IGLESIAS REABRE LA BATALLA DE MADRID
LUIS GRAÑENA
Las inesperadas elecciones autonómicas de Madrid, que se celebrarán el 4 de mayo por decisión de los tribunales de Justicia tras el terremoto creado por Ciudadanos y el PSOE en Murcia y la dimisión de Isabel Díaz Ayuso, se han convertido en la batalla que marcará el futuro político no solo de la Comunidad gobernada por el PP desde hace 25 años sino del país entero.
La previsible ruptura del Trifachito –surgido de las cenizas del condenado partido de Rajoy y de la programada eclosión de Vox, la rama ultra de la derecha local– va a suponer muy probablemente la caída en desgracia de Ciudadanos, el artefacto modelado y alentado por el sistema económico / mediático para tratar de compensar desde la derecha la decadencia del PP y la potencia de voto de Podemos, el partido que rompió de facto el sentido común bipartidista que marcó durante décadas la política española.
La decisión de
Iglesias es antes que nada un golpe de efecto. La izquierda lleva perdiendo la
Comunidad de Madrid desde 1995 y trata de recuperar el terreno perdido
Siete años después
del nacimiento de Podemos, y tras enormes líos internos, purgas y escisiones,
su líder, Pablo Iglesias, anunció este 15 de marzo que abandona la
vicepresidencia del histórico Gobierno de coalición, formado tras cinco años de
agónicos intentos, para encabezar la candidatura de UP a la Comunidad de
Madrid. La decisión de Iglesias es antes que nada un sonoro golpe de efecto. La
izquierda lleva perdiendo la Comunidad de Madrid desde 1995 y trata de
recuperar el terreno perdido con estrategias espectaculares y figuras
“conocidas”. Podemos continúa así con la tradición inaugurada por el PSOE,
veremos con qué resultado.
En segundo lugar,
Iglesias ha tomado su decisión sin deliberación pública alguna, como una
apuesta personal, como en la vieja política del bipartidismo, de arriba abajo.
Su avance sitúa la batalla electoral en una decisiva e inaplazable lucha contra
la extrema derecha (cosa muy cierta), pero este tipo de decisiones suelen tener
toda clase de consecuencias no anticipadas por nadie, de ahí el riesgo que
entrañan. Al plantear las elecciones como un duelo a muerte entre dos fuerzas
antagónicas, los votantes moderados y conservadores no ideologizados que podían
estar cansados de las arbitrariedades, torpezas y maldades de Ayuso pueden
pensárselo dos veces antes de votar una alternativa que promete una fuerte
dosis de enfrentamiento y polarización.
En la otra cara de
la moneda, la decisión de Iglesias tiene la innegable virtud de remover a fondo
las piezas de un tablero que parecía abocado a una victoria cómoda de la
trumpista Ayuso (hoy autoproclamada defensora del fascismo) frente al ganador
sin premio de las últimas elecciones, el candidato y hombre tranquilo –para
muchos excesivamente– del PSOE, Ángel Gabilondo.
Los movimientos del
líder de Podemos abren, al mismo tiempo, las puertas de la vicepresidencia
segunda y del liderazgo del partido morado a Yolanda Díaz, la actual ministra
de Trabajo, lo cual es una buena noticia desde el punto de vista del mérito y
del feminismo. Además, y rizando el rizo, Iglesias propone unas primarias
conjuntas (sin precedentes) para concurrir en una lista única a la candidata de
Más Madrid, Mónica García, que por cierto fue elegida por las bases contra la
propuesta de Íñigo Errejón. Parece difícil que unas improbables primarias
conjuntas dejen a Iglesias por detrás de García, pero en todo caso nadie podrá
reprocharle que esta vez no jugó a favor de la unidad.
La presencia de
Iglesias dividirá aún más al electorado, y probablemente movilizará a algunos
de los 1,5 millones de abstencionistas que hubo en 2019
¿Significa esto que
estamos ante una “jugada maestra” y que Iglesias es un héroe antifascista,
además de ser el político que más ha contribuido a que la sociedad conozca las brumas,
miserias y mentiras del bipartidismo? La decisión suena y parece arriesgada y
generosa, pero posiblemente le conviene antes que nadie a él mismo. En primer
lugar, porque sin un candidato de peso, el destino de Podemos en Madrid
tendería a la desaparición o la irrelevancia. En segundo lugar, porque el
Iglesias vicepresidente estaba quemado por el odio y acoso frontal de la
derecha y por la inquina de no pocos ministros del PSOE, después de solo un año
en el Gobierno. Tercero, porque habiendo debilitado el proyecto original de
Podemos con una gestión demasiado personalista, a ratos cesarista, la apuesta
le permite recuperar la libertad de acción y rehacer su imagen.
La batalla de
Madrid no ha hecho más que empezar y nadie sabe cómo acabará. La presencia de
Iglesias dividirá aún más al electorado, y probablemente movilizará (pandemia
mediante) a algunos de los 1,5 millones de abstencionistas que hubo en 2019. Es
muy loable que un vicepresidente del Gobierno perseguido por las cloacas y
denostado por el 95% de los medios renuncie a sus cargos y privilegios para
enfrentarse a un enemigo tan poderoso como la ultraderecha neoliberal en un
territorio a priori tan hostil como Madrid. Alguien en la izquierda tenía que
hacer algo para tratar de evitar lo peor, e Iglesias lo ha hecho. El resultado
de esta audacia lo conoceremos la noche del 4 de mayo.
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