BAHÍA COCHINOS
Era el 17 de abril y había
desembarcado por Bahía de Cochinos la Brigada 2506 compuesta por cubanos
contrarios a la revolución y apoyados por el gobierno americano. Recibimos la
orden de prepararnos para la marcha con todo listo para el combate, lo que nos
tomó algún tiempo organizar, dados los inconvenientes de la noche anterior.
Antes de partir el Jefe de la
Agrupación Artillería me llamó y nos dijo “Esto no es una práctica de tiro”,
“Patria o Muerte”. Me designó junto con el primer teniente del ejército
Rodríguez Ballester como jefes de la batería. Ballester era también del curso
de los checos y había sido combatiente de la Sierra Maestra y se suponía tenía
experiencia en el combate, lo que me daba tranquilidad y confianza.
Salimos de la Base en caravana con
rumbo a ciudad de La Habana con la orientación de ponernos a la orden de un
alto oficial del ejército que nos interceptaría por el camino. Antes de llegar
a la Playa de Marianao nos interceptó el Comandante Oscar Fernández Mell,
combatiente de la Sierra Maestra y médico de profesión, que nos ordenó
seguirlo, sin darnos más explicaciones.
Continuamos por toda la Quinta
Avenida de Miramar, Malecón, cruzamos el
túnel de la Bahía y continuamos por toda la Avenida Monumental y Vía Blanca
hacia la ciudad de Matanzas. Fue muy emocionante cuando cruzábamos por esta
ciudad de Matanzas donde nos encontramos con una multitud de pueblo lanzado a
las calles apoyando la Revolución, dando vítores a las tropas que íbamos al combate.
Muchos querían montarse en nuestros
camiones e irse con nosotros, cosa que lógicamente no lo permitíamos, porque en
definitiva no se sabe la intención real de nadie, pero sin duda era la
solidaridad con nosotros y lo que representábamos.
Otros nos arrojaban ramas de árboles
para que nos camuflaremos. Esto era realmente emocionante. Y son cosas
inolvidables a pesar de las frustraciones que sobrevinieron con los años.
Continuamos por la Carretera Central
hasta llegar a la ciudad del Perico en la provincia de Matanzas, allí doblamos
a la derecha buscando el pueblo de Jagüey Grande. En ese pueblo rellenamos
combustible. Desde allí a cada rato se oían explosiones en dirección a la
ciénaga. La gente nos decía que habían visto aviones.
Ya estaba entrando la noche cuando
se recibe la orden de avanzar por la carretera que conduce a la Bahía de
Cochinos, cruzando por el Central Australia, donde habían establecido un Puesto de Mando. Continuamos
el avance hacia el sur rumbo a Playa Larga, ya con los faros de los vehículos
apagados dada la proximidad del enemigo tratando de no convertirnos en blanco
fácil.
La carretera por la que avanzábamos
era recta y perfectamente plana, pues está construida sobre pequeños islotes de
tierra sobre un terreno cenagoso. De vez en vez se podía apreciar pequeños
cayos de tierra firme cercanos a la carretera, así como lugares donde los
carboneros hacían sus hornos. Sin embargo, adentrarse en la ciénaga a campo
traviesa tiene el peligro de meterse en una tembladera o de toparse con algún
cocodrilo, muy abundantes por allí ya que ese es su hábitat, por lo que había
que atenerse al suelo firme, si otra circunstancia no obligaba.
Luego de pasar el anuncio del parque
Nacional Ciénaga de Zapata y la Laguna del Tesoro y a poco andar, nos topamos
con tropas de paracaidistas enemigos, que habían sido lanzados en esa zona en
lugares más o menos firmes, para ubicar tropas en nuestra retaguardia. Nos
abrieron fuego desatándose una balacera tremenda que nos obliga a tirarnos de
los camiones y buscar protección detrás de los vehículos y utilizar las piezas
de artillería como escudo.
Así en esas condiciones bajo el
fuego enemigo estuvimos más de media hora, hasta que tropas de nuestra
infantería se desplegaron y los atacaron, repeliendo el ataque. El enemigo se
replegó.
Continuamos desplazándonos, ahora
lentamente en la obscuridad, con el temor de entrar en terreno minado, pues se
veían con bastante frecuencia unas lomitas de arena sobre el contén de la
carretera.
A nuestro lado avanzaban tropas de
infantería para atacar y tomar Playa Larga. Daba la impresión de que la
artillería y la infantería avanzaban juntas, sin tomar en cuenta que los
morteros tienen una distancia de tiro mínima para poder garantizar su
efectividad, por lo que tienen que avanzar a la retaguardia de la infantería.
Había mucha confusión pues mientras nuestras tropas avanzaban el enemigo
disparaba con sus ametralladoras, tanques y artillería y no había lugar para
refugiarse pues prácticamente estábamos arriba de la carretera. Había muchos
heridos. Allí cayó nuestro compañero Rolando Vega O’Connor, el malayo. Hoy en
su honor la Plaza Mercado de Cuatro Caminos en La Habana, lleva su nombre.
El combate era cruento, pues el
enemigo había encontrado cierta resistencia al desembarcar por parte del
Batallón # 339 de la ciudad de Cienfuegos, que estaba desplegado allí en
entrenamiento de defensa y con un armamento incomparablemente inferior a los de
las fuerzas invasoras, además prácticamente sin experiencia. Muchos eran ya
personas mayores. Ante el fuerte ataque de las fuerzas invasoras no les quedó
otra alternativa que el repliegue. Cediéndole el terreno al enemigo, perdiendo
mucho personal.
Las tropas de desembarco habían
tenido casi 24 horas para establecer la defensa, cavar trincheras y organizar
bien su logística. Poseían un buen entrenamiento, y además de las armas propias
de batallón de infantería, también venían reforzadas con ametralladoras pesadas
calibre 50, instaladas en una estructura giratoria de acero, colocadas sobre la
cabina de los camiones de guerra que traían y que le daban gran movilidad. Su
fuego alternado barría la carretera, por la que teníamos que avanzar, pues a
ambos lados estaban los pantanos de la ciénaga. Poseían además artillería
ligera como eran cañones antitanque sin retroceso, morteros del 60, bazucas y
tanques. Todas estas armas las usaban con eficacia.
Ya habían sido rechazados los
ataques sobre Playa Larga de las fuerzas de la columna #1, compuesta en su
mayoría por combatientes del ejército rebelde, con experiencia en la lucha
armada. A este batallón le causaron numerosas bajas. Estas fueron las primeras
tropas en realmente atacarlos y sufrieron mucho desgaste y tuvieron que
replegarse. El bagaje de fuego sobre nuestros emplazamientos era intenso.
Hacían disparos con sus morteros con muy buena puntería, impactando nuestros
emplazamientos ocasionando bajas.
El ataque fue continuado por el
batallón del segundo curso de la Escuela de Responsables de Milicia de
Matanzas. Este batallón estaba al mando del director de la escuela, el Capitán
José Ramón Fernández, el gallego, quien después de formarlos sobre la carretera
les ordenó :derecha dre, de frente march y no parar hasta topar con el enemigo.
Y pa’lante.
Nuestro avance era prácticamente
imposible. Sorpresivamente se nos aproximó un lujoso automóvil que venía de
frente a nosotros y esporádicamente encendía y apagaba sus faros para guiarse.
Cuando llegó a nosotros paró, y se bajó del auto una persona alta y corpulenta
preguntándonos que arma llevábamos. Le respondimos que morteros pesados y nos
ordenó no seguir avanzando pues ya había aglomeración de tropas y eso provocaba
muchas bajas. Nos ordenó que nos replegáramos y ponernos a las órdenes del
gallego Fernández.
Hubo un instante en que el faro de
un carro iluminó como un flash y vimos que nuestro interlocutor era Fidel
Castro en persona que venía de la zona del frente de combate. Por la voz no lo
identificamos pues estaba muy ronco. Tratamos de movernos rápidamente pues al
amanecer la aviación enemiga nos acosaría. Logramos retroceder y meternos en
una pequeña arboleda donde pensábamos que por lo menos estaríamos ocultos.
Como a las seis de la mañana,
aclarando el día, sufrimos el ataque de un Bombardero B 26 del enemigo. Dió
varios pases disparando y peinando el terreno con el fuego de sus
ametralladoras. Nuestras antiaéreas
también le respondían al fuego y le disparaban. Volaba tan bajo que practicante
se podían distinguir los pilotos. Nos hizo varios pases. Finalmente hizo un
giro y se alejó.
Inmediatamente regresó
bombardeándonos. Nos lanzó un total de seis bombas que caían en serie como a
unos 50 metros unas de otras. Eran bombas de 250 libras. Las explosiones hacían
temblar la tierra. Por suerte ninguna nos impactó directamente, pues quedamos
dentro del intervalo en que caían. Ese fue su último pase, pues fue derribado
por el fuego antiaéreo, cayendo relativamente cerca de nosotros y explotando.
El ataque de la aviación es algo
escalofriante, causa terror y pánico. Durante los combates, cuando se veía
venir el ataque de la aviación se daba el grito de “AVIÓN” y automáticamente
cada cual trataba de ponerse inmediatamente a salvo, eligiendo lugares
inverosímiles para ocultarse.
Así me sucedió en una ocasión, que
al grito de avión me metí debajo del tronco de un árbol caído, que me pareció
estupendo para garantizarme protección. Cuando pasó el peligro y trate de salir
del refugio, resultó que el dichoso tronco era de un árbol llamado almácigo,
que estaba además podrido y era sólo un cascarón que pude levantar con mi
cuerpo, al tratar de salir de debajo. Era incapaz de protegerme de un ataque
aéreo.
De igual forma, estando en la
arboleda que fue bombardeada, al grito de AVIÓN traté de meterme rápidamente
detrás de un árbol corpulento. Cual no fue mi sorpresa, en ese frenesí, que
detrás del sitio escogido me encontré una larga fila de milicianos tratando
también de ocultarse y protegerse detrás del mismo árbol. Me empujaban sin
miramientos y no me permitían la entrada a la fila, porque eso significaba que
alguien sería desplazado.
Paradójicamente, el avión se
apareció por dirección diferente a la que se esperaba y el reguero de gente que
se armó fue insólito. Al final tuve que correr y meterme debajo de un camión,
con el peligro de que le dispararan tomándolo como un objetivo valioso.
Estando debajo del camión el estrés
me provocó unos temblores que no podía contener, ni me permitían quedarme
quieto. Estaba acostado boca abajo en la tierra, y era como una vibración que
me hacía rebotar contra el suelo. Traté de contenerme, principalmente por el
qué dirán, si me ven en ese trance, hasta que me di cuenta que había otro
compañero debajo del camión que también temblaba. Era el cocinero de la
batería. Resultó que el camión bajo el cual me oculté estaba cargado con obuses
de mortero, que si hubiese sido impactado todavía yo estuviera volando por el
aire. Anecdótico era ver a un grupo numeroso de milicianos, que al grito de
AVIÓN, cuando se oía: “A”, todo el mundo huía despavorido y cuando se llegaba a
decir “VIÓN” ya no se veía a nadie. La gente parecía que se había
“desintegrado”.
Estando aun en ese lugar tuve la
oportunidad de ver la formación y pase de lista del batallón # 339 de
Cienfuegos, que había sido el primero en chocar con el enemigo. Me impresionó
muchísimo ver pelotones con tal número de bajas que le faltaba una escuadra
completa, así como a escuadras con 3 o 4 espacios vacíos. Los faltantes habían
sido bajas.
En Playa Larga la resistencia que se
había experimentado en horas anteriores había mermado considerablemente. Ante
el empuje de las milicias, las fuerzas invasoras se habían replegado,
abandonando sus posiciones de defensa iniciales, lo que los puso en flagrante
desventaja. Se habían desplazado en dirección a Playa Girón y muchos de ellos
se escabullían por los trillos y vericuetos de la ciénaga tratando de ponerse a
salvo.
Allí en la urbanización de Playa
Larga el espectáculo era dantesco, había cadáveres regados por doquier, en los
arrecifes de la playa, en las cunetas de las calles, en las trincheras, dentro
de algunas casas. Recuerdo unas casas en las que habían establecido el hospital
de sangre. En su interior se encontraban camastros cubiertos con mosquiteros,
todos ellos estaban tintos en sangre. Se encontró mucho armamento abandonado,
entre ellos algunos camiones artillados con ametralladoras pesadas y unos
tanques de guerra destruídos. El ataque continuó por la carretera que une Playa
Larga con Playa Girón, de aproximadamente 30 kilómetros de largo.
Al atardecer se lanza al combate un
batallón de milicia, que estaba siendo transportado en autobuses del servicio
urbano. Fueron sorprendidos por la aviación en plena carretera y aunque
aceleraron para minimizar la probabilidad de impactos los alcanzó el bombardeo
y ametrallamiento aéreo, sin que apenas les diera tiempo de tirarse del
vehículo y buscar protección. El fuego incineró completamente a tres de
aquellos ómnibus ocasionando muchas bajas.
Más adelante se había improvisado el
puesto de mando de ofensiva, en una construcción al lado del mar. Allí había
algunos heridos y entre ellos estaba el comandante René Rodríguez, al que le
acababan de herir. Le habían dado un balazo en una nalga y estaba tirado
bocabajo sobre una mesa blasfemando a más no poder. Sus escoltas que
evidentemente eran sus compañeros desde la época de la Sierra lo choteaban,
diciendo que lo habían herido en las nalgas echando pa’lante. Estaba de muy mal
humor, pero como era el jefe a cargo de la operación en ese momento, no quedaba
más remedio que dirigirnos a él para actualizar las órdenes. Nos miró de reojo
y nos dijo, eche por ahí pa'llá, señalando hacia Playa Girón.
Al amanecer del día 19 de abril se
lanza al combate el batallón de la policía, algunos de sus miembros eran
excombatientes de la Sierra y todos procedían de la academia de la policía por
lo que tenían el entrenamiento apropiado. Por nuestra parte recibimos la misión
de marchar con ellos dándoles el apoyo artillero. La misión era tomar por
asalto Playa Girón.
El recorrido por la carretera era
muy lento pues había que enfrentar múltiples focos de resistencia, pero
esporádicos. En el camino encontramos tres tanques de guerra enemigos que
acababan de ser destruidos por el ametrallamiento a que fueron sometidos. Se
habían incendiado y estaban incandescentes, por lo que no se podían usar como
parapeto.
Por momentos el avance era algo
caótico, pues juntos con el batallón
iban también infiltrados una serie de oficiales de la Sierra, que sin
pertenecer al mismo, impartían órdenes por su cuenta. Entre ellos había un militar
relativamente joven vestido con el uniforme y grados de comandante, al que le
decían Pilón, que posiblemente era el gentilicio por su poblado de origen. Daba
órdenes a su parecer, mandando irresponsablemente a los morteros a disparar a
la vez que a la infantería a avanzar. Años
más tarde supe que este comandante se había fugado del hospital donde
estaba ingresado, para participar en los combates de Girón y que posteriormente
había fallecido de una enfermedad maligna.
Serían como las tres de la tarde
cuando se comenzaron a visualizar las edificaciones de Playa Girón. Recuerdo un
gran tanque de cemento, cuadrado, y construido sobre unas altas columnas de
concreto para el almacenamiento y suministro de agua al complejo turístico.
Este tanque de agua estaba pintado a semejanza de un tablero de ajedrez, rojo y
blanco. Por su buena visibilidad se convirtió en un punto ideal para tomar como
referencia y dirigir el fuego de la artillería sobre Girón.
Debe destacarse que dadas las
características generales del escenario de los combates, no había puntos de
referencia por ser todo llano y mayormente sobre una carretera. El fuego de
artillería se hacía a rumbo, “tira p'llá” como decían algunos jefes. En
realidad no se sabía a ciencia cierta donde era que caían los proyectiles de mortero
con sus tiros parabólicos. Tampoco había un mando unificado a nivel de las
unidades menores y muchas veces se mandaba a la artillería a hacer fuego al
mismo instante que se daba la orden a la infantería de lanzarse al ataque.
Algunas veces pasó que a grito limpio llegaban los jefes amenazando, porque le
estábamos tirando a su gente. No obstante era una ofensiva arrolladora.
Cuando las tropas penetraron a Girón
el enemigo ya estaba acosado. Estaba siendo atacado desde varios frentes por
las tropas que venían desde Playa Larga y las que venían desde San Blas. Ya la
victoria era cuestión de un último empujón. En esas circunstancias se observa
gran número de barcazas de desembarco llenas de personal que trataban de huir y
llegar a un buque de guerra americano que estaba a la expectativa en las
cercanías, a muy pocas millas de la de costa.
La artillería de cañones 85 comenzó
a hacerles fuego y seguidamente extendió sus disparos hacia el barco americano.
Se le hicieron varios disparos cortos
que no alcanzaban al buque. Esto fue seguido de un disparo largo que lo
sobrevoló. Inmediatamente estimaron que ya los artilleros lo tenían encuadrado y que la próxima andanada
posiblemente era sobre ellos. A toda velocidad se alejaron, dejando las
barcazas abandonadas a su suerte en su intento de alcanzarlos.
En ese instante apareció sobre nosotros un avión, cuyo ruido
de motores nos asustó pues pensamos que nos atacaba. Resultó ser un avión
nuestro de combate, de los pocos que quedaban disponibles, un Sea Fury de fabricación
inglesa, que venía a incorporarse al ataque a Girón.
Este avión hizo un picado sobre las
barcazas y comenzó a ametrallarlas. Se podía ver el barrido de los proyectiles
sobre el agua y cómo las alcanzaba haciéndolas zozobrar y la gente saltar al agua
tratando de ponerse a salvo del ametrallamiento. Esta escena se repitió varias
veces hasta que las barcazas quedaron al pairo, semi destruidas y sin personal
a bordo. Seguidamente el avión hizo un giro volviendo a tomar altura. Desde muy
alto se lanzó en picado sobre Girón y soltó una bomba que me pareció como de
1000 libras, que hizo una explosión enorme en medio de la plaza central del
pueblo. Las tropas se lanzaron al ataque y en breves minutos los invasores
cesaron su resistencia y se rindieron. Muchos se dispersaron hacia la ciénaga
por aquello de sálvese quien pueda. El resto de esa tarde y la noche la pasamos
en trincheras improvisadas a los lados de la carretera sin entrar al pueblo,
atentos a un posible contraataque.
Recuerdo de un compañero, Quintín,
que en la vida civil era maestro, y que comenzó a reunir piedras y a construir
con ellas como un pequeño volcán, hasta que en cuyo cráter cabría. Cuando
decidió que lo había terminado se metió dentro y se puso la última piedra sobre
su cabeza y así dio por terminado su refugio para pasar la noche. Lógicamente
los jodedores a cada rato le tiraban una piedra a la que el respondía con
palabrotas de insulto, pero seguidamente se oía su carcajada.
Por la noche continuaba la
persecución del enemigo que se había dispersado. Eran cientos de ellos y
estaban bien armados. Esporádicamente se sentían disparos de la artillería de
los tanques, y de vez en cuando se veían cruzar sobre nosotros proyectiles
incandescentes que caían al mar.
Apenas anocheció comenzó la migración
de millones de cangrejos desde la ciénaga hacia el mar, que nos pasaban por
arriba e impedían hacernos de un lugarcito tranquilo para echar un pestañazo,
ya que hacía cuatro días que no dormíamos ni comíamos. Al final el cansancio
nos rindió y mal que bien así pasamos la noche.
Al amanecer del día 20 de abril,
comenzamos a husmear y explorar la zona. Encontramos un tanque de guerra
enemigo que había sido destruido y del que en esos momentos sacaban los
cadáveres de sus tripulantes. Estaba allí un fotógrafo americano, que recuerdo
se llamaba Bob Taber y las fotos aquellas que tomó fueron publicadas. Hay una,
en que aparece el cadáver de un invasor sobre el tanque. Hay versiones de que
ese cadáver era de un natural de Cabaiguán, conocido nuestro y llamado Gustavo
Vila, según años después me contó su hermana, Ileana Vila, cuando fue compañera
mía de trabajo.
Seguido a la victoria, se desató
entre los milicianos el afán de hacerse de algún trofeo de guerra,
principalmente pistolas. Así exploraban todos los rincones habidos y por haber.
Tan pronto se extrajeron los
cadáveres de los tripulantes del tanque de guerra destruido, que no fue nada
fácil por la posición adoptada por los cuerpos y la rigidez cadavérica que
presentaban, algunos milicianos se metieron dentro del tanque buscando pistolas
y objetos como trofeos de guerra. Así alguien encontró una pistola de señales y
al manipularla se disparó dentro del tanque y comenzó a salir por la escotilla
un intenso humo amarillo. Seguidamente comenzaron a salir milicianos de dentro
de aquel tanque que parecían que estaban siendo disparados desde dentro por
algo, así salieron a escape cinco, con grandes expresiones de susto en sus
caras.
Cientos de los invasores se fueron
rindiendo y eran inmediatamente apresados. Se dio el caso de que a un solo
miliciano se le rindieron veinte invasores. Recuerdo un gran grupo como de
cincuenta rendidos que iban siendo conducidos a pie por unos pocos milicianos.
Marchaban en fila india. Entre ellos veo una cara conocida, me le acerco e
inmediatamente lo reconocí, era un viejo compañero de escuela de Cabaiguán al
que llamábamos Piti Vidueira. Lo llamé por su nombre y me respondió el saludo
llamándome por el mío, añadiendo una expresión de brazos y cara que para
nosotros significaba: “esto es lo que hay”. Así se rindieron más de 1200
invasores. Al mediodía del día 20 nos dan la orden de desplazarnos hacia Playa
Larga y allí establecer la defensa.
La bahía de Cochinos es una ensenada
en forma de U donde Playa Larga está en el vértice y Playa Girón en el extremo
izquierdo. Desde nuestro emplazamiento se veía el buque Houston que
transportaba personal y avituallamiento para las tropas y que el ataque de la
aviación lo había impactado y hecho encallar muy cerca a la costa en el extremo
derecho de la ensenada.
Buscando un buen lugar para acampar
nos contactan unos milicianos para pedirnos prestada una de las dos
ametralladora pesadas calibre 52 de que disponía nuestra batería para la
defensa antiaérea, para instalarla en la proa de una lancha “El Bravo” y así
tratar de asaltar al Houston, ya que en un intento anterior el personal que aún
quedaba a bordo les había disparado y no los dejaban acercarse. Al final
tampoco pudieron llegar al barco por el intenso fuego con que eran recibidos
cuando se acercaban, por lo que desistieron de la empresa.
Más tarde comienza a dispararle al
barco un cañón autopropulsado, SAU100. Después de múltiples disparos no lograba
dar en el blanco, ya que el barco estaba de proa al cañón que le disparaba lo
que lo convertía en objetivo puntual. Como el Houston mostraba su costado hacia
nuestro emplazamiento es que fui a solicitar permiso del mando para dispararle.
Resultó que el Jefe era el famoso
gallego Fernández que estaba tirado sobre la arena cerca de nosotros con un
grupo de oficiales. Me cuadré militarmente y le pedí el permiso, a lo que me
preguntó sobre el arma que tenía y cuál era su alcance. Le respondí
especificándole los 6 kilómetros de alcance de nuestros morteros, a lo que me
respondió: el blanco está a siete, además eso lo está dirigiendo personalmente
Fidel. OK, Permiso para retirarme….
Efectivamente Castro personalmente
dirigía el tiro. Es de esa operación de la que surge la famosa foto en la que
aparece Fidel saltando a tierra desde el tanque. Foto que está además acuñada
sobre la Medalla de Combatiente de Playa Girón, con la que yo personalmente
también he sido condecorado.
Como no había otra alternativa me
senté cómodamente sobre la arena de la playa y con un telémetro de artillería
me puse a observar los detalles de la operación del cañoneo. Al fin, después de
aproximadamente veinte intentos, un disparo acertó la Santa Bárbara del buque
que provocó una explosión tremenda seguida de un voraz incendio que duró toda
la noche y que prácticamente lo destruyó. Sin embargo al estar encallado todo
lo que estaba bajo agua quedó intacto. Como veinte años más tarde tuve la
oportunidad de conocer personalmente, en casa de un amigo común, al Capitán
Tovar, que había sido el jefe de aquel tanque utilizado por Fidel en el cañoneo
del Houston
Esa tarde pasó un camión tirándonos
naranjas y latas de leche condensada. Era el primer alimento a que teníamos
acceso desde hacía 5 días. Al día siguiente pasaron unos camiones repartiendo
abundantes raciones de pollo frito, distribuyéndolas en unos recipientes,
“platones”, de aluminio como de 80 cm de diámetro, tradicionalmente utilizados
por el campesino cubano para fregar, por no tener servicio de agua corriente.
La comida sabía a gloria.
Esa tarde nos bañamos en la playa
pues ya apestábamos mucho después de tantos días sin bañarnos. Estando en la
playa me encontré, en el agua cercana a la orilla, un subfusil M-3 americano
intacto. Esa noche dormimos tirados en el suelo, usando las botas como
almohada, pero con la barriga llena, en una de las casas abandonadas, huyéndole
a la invasión de cangrejos y poder dormir bajo techo.
Al día siguiente al amanecer
reunimos algunas latas de leche condensada que nos habían tirado el día
anterior desde un camión. En una “lata”, recipiente de 5 galones de volúmen,
habíamos diluído la leche con agua y comenzamos a calentarla en un fuego
improvisado dentro de la casa. Estando en esto, dos aviones cazas americanos de
propulsión a chorro sobrevolaron el lugar a muy baja altura, haciendo un ruido
ensordecedor, lo que provocó un pánico tal, que nos hizo saltar por las
ventanas atropellando todo lo que se encontraba a nuestro paso, pensando que
nos iban a ametrallar. En el corre-corre y los saltos, alguien le dio una
patada a la lata donde hacinamos la leche y la viró y nos quedamos sin
desayuno.
Ese día me pude trasladar hasta el
poblado de Jagüey Grande, para visitar a nuestros compañeros que habían sido
heridos y trasladados por las ambulancias para el hospital de sangre, que
habían organizado dentro de la iglesia católica del pueblo. Allí había
infinidad de heridos que no habían requerido traslado urgente hacia Hospitales,
por no estar sus vidas en peligro. Entre ellos estaba mi amigo Miguel, el
italiano, que tenía heridas producidas por esquirlas de bomba en uno de sus
brazos. También otros compañeros de la batería que habían sufrido heridas.
No sería justo dejar de destacar el
esfuerzo de un grupo de ciudadanos de los alrededores, que prestaron sus
automóviles para dar el servicio de ambulancia. Ellos mismos le pintaron
voluntariamente una cruz roja en el techo, tratando de evitar el ataque de la
aviación y conduciéndolos, evacuaban a los heridos desde el mismo frente hasta
la retaguardia, inclusive expuestos al fuego del enemigo y bajo el riesgo de ser
ametrallados por la aviación enemiga durante el trayecto. Esos han sido los
momentos más heroicos que ha protagonizado el pueblo cubano en apoyo a la
Revolución, antes que la decepción se encargara de opacarlos, por el
incumplimiento de las promesas y la entrega del país a una potencia extranjera,
de la cual ya hubo presencia física en Playa Girón en la dirección del tiro de
los cañones 122 mm.
En el pueblo de Jagüey había un
acceso telefónico desde donde logré comunicarme con mis padres en La Habana. Cuál
no sería mi sorpresa y alegría cuando mi madre me da la noticia de que mi
hermana Isabel se había fugado del convento y estaba en casa. También recibí la
triste noticia del fallecimiento del tío Manuel Santos, hermano de mi abuelo
Antonio Santos, naturales de Breña Baja, La Palma, Islas Canarias, que estaba
ingresado en la Quinta Canaria en La Habana padeciendo de una enfermedad
terminal.
El 14 de abril había hablado con mi
hermana Isabel en el convento en Pinar del Río y ella me hizo preguntas que me
llamaron la atención, pero nunca llegue a imaginarme que ya en aquel momento
tenía tomada su decisión. A través de una maestra de las contratadas, Olga
Serna, muy amiga de ella y su confidente, hizo llegar a mis padres una nota
comunicándoles sobre su decisión de abandonar su vida religiosa escapándose del
convento, detallando los pormenores de la operación.
Para ello acordó que a las 9 de la
noche del día 17 de abril mi padre y mi tío, Francisco Santos, Panchín, hermano
de mi madre que vivía en la ciudad de Artemisa, situada aproximadamente a la
mitad de la distancia entre Pinar del rio y Las Habana, estuvieran con el
automóvil aparcado frente a la reja de salida del garaje del convento y que
allí la esperaran. Aclarando que si algo no resultaba y ella no llegaba,
acudieran a la policía para sacarla de allí por la fuerza. Isabel era el ama de
llaves y encargada de revisar todas las puertas que daban al exterior y apagar
las luces antes de ir a la cama. Así fue que a la hora convenida, después de
cumplir con sus obligaciones, ejecutaría su plan.
Al llegar a la reja del garaje y ver
que el auto estaba en el lugar convenido, salió a la calle, cerró la puerta de
la reja y tiró el manojo de llaves para dentro del convento. Se montó en el
auto y partieron los tres hacia la casa de mi tío en Artemisa.
Para esa fecha ya las tensiones
entre la iglesia católica y el gobierno eran críticas y Castro no se limitaba
en acusaciones, ofensas e insinuaciones contra los religiosos y
fundamentalmente contra los católicos. Además ese 17 de abril habían
desembarcado por Bahía de Cochinos las huestes contrarrevolucionarias y los
combates estaban en curso y el ambiente nacional era de guerra, por tanto la
situación era muy comprometida e insegura.
Con esos antecedentes, dos hombres
en un automóvil de noche y con una monja a bordo, sin dudas era una situación
muy peligrosa. No obstante pudieron hacer el viaje de más de 100 kilómetros por
la Carretera Central sin ningún contratiempo. La atención principal del país en
ese momento estaba girada hacia la zona de los combates, pero también había una
estrecha vigilancia sobre la reacción interna de la oposición. Preventivamente
habían detenido a miles de posibles opositores y confinados a cárceles
improvisadas, como lo eran las grandes instalaciones deportivas entre otras.
Esto ocurría en todo el país, pero principalmente en la capital. Isabel se
quedó en casa del tío junto a mi padre por un par de días. En ese ínterin, una
delegación del convento vino a La Habana, a nuestra casa indagando por Isabel,
con la aparente preocupación de que algo le hubiere pasado, a lo que mi madre
sin invitarlas a pasar a la casa les contestó tranquilamente que ella no sabía
nada al respecto.
Claro está que alguna cara tiene que
haber puesto mi madre que la delató, ya que insistieron en verla. Finalmente
informaron que vendrían al otro día a buscarla. Así fue, encontrando la misma
respuesta. Al tercer día ya mi hermana estaba en casa, pero no estaba dispuesta
a ningún tipo de enfrentamiento con aquella gente. Cuando llegaron las monjas
no insistieron en verla, solo pidieron que devolviera el hábito y las prendas,
alegando que eran propiedad de la iglesia, aunque estas últimas habían sido
compradas por mis padres. Recibieron las pertenencias solicitadas y trataron infructuosamente
de hablar con Isabel. Antes de marcharse, muy severamente entregaron un
documento en el que se hacía constar que había sido Excomulgada por el Papa.
Los años demostraron que a Isabel
aquello no le importó en lo más mínimo. Se esforzó por regresar a la vida
normal y recuperarse de la experiencia vivida. Sólo a mi madre le relató los
detalles de su experiencia, pero sí denunció el favoritismo y las prebendas
hacia las monjas procedentes de familias adineradas y el despotismo y la
sumisión con aquellas procedentes de familias pobres. Su ejemplo al parecer fue
seguido por otras monjas, ya que en Miami viven algunas de esas mujeres que
fueron sus compañeras en aquella época.
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