ALBERTO RODRÍGUEZ ROMPE LA MEDIOCRIDAD
DAVID BOLLERO
Alberto Rodríguez durante el juicio en el
Tribunal Supremo.
Nadie puede decir que se sienta sorprendido por la ratificación de la condena al exdiputado de Unidas Podemos, Alberto Rodríguez, por parte del Tribunal Supremo. Lo inaudito habría sido lo contrario, pues la tropelía del alto tribunal había sido ejecutada, no sin esfuerzo tras los vaivenes de la presidenta del Congreso de los Diputados y las Diputadas, Meritxell Batet (PSOE), y no era cuestión de dar otro tumbo. La política española pierde a una persona muy valiosa y con ello, va recuperando su media de mediocridad que lastra el desarrollo del España.
Una de las
principales cualidades que deben acompañar a un político es su integridad,
gracias a la cual se mantendrá fiel a sus principios, a lo que cree, por lo que
realmente llegó a convertirse en un representante público. Rodríguez tiene esa
cualidad que, en el Congreso es una rara avis, pues estamos asquerosamente
acostumbrados a ver episodios de 'donde dije digo, digo Diego'. No es su caso.
Esta cualidad,
además, se demuestra; sencillamente, se manifiesta por sí sola, sale al paso de
situaciones que la ponen a prueba y, durante su irregular juicio, la de
Rodríguez brilló con luz propia. A diferencia de excompañeras de partido que
pasaron tragos parecidos, como Rita Maestre, el que fuera diputado canario no
se aferró al "no me acuerdo" o el "yo pasaba por allí" para
referirse a los hechos de los que se le acusaba y, de ese modo, salvar su acta.
Sencillamente los
negó porque afirma que jamás ocurrieron y, lejos de mostrarse sumiso, se rebeló
contra lo que considera malas prácticas por parte de las Fuerzas de Seguridad,
describiendo listas negras de activistas sociales a los que, a posteriori de
las protestas, se le imputan delitos. En su caso, además, sospechosamente se le
atribuyó sin que se hubiera procedido a una identificación previa y con un
proceso que no se reactivó hasta que no fue cargo público -dado que cuando los
hechos sucedieron, no era diputado-. Plantarse ante el Supremo y exponer dicha
teoría con ánimo de denunciarla públicamente seguramente fue tomada por el
tribunal como una provocación y su venganza se sirvió en plato frío. Pero ya es
público. Ahí, mal que le pese al Supremo, ganó Rodríguez.
El recado que se
nos envía a la ciudadanía es que no hay lugar en las instituciones para
políticos íntegros, honestos... el recado que se envía a los y las
representantes públicos es el mismo, de manera que si se les pasa por la cabeza
salirse del tiesto, pueden ser quitados de en medio, aunque haya que recurrir
para ello a pecados del pasado. Todo vale.
De la aplaudida
entrevista que se emitió el pasado domingo en Salvados, esto es lo que más
rescato, por encima de detalles como el hecho de que Rodríguez haya regresado a
su puesto de trabajo, al mismo que ejercía antes de la política, o de su
sinceridad a la hora de describir lo fácil que es desviarse del buen camino
cuando se entra en la rueda política.
La integridad,
cuando viene acompañada de esas ganas de trabajar que desprende Rodríguez, ese
afán por convertirse en agente de cambio que mejore la sociedad, es una amenaza
para el orden establecido. Lo acontecido así lo demuestra, con un juicio con
tintes de farsa, unos letrados del Congreso capaces de emitir dos informes
jurídicos radicalmente contrapuestos con una semana de diferencia -lo que dice poco
de ellos y menos aún de las leyes- y una falta de apoyos por parte de Unidas
Podemos y, concretamente, de pesos pesados del partido -con excepciones como la
de Yolanda Díaz- que inquieta.
Con la pérdida del
acta de diputado, pierde la política y gana Rodríguez; una victoria que todavía
puede ser más contundente si, en el futuro, el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos (TEDH) de Estrasburgo le da la razón, poniendo en entredicho por
enésima vez al Tribunal Supremo, que cada vez es menor tribunal y menos supremo.
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