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sábado, 11 de julio de 2020

¿PARA QUÉ QUEREMOS HUMILDES SI NO PODEMOS HUMILLARLES?


¿PARA QUÉ QUEREMOS HUMILDES SI NO PODEMOS HUMILLARLES?
ALICIA RAMOS
Tengo una amiga Paz que me surte de interesantes lecturas. Antes del estado de alarma me prestó El entusiasmo, precariedad y trabajo creativo en la era digital, de Remedios Zafra, un despliegue de genial brillantez, Premio Anagrama de Ensayo, que me recuerda que tengo la inteligencia justita para darme cuenta de que soy tonta, que no es poca cosa para los tiempos que corren. Hay una reflexión que me inspiró muchísimo en este libro de Zafra: “Si el poder en Occidente tuviera voz, habría sido un eco que atravesaría el pasado: No es bueno que los pobres creen. No lo es porque la creación es movilizada por el conocimiento, el conocimiento genera conciencia, y la conciencia es pregunta que interpela: ¡eh, tú, por qué tienes tanto y yo nada!”



El homo sacer era la persona que no era sujeto de ningún derecho pero objeto potencial de toda violencia, se le podía matar sin que ello constituyera un asesinato

En esto estaba pensando cuando irrumpió en las redes sociales Serigne Mamadou, este temporero que ya ha viralizado algunos de sus videos poniendo en valor el aporte de la población migrante a la economía nacional. Para el orden tradicional de las cosas, Serigne no debería tener voz. A lo sumo podría haber una organización de personas blancas y nacidas en Europa que dieran voz a sus reclamaciones, así estas podrían ser expresadas de acuerdo con la tradición lógica inaugurada por Aristóteles y dichas en un acento español homologable. Entonces sí nos sentaríamos a discutir con esta entidad en una mesa sectorial y les ofreceríamos una contrapartida si retiran no sé qué parte de sus demandas en una enmienda transaccional acordada tras unos buenos gintónics. Pero ¿cómo se le ocurre a un negro decir que está levantando España? ¿Es que nos hemos vuelto todos locos? ¿Y por qué se empeñan los negros en ser de ese color? Para atizar guerritas culturales, seguro.



Otro señor, Giorgio Agamben, rebuscando en los orígenes del derecho, porque sospechaba, como Walter Benjamin, que el derecho se funda en la violencia, encuentra una turbia figura del Derecho Romano arcaico que es el homo sacer. Sacer es lo sagrado pero también lo sacrificable; lo que sacraliza, pero también lo que se da en sacrificio. El homo sacer era la persona que no era sujeto de ningún derecho pero objeto potencial de toda violencia, se le podía matar sin que ello constituyera un asesinato.

Estos días he visto con horror cómo dos policías, dos representantes de la administración pública, dos personas encargadas de hacer cumplir el orden constitucional y de garantizar la igualdad ante la ley de toda la ciudadanía y todo eso, insultaban y humillaban desde su vehículo reglamentario financiado y equipado con el dinero, otra vez, de todo el mundo, a una mujer en la calle por el único hecho de ser trans, sin más consideraciones. Lo pude ver porque lo grabaron. Uno insultaba y el otro grababa. Nadie graba y difunde las pruebas de su propio delito a menos que no entienda que es un delito. Y ahí está lo grave de todo este asunto. Insultar a una mujer trans es normal, es lo suyo, ¿qué otra cosa vas a ser? ¿Para qué sirve que haya personas vulnerables si no las puedes vulnerar? ¿Para qué queremos humildes si no podemos humillarles?

Hasta hace muy poquito las personas trans encarnábamos esa categoría agambiana del homo sacer a la perfección. Hasta hace muy poquito esa agresión hubiera fluido como las cosas normales que ocurren: cayó un árbol, granizó fuerte, condecoraron a un torturador. Pero ahora tenemos voz. Es un tema lo de la voz. La raíz de la palabra “infancia” está vinculada etimológicamente a la ausencia de voz, de voz en el sentido de expresión propia. La palabra “persona” está relacionada con la propia estructura que amplifica el sonido de la voz en las máscaras del teatro clásico. Ahora las personas trans somos personas porque tenemos voz. Y en parte la tenemos, sirva la paradoja, gracias a la infancia trans. No andaban muy finos los de las etimologías esa tarde. Algunos policías no se han enterado porque están a otra cosa y les deslumbra el brillo de herramientas jurídicas que justamente llevan el nombre del instrumento que amordaza la voz.

Cayó un árbol. Granizó fuerte.

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