EL MUERTO QUE RESULTÓ SER UN VIVO
EMILIO GONZALEZ DENIZ
VÍCTOR RAMÍREZ ACABA
DE DAR A LUZ
UNA NUEVA NOVELA
(C7-- 12-7-84)
Hasta ayer mismo yo
creía que los muertos no hablaban. Cambié de parecer cuando me tropecé con el
abuelo Ignacio Perpetuo, muerto ya, en una curva del camino de SieteSitios. Yo
había ido a tomar leche recién ordeñada de las cabras de Cesarito Dávilas, el que
habría de anunciar la muerte del abuelo Ignacio Perpetuo. Cuando yo hablé con
el cabrero, éste ya había muerto.
Estaba recién
amanecido; él estaba sentado en una de las piedras que miran al barranco; se le
veían ganas de hablar y dejé que lo hiciera:
.-Para que usted me
comprenda; yo soy el difunto Ignacio Perpetuo, aquel del que Víctor Ramírez
habla tan a menudo en su novela "Nos dejaron el muerto". Pero yo no
soy el muerto, ¿sabe?; el muerto es don Lucio Falcón, el falange. Como usted
sabe, Víctor es de por aquí, lleva años dedicándose a eso de la escritura,
¡bueno!, allá cuando le parece. Según dicen, cuando contó lo mío y lo de la
demás gente del portón, escribió por primera vez por arriba de los cien folios
de un golpe. Yo, cuando estaba vivo, no entendía de esas cosas de las letras,
pero ahora sí. Fíjese que el otro día, cuando la presentación del libro, se
habló mucho de que si aquello que Víctor había escrito era una novela corta o
un cuento largo.
Vaya usted a saber.
Yo creo que "Nos dejaron el muerto" es, a lo mejor, menos novela que
Diosnosibre y más cuento que La piedra del camino, aunque ¡cualquiera sabe! En
todo caso, es una obra narrativa que pone difícil la cosa a esos que quieren
etiquetarla; yo sé que Víctor huye de que le midan los géneros o le pesen los
folios. ¿Y quién no?
Me he enterado de
que hay novelas enormes como Guerra y Paz que son buenísimas, y otras cortitas,
como Pedro Páramo, que también lo son. En esto como en todo.
Cada uno escribe lo mejor que sabe; si
después le sale una cosa redonda o no, es asunto del demonio. Y eso que Víctor
escribió "Nos dejaron el muerto" de un tirón, en dos meses. Pero este
punto, que pudiera lIevarle a usted a pensar que la hizo con prisas, lo tengo
yo muy claro: Víctor, tal vez sin saberlo, ha ido entretejiendo entrega tras
entrega su peculiar mundo literario.
Ahora desemboca de una forma casi
violenta en "Nos dejaron el muerto". Yo podría decirle que esta
novela (la llamo novela para que usted me entienda) era inevitable, se mascaba
en el aire caliente que saca el barniz a San Roque y a su Perro Bendito.
El abuelo Ignacio
Perpetuo se limpió el sudor. Yo había oído decir a los entendidos que se
esperaba una gran novela de Víctor Ramírez; se lo dije al difunto y él pareció
encresparse al escucharme repetir lo de siempre:
-Entienda usted,
joven, que ni ésta, ni la otra, ni ninguna, es la novela que se espera. Yo no
esperaba nada de Víctor, ni de nadie. Los hombres no saben lo que dicen.
Fuimos nosotros,
los 120 personajes risqueros, hijos espurios de la miseria de un portón, los
que obligamos a Víctor a que nos dedicara dos meses de su vida; sin él yo no
hubiera tenido muerte.
Él me la dio porque
yo le obligué. Creo que es pretencioso y hasta insultante exigir a un hombre
que sea él quien escriba la novela que todos esperan. A lo mejor lo que esperan
es que no la escriba porque, ¿sabe usted?, hay como una especie de carrera de
sacos a ver quién es el primero que hace esa novela que divida al antes y al
después. ¿Sabe lo que le digo?, que esa novela no se escribirá nunca; que tal
vez ya esté escrita y publicada.
El asunto es
totalmente ajeno a la literatura, depende de
cosas tan raras
como eso que llaman marketing o de que su autor sea el invitado de honor de un
programa de la televisión de Madrid. Así de sencillo.
Antes que Pedro
Páramo se escribieron novelas tan buenas, o mejores, que ella; sin embargo,
fueron los americanos quienes decidieron en·sus universidades que aquélla era
la buena. Y no es mala, ya le digo, pero no mejor que otras muchas. ¡Asunto de
suerte, amigo!
Por eso le digo que
Víctor Ramírez tiene derecho a escribir lo que quiera, o a no escribir ni una
sola palabra más, y nadie podrá pedirle cuentas.
Sólo nosotros, los personajes que, como
aquellos de Pirandelo, buscamos autor. Pero mire: le he hablado poco de
"Nos dejaron el muerto". Léala este verano en la orillita de una
piscina; luego usted verá. Porque esta novela es obra abierta y cerrada a un
tiempo, donde la miseria es lecho de la nobleza y el escarnio.
Cuando al final de la narración, mi
nieto Altamiro Benito se puso a bailar con el muerto, y lo volvió a meter en la
caja porque se cansó, en ese momento, Víctor Ramírez se dio cuenta de que ya no
le necesitábamos y fue cuando apretó la tecla del punto final.
El difunto Ignacio
Perpetuo desapareció como por cosa del diablo. Eché a caminar algo confundido y
en el camino me crucé con una mujer que se me pareció a Aurorita María, la que
degolló en la misma Audiencia al hijo del general Sampietro Canales y Zamorano
del Laurel cuando se celebraba el juicio por estupro.
Un poco más abajo
me encontré con Víctor y nos fuimos a jugar al fútbol. Cuando acabamos, nos
reunimos hasta media tarde y estuvimos bebiendo y cantando corridos mejicanos.
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