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domingo, 22 de mayo de 2022

VASALLAJE A UN LADRÓN

 

VASALLAJE A UN LADRÓN

La debilidad de la sociedad española y de sus instituciones se evidencian en la reacción vergonzante del Gobierno y de la Casa Real ante la desfachatez del emérito desembarcando en Sanxenxo como si fuese la Isla de la Tortuga

CONTEXTO

El regreso inviolable de Oriente

“En las sociedades anémicas, débiles, no se vive con la realidad; se puede poner la mano en todo menos en los símbolos y en las formas. Así, los reyes y los conquistadores se han llegado a reír de lo humano y de lo divino; pero han tenido que respetar las ceremonias y los ritos”. Pío Baroja escribía esto en Ayer y hoy, sus memorias del exilio durante la Guerra Civil. La tragedia que empujó al escritor a una precaria estancia en París y Suiza y sus no menos trágicas secuelas se cerraron en teoría en 1978 con una Restauración de la monarquía a la que, dentro de la operación de imagen, llamamos Transición a la democracia. Quizá aquel respeto formal a las ceremonias y a los ritos existía en la época de Baroja o al comienzo de la Transición, pero no ahora. No solo ya los reyes o los conquistadores, sino buena parte de las autoridades vigentes consideran que aquellas reglas litúrgicas no rigen para ellos.

 

Es cierto que Juan Carlos de Borbón puede entrar o salir a su libre albedrío de territorio español, pero que no haya causas pendientes –en este país– no solo no limpia su imagen, sino que empaña la de la justicia, entre las de otras instancias, del Reino de España. Su eterna impunidad / inviolabilidad no le convierte en un veraneante honorable, ni en un jubilado que fleta –¿él? – un Gulfstream G450 para ver a la familia. Juan Carlos de Borbón sigue siendo el autor de una docena de delitos por los que no ha sido juzgado debido a esa inviolabilidad, insólita en nuestro entorno geopolítico, que según interpretan los actuales jueces le otorgó la Constitución. Sus relaciones trapaceras con la Hacienda pública se han podido cubrir con una excepcional manga ancha administrativa y con dinero proveniente de esos u otros delitos impunes. Y yendo a lo práctico, los centenares de agentes de policía y guardia civil que están dedicando sus afanes a su protección y no a conducirlo ante un juez se están pagando con fondos públicos. Sin embargo, el que la Policía Nacional tomase la filiación a dos jóvenes a su llegada al aeropuerto no se sabe si obedeció a los desvelos de los propios agentes, o a órdenes superiores. El ministro Marlaska debería comunicar a quien corresponda que mostrar públicamente un desacuerdo, como harán los convocantes de una manifestación este sábado 21 de mayo, no es delito.

 

 

En cuanto al papel de destacados líderes de opinión en todo este circo solo cabe decir que las cortes reales siempre se han rodeado de bufones

 

La anemia y la debilidad de la sociedad española y de sus instituciones se evidencian en esos pequeños detalles y en la reacción vergonzante del Gobierno y de la Casa Real ante la desfachatez del emérito (por cierto, ¿qué título es ese?) desembarcando en Sanxenxo como si fuese la Isla de la Tortuga donde recalaban libremente los bucaneros en el siglo XVII, o una especie de Estoril intraterritorial. Que personas que tuvieron un papel relevante en el actual gabinete hayan callado en su día y exterioricen ahora su repulsa mediante chistes en las redes sociales hace todavía más patente la libertad de reírse de todo que tienen reyes y conquistadores. En cuanto al papel de destacados líderes de opinión en todo este circo, y al peloteo sumiso de muchos medios de comunicación, incluidos los públicos, solo cabe decir que las cortes reales siempre se han rodeado de bufones.

 

Que haya actuado de portavoz de la Casa Emérita el alcalde de Sanxenxo, Telmo Martín, no es extraño. Sus empresas inmobiliarias han sido condenadas repetidas veces por delitos como edificar en playas, o cobrar un sobrecoste en negro a compradores de viviendas protegidas. Así que comparte con su invitado una relación de alegre camaradería con los límites de la legalidad. Pero que el recién aterrizado presidente de la Xunta, abogado y exsecretario en ayuntamientos vecinos a Sanxenxo profiera la vulgaridad de que la visita del fugado “pone a Galicia en el mapa”, como si no hubiesen peregrinado desde el siglo IX reyes de verdad, es un error de primero de vasallaje. A los monárquicos y Cierra España habría que recordarles que Eduardo VIII, duque de Windsor, después de abdicar, tardó tres décadas en poder volver a pisar suelo británico. Eran otros tiempos, pero su único delito había consistido en casarse con una mujer divorciada.

 

A la espera de que el electorado asuma esa norma básica en las democracias, la clase política de este país, de derecha, centro o izquierda, debería ser consciente de una vez de que ni los votos ni los cargos heredados de dictadores deberían servir para absolver delitos, y que las faltas a la ética no se lavan siempre con absoluciones en los tribunales –y menos cuando es por prescripción–. Porque todos sabemos que el regatista no solo ha hecho las que ha querido y cuando ha querido, sino que las seguirá haciendo mientras a la mayoría de los súbditos del Reino se nos siguen aplicando las leyes vigentes. Como decía Jean Cocteau, formarse no es nada fácil, pero reformarse lo es menos aún.

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