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AGUSTIN GAJATE
Fotograma de la película 'El sexto sentido'
Anoche tuve un sueño. No fue como el de Martin Luther King. Ya nadie tiene sueños como el famoso de Martin Luther King. Esos sueños eran propios de los 60, de los 70 e incluso de los 80, pero murieron en los 90, algunos años después de la caída del Muro de Berlín, cuando comenzó la globalización económica, pero no la social. Hoy no se aprobaría en la Organización de Naciones Unidas una declaración de Derechos Humanos como la acordada en la lejana fecha del 10 de diciembre de 1948. O si se aprobara, sería tan hipócrita que no se cumpliría en muchos de sus preceptos, como sucede con la vigente.
Pero no, mi
sueño no contenía grandes o pequeños ideales, ni siquiera estaba inspirado en
los principios de la Revolución Francesa de Libertad, Igualdad y Fraternidad
(con mayúsculas las tres). Mi sueño era más actual, más trivial e
intrascendente. Un sueño blando, como los relojes de Salvador Dalí, pero sin un
ápice de arte.
Mi mente
inconsciente me llevó a una especie de 'isla de las tentaciones', un 'reality'
televisivo en el que no participaban jóvenes narcisistas artificiales guapos y
bellos, sino que estaba protagonizado por octogenarios y octagenarias, que se
relacionaban sin prejuicios en un 'resort' de lujo y organizaban fiestas en las
que no sonaba reguetón, sino 'El Polvorete' y otros éxitos de Pepe Benavente,
canciones de Los Bajip y de otras conocidas orquestas canarias, además de
clásicos de mediados de los 60 y principios de los 70 de artistas como el Dúo
Dinámico, Karina, Los Tres Sudamericanos, Nino Bravo, Formula V, Massiel, Los
Diablos, Camilo Sexto, Los Brincos o Joan Manuel Serrat.
Cuando más
interesante se ponía la cosa, por los continuos coqueteos de unas con otros y
viceversa, en mi sueño se interrumpió la acción y entró la publicidad. No
entiendo a mi cerebro y desconozco por qué introdujo un corte publicitario en
medio del sueño, pero sin poder cambiar de canal. Entonces comenzó un desfile
de modelos anunciando perfumes e instrumental para realzar la belleza femenina,
de fármacos que no deben consumirse sin antes consultar a un especialista
colegiado, de vehículos híbridos y eléctricos, de cadenas de hipermercados y
supermercados, de compresas y productos de higiene íntima, de chocolatinas, de
casinos de juego on line, de pañales para bebés, de bancos, de plataformas
comerciales que venden objetos por internet, de teléfonos móviles inteligentes,
de establecimientos de comida rápida y de refrescos, además de espacios
dedicados a la promoción de otros programas de televisión.
Entre todos
los anuncios, el que más me impactó fue el de una popular marca multinacional
de refrescos, donde unos jóvenes sacaban de una nevera una botella, la
destapaban, bebían un trago y se ponían a hacer tonterías, como diría mi padre,
con movimientos espasmódicos no exentos de ritmo. Luego tomaban el refresco
personas de más edad sentadas a una mesa y comenzaban también a sufrir algo
parecido al síndrome de piernas inquietas. Al final, toda la sociedad quedaba
afectada por la pandemia y bailaba como zombis epilépticos en espacios públicos
una coreografía, en plan 'flashmob', que dejaba en evidencia a la de Michael
Jackson en el 'videoclip' de 'Thriler'.
Esa visión
me alarmó, pero también me tranquilizó, porque no soy consumidor de ese
refresco, sino de uno elaborado por una industria local, que consiste en una
fórmula magistral que combina un jarabe para la tos con sabor a fresa con agua
carbonatada y cuya ingesta compulsiva produce inmunidad de rebaño en amplias
capas de la población con dificultad de acceso a la medicación convencional.
Esperé
pacientemente a que terminaran los anuncios, pero después mi cerebro se ve que
decidió cambiar de canal, porque lo que apareció en el sueño fue una tertulia
de actualidad, integrada por políticos que han sido condenados por tribunales
por problemas de tráfico (de influencias), de alzamiento (de bienes) y de
'malversación de cohechos', junto a periodistas independientes e íntegros que
han trabajado antes como falsos asesores de dirigentes políticos, cuando en
realidad no eran más que escribidores de dictados o bustos parlantes al
servicio de las estrategias de sus jefes.
Entonces no
pude más y me desperté sobresaltado y añoré los anuncios que pululan por mi
inconsciente y cuyos creadores y promotores “(...) no se ven entre sí, sólo ven
lo que ellos quieren ver. No saben que están muertos.
- ¿Y con qué
frecuencia los ves?
- Todo el
tiempo. Están en todas partes. (…)
- ¿Qué crees
que quieren estos fantasmas (anuncios) cuando te hablan?
- Solamente
ayuda. (…) Creo que quizá sepa una manera de hacer que se vayan.
- ¿Cómo?
-
Escuchándolos (Aplicar a esta palabra las leyes de la psicología inversa).”
(Las frases
entrecomilladas del final del texto no son originales del autor, sino que
forman parte de los diálogos en español de la película 'El sexto sentido')
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