HACIA UNA DESCOLONIZACIÓN DE LA FLOR DE LA PALABRA
Nayra Ramírez Penuela
University of Pittsburgh, 2018
"-…Y entonces, coléricos, nos
desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el
arca de la memoria. Desde aquellos días arden y se consumen con el leño en la
hoguera. Sube el humo en el viento y se deshace. Queda la ceniza sin rostro.
Para que puedas venir tú y el que es menor que tú y les baste un soplo,
solamente un soplo…”
Esta cita corresponde a las frases
introductorias de una famosa novela mexicana publicada en el año 1957 escrita
por Rosario Castellanos y titulada Balún
Canán, nombre con el que se conocía antiguamente a la ciudad de Comitán en
el convulso estado de Chiapas. Esta obra, que se erige como uno de los máximos
exponentes de la literatura indigenista mexicana, anticipa en cierta forma los
conflictos posteriores que asolarían el estado de Chiapas desde el año 94 hasta
el presente. De hecho, después del estallido de la rebelión zapatista en San
Cristóbal de las Casas en ese año de 1994 y, a raíz del levantamiento en armas
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el famoso escritor mexicano Carlos
Fuentes afirmaría que si uno quería comenzar a conocer Chiapas y sus problemas,
debía leer las novelas de Rosario Castellanos.
A partir de estas palabras inaugurales de Balún Canán pronunciadas por una
sirvienta indígena maya de la etnia tzeltal, podemos inferir la referencia a la
supresión violenta de una cultura, de una lengua y, en definitiva, de una
cosmosvisión indígena, llevada a cabo por los colonizadores españoles. Es
interesante, además, detenerse por un instante a recapacitar sobre la fuerza
semántica contenida en el primero de estos adjetivos que encabeza dicho texto:
“Coléricos”… Se trata de una fuerza semántica, casi atávica, que ha permanecido
como una especia de reverberación, impregnando el imaginario sobre el
descubrimiento y la conquista, no solo de América, sino que también de las
Islas Canarias. Por ello, resulta especialmente significativo que, según
algunos investigadores, la tradición oral de nuestro archipiélago continúe atesorando
un vocablo específico para denominar a estos conquistadores. La palabra en
cuestión a la cual nos referimos es “Gauripa”, cuya traducción vendría a ser
algo así como “Hijos de la Cólera”…
Volvamos, sin embargo, de nuevo a México y al
estado chiapaneco por unos segundos… Dos años después de la insurrección
zapatista, concretamente en el año 1996, el Subcomandante Insurgente Marcos,
líder del EZLN, en el contexto de la lectura de la “Cuarta declaración de la
Selva Lacandona”, tras citar el “Manifiesto en lengua náhuatl del General
Emiliano Zapata”, pronunciará lo siguiente con su característico tono
declamatorio:
No
morirá la flor de la palabra
Podrá
morir el rostro oculto de quien la nombra hoy
Pero la
palabra, que vino desde el fondo de la tierra y de la historia
Ya no
podrá ser arrancada por la soberbia del poder
Más adelante añadirá:
Somos la
dignidad rebelde
El
corazón olvidado de la patria
Ahora bien, a estas alturas, cualquier lector
avezado podría estar preguntándose qué tiene que ver todo esto del indigenismo,
el zapatismo y Carlos Fuentes con el escritor canario Víctor Ramírez y su
producción literaria… Pues aunque parezca algo insólito, tiene que ver y mucho, ya que
si existe alguien en este archipiélago que ha sabido ejemplarizar la dignidad
rebelde a través de la flor de su palabra ha sido, es y será nuestro querido
escritor y compatriota. En él, podemos encontrar a un prolijo creador que no se
ha dejado seducir por esa soberbia del poder y que en miles de página nos ha
legado un testimonio honesto para que no sean otros, los fuereños, quienes nos cuenten
y definan las características conformadoras de nuestra idiosincrasia.
Desde edad temprana, Víctor supo comprender que
la palabra sería su particular terrero de lucha y comenzó a desarrollar y a poner
en prácticas diferentes mañas que hoy en día son la piedra angular de su
particular impronta literaria. Si bien durante aquellos primeros años, entre
sus fuentes de inspiración cabe destacar de una manera crucial la maestría del compositor
y cantante mexicano José Alfredo Jiménez; desde estas otras
latitudes, será un escritor grancanario quien deje una huella indeleble en su génesis escritural: nos referimos al insigne poeta
Agustín Millares Sall, figura destacada dentro de lo que la crítica ha
denominado “Realismo social literario”. De él, Víctor aprendió que uno
debe procurar “ejercer con la mayor de las pertinencias que la obra y el autor
son lo mismo o no es nada”. Esta cita, que aparece en el libro Sobre premios y otras valoraciones (2018)
–última compilación de sus artículos periodísticos y pertenecientes a la
colección Reflexiones díscolas del
sello editorial Aguere–, nos ofrece una de las claves, no solo de la profunda dimensión
de su obra, sino que también de su propia condición humana. Así, partiendo del
planteamiento de tal premisa, Víctor ejerce la responsabilidad del escritor en
tanto que crítico social de su eterno inmediato y los cauces de su discurso adquirirán
la consistencia de profundos y significativos mensajes contestatarios.
Dejemos entonces que sea su propia voz, en el preámbulo de dicho
trabajo de reciente publicación, la que nos convoque nuevamente y arroje algo
de luz sobre esto que hemos venido expresando:
Cierto es
que el lenguaje tiene una magia verdaderamente apabullante para los que unimos
palabras gráficamente. Pero también es cierto que hay una finalidad social, de
compromiso, en cada escrito –incluyendo los que parecen escribirse para quedar
inéditos. Siempre se "sirve" a algo o a alguien con nuestra literatura.
De lo que sí estoy seguro es que no escribo para que me quieran más. A veces
creo –sin mucha convicción, claro- que lo haga por rebeldía innata ("ancestral"
dices tú, pariente) y para que quede constancia de mis personales y sociales discrepancias
y tendencias de hombre perteneciente a determinada colectividad y en
determinada época -¿cuestión de orgullo?
Efectivamente, tanto la historia como el lenguaje tienen un
sentido colectivo; sin embargo, en Canarias, trozo archipielágico de humanidad
que compartimos, el discurso monológico del poder parece haber secuestrado este
sentido, del mismo modo que los conquistadores españoles desposeyeron de la
palabra a esa indígena protagonista de la novela de Rosario Castellanos mencionada
al principio. Frente a esto, lo que Víctor Ramírez plantea con su obra
–entendida en su conjunto como un proyecto escritural de largo aliento– es
tomar ambas instancias, la historia obliterada (ya sea presente o pasada) y la
lengua (en su sentido libertario y dignificante), para devolverlas al cauce lo colectivo. Dicho
proyecto apunta, en tal caso, no solo a una reapropiación simbólica de nuestros
elementos culturales sino que también apuesta por una resemantización del
lenguaje, tremendamente necesaria para la creación de una conciencia identitaria.
De ahí que la denuncia y la crítica puedan emerger a partir del sentido social
de sus narraciones, las cuales presentan además, de manera implícita, un
carácter pedagógico. Y es que el maestro Víctor nos regala con cada uno de sus
textos una auténtica Pedagogía del
oprimido, constituyéndose así como nuestro
distintivo Paola Freire dentro de las Islas
Canarias.
Al hilo de esta idea y con respecto al destacado educador,
pedagogo y filósofo brasileño, cabe ser destacado el hecho de que en su obra
cumbre se señale la importancia de aprender a leer la realidad antes que los propios textos. La cuestión, entonces, trasladada
a la condición del sujeto canario colonizado, gravitaría en torno a cómo leer una
realidad oculta tras una espesa calima que nos impide desentrañarla. Ya en el ámbito
estadounidense a principios del siglo XX, el sociólogo y activista
afroamericano por los derechos civiles, Web Du Bois, trató sobre este efecto
distorsionante de la realidad en el contexto de la negritud, utilizando la
imagen metafórica del “velo”. Imagen, que, como contraparte, encuentra su
equivalencia en el ámbito canario, bajo la propuesta de “conciencia neblinada” desarrollada
por Manuel Alemán, catedrático de Psicología de la ULPGC, en su obra Psicología del hombre canario
(1980). En ella, el autor se propone
analizar las causas que han constituido el particular perfil sicológico de los
isleños desde la conquista hasta la actualidad. Mientras que algunos rasgo
tales como el mestizaje, un habla
diferencial, la influencia del paisaje o una historia singular se manifiestan
de manera objetiva en el imaginario popular; por el contrario, existen ciertos
aspectos de la psique colectiva que no se terminan de asimilar:
La canariedad no es siempre una percepción lúcida del hombre
canario. Amplios sectores del pueblo canario no captan, ni las peculiaridades
de nuestra realidad, ni su incidencia en el psiquismo del pueblo, ni los
efectos psicológicos que operan. Es el nivel inconsciente de la canariedad. Es
el fenómeno de conciencia “neblinada”: un pueblo que vive existencialmente
inserto en los elementos constituyentes
de su propia estructura y, no obstante, malogra la captación de sí mismo porque
su capacidad perceptiva está obstaculizada. […] (25)
Si bien en el contexto norteamericano de Du Bois, el “velo” se
estructura y fortalece en torno a la segregación racial y a la supremacía
blanca, según Manuel Alemán, los
factores neblinantes que interfieren la identidad canaria podrían ser los
siguientes: “La interpretación falseada de nuestra historia, el peso de las
culturas impuestas, la domesticación de las ideologías, la infravaloración del
modo de ser canario”. (26)
Ante esta imposibilidad de poder leer nuestra realidad inmediata,
los textos de Víctor Ramírez se presentan como una alternativa desalienante. Tres
son sus principales objetivos: iluminar el
entendimiento, conmover la sensibilidad y ser un testimonio honesto. Por todo
ello y desde el mayor y profundo de los respetos, Víctor, en tanto que firme creyente de una corriente a la que le
gusta llamar biofiliía, celebra y reverencia las palabras cada día, ya que constituyen
la piedra angular de su existencia. En todo caso, “celebrar”, bien sea la
palabra o la vida, se torna ahora más que nunca en un acto de especial
importancia. Con este nuevo libro no solo asistimos al nacimiento de una nueva criatura,
sino que también se nos brinda la oportunidad de poder felicitarlo públicamente
por su reciente candidatura al Premio Internacional Carlos Fuentes de creación
literaria en español; galardón otorgado
cada dos años por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México y la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), entre otras
instituciones. A través de dicha postulación, realizada por el Instituto
de Bellas Artes de la Universidad Juárez del Estado de Durango en México, se
reconoce al conjunto de su obra literaria como una aportación notable al idioma
español y un nexo de contacto y de
influencia mutua entre la cultura mexicana y las manifestaciones de la cultura
y el arte del archipiélago canario.
Ciertamente pareciera que con él se cumple aquel
dicho que reza: “Nadie es profeta en su propia tierra”. Por eso, en momentos
tan significativos como el presente, y frente a la posibilidad de una
premiación internacional, las palabras que Francisco Tarajano le dedicara en el
prólogo de Sobre premios y premiaciones,
cobran una gran importancia ante los caprichos que nos impone el destino:
Víctor
Ramírez es quizás el escritor más fecundo y sobresaliente de Canarias. En él es
constante el grito reivindicador de la raza anonadada. Por eso no se le premia,
por eso se le pretende eclipsar. Pero Víctor sigue gritado su rebeldía contra
la producción capitalista hostil al arte y a la poesía y conquistadora del
poder abusador. Y acaso ese sea su Gran Premio: que no se hayan atrevido a
premiarlo, siendo para mí y bastantes otros, el escritor más fecundo y
sobresaliente de Canarias.
Resulta irónico que las instituciones canarias,
convertidas al decir de Víctor en instrumentos de dominio y sojuzgamiento, le hayan
negado desde siempre la posibilidad de un premio, y sea México, país de
adopción tatuado simbólicamente en su alma, quien haya sabido reconocer de
manera oficial mediante esta candidatura su enorme valía y talento. No obstante,
al respecto de las premiaciones huelga mencionar que donde algunos encontrarían
una adversidad, él ha sabido ver una oportunidad para transformar el dichoso
asunto en materia literaria y motivo de
crítica. Quienes tenemos la oportunidad de conocerlo, sabemos que es un hombre
sencillo, cuyo mayor premio ha sido el cariño de sus lectores, familia, alumnos
y amigos. Sus propias palabras son un vivo testimonio de esto que afirmo: “La mayor
fortuna a nivel personal es amar y ser correspondido; y a nivel social, aquí en
Canarias es ser independentista. Es no aceptar el sometimiento colonial español
y mantener enhiesta la rebeldía emancipadora, aunque sea a nivel personal y el
entorno más próximo.”
En este sentido, y hablando de buena
fortuna, para mí la mayor de todas fue tenerlo como profesor durante mi etapa
en el Instituto. En una época (¿acaso ha cambiado mucho?) en la que los
contenidos canarios brillaban por su ausencia en los planes de estudios, él me
enseñó a amar nuestra Literatura, una que se escribe con mayúsculas por derecho
propio. Apelando a su forma de hablar y comunicarse, podría yo bien declarar lo
siguiente: “Me salvó, viejo”… Me salvó de mi propio desconocimiento y de las
palabras ignorantadoras, amedrentadoras, a las que somos sometidos desde la más
tierna infancia en un sistema que huele a podrido. Aún puedo recordarlo como si
fuera ayer, en alguna de nuestras clases, diciéndonos algo así de forma similar
a la que hiciera tantas veces en sus artículos periodísticos:
No es lo mismo, por ejemplo, decir que Canarias
es una región, una comunidad, una parte de España, una entidad europea, que
decir que es una nación sojuzgada por una impotencia imperial, es una Patria
sometida a punta de pistola y corrupción, es una posesión económica de
ultramar, es territorio norteafricano atlántico colonizado. No, no es lo mismo;
es radicalmente todo lo contrario
Con ligereza, muchos se atreverán a afirmar que
este tipo de enseñanzas a jóvenes en edad formativa representan un peligroso
ejercicio de adoctrinamiento. Yo, por el contrario, considero que este tipo de
lecciones contribuyen a desmontar la máscara de lo que Aníbal Quijano,
reconocido teórico político y sociólogo peruano, ha denominado como la “Colonialidad
del Poder”; es decir, sus disertaciones cristalizan una descolonización del
conocimiento, el lenguaje, y si me apuran, hasta del alma patria, tan necesaria
en momentos donde escasea la autocrítica. No en vano, estas circunstancias
marcarían mi futura trayectoria intelectual y, por este motivo, en la
actualidad me especializo en estudios transatlánticos, teorías postcoloniales y
construcciones discursivas de diferentes identidades nacionales. Eso sí, desgraciadamente
mi carrera se desarrolla allende los
mares, porque Canarias se ha convertido
en un solar edificable, una tierra donde para los nuestros ya no hay
oportunidades… Pero no es mi intención convertir este momento en un espacio
para las lamentaciones, sino más bien, todo lo contrario, porque es la hora de
unirnos a Víctor Ramírez para celebrar
el elogio de la palabra; una palabra que al consignarla por escrito ya
no es suya, porque ahora nos pertenece a
todos. Así es la magia de la Literatura… Por ello, puedo decir con orgullo que,
a través de este prólogo me sumo a un nutrido grupo de féminas, cuyo riguroso
ejercicio crítico ha sabido poner en valor la obra narrativa de Víctor para alumbrar
este nuevo libro. Ya poco importa si la postulación al Premio Carlos Fuentes se
resuelve o no de manera fructífera, pues me atrevería a afirmar que para todas
nosotras, nuestro escritor es de hace
mucho tiempo un legítimo ganador, no solo por la calidad de su trayectoria,
sino por ser, como dicen en México, un valedor de nuestra historia, de nuestra
cultura y de la amada Patria Canaria que compartimos.
Gracias por tu existencia, Víctor Ramírez.
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