como principio político, y de Adam Smith surgió el núcleo lógico del sistema anglo[norte]americano: si cada individuo hace lo que es mejor para él o ella, el resultado será lo mejor para la nación en su conjunto.

 

Lo más importante de estos pilares es su equivalencia moral, así como su conexión entrelazada. Si se elimina un pilar porque es inválido, entonces, todo el edificio conocido como «valores europeos» se derrumbará. Sólo estando todos unidos posee cierta coherencia.

 

De hecho, el miedo tácito entre estas élites occidentales es que durante este prolongado período de supremacía anglosajona… siempre ha habido una escuela de pensamiento alternativa a la de ellos. A List no le preocupaba la moralidad del consumo. En cambio, estaba interesado en el bienestar tanto estratégico como material. En términos estratégicos, las naciones acaban siendo dependientes o soberanas según su capacidad de hacer las cosas por sí mismas.

 

La semana pasada, Putin les dijo a Scholtz y Macron que las crisis (incluida la escasez de alimentos) a las que se enfrentaban se deriva de los errores de sus propias estructuras y políticas económicas. Putin podría haber citado a List:

 

“La prosperidad de una nación no es mayor por que ha acumulado más riqueza (es decir, valores de cambio), sino en la proporción que ha desarrollado su poder de producción.

 

A los señores Scholtz y Macron probablemente no les gustó, ni un poco, el mensaje. Están viendo y sintiendo cómo se erradica la hegemonía neoliberal occidental.

 

observatoriocrisis.com

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