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martes, 10 de marzo de 2020

C E R C O , Cuento de José Rivero Vivas


C E R C O
Cuento
José Rivero Vivas
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(Publicado por
ESCUELA CANARIA 22,
NARRADORES CANARIOS - 3
Mayo de 1991)
Pasado a ordenador y revisión:
Febrero de 2020

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c e r c o
José Rivero Vivas
CERCO
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         Lo más penoso del día es, Juan Manuel, saber que no tienes hondura para retirarte a cualquier parte donde puedas encontrarte y estar contigo, a solas, fijo ante ti, sin temor alguno a los pensamientos que puedan asaltarte, desde la otra tarde, cuando inopinadamente te introdujiste en aquel despacho, buscando refugiarte del fuerte aguacero que caía en ese instante, en que cruzabas el patio, frente a la obra de ampliación del edificio. Te diste de manos a boca con aquella réproba escena que no acabas de borrar de tu mente, donde permanece intacta, viva, latiendo con igual esperanza que si fuera condenada a muerte y la pena hubiese sido conmutada por un juez indulgente, además de un jurado bondadoso, integrado por personas inexistentes, de esas que se añoran, aunque no sabes si en algún lado podrías encontrarlas. Por eso necesitas irte, marchar, huir, perderte fuera de estos límites que te cercan y no te dejan paz ni reposo, ni te aportan tampoco tranquilidad ninguna; pero es mucho tu miedo a verte a solas contigo mismo, frente a ti, encogido o estirado, agitado, replegado o yerto. Reconócelo, Juan Manuel. Puedes inventar cuanto quieras, crear lo más extraño, lo inverosímil, esconderte en el lugar más recóndito, partir hacia luengas distancias, donde nadie pueda sospechar tu estadía, y no hallarás sosiego, porque el mal nace en ti, y de ti a ti se establece, como corriente continua inextinguible.
Conviene, por tanto, que te distraigas, que desvíes tu atención del percance infausto y te orientes en sentido opuesto al que tu instinto persigue. Da, pues, rienda suelta a tu espíritu, y alienta tu alma hacia una atmósfera desconocida, de grato y elevado ambiente. Aplícate al trabajo y no des importancia a temas de poca enjundia. Si acaso se te presentara nuevamente el acontecer ignominioso, ignora su enseña, desecha su significado, corre la cortina tras la cual sus protagonistas agazapados murmuran, baja el telón y pon final irrepetible al acto presenciado involuntariamente, pese a que colma de bruma tu cabeza y tu sentido trastorna. No permitas que los hacedores de burdas patrañas campen libremente por sobre tu hegemonía. Pégales un susto anunciándoles tu renuncia. Dimite de pleno derecho. Hazte valer concienzudamente y no vuelvas a las andadas, argumentando en este y aquel despacho, con objeto de que acepten tu plan como programa general, eficaz y práctico, mediante el cual vaya a aumentar la producción, con menos costos, mayor exuberancia y mejor calidad. Tú sabes de cierto que es otro el interés que te mueve. Deja entonces de balbucir y no te consientas más respecto de Rosaura, que en realidad es mucha mujer para ti.
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Cada mañana te paras, Juan Manuel, frente a ese límite preciso que el mar opone a tu osadía: no hay más posibilidad de avance en este angosto Valle de Abicor, donde todo queda reducido a su permanencia en el tiempo. Prevalece, sin embargo, la majestuosa plenitud del océano ante la incertidumbre pagana, de concreción ingrata, decantada en el debate de un insulso sentimiento. No se trata de mero reproche hacia una estancia que no aceptas ni te favorece. Aun así, piensa que es preferible estar sujeto en tu casa que marchar a recorrer la llanura inmensa, ancha, interminable que, frente a ti, se extiende a tus pies, justo a partir de la roca que conforma el litoral, resquebrajado y glorioso.
Hoy, Juan Manuel, extasiado contemplas esos cúmulos gigantes, negros, muy bajos, que se arraciman sobre las cumbres de Gran Canaria, interceptando la hermosa comba distante: no existe ya libre albedrío a tus ojos. De aquí procede tu recelo al encierro en este exiguo predio, martirio que supone residir en acotado espacio, régimen cenceño, carente de oxígeno, aun cuando frecuente sople el viento.
Ahora mismo te encuentras de pie frente al mar, rodeado casi por el líquido elemento. En lontananza se diluye la línea circundante, que se estrecha y se aprieta sobre las Islas, sin que nada se distinga más allá del marcado horizonte. Te sientes transido por la angustia que estruja tu garganta ante la imposibilidad de raudo partir; centrípeta fuerza te retiene y te impide movimiento hacia fuera, sitio externo, lugar remoto allende el Archipiélago. Te falta coraje, ánimo, valor, y tratas de justificarte alegando escasez de medios. No te amargues por ello ni te acongojes. No estás obligado a perderte, fugarte, salir huyendo por haber sufrido la desdichada experiencia que sobrecoge tu amparo, y no deseas recordarla. Qué más da. Son ínfimos gajes del vivir. Recapacita, Juan Manuel, y asume tu obligación. Retorna sin más a la parada. Venga, coge la guagua. No queda más remedio.
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Bien a tu pesar, te encuentras torturado por el ruido de las palas mecánicas, operando en la excavación de los cimientos, para un nuevo cuerpo de edificio, al que le construyen dos plantas de sótano, o cuatro tal vez. No lo sabes ni te inquieta. No obstante, los mazazos que en este momento escuchas, te advierten que algún resto de piedra es triturado a golpe de hombre y mandarria, lo que solivianta tu espíritu al constatar que eso no entraba en tus cálculos. Han echado abajo tu método y no quieres continuar cavilando acerca de una moción, que fue desbaratada por la autoridad del constructor.
En verdad aprecias mucho el silencio en torno, que te induce a estar quieto, sereno frente a ti, a quien no veías desde hace tiempo, que has vivido absorto en problemas de la empresa, y, total, ¿para qué? ¿Te hallas acaso hundido porque no fue aprobado tu proyecto? Seguro que no es cierto. No te engañes. Por eso no estás ahí sentado, contigo mismo, con quien no estabas no sabes cuánto. Es otra la causa de tu desventura y tratas de disfrazarla tras el descontento. Tu razón empero te hurta el éxito en tu propósito. Anda, Juan Manuel. Arrostra la imperiosidad y confiesa que la desazón te atormenta por culpa de la hiriente y odiosa estampa de ayer, cuadro melindroso que te derruye y degrada.
No pienses más en Rosaura. Olvida su belleza. Desecha las ilusiones abrigadas. Deshaz el lazo que te atenaza y rompe el fatídico encanto que te subyuga y quebranta tu voluntad. Pero, ¡cuidado con tu desliz! De modo que, cuando vayas al despacho de tu jefe, antes de entrar, toca y aguarda.
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José Rivero Vivas
CERCO
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Pasado a ordenador y revisión:
Febrero de 2020
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