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miércoles, 17 de marzo de 2021

IGLESIAS REABRE LA BATALLA DE MADRID

 

IGLESIAS REABRE LA BATALLA DE MADRID

LUIS GRAÑENA

Las inesperadas elecciones autonómicas de Madrid, que se celebrarán el 4 de mayo por decisión de los tribunales de Justicia tras el terremoto creado por Ciudadanos y el PSOE en Murcia y la dimisión de Isabel Díaz Ayuso, se han convertido en la batalla que marcará el futuro político no solo de la Comunidad gobernada por el PP desde hace 25 años sino del país entero.

La previsible ruptura del Trifachito –surgido de las cenizas del condenado partido de Rajoy y de la programada eclosión de Vox, la rama ultra de la derecha local– va a suponer muy probablemente la caída en desgracia de Ciudadanos, el artefacto modelado y alentado por el sistema económico / mediático para tratar de compensar desde la derecha la decadencia del PP y la potencia de voto de Podemos, el partido que rompió de facto el sentido común bipartidista que marcó durante décadas la política española. 

 

La decisión de Iglesias es antes que nada un golpe de efecto. La izquierda lleva perdiendo la Comunidad de Madrid desde 1995 y trata de recuperar el terreno perdido

 

Siete años después del nacimiento de Podemos, y tras enormes líos internos, purgas y escisiones, su líder, Pablo Iglesias, anunció este 15 de marzo que abandona la vicepresidencia del histórico Gobierno de coalición, formado tras cinco años de agónicos intentos, para encabezar la candidatura de UP a la Comunidad de Madrid. La decisión de Iglesias es antes que nada un sonoro golpe de efecto. La izquierda lleva perdiendo la Comunidad de Madrid desde 1995 y trata de recuperar el terreno perdido con estrategias espectaculares y figuras “conocidas”. Podemos continúa así con la tradición inaugurada por el PSOE, veremos con qué resultado.

 

En segundo lugar, Iglesias ha tomado su decisión sin deliberación pública alguna, como una apuesta personal, como en la vieja política del bipartidismo, de arriba abajo. Su avance sitúa la batalla electoral en una decisiva e inaplazable lucha contra la extrema derecha (cosa muy cierta), pero este tipo de decisiones suelen tener toda clase de consecuencias no anticipadas por nadie, de ahí el riesgo que entrañan. Al plantear las elecciones como un duelo a muerte entre dos fuerzas antagónicas, los votantes moderados y conservadores no ideologizados que podían estar cansados de las arbitrariedades, torpezas y maldades de Ayuso pueden pensárselo dos veces antes de votar una alternativa que promete una fuerte dosis de enfrentamiento y polarización. 

 

En la otra cara de la moneda, la decisión de Iglesias tiene la innegable virtud de remover a fondo las piezas de un tablero que parecía abocado a una victoria cómoda de la trumpista Ayuso (hoy autoproclamada defensora del fascismo) frente al ganador sin premio de las últimas elecciones, el candidato y hombre tranquilo –para muchos excesivamente– del PSOE, Ángel Gabilondo. 

 

Los movimientos del líder de Podemos abren, al mismo tiempo, las puertas de la vicepresidencia segunda y del liderazgo del partido morado a Yolanda Díaz, la actual ministra de Trabajo, lo cual es una buena noticia desde el punto de vista del mérito y del feminismo. Además, y rizando el rizo, Iglesias propone unas primarias conjuntas (sin precedentes) para concurrir en una lista única a la candidata de Más Madrid, Mónica García, que por cierto fue elegida por las bases contra la propuesta de Íñigo Errejón. Parece difícil que unas improbables primarias conjuntas dejen a Iglesias por detrás de García, pero en todo caso nadie podrá reprocharle que esta vez no jugó a favor de la unidad.

 

La presencia de Iglesias dividirá aún más al electorado, y probablemente movilizará a algunos de los 1,5 millones de abstencionistas que hubo en 2019

 

¿Significa esto que estamos ante una “jugada maestra” y que Iglesias es un héroe antifascista, además de ser el político que más ha contribuido a que la sociedad conozca las brumas, miserias y mentiras del bipartidismo? La decisión suena y parece arriesgada y generosa, pero posiblemente le conviene antes que nadie a él mismo. En primer lugar, porque sin un candidato de peso, el destino de Podemos en Madrid tendería a la desaparición o la irrelevancia. En segundo lugar, porque el Iglesias vicepresidente estaba quemado por el odio y acoso frontal de la derecha y por la inquina de no pocos ministros del PSOE, después de solo un año en el Gobierno. Tercero, porque habiendo debilitado el proyecto original de Podemos con una gestión demasiado personalista, a ratos cesarista, la apuesta le permite recuperar la libertad de acción y rehacer su imagen.

 

La batalla de Madrid no ha hecho más que empezar y nadie sabe cómo acabará. La presencia de Iglesias dividirá aún más al electorado, y probablemente movilizará (pandemia mediante) a algunos de los 1,5 millones de abstencionistas que hubo en 2019. Es muy loable que un vicepresidente del Gobierno perseguido por las cloacas y denostado por el 95% de los medios renuncie a sus cargos y privilegios para enfrentarse a un enemigo tan poderoso como la ultraderecha neoliberal en un territorio a priori tan hostil como Madrid. Alguien en la izquierda tenía que hacer algo para tratar de evitar lo peor, e Iglesias lo ha hecho. El resultado de esta audacia lo conoceremos la noche del 4 de mayo.


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