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lunes, 11 de mayo de 2020

LA ESTRELLA DE VÍCTOR RAMÍREZ



LA ESTRELLA DE VÍCTOR RAMÍREZ
POR AGUSTÍN MILLARES CANTERO
El pueblo canario no tiene un camino que conduce a una estrella, diría yo parafraseando negativamente y en clave insular el título de la más famosa escultura del artista español Alberto Sánchez (1895-1962). Ni la tiene ni la ha tenido durante la mayor parte de su atormentada historia, que tan a menudo falsean los mercachifles del saber.

Pensar otra cosa sería un alarde de incuria intelectual y de optimismo embaucador. Hay múltiples causas que nos explican esta ausencia de horizontes luminosos. Veamos algunas de las principales.

1) El poder avasallador de sistemas económicos que aunaron la feudalidad y el capitalismo (inclusive con aportaciones transitorias de la esclavitud), capaces de ejercer una explotación inmisericorde por medio de la aparcería y del trabajo asalariado, haciendo víctima a una población eminentemente rural hasta fechas cercanas y cuya impronta aún subsiste en los últimos tiempos, marcados por una urbanización salvaje.
2) La dominación casi omnímoda de oligarquías caciquiles (ayer agrarias y hoy “turísticas”), con afanes depredadores en sus territorios respectivos y recursos clientelares de probada eficacia.
3) El sistemático saqueo de nuestros recursos naturales por los agentes del colonialismo y del imperialismo de las potencias de turno, proceso que dio origen a la propia conquista de Canarias y continúa vigente en sus expresiones sustanciales, aunque hayan variado las formas en que se practica.
4) Las apoyaturas burocráticas de los aparatos del Estado español a los intereses de las clases dominantes indígenas y de sus patronos foráneos, siempre laborando más por acción que por omisión.
5) Los controles sociales para disciplinar a las masas en regímenes absolutistas, liberales o autoritarios (inscritos o no en las dinámicas de los fascismos históricos o de sus versiones “neos”), ya por la fuerza bruta o la manipulación de las conciencias enajenadas.
6) El fomento de las luchas intestinas a cargo de unas clases dirigentes proclives hacia los apetitos hegemónicos sobre el Archipiélago o un grupo de islas, arbitrando métodos propios de un centralismo interior, de índole global o parcial, que les garantizaran mayores privilegios y prebendas.
7) Los recursos a la emigración como válvula de ajuste en etapas críticas (pues "las gentes que emigran no pelean"), acudiendo a la reacción racista y xenófoba cuando nos hemos transformado en tierra de inmigrantes.
8) La ignorancia programada desde las instituciones oficiales en un país de analfabetos, donde los absolutos de antaño se han convertido en los funcionales y/o tecnológicos de ahora.
8) El oscurantismo fanático de la religión católica y sus prédicas de sumisión y mansedumbre al orden establecido, mediando por norma la colaboración de la Iglesia con los poderosos.
8) El imperio de la corrupción en la práctica totalidad de las instancias públicas, sostenido por las complicidades entre los beneficiarios directos de las estructuras opresoras y sus devotos paniaguados de cualquier pelaje y condición.

Es obvio que esta relación no agota todos los factores que han promovido, y todavía impul-san, las calamidades para la inmensa mayo-ría de los isleños. Se trata de un mero apunte en términos históricos, quizás útil apenas co-mo aportación a la hora de reabrir los debates que hace décadas cerraron en falso las izquierdas por estas latitudes.
A juicio de algunos independentistas revolucionarios (porque existe una “independencia” reaccionaria de cuño neocolonial, evidenciada recientemente por las campañas “soberanistas” del órgano in pectore del insularismo tinerfeño más ramplón), toda la problemática canaria se reduce a parámetros que, a simple vista, parecen muy sencillos, aunque en el fondo escondan cuestiones de enorme calado.

El gran escritor que es Víctor Ramírez, sin duda su intelectual orgánico de más talla y el referente obligado de semejante tendencia, lo ha expuesto en reiteradas ocasiones con meridiana nitidez. La “patología” de “nuestra enfermedad” procede del colonialismo y “el agente patógeno” no es otro que España, entendida ésta “como estructura de poder colonial”. Así lo planteó valientemente en su discurso de ingreso en la Academia Canaria de la Lengua, el 26 de mayo de 2004, condensando en esas Palabras libertarias para una conciencia canaria universalista aquellos análisis que, durante largos periodos, esgrimió desde el terrero periodístico.
Faltando monografías políticas que desarrollen algunas de las claves apuntadas a lo largo de la Transición, las colaboraciones en prensa han aspirado a cubrir parte de tantas lagunas.

La publicación de tales artículos en Diario de Las Palmas, La Tribuna Y Liberación, recopilados hasta ahora en una docena de volúmenes, constituyen uno de esos extraños fenómenos de la vida cultural que más parecen obra de los dioses. Por bastante menos, simplemente en virtud de sus censuras hacia la masacre colonialista marroquí, pasaron temporadas en las cárceles el republicano federal Melitón Gutiérrez Castro y el anarquista Agustín García Estévez, allá por la crisis terminal de la primera Restauración borbónica.
Si durante la segunda restauración han podido leerse cosas de mayor voltaje, no es por la suma tolerancia de la nueva Borbonia -como certeramente denomina Víctor Ramírez a la actual España-, sino porque las movilizaciones populares han ganado espacios de libertad y las fuerzas represivas carecen de tanta capacidad de interferencia.

Hubo quien señaló que Víctor perdía el tiempo dedicándose a semejantes menesteres, que nunca debía sacrificar novelas y relatos a esos escritos de circunstancias llamados al olvido. Afortunadamente rechazó el autor aquellas recomendaciones, y por ello es posible estimarlo hoy como el mejor de los segui-dores en vida de Secundino Delgado Rodríguez.
Las bregas por la “independencia solidaria” a través de la “conciencia emancipatoria”, las denuncias frente al proxenetismo que envilece la Patria Canaria, muestran claros influjos del pionero. La honradez y la fidelidad a los principios comunes asimismo los vincula.  Y además contamos en ambos con similares inclinaciones de tipo ácrata.

Los anclajes en Secundino nos sitúan ante lo que representa, a mi humilde entender, el punto más débil de esta configuración ideológica nacionalista. No sé por qué maldición bíblica persiste el empeño en fundamentar ante todo el nacionalismo y la identidad isleña sobre los amazikes precoloniales, de los cuales se nos obliga a ser forzados descendientes a riesgo de merecer el epíteto de antipatriotas (Lo que no es el caso de Secundino y de Ramírez, para quienes -como para el dominicano Máximo Gómez- la única raza es la Humanidad, dividida en naciones buenas o malas).
La plena asimilación de los “guanches” con los maúros o magos no posee base antropológica rigurosa y supone una dramática expresión de peligroso infantilismo político. Lo apropiado es reconocer que somos un pueblo racialmente mestizo (el mismo Nicolás Estévanez se reconocía, como canario de nacimiento, africano de raza irlandesa) y que del mestizaje afloró precisamente nuestra personalidad diferenciada.
Es más, los responsables de la opresión que ha sufrido y padece aún la Patria Canaria no resultan todos “fuereños”, según los llama Víctor. También, y principalmente -como también ha señalado el propio Víctor en muchas ocasiones- los “dentreños” (perdóneseme la forzada expresión antagónica) han tenido y tienen su parte alícuota en las culpas, y precisaría -como ha insistido Víctor- que hasta la fundamental.

Sí: estoy de acuerdo con Ramírez en que los enemigos por antonomasia del pueblo canario han nacido siempre en estas Islas, y por las venas de una gran parte de ellos corren incluso gotas de sangre amasik.
Un elemental enfoque marxista de la cuestión nacional exige poner en primer plano la lucha de clases, desechando cualquier escora afín al populismo. La contradicción principal enfrenta a oprimidos y opresores, no a españolistas con independentistas. Antes que en Fanon o en Gandhi, tenemos que sustentarnos en Marx o en Lenin.
Y hasta el liberalismo radical puede servirnos de inspiración en orden al tratamiento internacionalista. Al decir Benjamín Franklin que su país estaba donde reinase la libertad, le respondió Tom Paine, uno de los iniciales propulsores del derecho de autodeterminación de los pueblos, que donde faltaba la libertad tenía el suyo.

La escritura civil de Víctor es rebelde en toda regla, con una “rebeldía libertaria” que parte de la emancipación del lenguaje colonizado, de la ruptura con “las palabras impuestas por la oficialidad”. Aquí radica el primer paso de todo movimiento realmente libertador.
Sea Canarias una colonia en sentido estricto o una nación oprimida dentro de un Es-tado plurinacional, su apuesta es válida y socialmente fecunda, y por ende ajena al “onanismo egocéntrico” practicado al fin en el mundo de “nuestras sabidurías”.
El narrador entra en batalla desde la lite-ratura contra “la aculturación alienante”  y la desmemoria organizadas -él lo llama Ignorantación- por la metrópolis y los gobiernos autonómicos -él los llama esbirriles-, sus mejores secuaces, devotos en el presente de un paninsularismo conservador que usa y abusa del disfraz nacionalista, en mascarada pedigüeña bajo batuta imperial.

Un proyecto de revolución cultural es requisito previo de toda andadura  que sea en verdad libertadora, lo cual demanda ajustar cuentas con el quehacer de los colonialistas en las aulas. Docente hasta su jubilación, Víctor conoce muy bien los efectos castradores de tantos planes “educativos” (él los llama planes adiestradores), que entre otras recetas aportan la marginación de nuestra propia cultura y el arraigo de pautas serviles.
Ha trabajado en medio de los rentistas del conocimiento, de los burócratas de la más nefasta de las policías, la que tiene por misión domesticar las conciencias y reprimirlas si fuera menester.
Por eso él aborrece tanto la enseñanza que sufrimos, mayormente escuela de autómatas al servicio del que manda, criadero de esbirros adoradores del euro o del dólar.

A pesar de las puntuales discrepancias, siento una profunda admiración por este literato insobornable que es fiel a los suyos y a sí mismo desde la primera hasta la última línea de todos sus textos. Negándose de plano a rendir sus ideas ante el becerro de oro, ha optado consecuentemente por jugar el papel de francotirador en unas trincheras abandonadas por numerosos, excesivos desertores.
La carga de filosofía idealista que soportan su pensamiento y su acción, nunca será lo suficientemente pesada como para impedirle avanzar. Aunque nos falte todavía el príncipe colectivo de Gramsci, sabe que no está solo, pero también que no abunda la compañía y que poco cabe esperar del canariaje.
Pero Víctor es de los isleños que sí tiene un camino que conduce a una estrella, o por mejor decir, a siete estrellas verdes en la constelación de la Humanidad. Una senda que igualmente tuvo mi padre y tantos otros antaño y hogaño, pues es la propia de una Canarias Libre y Socialista. Por ella transitaremos algún día. Y de muchos de nosotros depende que sea más temprano que tarde.

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