“NO SOMOS ESCLAVAS”. HUELGAS DE TRABAJADORAS
EN LAS MAQUILAS
GLOBALES
Las mujeres protagonizan la lucha obrera desde la península
indochina a Ciudad Juárez. Largas jornadas laborales, bajos salarios y escasa
mecanización. El verdadero secreto detrás de los grandes emporios de la moda
JOSEFINA MARTÍNEZ
Desde los suburbios empobrecidos de la península indochina hasta las barriadas obreras de Ciudad Juárez, capital del feminicidio y la maquila mundial, ¿qué experiencias comunes unen las vidas de las trabajadoras precarias a un lado y otro del mundo? ¿Qué rebeliones y resistencias dan forma a una nueva clase obrera global, feminizada y racializada, que produce para grandes emporios capitalistas?
La historia de Soy Sros me pareció tan increíble que necesité leerla varias veces y tuve que comprobar la información en distintas fuentes. La joven camboyana trabaja en la fábrica Superl, que confecciona carteras de lujo para marcas como Michael Kors, Jimmy Choo o Versace. El 31 de marzo, al conocerse el despido de un centenar de trabajadoras, Soy Sros cogió su teléfono y publicó el siguiente mensaje en Facebook: “Superl está incumpliendo las instrucciones de Hun Sen, el primer ministro del Gobierno camboyano. Ha rescindido los contratos de las trabajadoras de la fábrica, incluyendo una trabajadora embarazada, alegando la falta de materia prima debido a la covid-19”. El revuelo generado obligó a la empresa a dar marcha atrás con los despidos el mismo 1 de abril y a continuación Soy Sros borró el post de sus redes sociales. Pero la cosa no terminó allí. Dos días después, la trabajadora fue detenida por la policía, acusada por la empresa de “incitar disturbios sociales”, “difamar” y “difundir fake news”. Estuvo 55 días en una celda de 10x20 metros, hacinada con otras 70 prisioneras, sin condiciones de higiene, en medio de la pandemia. Eran tantas mujeres amontonadas allí, que no podían recostarse al mismo tiempo para descansar, debían hacerlo por turnos. Soy Sros tuvo febrícula varias veces, pero no recibió asistencia sanitaria. Dice que la ayudaron otras presas, que compartieron medicinas con ella.
Hay entre 40 y 60
millones de trabajadoras y trabajadores en la industria textil de exportación a
nivel global. La mayoría son mujeres, algo que sucede desde los orígenes del
capitalismo
Madre soltera de
dos hijos, Soy Sros es referente del Sindicato Colectivo del Movimiento de
Trabajadores (CUMW) de Camboya e intenta organizar a sus compañeras contra un
sistema laboral basado en la precariedad y los abusos patronales. Superl
Leatherware Manufacturing es un emporio textil creado en 2012, que emplea a
18.000 trabajadores y trabajadoras en sus plantas de China, Filipinas y
Camboya, para la exportación a Europa y Estados Unidos. A unos metros de la
Gran Vía de Madrid, en una tienda de Michael Kors, se puede comprar un pequeño
bolso de piel con logotipo de la marca y tiras decorativas por 365 euros. Es
más que lo que cobran mensualmente las compañeras de Soy Sros.
Se calcula que hay
entre 40 y 60 millones de trabajadoras y trabajadores en la industria textil de
exportación a nivel global. Son empresas especializadas en subcontratar grandes
talleres con mano de obra barata en países pobres que fabrican ropa para marcas
conocidas. La mayoría de las ocupadas en la industria textil son mujeres –esto
es algo que se mantiene desde los orígenes del capitalismo–, y, en muchos
casos, son ellas la principal fuente de ingresos en sus hogares. Largas
jornadas laborales, bajos salarios y escasa mecanización; es la despiadada
extracción de plusvalía absoluta, el verdadero secreto detrás de los grandes
emporios de la moda.
La pandemia hizo
colapsar en pocos días las cadenas internacionales de suministros, descargando
la crisis con especial virulencia sobre las trabajadoras del sur global. De un
lado, el freno de las exportaciones chinas impidió la llegada de materias
primas a numerosos países. A su vez, grandes marcas europeas y norteamericanas
suspendieron las órdenes de compra, dejando muy tocadas a las empresas
proveedoras, cuando no al borde de la quiebra. Como resultado, cientos de miles
de trabajadoras fueron despedidas o perdieron sus jornales en las maquilas de
Bangladesh, Vietnam, Camboya, México o Centroamérica.
“No somos esclavas”
En medio de esta
catástrofe, se está desarrollando una dura lucha de clases: las empresas
aprovechan la excusa de la covid para barrer las nuevas organizaciones
sindicales, y las trabajadoras están respondiendo con huelgas, concentraciones
y protestas.
En mayo, 300
trabajadoras de la fábrica Rui-Ning de Myanmar fueron despedidas, poco después
de haber registrado un sindicato. Un caso similar se vivió en la fábrica Huabo
Times, donde 100 trabajadoras y trabajadores fueron enviados a la calle después
de formar una organización sindical. Estas fábricas birmanas producen ropa para
marcas como Zara y Primark. Las trabajadoras escribieron una carta al dueño de
Inditex, exigiendo la readmisión y denunciando las condiciones laborales:
“Cuando comenzó la pandemia, muchos trabajadores como nosotros continuaron
fabricando su ropa, incluso cuando la dirección de la fábrica inicialmente no
nos concedió medidas de seguridad como mascarillas y distanciamiento social
para protegernos a nosotros y a nuestras familias de la covid-19. Ahora, la
dirección ha aprovechado la crisis mundial como una oportunidad para destruir
nuestros sindicatos, despidiendo masivamente a los afiliados”.
Amancio Ortega
acumula una fortuna personal de 62 mil millones de euros y se encuentra en el podio
de los 10 hombres más ricos del mundo. Pero poco se dice acerca de las bases de
su fortuna, ese trabajo en condiciones semi esclavas. La buena noticia es que,
después de varias semanas de concentrarse en las puertas de la fábrica y
apoyadas por una campaña internacional de solidaridad, las trabajadoras de
Rui-Ning lograron que las reincorporaran a sus puestos de trabajo.
Amancio Ortega
acumula una fortuna de 62 mil millones de euros y se encuentra en el podio de
los 10 hombres más ricos del mundo. Poco se dice acerca de las bases de su
fortuna
En otra fábrica,
que confecciona bolsos para los ordenadores Dell, las trabajadoras mantuvieron
un piquete de huelga durante varios días. En sus redes sociales, compartieron
un mensaje muy claro: “Nosotras hacemos vuestros bolsos en Myanmar. Hemos
tratado de organizar un sindicato para pedir protección ante la covid-19 y
hemos sido inmediatamente despedidas. No somos esclavas”.
Andrew Tillett-Saks
es organizador sindical y vive en Myanmar. Conversamos sobre este proceso, tras
intercambiar algunas opiniones en las redes sociales. Para él estas protestas
han empezado a lograr algunos frutos: “Las trabajadoras de la fábrica de
Rui-Ning ganaron la reincorporación y derrotaron al consorcio patronal con dos
armas: acciones directas del sindicato dentro de la fábrica, y la solidaridad
de otras organizaciones de trabajadores a nivel internacional”. El
internacionalismo en este caso es algo muy concreto: “Dado que la producción y
los mercados capitalistas son tan globales ahora, los trabajadores y sus luchas
deben serlo también si quieren tener alguna oportunidad. En la industria de la
confección, por ejemplo, los trabajadores producen en un país, el propietario
de la fábrica suele tener su sede en un segundo país, y las marcas y los
consumidores suelen tener su sede en un tercer país. Sin solidaridad y
coordinación internacional se hace muy difícil ganar las luchas de los
trabajadores”.
Los nudos que
enlazan patriarcado, racismo y explotación laboral son el entramado del modelo
capitalista en la industria maquiladora. “El capital utiliza el racismo tanto
para facilitar la sobreexplotación de ciertos segmentos de la clase
trabajadora, como políticamente para dividir a los trabajadores entre sí, y
vemos ambas cosas en la industria de la confección”, asegura Tillett-Saks.
Lo novedoso es que
todo indica que estamos ante una importante ola de conflictividad laboral,
protagonizada por miles de trabajadoras en condiciones muy duras. Luchas que
nos recuerdan a aquellas de principios del siglo XX, cuando las obreras
organizaban huelgas salvajes en los centros del capitalismo mundial. Desde el
terreno, Tillett-Saks nos confirma esta intuición:
“En los últimos dos
años, el sector manufacturero de Myanmar ha experimentado una enorme oleada de
huelgas. Casi el 90% de las trabajadoras son mujeres jóvenes, de entre 18 y 25
años, y casi todas las huelgas son autoorganizadas por las trabajadoras. A
menudo son trabajadoras no sindicalizadas que se declaran en huelga por cientos
de miles, y forman sindicatos mientras están en huelga. Se concentran en gran
medida en la industria de la confección, pero también en otras manufacturas
ligeras. En Myanmar, cada semana durante los últimos dos años, hubo nuevas y
grandes huelgas. La prensa apenas lo cubre, pero es una lucha enorme que
francamente empequeñece las luchas sindicales que están lanzando los sindicatos
en cualquier otro país que yo haya visto. Las mujeres, por supuesto, siempre
han trabajado y siempre han participado en la organización de sindicatos, pero
las jóvenes que encabezan esta oleada de huelgas demuestran que las
trabajadoras serán fundamentales para dirigir la lucha del siglo XXI por un
movimiento obrero más fuerte y un mundo mejor”.
Paraíso
capitalista, infierno de precarización laboral
Más de 15.000
kilómetros separan la capital birmana de Ciudad de Juárez, México, en el
desierto de Chihuahua. Pero la experiencia vital de una trabajadora de las
maquilas, a un lado y otro del mundo, se encuentra mucho más próxima.
“Paraíso capitalista,
infierno de precarización laboral, emergente protesta obrera”. Así describe
Pablo Oprinari, sociólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México, la
situación de la industria maquiladora en este país en medio de la pandemia. El
control estatal de las fronteras, abiertas para la circulación de materias
primas y mercancías, pero cerradas para las personas, permite a las
multinacionales aprovechar las desiguales condiciones a un lado y otro del
muro, utilizando una mano de obra cada vez más feminizada y racializada. En las
últimas décadas, industrias norteamericanas se han deslocalizado al otro lado
de la frontera, creando nuevas ciudadelas obreras en medio del desierto, un
desarrollo combinado de tecnología avanzada y mano de obra sobreexplotada.
En el pico de la
pandemia, entre el 60% y el 80% de la industria maquiladora mexicana mantuvo su
producción, sin tomar medidas de protección
En el pico de la
pandemia, entre el 60% y el 80% de la industria maquiladora mexicana se mantuvo
produciendo, sin tomar medidas de protección para las trabajadoras y
trabajadores. El norte de México se transformó así en un foco del virus, tal
como había ocurrido en el norte industrial italiano. En este contexto, en el
mes de abril se multiplicaron las huelgas en la maquila, con la consigna:
“¡Queremos vivir!”.
Por vía telefónica,
conversamos con Yessica Tzunalli Morales, quien responde nuestras preguntas
desde Ciudad Juárez. Ella tiene 27 años y trabajó un tiempo en la maquila,
forma parte del colectivo de mujeres Pan y Rosas.
“Los trabajadores y
las trabajadoras se empezaron a contagiar de covid dentro de las fábricas. Por
eso hubo protestas, “paros locos” [huelgas salvajes], porque querían que las
mandaran a cuarentena. Hay un video muy famoso de una obrera que dice que ella
no quiere contagiar a su hija, que es un bebé. Entonces, las mujeres fueron las
que más pelearon para que la industria parara y las primeras en salir a
manifestarse a decir: ‘¡Respeta mi vida!’”.
Como en otras
partes del mundo, las grandes empresas maquiladoras se basan en una mano de obra
muy feminizada: “Hay más de 350.000 obreras y obreros laborando en la maquila,
y la mayoría son mujeres. Y de esas mujeres, muchas, la mayoría, son madres
solteras. Hay una desigualdad social muy profunda, que la pandemia vino a
develar aún más. Estas mujeres también cargan con el trabajo doméstico”. Ahora,
con la “nueva normalidad”, muchas empresas han reorganizado los horarios: “Todo
el día haciendo trabajos repetitivos, producción, producción. Doce horas dentro
de la fábrica, con sueldos raquíticos. Es una explotación muy tremenda”,
explica.
En Ciudad Juárez
los cuerpos de las mujeres envejecen más rápido, hay cuerpos doloridos, cuerpos
que desaparecen y cuerpos de mujeres asesinadas
La maquila destroza
los cuerpos. En Ciudad Juárez los cuerpos de las mujeres envejecen más rápido,
hay cuerpos doloridos, cuerpos que desaparecen y cuerpos de mujeres asesinadas.
Yessica Tzunalli Morales y otras activistas de Ciudad Juárez lo vienen
denunciando: “Durante la pandemia el feminicidio no ha parado. Las trabajadoras
salen de sus casas a las 4 de la mañana para tomar el camión de transporte de
personal, pero estos no entran a las colonias, y en muchas ocasiones las
obreras tienen que caminar largas distancias, atravesar parques a oscuras,
solas. En ese tramo que ellas caminan, se han cometido feminicidios y han
desaparecido mujeres. Por eso nosotras sostenemos que la industria maquiladora
en Ciudad Juárez es caldo de cultivo para el feminicidio, por estas condiciones
estructurales”.
La maquila devora
cuerpos de mujeres, pero también genera nuevas olas de protestas y resistencia.
“¡No somos esclavas!”, “¡Queremos vivir!”, son los gritos de insubordinación de
una nueva clase obrera global, cuya mitad son mujeres. Ellas retoman los hilos
rojos y morados de quienes mucho antes ya lucharon.
En 1912, las
trabajadoras textiles de Lawrence, en Estados Unidos, protagonizaron la huelga
de “pan y rosas”. La mayoría no estaba sindicalizada, pero comenzaron a
hacerlo, apoyadas por la IWW (Trabajadores Industriales del Mundo). Miles de
mujeres pararon las fábricas contra las condiciones laborales de
superexplotación, largas jornadas y bajos salarios, sabiendo que podían caer
presas. Crearon un comité de huelga donde se hablaba 25 idiomas, incorporando a
las trabajadoras inmigrantes. Las huelguistas también organizaron de forma
colectiva los cuidados, con comedores sociales, guarderías y enviando a sus
hijos a otras ciudades, donde serían acogidos temporalmente por familias
obreras. Después de dos meses de piquetes, enfrentamientos con la policía y
enormes muestras de solidaridad (por ejemplo, los estudiantes de Harvard
organizaron cajas de resistencia), la huelga logró su objetivo. Se redujo la
jornada laboral y se consiguió un aumento de salario.
Desde entonces, el
poema de James Oppenheim se identificó con la lucha de aquellas mujeres. Hoy lo
seguimos cantando:
Mientras vamos
marchando, marchando, gran cantidad de mujeres muertas / van gritando a través
de nuestro canto su antiguo reclamo de pan; / sus espíritus fatigados no
conocieron el pequeño arte y el amor y la belleza / ¡Sí, es por el pan que
peleamos, pero también peleamos por rosas!
Mientras vamos
marchando, marchando, a través del hermoso día/ un millón de cocinas oscuras y
miles de grises hilanderías / son tocados por un radiante sol que asoma
repentinamente / ya que el pueblo nos oye cantar: Pan y rosas! ¡Pan y rosas!
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