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miércoles, 24 de marzo de 2021

EL DESQUITE Cuento José Rivero Vivas

 

EL DESQUITE

Cuento

José Rivero Vivas

José Rivero Vivas

EL EUNUCO – Obra: C.07 (a.07)  - Cuento

(ISBN: 978-84-9941-057-9) D.L. 2348 – 2009

Ilustración de la cubierta: (Omisión)

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

Ediciones IDEA, Islas Canarias, 2009.

Escrita en Madrid, hacia 1980-81, donde en diario proceso era transitada la estación de Atocha, reseña una época de dificultades económicas y asperezas humanas, por inadaptación conducente al fracaso, en abanico de reveses, que comprende paro y escasez, lacra urbana, pérfidos fines y cándidos sueños de gente desheredada de la Tierra. Esta serie de cuentos, desgarrados, da fe del momento aciago de su creación. Consciente de ello, su autor recurre a la introducción de algunos pasajes versificados, con objeto de templar la descarnada desnudez y acritud del tema.

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José Rivero Vivas

EL DESQUITE

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-Un pedazo de pan, y diré a ustedes los cuentos más sutiles de mi colección.

Pero nadie aceptó el intercambio y el pobre ciego continuó pregonando su oferta sin lograr que ninguna perso­na se interesara por el acento lastimero de aquella voz que entonaba su acostumbrada cantilena.

Pasaron los años, y el ciego seguía sin acallar su lamento anunciando el canje salvador que lo mantenía fiel a su necesidad, a su hambre y su afán.

Cierta vez cruzó alguien la calzada que, al oír su letanía, se aproximó a su informe presencia, y le espetó:

-Si no tienes fuerzas, te fastidias; si careces de riqueza, te aguantas; si no posees dones, te amuelas; si te crees perdido y no lo estás, te jodes igual que si no lo creyeras y lo estuvieras.

El ciego, compungido, respondió:

-Estoy necesitado de calor. Por eso me emperro en buscar trigo en pleno desierto africano, para ver si tostado el grano caliento mis huesos y alivio mí carne de este flagelo cruento que me propicia el invierno devastador.

El hombre permaneció impasible ante la queja del ciego y se mantuvo aparte en observación cruel del desasosiego despertado en aquel ser indefenso.

Mas, ¿quién es ese infame que osa importunar al invidente gritándole en su cara su nulidad y desamparo?... Al­gún chusco que pretende risa. O quizá un aguafiestas sin distracción ni esparcimiento. Quién sabe.

El ciego soporta estoicamente la terrible impiedad que trastorna su entereza y con sorda cólera masculla: 

-Podría matarte de un trancazo en la nuca con mi palitroque. Pero no quiero. No me atrae nada de tu persona, que ni es buena ni es mala ni denota para mí ningún co­lor. Déjame en paz, y vete.

*

¿Cómo pueden adivinar quienes pasan a su vera el mal que al ciego asuela?...Imposible si él mismo no lo manifiesta, sea cantando o llorando, bien riendo o maldicien­do. Pero no; el ciego no transparenta su añoranza por más que de punta a cabo del día le gustaría practicar arte distinto que calmara su ansiedad y proporcionara serenidad a su espíritu. De la mañana a la noche y de la noche hasta el alba ensaya una nana desconocida que lo aduerme y lo descan­sa. De enero a diciembre y de otoño a verano grita despavo­rido y su pecho ensancha. Semanas consecutivas pasa volcado en su quehacer, que lo quisiera más útil y que le procurase ven­tura y solaz, gozo, fortuna y vida menos austera. Pero, ¿dón­de hallar medicina que le arranque la ponzoña de su sangre y le facilite acceso al aire puro que hace tiempo no respira? ¿Cómo salir de su marasmo económico después de siglos enfermo? Si todos clamamos en el desierto, ¿quién va a quedar pa­ra acoger a los famélicos? ¿Cuántos aplaudirán al afamado? ­Uno y dos y tres que renuncien a su sino bastarían para trastocar el asentamiento humano. Este hombre es insano. En múl­tiples ocasiones se ha visto lanzado al vacío más ingrato por mor de la incomprensión en torno y la intolerancia que lo ­rodea. Luego ha levantado cabeza y ha comprobado que el empujón no fue premeditado ni con intencionado propósito de arrumbarlo fuera de su entorno. Por eso, quien quiera ha­llar riqueza que no busque cerca ni lejos de donde se encuentra.

-No, No. Que no se roce conmigo. Sigo siendo el ser más pobre del universo. Nadie me sacará a flote en este interminable naufragio si no es para mortificarme con su rezongo de salvador predestinado.

¿Adónde va el ciego, sin claro fin ni precisa medida? En ningún sitio lo quieren, y en lugar alguno lo admiran. Este es la realidad que sufre, y nunca sabrá si sería preferible desconocerla en su fondo, aun cuando luego vagara por vastas llanuras de un país sin nombre.

Más de un año estuvo pisoteando recuerdos que ignora­ba en su ser. Ahora, transcurrido el tiempo, advierte que su imaginería no llega a borrón y su ardor memorativo se confun­de apenas con cenizas dispersas y disipada nostalgia. Su fe decae, y ni él mismo se acuerda de entonar loas ardientes pa­ra alzar el ánimo y considerarse fuerte. Persiste en su que­ja, y por vez primera le acucia la necesidad ineludible de regatear esfuerzo a su menguado cariz. Será pues temible el día que consiga librarse de ese despilfarro energético en­cauzado a mover su decrepitud con destino a paraje incierto.

¿Para qué quiere el ciego andar rápido hacia delante? No lo sabe. Su sentimiento le impele y avanza inerte a instancia del impulso que lo obliga. Pero se apena el hombre, se entristece y a punto está de caer extenuado por su de­nodada obsesión de empujar el carro en sentido inverso al acostumbrado de siempre. Encima no es buen conductor, y tor­pemente descarrila en las curvas repentinas del accidentado sendero. No obstante, presiona en su andadura, atento a su an­helo de alcanzar la larga línea que le une cielo y tierra cuando atisba el horizonte herméticamente cerrado a su extra­viado mirar.

*

Llamea el aire huracanado y enciende velas alrededor de la compacta opacidad plasmado en pálido lienzo. Las ho­ras se suceden en lento y monótono discurso, y el tiempo corre veloz tras su fingida quimera cual si quisiera atrapar su negada mentira.

Pero, frente a su propio sino, ¿qué hacer cuando las circunstancias no se producen favorablemente? Irse a freír espárragos es frase harto machacada para andar en nuevos usos. Luego, es preciso desechar consejos formulados de viejo para evitar la insensatez de poner en práctica lo que ni siquiera es viable en teoría. Se impone ir al recuento de fechas y calcular si los actos son de verdad efectivos. Después se verá si las cosas pintan bien o si destiñen al primer chubasco.

La noche sorprende al ciego con las estrellas fulgien­do y oscuro el azul del firmamento. Su voz vibra en trémulo clamor y el clamor suena a mesurada liturgia. Un plácido rumor se esconde allende el ocaso fabuloso que en mágico cri­sol refleja diversidad de colores desparramados sin ligamen­tos ni ataduras que los sujete entre sí o los una en el con­fín de su matizada naturaleza.

El ciego se arrebuja en sus trapos, extiende sus bra­zos con gesto conminatorio, y exclama:

-Váyanse. Déjenme tranquilo frente al espacio incoloro y mi aposento sin luz.

¿Por qué le preocupan las tinieblas y el denso oscuro ambiente? Eche el ciego adelante en su sinuoso deambular que en el proceso de hacer camino irá descubriendo nuevas formas de vencer las sombras, gimiendo por claridad, aun cuando paulatinamente vaya extinguiéndose la secreta luminaria de su linterna palpitante.

-Oigo palabras que perturban mi tino y anulan mi concepción.

-Quiero- insiste con inquina el molestoso -que me diga si el amor es más fuerte que el odio, o si las brumas de aquel que fenece solitario son pasajeros presagios de sol oculto tras los picachos perdidos de cualquier cordille­ra apeñuscada en su raíz.

Al final se escuchan cansadas las voces que tergiversan el macabro significado del cuento, arropado fuera y dentro de la callada ilusión.

*

El ciego ha clamado en el desierto y nadie ha oído su grito desgarrador. Insensible a su llanto, la gente ha orillado su dominio sin dignarse a echarle una ojeada. Y todavía hoy continúa errante en el inmenso arenal donde se ha­lla inmerso sin posibilidad de huida, sin escape, sin fuga ni remota evasión. La tristeza se adueña de su ser. Ya no sólo sufre la amargura. Ahora también siente la pena que más de una tarde lo lacera y estrangula.

Pero no repara el ciego en rimas y acentos para contar sus romances y ensalzar sus historias. Quien quiera oír sus poemas puede sentarse a su lado, o mantenerse de pie, o incluso pasar de largo sin prestar oído a su quejumbrosa narración. Canta el ciego sin respeto a cánones ni tradición, que no teme la pobreza ni lo acobarda la miseria. Ha sido templado en estrechez y carestía y es quizá su acierto mayor para engurruñarse en la tierra y comenzar su dicción. Busca impaciente medio eficaz y forma adecuada que garantice su expresión, pero nada iguala lo hallado anteriormente y ha de resignarse a comunicar su incertidumbre en un lenguaje caduco como su imagen.

Rompe de pronto el saco de su sabiduría, que lleva a cuestas el orden primero de su última consecuencia, y puja ardoroso restando importancia a su oratoria. Por fin desiste en la lucha, no salta la valla agorera del campo azul que patalea y opta por permanecer junto al arroyo de aguas cantarinas y puras.

Mejor. Tal vez sea considerado un día hombre ilustre y de provecho; entonces vendrá alguien dispuesto a invitarle a su concierto y hasta se reunirán muchos para ofrecerle me­dalla y otorgarle galardón, premios que se le conceden por haber vivido tantos años en plena renegrura, desechando olivo y laurel y sonoras campanas repicando.

El ciego ha necesitado queso y miel, apetito y desga­na; nada más. El pan le ha faltado siempre, pero nunca lo ha concebido carente de propiedades para dejar de incluirlo en su dieta escasa y deficiente.

 

-Continuaremos despertando amor

en la mujer que más quiera querernos.

Si el azar no la mostrara divina

la soñaríamos deidad humana

para gozar sus celestiales dones

ávidos del deleitoso elixir

que nos inspira en sublime canto.

 

Se oyó la voz de Antonio pregonar

doliente escaramuza de su pecho. 

Maldice de su sino su desgracia

y evoca su ventura de otro tiempo. 

Su amada ha sido vista junto a Juan,

brindando su ambrosía a pleno sol;

abierta fue su ofrenda de coral

de rubio y negro tono en su primor.

 

Hoy llora su desdicha el pobre Antonio:

por falta de ternura y de cautela

dejó esfumarse su alegría toda,

motivo de su angustia y de su pena

que transe de dolor su vida entera.

 

-Calle en su jeremiada, y atienda... ¿Se acuerda del pan que negó al muchacho?

¡Ay¡... Ha vuelto el individuo de marras a importunar al infortunado cantor.

-¿Quién sois, señor, que de tal manera me torturáis?

-Soy nieto de Lázaro y la barragana, y he venido dispuesto a vengar el mal trato que aquel ciego dio a mi abuelo-niño.

-Por eso os comportáis como vil sujeto sin pena ni lástima para el desvalido que soy.

-Cierto. Es el talante que merece.

-¿Qué daño os hago?

-Acuérdese del jarrazo en la cara del chico, y su perversidad en contar después el castigo.

-Señor, eso está lejos, y no fui yo.

-Simboliza aquella ofensa, y basta para mi repulsa.

Acto seguido le arrebató el bastón y sin titubeo algu­no le pegó un trastazo en la cabeza. Después desapareció sin huella de oculta delación.

El ciego quedó mucho rato tendido en el suelo, sin mano amiga que lo aupara y lo atendiera.

*

Al recobrar el conocimiento advierte que algo extraño le sucede: la luz baña sus ojos y, a pesar de las legañas manadas habitualmente, acusa fuertes relampagazos que deslumbran su atónito mirar; sus pupilas se encienden con fulgor inusita­do y una aurora iridiscente asoma en el horizonte marcando la tenue estela de su brillo encantador.

El ciego intenta levantarse entonces para correr a lo largo y ancho de su experiencia buscando fundirse con la resplandeciente luminosidad que de pronto lo inunda. Pero le faltan fuerzas y se derrumba en seguida sobre sí mismo para quedar hundido nuevamente en la prolongada oscuridad que aprisiona su existencia.

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José Rivero Vivas

EL DESQUITE

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José Rivero Vivas

EL EUNUCO – Obra: C.07 (a.07)  - Cuento

(ISBN: 978-84-9941-057-9) D.L. 2348 – 2009

Ilustración de la cubierta: (Omisión)

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

Ediciones IDEA, Islas Canarias, 2009.

Escrita en Madrid, hacia 1980-81, donde en diario proceso era transitada la estación de Atocha, reseña una época de dificultades económicas y asperezas humanas, por inadaptación conducente al fracaso, en abanico de reveses, que comprende paro y escasez, lacra urbana, pérfidos fines y cándidos sueños de gente desheredada de la Tierra. Esta serie de cuentos, desgarrados, da fe del momento aciago de su creación. Consciente de ello, su autor recurre a la introducción de algunos pasajes versificados, con objeto de templar la descarnada desnudez y acritud del tema.

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Tenerife

Islas Canarias

Marzo de 2021

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