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sábado, 26 de febrero de 2022

FEMINISMO DE BARRIO

 

FEMINISMO DE BARRIO

ANITA BOTWIN

Dos personas pasan delante de El mural feminista de Ciudad Lineal, a 7 de enero de 2022, en Madrid (España). - EUROPA PRESS

Soy mujer y tengo discapacidad. Una mala combinación, dos tonalidades que se matan entre sí, un rosa palo mezclado con un rojo. Nacer mujer ya es partir en desventaja, ese no es ningún secreto. Si además tienes discapacidad, la desigualdad se duplica. A eso añádele ser negra, migrante, trans… Unas puede soportar una opresión o varias, dando lugar a la interseccionalidad. Las identidades no son compartimentos estancos, sino que a veces se solapan, tal y como cuenta Mikki Kendal en su libro Feminismo de barrio, donde desmiga la realidad de ser negra y mujer y de cómo el feminismo blanco se ha olvidado muchas veces de que puedes ser mujer y además pertenecer a otras minorías, multiplicando así el riesgo de sufrir violencia machista.

 

A menudo se nos olvida hacer una reflexión desde una perspectiva de clase e interseccional donde varias opresiones tienen lugar al mismo tiempo. Entendemos una realidad que es exclusivamente la nuestra y se nos olvida que quizá no somos adalides de nada, sino una más en una suma de peticiones individuales que a menudo requieren de soluciones colectivas. Eso es o debería ser el feminismo inclusivo, uno que no mire hacia otro lado cuando nos tiran de las orejas por no acordarnos de las compañeras racializadas o de las mujeres con diversidad funcional.

 

No quiero que este parezca un mensaje lastimoso o victimista, sino todo lo contrario. Quiero que se asemeje más bien a un grito de guerra, aunque la guerra tenga poco que ver con nosotras, las mujeres. Pero sí es un alarido lleno de enfado y rabia porque a menudo somos olvidadas por la sociedad, pero también por el feminismo. No culpo a nadie en concreto, ya que somos minoría dentro del colectivo y es normal no poder incluir todas las peticiones de todo el mundo, pero sí es importante señalar quienes son las que sufren más violencia, ya que son las grandes perjudicadas del sistema en el que vivimos, sin quitar importancia al resto de mujeres y sus opresiones vividas.

 

A muchas de nosotras nos cuesta acceder a asambleas, ya sea por tiempo o salud y es un lugar determinante de toma de decisiones de cara a redactar manifiestos, por ejemplo ahora que se está preparando el 8 de marzo. Tampoco muchas de nosotras pueden acceder fácilmente a movilizaciones o concentraciones. A veces el ruido, las aglomeraciones, lugares sin accesos universales, no son espacios amigables ni seguros para personas con diversidad funcional. Es complicado saber qué quiere nuestro colectivo cuando es muy difícil que nuestra voz cuente lo mismo en cada uno de los espacios que habitamos.

 

La realidad es que las mujeres con discapacidad sufren más violencia machista que las que no la tienen, en concreto el 40,4 % de las mujeres con discapacidad ha sufrido algún tipo de violencia por parte de su pareja, según La Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2019. Además, "Las mujeres con discapacidad tienen un alto riesgo de experimentar violencia basada en estereotipos sociales y aspectos subjetivos que intentan deshumanizarlas o infantilizarlas, así como excluirlas o aislarlas. La violencia también tiene la consecuencia de contribuir a la aparición de una discapacidad", añade el estudio "Mujer, discapacidad y violencia de género", elaborado por la Federación de Mujeres Progresistas.

 

Lo peor es que las barreras también son reales a la hora de denunciar y sólo se denuncian el 11,1 % de las agresiones sexuales, ya que la denuncia y la búsqueda de ayuda formal entre las mujeres con discapacidad intelectual es aún menor. Ello es debido, según dice este mismo estudio a la falta de formación en género con una perspectiva de discapacidad por parte de las autoridades judiciales y la policía. Muchos de los perfiles de mujeres con discapacidad carecen de credibilidad social, como por ejemplo ha ocurrido históricamente con las locas. En general, las mujeres con problemas de salud mental, muchas de ellas psiquitrializadas, no son creídas cuando manifiestan que han sido agredidas, lo que les deja desamparadas de cara a estas agresiones. Aquí deberíamos entonar un fuerte "hermana yo sí te creo", loca o no.

 

Es importante que de cara a este 8 de marzo se tengan en cuenta estos y otros datos para visibilizar la realidad de nuestro colectivo y poder vislumbrar cambios. De paso aprovecho para solicitar la renta básica universal, algo que a muchas mujeres les ayudará y empoderará de cara a ser más independientes y escapar de sus verdugos. No olvidemos que en muchos casos, esos maltratadores con los que conviven deberían ser sus cuidadores y en lugar de eso se aprovechan de su dependencia y vulnerabilidad para poder seguir ejerciendo su violencia. No lo permitamos.

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