Y LA MENTIRA SE INSTALÓ ENTRE NOSOTROS
JUAN TORTOSA
Abro el Twitter de algún que otro director de periódico y no leo más que mentiras; consulto el Instagram de desprejuiciados informadores y compruebo cómo sus hooligans aplauden cada bulo que reproducen; miro el Facebook o el Youtube de tanto falso comunicador ahora llamado infuencer y constato escandalizado cómo, sin el menor recato, se dedican a difundir entre sus decenas de miles, a veces cientos de seguidores, las mayores infamias. Esta siembra reverbera primero en webs ultras como The Objective, Ok Diario, Periodista Digital… a continuación radios y periódicos la amplifican el mensaje y así un material, cada vez más incendiario acaba llegando a las televisiones convertido ya en verdad incontestable que pasa a ser "analizada en profundidad" por tertulianos que, mire usted por dónde, son en muchos casos los mismos que horas antes habían fabricado y difundido la mentira.
He ahí el círculo
infernal al que toca combatir cada día, he ahí la trampa de cada mañana, he
aquí el fake envenenado nacido de mentes calenturientas ante el que cualquier
opción para conseguir neutralizarlo se convierte en una trampa: si lo dejas
pasar y callas, malo, y si entras al trapo peor, porque hay muchas
probabilidades de no salir bien parados en la contienda dado que tú tienes vergüenza
y ellos la desconocen.
En esas estamos
desde hace ya demasiado tiempo y, particularmente en nuestro país, el año nuevo
ha llegado con un tedioso catálogo que nos permite imaginar por dónde pueden ir
los tiros en los próximos meses. La esencia del periodismo es ayudar a tener
opinión propia, ofrecerle datos al lector o al espectador que le sirvan para
extraer sus propias conclusiones pero cuando la mentira le roba el protagonismo
a la información contrastada, cuando en redes, en las portadas de las webs, en
las newsletters o en las alertas del móvil aparecen mezcladas las mentiras y
las verdades, ¿cómo distinguir unas de otras? La dimensión del fraude, dada su
enorme capacidad de propagación, está empezando a ser de un calibre tan
escandaloso que al final acaba consiguiendo relegar la información contrastada
a un segundo o tercer plano.
Los medios y los
profesionales que no mienten se encuentran a día de hoy en inferioridad de
condiciones. No resulta nada fácil que la verdad acabe imponiéndose, si es que
finalmente consigue hacerlo. Contrarrestar la mentira es tan agotador que te
acaba robando el espacio, el tiempo y hasta la energía necesarias para hacer
bien tu trabajo.
Entre los muchos
bulos con los que los facinerosos nos han "felicitado" este año recién
nacido se encuentran las torticeras referencias al patrimonio de la ministra de
Igualdad o las opiniones del titular de Consumo sobre política alimentaria. Por
no hablar de quienes han atribuido falsamente el descenso del paro al
crecimiento del empleo público o de quienes, como el alcalde de Madrid
proclaman, a sabiendas de que mienten, que la economía en nuestro país mejora
porque "Madrid tira de España".
Ante la perversa
eficacia de esta manera de comunicar, quienes nos esforzamos por contrastar nuestras
informaciones y documentar cada cosa que dejamos por escrito nos encontramos en
inferioridad de condiciones. Por eso me desalienta el certificado de
honorabilidad que nos exigen muchos de quienes jamás en la vida se han atrevido
a toserle a los desprejuiciados. Las barbaridades de Tertsch, la desmesura de
Azúa, las afirmaciones de Marhuenda o las salidas de pata de banco de Pedrojota
se suelen solventar con un "ya sabes cómo son", "no hay que
hacerles ni caso", pero a ti te exigen que cada dato que aportas contenga
un vínculo, o una nota a pie de página, que demuestre que no estás mintiendo.
En resumen, que el
desparpajo y la amoralidad de los desestabilizadores acaba afectando a tu
propia credibilidad. Tu honestidad la tienes que demostrar, mientras que los
impúdicos disfrutan de barra libre para emponzoñar la convivencia. "Es que
no eres lo mismo de crítico con unos que con otros, Juan", me llegan a
decir en algún caso incluso amigo mío. ¿Pero qué me estáis diciendo, no veis
que están ganado la partida por goleada?, les contesto, ¿no veis que estamos
bailando al son que tocan ellos y, además de estar perdiendo calidad
democrática, estamos poniendo el futuro y el prestigio de la información en
juego?
La equidistancia no
es la solución, ponerse de perfil es de supervivientes, no de profesionales
comprometidos. A riesgo de repetirme hasta la saciedad denunciaré una y mil
veces el comportamiento criminal de quienes usan lo medios para engañar,
calumniar, crispar, difamar y dividir. No a los bulos orquestados, no a la
propagación de fakes, ni a la insidia, no puede ser que a unos se nos exija
aval de honradez añadido, diploma de pureza de comportamiento, casi certificado
de penales cada vez que publicamos algo y a otros se les deje mentir como
bellacos a diario y en medio de la mayor de las impunidades.
Así fue como
nacieron, crecieron y se reprodujeron los Trump, los Bolsonaro, los Johnson,
los Ayuso… ¿Es eso lo que queremos? ¿Que los insidiosos continúen ganado
terreno y que quienes no lo somos nos la cojamos con papel de fumar cada vez
que usamos este u otro adjetivo o aportamos un dato cuya veracidad es
incontestable y acreditamos con la solvencia de nuestra propia firma? Como el
poeta maldigo, una vez más y sin ambages, la prosa y la poesía de los tibios y
los equidistantes que procuran no pronunciarse intentando así no verse en la
obligación de tomar nunca partido ni mancharse.
J.T.
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