EN PLENA PANDEMIA, BRASIL ESTÁ
EN MANOS DE UN PSICÓPATA
BRUNO BIMBI
El presidente
brasileño, Jair Bolsonaro, es un psicópata. No es hora de eufemismos ni medias
palabras. No solo es fascista, nepotista, ignorante, incapaz, misógino,
xenófobo, homofóbico, admirador de dictadores y torturadores, está rodeado por
un gabinete de lunáticos, terraplanistas y fundamentalistas religiosos, y
vinculado personalmente con bandas de milicianos y asesinos a sueldo. Además,
es un psicópata.
Algunos lo
advertimos años antes de que llegara al poder y nos dijeron alarmistas. Ahora,
este tipo está al frente de una nación de 210 millones de habitantes durante
una pandemia mundial que costará demasiadas vidas, en un país con gravísimos
problemas sanitarios y sociales, por lo que arriesga mucho más que Italia o
España. La irresponsabilidad criminal de Bolsonaro frente al coronavirus –les
miente día y noche a los brasileños, niega el conocimiento científico, difunde
información falsa, boicotea el trabajo de gobernadores, alcaldes y de su propio
ministro de Salud y desoye las recomendaciones de la OMS y los especialistas–
está transformando su incapacidad manifiesta para ser presidente, que no es
novedad, en un problema de salud pública.
Mientras escribo,
jueves 26 de marzo por la mañana, ya hay 2.989 casos confirmados de coronavirus
en Brasil, 194 pacientes en UTI, 205 en hospitales y 77 fallecidos, de los
cuales 20 murieron en las últimas 24 horas. No se sabe cuántas personas se han
contagiado realmente, porque se hacen pocos tests, pero, según datos de la
prestigiosa fundación Fiocruz, en la semana del 15 al 21 de marzo hubo 2.250 ingresos
por enfermedad respiratoria aguda, con síntomas como fiebre, tos, dolor de
garganta y dificultad para respirar. Sin embargo, el presidente sigue negando
el problema.
La actuación de
Bolsonaro ha sido enloquecida desde el primer día, pero su pronunciamiento del
24 de marzo en cadena nacional llevó a muchos políticos –inclusive a sus
aliados– a dejar de fingir que no se daban cuenta. En el que tal vez haya sido
el discurso más irresponsable de un presidente en la historia, atacó a los
gobernadores y alcaldes que tomaron medidas de distanciamiento social, acusó a
la prensa de promover la “histeria”, dijo que el coronavirus es “una gripecita,
un resfriadito” y recomendó a quienes están en sus casas que vuelvan a su vida
normal y no hagan más cuarentena.
El mundo dice:
quédense en casa. Bolsonaro dice: salgan a la calle.
Cuando 157 países
ya habían cerrado sus escuelas, Bolsonaro reclamó a los gobernadores que
volvieran a abrirlas. “El grupo de riesgo son las personas de más de 60 años.
Entonces, ¿por qué cerrar escuelas?”, argumentó. Criticó el cierre de comercios
e iglesias, así como las políticas de confinamiento adoptadas por casi todos
los países afectados. La semana pasada, en otra declaración pública, había
dicho que en Italia hubo muchas muertes porque es “una ciudad” muy chiquita y
“en cada departamento hay una pareja de viejitos”. No mueren por el
coronavirus, dijo, sino porque son “débiles” y “cualquier gripe” podría
matarlos.
Este martes,
después de asegurar que “el 90 por ciento” de la población está a salvo del
virus, Bolsonaro habló de sí mismo, centro del universo: “Por mi histórico de
atleta, si fuese contaminado, no precisaría preocuparme: no sentiría nada”,
aseguró. No hay evidencia de que la práctica deportiva proteja del virus, ni de
que él haya sido atleta alguna vez, pero Bolsonaro es un mentiroso compulsivo.
También repitió otra fake news que ya había usado en Twitter: que la cloroquina
cura la enfermedad. Más tarde llegó a mostrar por televisión una cajita de ese
remedio. Una ola de automedicación causó el desabastecimiento de esa droga
–vital para pacientes con lupus y otras enfermedades–, cuya eficacia contra el
COVID 19 está en estudio, pero aún no ha sido comprobada.
El comportamiento
del presidente brasileño frente al coronavirus era previsible, ya que siempre
fue un negacionista de la ciencia
El presidente
repite en cada pronunciamiento que no hay motivo para quedarse en casa, que la
enfermedad solo afecta a “los viejitos” y que el resto debe volver a trabajar,
porque el país “no puede parar”. Lo dice y ataca a todo el mundo. Su
verborragia ha despertado estos días a buena parte del país, que finalmente
entendió que este hombre no debería seguir en el cargo, pero su comportamiento
frente al coronavirus fue el mismo desde el principio y era previsible, ya que
Bolsonaro siempre fue un negacionista de la ciencia. La presidencia no iba a
cambiarlo, como prometían algunos de los que lo apoyaron sabiendo quién era.
El domingo 15 de
marzo, mientras España ya estaba en cuarentena y Argentina cerraba fronteras y
preparaba el confinamiento, declarado días después, Bolsonaro convocó a sus
fanáticos a movilizarse en las calles contra el Congreso y el Supremo Tribunal
Federal, que no le permiten gobernar como un dictador, como le gustaría.
Rodeado de
pancartas que pedían el cierre de los poderes legislativo y judicial y un
autogolpe, hizo una retransmisión en directo en Facebook y, según una
estimación del diario Estado de São Paulo –que en su editorial del día
siguiente lo llamó “un irresponsable al que solo le interesa su proyecto de
poder”–, abrazó o tocó con sus manos en la calle al menos a 272 personas. Por
la noche, en entrevista a la CNN Brasil, desafió a los presidentes de la Cámara
de Diputados y el Senado a ir “a las calles” como él, criticó a la
Confederación Brasileña del Fútbol por suspender los partidos por la pandemia y
aseguró que en el pasado hubo virus “peores” pero los medios no decían nada
porque gobernaba la izquierda y ahora exageran para perjudicarlo a él.
Yo, yo, yo, yo,
dice el presidente.
Bolsonaro acababa
de llegar de un viaje a Estados Unidos y, de acuerdo a los protocolos de su
propio Ministerio de Salud, debía ponerse en cuarentena. Más de veinte
integrantes de su comitiva dieron positivo por coronavirus, entre ellos su
secretario de comunicación, que estuvo con él en un encuentro con Donald Trump.
Pero él decidió salir a la calle a abrazar a sus seguidores. Cuestionado por un
periodista amigo –a los periodistas críticos no les da entrevistas; los
insulta– sobre por qué violó la cuarentena sin saber si se había contagiado,
dijo que no iba a “vivir preso en el palacio, esperando” para saber si tenía el
virus y que “apretar la mano del pueblo” era su “derecho”. Hasta el día de hoy,
no mostró el resultado de su análisis, aunque jura que fue negativo. En una
maniobra que ya es habitual, su hijo filtró a la prensa extranjera que le había
dado positivo para después desmentir la información y acusar a los medios de
mentirosos.
El martes 17, miles
de personas realizaron caceroladas contra el Gobierno en las principales
ciudades de Brasil, sin salir de sus casas, asomados a sus ventanas y balcones.
Fue la mayor protesta realizada contra Bolsonaro desde su llegada al Ejecutivo
y se sintió muy fuerte en barrios ricos, de clase media y favelas, inclusive en
distritos donde el presidente tuvo más del 70% de los votos en el segundo turno
de 2018. Todo comenzó con un joven inmigrante haitiano que lo interpeló cara a
cara en la puerta del Palacio de la Alvorada y le dijo: “Bolsonaro, acabó. No
eres más presidente”, reprochándole su conducta frente al coronavirus. El video
lideró los trending topics en Twitter con el hashtag #BolsonaroAcabou y, por
primera vez, comenzó a hablarse de impeachment en el Congreso, aunque todavía
no hay acuerdo en la oposición para iniciar los trámites. Aún no dan los
números y temen su reacción.
El miércoles 18,
Eduardo Bolsonaro, que preside la Comisión de Relaciones Exteriores de la
Cámara de Diputados, dijo en Twitter que la culpa por el coronavirus era del
gobierno “comunista” chino, lo comparó con Chernobyl y provocó una durísima
respuesta de la Embajada de ese país, que aseguró que habría “consecuencias” si
no se disculpaba. China es el principal comprador de productos brasileños.
Bolsonaro mandó al ministro de Relaciones Exteriores a defender a su hijo y
atacar al embajador, provocando una crisis diplomática inédita. El expresidente
Lula envió una carta al presidente chino, Xi Jinping, pidiendo disculpas en
nombre del pueblo brasileño.
El jueves 19,
Bolsonaro cerró las fronteras. Antes lo había hecho solo con Venezuela. También
restringió el ingreso de extranjeros de una lista de países afectados. Parecía
que al fin comenzaba a actuar, pero pronto quedó claro que no: es probable que
sólo buscase una forma de prohibir el ingreso de personas provenientes de
China, como venganza contra el embajador. Sus reacciones son siempre
infantiles. Ese mismo día, volvió a criticar el cierre de comercios,
supermercados y aeropuertos, e insinuó que no estaba claro si las muertes
registradas eran realmente por coronavirus.
En una entrevista
por televisión, Bolsonaro dijo que va a morir alguna gente, bromeó con que la
vida un día se termina y agregó que no se puede “parar la economía” por eso
Durante el fin de
semana, dio entrevistas a medios evangélicos y, nuevamente, a la CNN Brasil, y
dijo que el gobernador de São Paulo, que declaró la cuarentena, es “un
lunático”. También aseguró que pronto la población verá que fue “engañada” por
el periodismo y los gobernadores sobre la gravedad del coronavirus y acusó por
los cacerolazos a la TV Globo. El lunes 23, dictó un decreto suspendiendo los
plazos de la ley de acceso a la información pública, luego derribado por el
Supremo. Al día siguiente fue el discurso en cadena nacional: la gota que
rebalsó el vaso.
“En este momento
grave, el país precisa un líder serio, responsable y comprometido con la vida y
la salud de su población”, respondió el presidente del Senado, David Alcolumbre
(centroderecha), y repudió lo dicho por Bolsonaro en televisión. El líder de la
oposición en la cámara alta, Randolfe Rodrigues (centroizquierda), dijo que el
presidente superó “todos los límites de la irresponsabilidad”. El presidente de
la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia (centroderecha), dijo que las palabras de
Bolsonaro eran “equivocadas” porque “atacan a la prensa, los gobernadores y los
especialistas en salud pública”. Hay mucho malestar en la poderosa ala militar
del gobierno –el Ejército piensa mantener la cuarentena, para proteger a sus
soldados– y en el Supremo Tribunal Federal.
Después del
discurso psicopático, sus seguidores iniciaron una campaña en las redes
sociales bajo el lema “Brasil no puede parar”, alimentada por los bots que
suelen replicar las consignas del Gobierno. Llaman a todos a salir de casa y
romper la cuarentena dispuesta –dentro de los reducidos márgenes de sus
competencias– por gobernadores y alcaldes. En São Paulo, el estado más
afectado, el aislamiento dispuesto por el gobernador y criticado por el
presidente ya había comenzado a reducir la tasa de crecimiento de la pandemia.
En Camboriú, en el sur del país, los “bolsominions” hicieron una manifestación
para pedir a la gente que volviera a trabajar.
Además de atacar a
los alcaldes en Twitter y en sus transmisiones en vivo por Facebook, comenzó en
los últimos días a emitir decretos revocando las medidas que toman para
proteger a sus habitantes. En una entrevista por televisión, dijo que va a
morir alguna gente, bromeó con que la vida un día se termina y agregó que no se
puede “parar la economía” por eso. Criticó el cierre de oficinas, empresas,
shoppings y comercios y apoyó a los pastores que se niegan a suspender los
cultos en las iglesias evangélicas, que tanto dinero recaudan para esa mafia,
uno de los principales respaldos políticos del presidente.
Este martes 24, el
juez del Supremo Marco Aurélio Mello les dio la razón a los gobernadores y
alcaldes, dictando una medida cautelar para que puedan disponer medidas de
aislamiento, cuarentena, restricción del transporte y tránsito en rutas,
puertos y aeropuertos. Un decreto de Bolsonaro lo había prohibido. Los
veintisiete gobernadores crearon un grupo de Whatsapp para ponerse de acuerdo y
asumir el mando de la crisis, ya que casi todos ellos evalúan que el presidente
es un inútil y solo crea problemas.
El conflicto
político se agrava. Cuando el gobernador de Río de Janeiro, Wilson Witzel, un
exaliado del presidente, quiso cerrar los aeropuertos de su estado, Bolsonaro
emitió un decreto impidiéndoselo y lo acusó de “demagogo”. “Quédense en casa”,
insistió Witzel. El gobernador de Maranhão, el comunista Flávio Dino, denunció
que Bolsonaro intentó impedir la realización de controles sanitarios en rutas y
aeropuertos de su estado y dijo que es “un irresponsable que elige pelear con
los gobernadores por pura politiquería, en vez de pelear con el virus”. El
gobernador de Pará, Helder Barbalho, de centroderecha, dijo que no va a “pedir
permiso” al presidente para proteger a la población. El de Goiás, Ronaldo
Caiado, que era aliado del presidente pero es médico, dijo que Bolsonaro no
tiene “postura de gobernante”, es un ignorante y sus palabras son
irresponsables y vergonzosas. “No hay más diálogo” con él, afirmó. El de
Espírito Santo, el socialista Renato Casagrande, dijo que las palabras del
presidente están “desconectadas de la realidad”, “confunden a la sociedad” y
muestran que el país está “sin dirección”. El de Rio Grande do Sul, Eduardo
Leite, de centroderecha, dijo que no se resuelve una pandemia con “ataques a la
ciencia” y pidió a los habitantes de su estado que se queden en casa. El de
Bahía, Rui Costa, del Partido de los Trabajadores, denunció que el gobierno
federal trata de impedir los controles sanitarios en su estado y advirtió que
no lo obedecerá.
Un juez del Supremo
les dio la razón a los gobernadores y alcaldes, dictando una medida cautelar
para que puedan disponer medidas de aislamiento. Un decreto de Bolsonaro lo
había prohibido
Los alcaldes de
este estado –de todos los partidos– hicieron una declaración conjunta diciendo
que el país está “desgobernado” y que el presidente, con sus “delirios”,
desacredita los esfuerzos de los gobiernos locales y contradice las
recomendaciones de su propio ministro de Salud. El alcalde de Salvador, ACM
Neto, de centroderecha, dijo que Bolsonaro es un “irresponsable”, y el
secretario de Salud del estado, Fábio Vilas-Boas, admitió estar “horrorizado”
porque el presidente trata de “deshacer todo lo que se construyó en el combate
al coronavirus en las últimas semanas en Brasil”. Los gobernadores del Nordeste
también emitieron una declaración conjunta.
En una reunión con
gobernadores del Sudeste por videoconferencia, Bolsonaro se mostró fuera de
control. Confrontado por el gobernador de São Paulo, el empresario derechista y
exaliado João Dória, empezó a gritar como un loco y le reprochó por no apoyarlo
a pesar de que aprovechó “sus” votos en las últimas elecciones. El gobernador
hablaba de salvar vidas y Bolsonaro le respondía reclamándole lealtad, hablando
de las elecciones de 2022 y gritándole que era un cobarde. Dória lo observaba
atónito, mientras el general y vicepresidente Hamilton Mourão, sentado al lado
de su jefe, movía su cabeza como diciendo que no. Está todo filmado.
Contrariando al presidente, el vice dijo a la prensa que la posición del
Gobierno es “cuarentena, aislamiento y distanciamiento social” y que Bolsonaro
“tal vez se haya expresado mal”.
Después del
incidente, los bots que impulsan las campañas sucias del Gobierno en las redes
empezaron a atacar a Dória y el gobernador denunció en una comisaría que
comenzó a recibir amenazas de muerte, algo que ya forma parte de la nueva
“normalidad” brasileña: cada vez que Bolsonaro y sus hijos atacan a un
adversario o un periodista, este empieza a sufrir amenazas. Muchos ya partieron
al exilio.
Este miércoles 25,
veintiséis gobernadores se reunieron por videoconferencia con el titular de la
Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, para discutir qué hacer frente a las locuras
de Bolsonaro. Sólo faltó el del Distrito Federal. Decidieron ignorar las
decisiones del presidente y mantener las medidas de distanciamiento social.
El jueves, Folha de
São Paulo publicó un editorial con el título “Presidente, retírese”. Sin dar un
paso atrás, Bolsonaro emitió un nuevo decreto declarando a las iglesias y administraciones
de lotería como “servicios esenciales”, lo cual impide a los estados y
municipios cerrar sus puertas. Y, como si no hubiese dicho suficientes pavadas,
bromeó ante los periodistas que los brasileños “tienen que ser estudiados”
porque “se meten hasta en el agua de las cloacas y no les pasa nada”. Aseguró
que muchos ya deben haber contraído el virus “hace meses” y “ya tienen
anticuerpos” e insistió en acusar a la prensa de exagerar sobre la pandemia
para perjudicarle.
La Cámara de
Diputados aprobó este jueves 26 un subsidio por tres meses de 600 reales (poco
más de cien euros) para toda persona que demuestre no tener ingresos, o bien de
1.200 reales por grupo familiar (inclusive madres solas), para enfrentar los
efectos económicos de la crisis. El Gobierno quería limitar esa suma a 200
reales, pero la oposición le torció el brazo. La secretaría de Comunicación de
la Presidencia, cuyo titular dio positivo para la “gripecita”, lanzó una
campaña con la consigna “Brasil no puede parar”, proponiendo que solo los más
viejos hagan cuarentena. Exactamente lo opuesto a las recomendaciones de la
OMS, el ministro de Salud brasileño y los demás gobiernos del mundo. El spot es
de tal perversidad que cuesta creer que sea verdadero.
En la TV Globo, el
noticiero de mayor audiencia del país destrozó una por una las mentiras del
presidente, mostró imágenes de la cuarentena en todo el mundo, entrevistó a
científicos, médicos, directivos de hospitales, gobernadores y líderes de la
oposición, dio los datos que muestran que la cuarentena está funcionando en
otros países y reprodujo las declaraciones de presidentes y primeros ministros
que, al contrario del brasileño, piden a la gente que se quede en casa.
El ministro de
Salud asegura que no va a renunciar, no critica al presidente, inclusive lo
elogia en público, pero no le hace caso
Históricos
adversarios, los expresidentes Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inácio Lula da
Silva dijeron basta. FHC afirmó que las opiniones del presidente eran
“desastrosas”: “Si no se calla, está preparando su fin y es mejor el suyo que
el de todo el pueblo”. Lula dijo que “Bolsonaro no tiene estatura psicológica
para continuar gobernando el país” y, por primera vez, defendió el impeachment:
“O ese ciudadano renuncia o se hace un impeachment, porque no es posible que
alguien sea tan irresponsable de jugar con la vida de millones de personas como
él está jugando”.
Cabe recordar que,
si el corrupto juez Moro no tuviese hecho trampa, inventando una causa contra
Lula y haciendo del expresidente un preso político, lo que le impidió ser
candidato, este sería presidente y esta locura se hubiese evitado. Moro recibió
un ministerio como premio y ahora no abre la boca.
Hay responsables de
todo esto, que a nadie se le olvide.
Todas las entidades
profesionales de médicos, abogados, periodistas y hasta algunos jueces de la
Corte repudiaron la conducta de Bolsonaro y pidieron a la población que lo
ignore y se quede en casa. Economistas de todas las orientaciones teóricas y
políticas refutaron, inclusive con los más fríos números, su argumento que
antepone la economía a la vida de las personas. Un grupo de diputados presentó
un pedido de impeachment, apoyado por personalidades de la cultura e
intelectuales.
Mientras, el
ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, un político con un pasado turbio de
lobista de las empresas de medicina privada pero que, como médico, no puede
acompañar el discurso anticientífico de su jefe, enfrenta de forma cada vez más
ambigua su dilema. Asegura que no va a renunciar, no critica al presidente,
inclusive lo elogia en público, pero no le hace caso. Como suele hacerse con
los locos, le dice a todo que sí y después hace lo contrario. Cada
pronunciamiento de su ministerio contradice al presidente, aunque lo disimule.
Cuando los periodistas le señalan la contradicción en las ruedas de prensa,
cambia de tema o permanece en silencio. Días atrás, varios ministros se
quedaron varios segundos en silencio ante preguntas incómodas de la prensa: no
sabían qué decir. El vicepresidente Mourão, con su estilo sutil y a veces
irónico, da a entender que Bolsonaro no sabe lo que dice y no representa la
opinión del gobierno.
¿Qué gobierno? ¿Hay
gobierno?
Bolsonaro está
solo, políticamente aislado, desacreditado, diciendo sin parar estupideces, mentiras
y barbaridades, gritando como un loco que el resto del mundo está equivocado y
solo él tiene razón, insultando a la prensa y a los gobernadores,
desautorizando a su ministro de Salud y pidiéndole a la gente que no les haga
caso a los médicos. Pero aún le queda un núcleo duro de fieles, entre 30 y 35%
del país según las encuestas, que le creen y actúan con un comportamiento
típico de secta, siguiendo a su líder al suicidio. Muchas de esas personas,
como acto de fe, van a salir de su casa en estos días y volver a su vida
normal, como si no pasara nada. Muchos se van a contagiar. Y van a contagiar a
otros, inclusive a sus padres y abuelos, que pueden morir.
Esas muertes
podrían evitarse, pero, para eso, el presidente tiene que caer.
Bolsonaro es un
psicópata y hay que sacarlo del poder antes de que haga más daño, porque ante
una emergencia de este tamaño, las prioridades y los parámetros no pueden ser
los mismos que en una situación normal. A Dilma Rousseff, una presidenta
honesta y democrática que no había cometido ningún crimen, la destituyeron por
nada.
¿Qué esperan ahora?
Está en manos del
Congreso y del Supremo Tribunal Federal decidir si quieren salvar vidas o pasar
a la historia como cómplices de un psicópata y asesino.
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