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domingo, 3 de mayo de 2020

BAHÍA COCHINOS


BAHÍA COCHINOS
Era el 17 de abril y había desembarcado por Bahía de Cochinos la Brigada 2506 compuesta por cubanos contrarios a la revolución y apoyados por el gobierno americano. Recibimos la orden de prepararnos para la marcha con todo listo para el combate, lo que nos tomó algún tiempo organizar, dados los inconvenientes de la noche anterior.
Antes de partir el Jefe de la Agrupación Artillería me llamó y nos dijo “Esto no es una práctica de tiro”, “Patria o Muerte”. Me designó junto con el primer teniente del ejército Rodríguez Ballester como jefes de la batería. Ballester era también del curso de los checos y había sido combatiente de la Sierra Maestra y se suponía tenía experiencia en el combate, lo que me daba tranquilidad y confianza.
Salimos de la Base en caravana con rumbo a ciudad de La Habana con la orientación de ponernos a la orden de un alto oficial del ejército que nos interceptaría por el camino. Antes de llegar a la Playa de Marianao nos interceptó el Comandante Oscar Fernández Mell, combatiente de la Sierra Maestra y médico de profesión, que nos ordenó seguirlo, sin darnos más explicaciones.
Continuamos por toda la Quinta Avenida de Miramar, Malecón,  cruzamos el túnel de la Bahía y continuamos por toda la Avenida Monumental y Vía Blanca hacia la ciudad de Matanzas. Fue muy emocionante cuando cruzábamos por esta ciudad de Matanzas donde nos encontramos con una multitud de pueblo lanzado a las calles apoyando la Revolución, dando vítores a las tropas que íbamos al combate.
Muchos querían montarse en nuestros camiones e irse con nosotros, cosa que lógicamente no lo permitíamos, porque en definitiva no se sabe la intención real de nadie, pero sin duda era la solidaridad con nosotros y lo que representábamos.
Otros nos arrojaban ramas de árboles para que nos camuflaremos. Esto era realmente emocionante. Y son cosas inolvidables a pesar de las frustraciones que sobrevinieron con los años.
Continuamos por la Carretera Central hasta llegar a la ciudad del Perico en la provincia de Matanzas, allí doblamos a la derecha buscando el pueblo de Jagüey Grande. En ese pueblo rellenamos combustible. Desde allí a cada rato se oían explosiones en dirección a la ciénaga. La gente nos decía que habían visto aviones.
Ya estaba entrando la noche cuando se recibe la orden de avanzar por la carretera que conduce a la Bahía de Cochinos, cruzando por el Central Australia, donde habían  establecido un Puesto de Mando. Continuamos el avance hacia el sur rumbo a Playa Larga, ya con los faros de los vehículos apagados dada la proximidad del enemigo tratando de no convertirnos en blanco fácil.
La carretera por la que avanzábamos era recta y perfectamente plana, pues está construida sobre pequeños islotes de tierra sobre un terreno cenagoso. De vez en vez se podía apreciar pequeños cayos de tierra firme cercanos a la carretera, así como lugares donde los carboneros hacían sus hornos. Sin embargo, adentrarse en la ciénaga a campo traviesa tiene el peligro de meterse en una tembladera o de toparse con algún cocodrilo, muy abundantes por allí ya que ese es su hábitat, por lo que había que atenerse al suelo firme, si otra circunstancia no obligaba.
Luego de pasar el anuncio del parque Nacional Ciénaga de Zapata y la Laguna del Tesoro y a poco andar, nos topamos con tropas de paracaidistas enemigos, que habían sido lanzados en esa zona en lugares más o menos firmes, para ubicar tropas en nuestra retaguardia. Nos abrieron fuego desatándose una balacera tremenda que nos obliga a tirarnos de los camiones y buscar protección detrás de los vehículos y utilizar las piezas de artillería como escudo.
Así en esas condiciones bajo el fuego enemigo estuvimos más de media hora, hasta que tropas de nuestra infantería se desplegaron y los atacaron, repeliendo el ataque. El enemigo se replegó.
Continuamos desplazándonos, ahora lentamente en la obscuridad, con el temor de entrar en terreno minado, pues se veían con bastante frecuencia unas lomitas de arena sobre el contén de la carretera.
A nuestro lado avanzaban tropas de infantería para atacar y tomar Playa Larga. Daba la impresión de que la artillería y la infantería avanzaban juntas, sin tomar en cuenta que los morteros tienen una distancia de tiro mínima para poder garantizar su efectividad, por lo que tienen que avanzar a la retaguardia de la infantería. Había mucha confusión pues mientras nuestras tropas avanzaban el enemigo disparaba con sus ametralladoras, tanques y artillería y no había lugar para refugiarse pues prácticamente estábamos arriba de la carretera. Había muchos heridos. Allí cayó nuestro compañero Rolando Vega O’Connor, el malayo. Hoy en su honor la Plaza Mercado de Cuatro Caminos en La Habana, lleva su nombre.
El combate era cruento, pues el enemigo había encontrado cierta resistencia al desembarcar por parte del Batallón # 339 de la ciudad de Cienfuegos, que estaba desplegado allí en entrenamiento de defensa y con un armamento incomparablemente inferior a los de las fuerzas invasoras, además prácticamente sin experiencia. Muchos eran ya personas mayores. Ante el fuerte ataque de las fuerzas invasoras no les quedó otra alternativa que el repliegue. Cediéndole el terreno al enemigo, perdiendo mucho personal.
Las tropas de desembarco habían tenido casi 24 horas para establecer la defensa, cavar trincheras y organizar bien su logística. Poseían un buen entrenamiento, y además de las armas propias de batallón de infantería, también venían reforzadas con ametralladoras pesadas calibre 50, instaladas en una estructura giratoria de acero, colocadas sobre la cabina de los camiones de guerra que traían y que le daban gran movilidad. Su fuego alternado barría la carretera, por la que teníamos que avanzar, pues a ambos lados estaban los pantanos de la ciénaga. Poseían además artillería ligera como eran cañones antitanque sin retroceso, morteros del 60, bazucas y tanques. Todas estas armas las usaban con eficacia.
Ya habían sido rechazados los ataques sobre Playa Larga de las fuerzas de la columna #1, compuesta en su mayoría por combatientes del ejército rebelde, con experiencia en la lucha armada. A este batallón le causaron numerosas bajas. Estas fueron las primeras tropas en realmente atacarlos y sufrieron mucho desgaste y tuvieron que replegarse. El bagaje de fuego sobre nuestros emplazamientos era intenso. Hacían disparos con sus morteros con muy buena puntería, impactando nuestros emplazamientos ocasionando bajas.
El ataque fue continuado por el batallón del segundo curso de la Escuela de Responsables de Milicia de Matanzas. Este batallón estaba al mando del director de la escuela, el Capitán José Ramón Fernández, el gallego, quien después de formarlos sobre la carretera les ordenó :derecha dre, de frente march y no parar hasta topar con el enemigo. Y pa’lante.
Nuestro avance era prácticamente imposible. Sorpresivamente se nos aproximó un lujoso automóvil que venía de frente a nosotros y esporádicamente encendía y apagaba sus faros para guiarse. Cuando llegó a nosotros paró, y se bajó del auto una persona alta y corpulenta preguntándonos que arma llevábamos. Le respondimos que morteros pesados y nos ordenó no seguir avanzando pues ya había aglomeración de tropas y eso provocaba muchas bajas. Nos ordenó que nos replegáramos y ponernos a las órdenes del gallego Fernández.
Hubo un instante en que el faro de un carro iluminó como un flash y vimos que nuestro interlocutor era Fidel Castro en persona que venía de la zona del frente de combate. Por la voz no lo identificamos pues estaba muy ronco. Tratamos de movernos rápidamente pues al amanecer la aviación enemiga nos acosaría. Logramos retroceder y meternos en una pequeña arboleda donde pensábamos que por lo menos estaríamos ocultos.
Como a las seis de la mañana, aclarando el día, sufrimos el ataque de un Bombardero B 26 del enemigo. Dió varios pases disparando y peinando el terreno con el fuego de sus ametralladoras. Nuestras  antiaéreas también le respondían al fuego y le disparaban. Volaba tan bajo que practicante se podían distinguir los pilotos. Nos hizo varios pases. Finalmente hizo un giro y se alejó.
Inmediatamente regresó bombardeándonos. Nos lanzó un total de seis bombas que caían en serie como a unos 50 metros unas de otras. Eran bombas de 250 libras. Las explosiones hacían temblar la tierra. Por suerte ninguna nos impactó directamente, pues quedamos dentro del intervalo en que caían. Ese fue su último pase, pues fue derribado por el fuego antiaéreo, cayendo relativamente cerca de nosotros y explotando.
El ataque de la aviación es algo escalofriante, causa terror y pánico. Durante los combates, cuando se veía venir el ataque de la aviación se daba el grito de “AVIÓN” y automáticamente cada cual trataba de ponerse inmediatamente a salvo, eligiendo lugares inverosímiles para ocultarse.
Así me sucedió en una ocasión, que al grito de avión me metí debajo del tronco de un árbol caído, que me pareció estupendo para garantizarme protección. Cuando pasó el peligro y trate de salir del refugio, resultó que el dichoso tronco era de un árbol llamado almácigo, que estaba además podrido y era sólo un cascarón que pude levantar con mi cuerpo, al tratar de salir de debajo. Era incapaz de protegerme de un ataque aéreo.
De igual forma, estando en la arboleda que fue bombardeada, al grito de AVIÓN traté de meterme rápidamente detrás de un árbol corpulento. Cual no fue mi sorpresa, en ese frenesí, que detrás del sitio escogido me encontré una larga fila de milicianos tratando también de ocultarse y protegerse detrás del mismo árbol. Me empujaban sin miramientos y no me permitían la entrada a la fila, porque eso significaba que alguien sería desplazado.
Paradójicamente, el avión se apareció por dirección diferente a la que se esperaba y el reguero de gente que se armó fue insólito. Al final tuve que correr y meterme debajo de un camión, con el peligro de que le dispararan tomándolo como un objetivo valioso.
Estando debajo del camión el estrés me provocó unos temblores que no podía contener, ni me permitían quedarme quieto. Estaba acostado boca abajo en la tierra, y era como una vibración que me hacía rebotar contra el suelo. Traté de contenerme, principalmente por el qué dirán, si me ven en ese trance, hasta que me di cuenta que había otro compañero debajo del camión que también temblaba. Era el cocinero de la batería. Resultó que el camión bajo el cual me oculté estaba cargado con obuses de mortero, que si hubiese sido impactado todavía yo estuviera volando por el aire. Anecdótico era ver a un grupo numeroso de milicianos, que al grito de AVIÓN, cuando se oía: “A”, todo el mundo huía despavorido y cuando se llegaba a decir “VIÓN” ya no se veía a nadie. La gente parecía que se había “desintegrado”.
Estando aun en ese lugar tuve la oportunidad de ver la formación y pase de lista del batallón # 339 de Cienfuegos, que había sido el primero en chocar con el enemigo. Me impresionó muchísimo ver pelotones con tal número de bajas que le faltaba una escuadra completa, así como a escuadras con 3 o 4 espacios vacíos. Los faltantes habían sido bajas.
En Playa Larga la resistencia que se había experimentado en horas anteriores había mermado considerablemente. Ante el empuje de las milicias, las fuerzas invasoras se habían replegado, abandonando sus posiciones de defensa iniciales, lo que los puso en flagrante desventaja. Se habían desplazado en dirección a Playa Girón y muchos de ellos se escabullían por los trillos y vericuetos de la ciénaga tratando de ponerse a salvo.
Allí en la urbanización de Playa Larga el espectáculo era dantesco, había cadáveres regados por doquier, en los arrecifes de la playa, en las cunetas de las calles, en las trincheras, dentro de algunas casas. Recuerdo unas casas en las que habían establecido el hospital de sangre. En su interior se encontraban camastros cubiertos con mosquiteros, todos ellos estaban tintos en sangre. Se encontró mucho armamento abandonado, entre ellos algunos camiones artillados con ametralladoras pesadas y unos tanques de guerra destruídos. El ataque continuó por la carretera que une Playa Larga con Playa Girón, de aproximadamente 30 kilómetros de largo.
Al atardecer se lanza al combate un batallón de milicia, que estaba siendo transportado en autobuses del servicio urbano. Fueron sorprendidos por la aviación en plena carretera y aunque aceleraron para minimizar la probabilidad de impactos los alcanzó el bombardeo y ametrallamiento aéreo, sin que apenas les diera tiempo de tirarse del vehículo y buscar protección. El fuego incineró completamente a tres de aquellos ómnibus ocasionando muchas bajas.
Más adelante se había improvisado el puesto de mando de ofensiva, en una construcción al lado del mar. Allí había algunos heridos y entre ellos estaba el comandante René Rodríguez, al que le acababan de herir. Le habían dado un balazo en una nalga y estaba tirado bocabajo sobre una mesa blasfemando a más no poder. Sus escoltas que evidentemente eran sus compañeros desde la época de la Sierra lo choteaban, diciendo que lo habían herido en las nalgas echando pa’lante. Estaba de muy mal humor, pero como era el jefe a cargo de la operación en ese momento, no quedaba más remedio que dirigirnos a él para actualizar las órdenes. Nos miró de reojo y nos dijo, eche por ahí pa'llá, señalando hacia Playa Girón.
Al amanecer del día 19 de abril se lanza al combate el batallón de la policía, algunos de sus miembros eran excombatientes de la Sierra y todos procedían de la academia de la policía por lo que tenían el entrenamiento apropiado. Por nuestra parte recibimos la misión de marchar con ellos dándoles el apoyo artillero. La misión era tomar por asalto Playa Girón.
El recorrido por la carretera era muy lento pues había que enfrentar múltiples focos de resistencia, pero esporádicos. En el camino encontramos tres tanques de guerra enemigos que acababan de ser destruidos por el ametrallamiento a que fueron sometidos. Se habían incendiado y estaban incandescentes, por lo que no se podían usar como parapeto.
Por momentos el avance era algo caótico, pues juntos con el  batallón iban también infiltrados una serie de oficiales de la Sierra, que sin pertenecer al mismo, impartían órdenes por su cuenta. Entre ellos había un militar relativamente joven vestido con el uniforme y grados de comandante, al que le decían Pilón, que posiblemente era el gentilicio por su poblado de origen. Daba órdenes a su parecer, mandando irresponsablemente a los morteros a disparar a la vez que a la infantería a avanzar. Años  más tarde supe que este comandante se había fugado del hospital donde estaba ingresado, para participar en los combates de Girón y que posteriormente había fallecido de una enfermedad maligna.
Serían como las tres de la tarde cuando se comenzaron a visualizar las edificaciones de Playa Girón. Recuerdo un gran tanque de cemento, cuadrado, y construido sobre unas altas columnas de concreto para el almacenamiento y suministro de agua al complejo turístico. Este tanque de agua estaba pintado a semejanza de un tablero de ajedrez, rojo y blanco. Por su buena visibilidad se convirtió en un punto ideal para tomar como referencia y dirigir el fuego de la artillería sobre Girón.
Debe destacarse que dadas las características generales del escenario de los combates, no había puntos de referencia por ser todo llano y mayormente sobre una carretera. El fuego de artillería se hacía a rumbo, “tira p'llá” como decían algunos jefes. En realidad no se sabía a ciencia cierta donde era que caían los proyectiles de mortero con sus tiros parabólicos. Tampoco había un mando unificado a nivel de las unidades menores y muchas veces se mandaba a la artillería a hacer fuego al mismo instante que se daba la orden a la infantería de lanzarse al ataque. Algunas veces pasó que a grito limpio llegaban los jefes amenazando, porque le estábamos tirando a su gente. No obstante era una ofensiva arrolladora.
Cuando las tropas penetraron a Girón el enemigo ya estaba acosado. Estaba siendo atacado desde varios frentes por las tropas que venían desde Playa Larga y las que venían desde San Blas. Ya la victoria era cuestión de un último empujón. En esas circunstancias se observa gran número de barcazas de desembarco llenas de personal que trataban de huir y llegar a un buque de guerra americano que estaba a la expectativa en las cercanías, a muy pocas millas de la de costa.
La artillería de cañones 85 comenzó a hacerles fuego y seguidamente extendió sus disparos hacia el barco americano. Se le hicieron  varios disparos cortos que no alcanzaban al buque. Esto fue seguido de un disparo largo que lo sobrevoló. Inmediatamente estimaron que ya los artilleros lo tenían  encuadrado y que la próxima andanada posiblemente era sobre ellos. A toda velocidad se alejaron, dejando las barcazas abandonadas a su suerte en su intento de alcanzarlos.
En ese instante  apareció sobre nosotros un avión, cuyo ruido de motores nos asustó pues pensamos que nos atacaba. Resultó ser un avión nuestro de combate, de los pocos que quedaban disponibles, un Sea Fury de fabricación inglesa, que venía a incorporarse al ataque a Girón.
Este avión hizo un picado sobre las barcazas y comenzó a ametrallarlas. Se podía ver el barrido de los proyectiles sobre el agua y cómo las alcanzaba haciéndolas zozobrar y la gente saltar al agua tratando de ponerse a salvo del ametrallamiento. Esta escena se repitió varias veces hasta que las barcazas quedaron al pairo, semi destruidas y sin personal a bordo. Seguidamente el avión hizo un giro volviendo a tomar altura. Desde muy alto se lanzó en picado sobre Girón y soltó una bomba que me pareció como de 1000 libras, que hizo una explosión enorme en medio de la plaza central del pueblo. Las tropas se lanzaron al ataque y en breves minutos los invasores cesaron su resistencia y se rindieron. Muchos se dispersaron hacia la ciénaga por aquello de sálvese quien pueda. El resto de esa tarde y la noche la pasamos en trincheras improvisadas a los lados de la carretera sin entrar al pueblo, atentos a un posible contraataque.
Recuerdo de un compañero, Quintín, que en la vida civil era maestro, y que comenzó a reunir piedras y a construir con ellas como un pequeño volcán, hasta que en cuyo cráter cabría. Cuando decidió que lo había terminado se metió dentro y se puso la última piedra sobre su cabeza y así dio por terminado su refugio para pasar la noche. Lógicamente los jodedores a cada rato le tiraban una piedra a la que el respondía con palabrotas de insulto, pero seguidamente se oía su carcajada.
Por la noche continuaba la persecución del enemigo que se había dispersado. Eran cientos de ellos y estaban bien armados. Esporádicamente se sentían disparos de la artillería de los tanques, y de vez en cuando se veían cruzar sobre nosotros proyectiles incandescentes que caían al mar.
Apenas anocheció comenzó la migración de millones de cangrejos desde la ciénaga hacia el mar, que nos pasaban por arriba e impedían hacernos de un lugarcito tranquilo para echar un pestañazo, ya que hacía cuatro días que no dormíamos ni comíamos. Al final el cansancio nos rindió y mal que bien así pasamos la noche.
Al amanecer del día 20 de abril, comenzamos a husmear y explorar la zona. Encontramos un tanque de guerra enemigo que había sido destruido y del que en esos momentos sacaban los cadáveres de sus tripulantes. Estaba allí un fotógrafo americano, que recuerdo se llamaba Bob Taber y las fotos aquellas que tomó fueron publicadas. Hay una, en que aparece el cadáver de un invasor sobre el tanque. Hay versiones de que ese cadáver era de un natural de Cabaiguán, conocido nuestro y llamado Gustavo Vila, según años después me contó su hermana, Ileana Vila, cuando fue compañera mía de trabajo.
Seguido a la victoria, se desató entre los milicianos el afán de hacerse de algún trofeo de guerra, principalmente pistolas. Así exploraban todos los rincones habidos y por haber.
Tan pronto se extrajeron los cadáveres de los tripulantes del tanque de guerra destruido, que no fue nada fácil por la posición adoptada por los cuerpos y la rigidez cadavérica que presentaban, algunos milicianos se metieron dentro del tanque buscando pistolas y objetos como trofeos de guerra. Así alguien encontró una pistola de señales y al manipularla se disparó dentro del tanque y comenzó a salir por la escotilla un intenso humo amarillo. Seguidamente comenzaron a salir milicianos de dentro de aquel tanque que parecían que estaban siendo disparados desde dentro por algo, así salieron a escape cinco, con grandes expresiones de susto en sus caras.
Cientos de los invasores se fueron rindiendo y eran inmediatamente apresados. Se dio el caso de que a un solo miliciano se le rindieron veinte invasores. Recuerdo un gran grupo como de cincuenta rendidos que iban siendo conducidos a pie por unos pocos milicianos. Marchaban en fila india. Entre ellos veo una cara conocida, me le acerco e inmediatamente lo reconocí, era un viejo compañero de escuela de Cabaiguán al que llamábamos Piti Vidueira. Lo llamé por su nombre y me respondió el saludo llamándome por el mío, añadiendo una expresión de brazos y cara que para nosotros significaba: “esto es lo que hay”. Así se rindieron más de 1200 invasores. Al mediodía del día 20 nos dan la orden de desplazarnos hacia Playa Larga y allí establecer la defensa.
La bahía de Cochinos es una ensenada en forma de U donde Playa Larga está en el vértice y Playa Girón en el extremo izquierdo. Desde nuestro emplazamiento se veía el buque Houston que transportaba personal y avituallamiento para las tropas y que el ataque de la aviación lo había impactado y hecho encallar muy cerca a la costa en el extremo derecho de la ensenada.
Buscando un buen lugar para acampar nos contactan unos milicianos para pedirnos prestada una de las dos ametralladora pesadas calibre 52 de que disponía nuestra batería para la defensa antiaérea, para instalarla en la proa de una lancha “El Bravo” y así tratar de asaltar al Houston, ya que en un intento anterior el personal que aún quedaba a bordo les había disparado y no los dejaban acercarse. Al final tampoco pudieron llegar al barco por el intenso fuego con que eran recibidos cuando se acercaban, por lo que desistieron de la empresa.
Más tarde comienza a dispararle al barco un cañón autopropulsado, SAU100. Después de múltiples disparos no lograba dar en el blanco, ya que el barco estaba de proa al cañón que le disparaba lo que lo convertía en objetivo puntual. Como el Houston mostraba su costado hacia nuestro emplazamiento es que fui a solicitar permiso del mando para dispararle.
Resultó que el Jefe era el famoso gallego Fernández que estaba tirado sobre la arena cerca de nosotros con un grupo de oficiales. Me cuadré militarmente y le pedí el permiso, a lo que me preguntó sobre el arma que tenía y cuál era su alcance. Le respondí especificándole los 6 kilómetros de alcance de nuestros morteros, a lo que me respondió: el blanco está a siete, además eso lo está dirigiendo personalmente Fidel. OK, Permiso para retirarme….
Efectivamente Castro personalmente dirigía el tiro. Es de esa operación de la que surge la famosa foto en la que aparece Fidel saltando a tierra desde el tanque. Foto que está además acuñada sobre la Medalla de Combatiente de Playa Girón, con la que yo personalmente también he sido condecorado.
Como no había otra alternativa me senté cómodamente sobre la arena de la playa y con un telémetro de artillería me puse a observar los detalles de la operación del cañoneo. Al fin, después de aproximadamente veinte intentos, un disparo acertó la Santa Bárbara del buque que provocó una explosión tremenda seguida de un voraz incendio que duró toda la noche y que prácticamente lo destruyó. Sin embargo al estar encallado todo lo que estaba bajo agua quedó intacto. Como veinte años más tarde tuve la oportunidad de conocer personalmente, en casa de un amigo común, al Capitán Tovar, que había sido el jefe de aquel tanque utilizado por Fidel en el cañoneo del Houston
Esa tarde pasó un camión tirándonos naranjas y latas de leche condensada. Era el primer alimento a que teníamos acceso desde hacía 5 días. Al día siguiente pasaron unos camiones repartiendo abundantes raciones de pollo frito, distribuyéndolas en unos recipientes, “platones”, de aluminio como de 80 cm de diámetro, tradicionalmente utilizados por el campesino cubano para fregar, por no tener servicio de agua corriente. La comida sabía a gloria.
Esa tarde nos bañamos en la playa pues ya apestábamos mucho después de tantos días sin bañarnos. Estando en la playa me encontré, en el agua cercana a la orilla, un subfusil M-3 americano intacto. Esa noche dormimos tirados en el suelo, usando las botas como almohada, pero con la barriga llena, en una de las casas abandonadas, huyéndole a la invasión de cangrejos y poder dormir bajo techo.
Al día siguiente al amanecer reunimos algunas latas de leche condensada que nos habían tirado el día anterior desde un camión. En una “lata”, recipiente de 5 galones de volúmen, habíamos diluído la leche con agua y comenzamos a calentarla en un fuego improvisado dentro de la casa. Estando en esto, dos aviones cazas americanos de propulsión a chorro sobrevolaron el lugar a muy baja altura, haciendo un ruido ensordecedor, lo que provocó un pánico tal, que nos hizo saltar por las ventanas atropellando todo lo que se encontraba a nuestro paso, pensando que nos iban a ametrallar. En el corre-corre y los saltos, alguien le dio una patada a la lata donde hacinamos la leche y la viró y nos quedamos sin desayuno.
Ese día me pude trasladar hasta el poblado de Jagüey Grande, para visitar a nuestros compañeros que habían sido heridos y trasladados por las ambulancias para el hospital de sangre, que habían organizado dentro de la iglesia católica del pueblo. Allí había infinidad de heridos que no habían requerido traslado urgente hacia Hospitales, por no estar sus vidas en peligro. Entre ellos estaba mi amigo Miguel, el italiano, que tenía heridas producidas por esquirlas de bomba en uno de sus brazos. También otros compañeros de la batería que habían sufrido heridas.
No sería justo dejar de destacar el esfuerzo de un grupo de ciudadanos de los alrededores, que prestaron sus automóviles para dar el servicio de ambulancia. Ellos mismos le pintaron voluntariamente una cruz roja en el techo, tratando de evitar el ataque de la aviación y conduciéndolos, evacuaban a los heridos desde el mismo frente hasta la retaguardia, inclusive expuestos al fuego del enemigo y bajo el riesgo de ser ametrallados por la aviación enemiga durante el trayecto. Esos han sido los momentos más heroicos que ha protagonizado el pueblo cubano en apoyo a la Revolución, antes que la decepción se encargara de opacarlos, por el incumplimiento de las promesas y la entrega del país a una potencia extranjera, de la cual ya hubo presencia física en Playa Girón en la dirección del tiro de los cañones 122 mm.
En el pueblo de Jagüey había un acceso telefónico desde donde logré comunicarme con mis padres en La Habana. Cuál no sería mi sorpresa y alegría cuando mi madre me da la noticia de que mi hermana Isabel se había fugado del convento y estaba en casa. También recibí la triste noticia del fallecimiento del tío Manuel Santos, hermano de mi abuelo Antonio Santos, naturales de Breña Baja, La Palma, Islas Canarias, que estaba ingresado en la Quinta Canaria en La Habana padeciendo de una enfermedad terminal.
El 14 de abril había hablado con mi hermana Isabel en el convento en Pinar del Río y ella me hizo preguntas que me llamaron la atención, pero nunca llegue a imaginarme que ya en aquel momento tenía tomada su decisión. A través de una maestra de las contratadas, Olga Serna, muy amiga de ella y su confidente, hizo llegar a mis padres una nota comunicándoles sobre su decisión de abandonar su vida religiosa escapándose del convento, detallando los pormenores de la operación.
Para ello acordó que a las 9 de la noche del día 17 de abril mi padre y mi tío, Francisco Santos, Panchín, hermano de mi madre que vivía en la ciudad de Artemisa, situada aproximadamente a la mitad de la distancia entre Pinar del rio y Las Habana, estuvieran con el automóvil aparcado frente a la reja de salida del garaje del convento y que allí la esperaran. Aclarando que si algo no resultaba y ella no llegaba, acudieran a la policía para sacarla de allí por la fuerza. Isabel era el ama de llaves y encargada de revisar todas las puertas que daban al exterior y apagar las luces antes de ir a la cama. Así fue que a la hora convenida, después de cumplir con sus obligaciones, ejecutaría su plan.
Al llegar a la reja del garaje y ver que el auto estaba en el lugar convenido, salió a la calle, cerró la puerta de la reja y tiró el manojo de llaves para dentro del convento. Se montó en el auto y partieron los tres hacia la casa de mi tío en Artemisa.
Para esa fecha ya las tensiones entre la iglesia católica y el gobierno eran críticas y Castro no se limitaba en acusaciones, ofensas e insinuaciones contra los religiosos y fundamentalmente contra los católicos. Además ese 17 de abril habían desembarcado por Bahía de Cochinos las huestes contrarrevolucionarias y los combates estaban en curso y el ambiente nacional era de guerra, por tanto la situación era muy comprometida e insegura.
Con esos antecedentes, dos hombres en un automóvil de noche y con una monja a bordo, sin dudas era una situación muy peligrosa. No obstante pudieron hacer el viaje de más de 100 kilómetros por la Carretera Central sin ningún contratiempo. La atención principal del país en ese momento estaba girada hacia la zona de los combates, pero también había una estrecha vigilancia sobre la reacción interna de la oposición. Preventivamente habían detenido a miles de posibles opositores y confinados a cárceles improvisadas, como lo eran las grandes instalaciones deportivas entre otras. Esto ocurría en todo el país, pero principalmente en la capital. Isabel se quedó en casa del tío junto a mi padre por un par de días. En ese ínterin, una delegación del convento vino a La Habana, a nuestra casa indagando por Isabel, con la aparente preocupación de que algo le hubiere pasado, a lo que mi madre sin invitarlas a pasar a la casa les contestó tranquilamente que ella no sabía nada al respecto.
Claro está que alguna cara tiene que haber puesto mi madre que la delató, ya que insistieron en verla. Finalmente informaron que vendrían al otro día a buscarla. Así fue, encontrando la misma respuesta. Al tercer día ya mi hermana estaba en casa, pero no estaba dispuesta a ningún tipo de enfrentamiento con aquella gente. Cuando llegaron las monjas no insistieron en verla, solo pidieron que devolviera el hábito y las prendas, alegando que eran propiedad de la iglesia, aunque estas últimas habían sido compradas por mis padres. Recibieron las pertenencias solicitadas y trataron infructuosamente de hablar con Isabel. Antes de marcharse, muy severamente entregaron un documento en el que se hacía constar que había sido Excomulgada por el Papa.
Los años demostraron que a Isabel aquello no le importó en lo más mínimo. Se esforzó por regresar a la vida normal y recuperarse de la experiencia vivida. Sólo a mi madre le relató los detalles de su experiencia, pero sí denunció el favoritismo y las prebendas hacia las monjas procedentes de familias adineradas y el despotismo y la sumisión con aquellas procedentes de familias pobres. Su ejemplo al parecer fue seguido por otras monjas, ya que en Miami viven algunas de esas mujeres que fueron sus compañeras en aquella época.

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