LESBOS BAJO EL VIRUS NAZI
DAVID TORRES
El nazismo ha
vuelto por sus fueros, es un hecho. Mientras el mundo entero contiene la
respiración y el sistema financiero se descabala ante la expansión de una nueva
variedad de gripe, no nos tiembla ni un pelo con las imágenes de las docenas de
miles de migrantes abandonados a su suerte en los campos de refugiados griegos.
Mientras la amenaza de propagación del coronavirus, con un índice de mortalidad
apenas superior al de un simple resfriado, provoca medidas drásticas (y
ridículas) para intentar aislar a 16 millones de personas en el norte de
Italia, las tercas ideas del odio y del racismo florecen en puños y en
incendios, evocando los momentos más oscuros de la historia de Europa. Europa,
sin embargo, no sólo lleva años ciega y sorda a una catástrofe humanitaria que
no hace más que crecer al borde de sus fronteras, poblando el Mediterráneo de
cadáveres, sino que tampoco ha movido un dedo cuando el gobierno griego ha
suspendido el derecho de asilo en una decisión sin precedentes que atenta
contra todas las leyes y normativas elementales.
Hemos visto a niños
temblando de frío entre montañas de basura. Hemos visto cargas policiales
contra mujeres y ancianos indefensos que llenaron de un orgullo a unos cuantos malnacidos.
Hemos visto en llamas instalaciones del ACNUR en Skala Sikamineas. Hemos visto
campamentos desmantelados a porrazos entre nubes de gas tóxico. Hemos visto
hordas de bestias apaleando a refugiados, a cooperantes y a periodistas
indefensos. Hemos visto arder el centro social de refugiados Onne Happy Family
en Lesbos, que contaba con una guardería, una cafetería, un colegio, una
enfermería y una escuela de la ONG Ajedrez sin Fronteras. Hemos visto durante
décadas volver a alzarse los brazos en alto y ondear las consignas del racismo
y nos lo hemos tomado a broma. La broma ha durado ya demasiado tiempo y ahora
asistimos a una oleada de turismo neonazi que llega a Lesbos desde Alemania,
Austria, Francia y Gran Bretaña para cebarse en los más débiles y
desprotegidos, en esa humanidad centrifugada por las guerras y hambrunas de
África y de Oriente Medio.
Desde tiempos
inmemoriales, la historia europea se ha movido entre esos dos polos,
civilización y barbarie: desde que la cultura micénica fue arrasada por los
Pueblos del Mar, desde que Grecia cayó ante los persas, desde que Roma se
desmembró ante el empuje de los bárbaros y mil años después Bizancio fue tomada
por los turcos, Europa siempre ha temido las llamas y la destrucción que venían
de fuera, de Oriente, del Norte, de más allá del mar, sin comprender que las
llamas y la destrucción también estaban dentro de sus propias fronteras,
implícitas en el dominio que impusieron a sangre y fuego sobre gentes y etnias
de las que no queda memoria alguna, los imperios que forjaron a fuerza de
terror, llantos y cadenas. Ese es el monstruo al que nos enfrentamos ahora, el
de nuestra avaricia ancestral, el sueño soberano de Carlomagno reencarnado en
el proyecto megalómano de Napoleón, en el de Hitler, el catecismo de la cruz de
Cristo evolucionando hasta la fe en la cruz gamada. Los bárbaros están donde
siempre estuvieron y en Lesbos, la isla del amor, se entona por enésima vez el
canto fúnebre de Europa.
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