BEATRIZ DE BOBADILLA, LA SANGRIENTA
COLONIZADORA
ANA SHARIFE
La conquista
española fue también una conquista de mujeres. En la historia de la
colonización de América, durante las primeras décadas del siglo XVI, la captura
de mujeres constituyó un elemento importante en la esclavización.
El cuerpo de la
mujer no sólo fue utilizado como campo de batalla, también fue esclavizado en
harenes. “Las tienen en hierros y las azotan para que hagan su voluntad, y como
todos son de la misma opinión se tapa y disimula todo”, denunciaba a su regreso
a España el religioso Luis Morales. Respecto a los menores y ancianos anotó
“traíanlos a todos a donde estaban las carabelas y los viejos y más de
trescientos niños dábanles de estocadas o despeñábanlos. Su Majestad, a otros
ahorcan de los pies y están allí muriéndose dos o tres días”.
Los misioneros se
jugaban la vida denunciando ante la Corona el martirio y la explotación a la
que se veía sometido el aborigen. Una corriente crítica que encabezan el padre
Bartolomé de Las Casas, fray Pedro de Córdoba o fray Bernardino de Sahagún,
cuya obra es fundamental para la reconstrucción de la historia del México
antiguo antes de la llegada de los españoles.
Los misioneros se
jugaban la vida denunciando ante la Corona el martirio y la explotación a la
que se veía sometido el aborigen
Muchos otros
religiosos fueron asesinados por lo mismo, por defender a los indios y por
estar en contra de las ambiciones de poder, como el obispo fray Antonio de
Valdivieso. El Archivo de Indias está lleno de testimonios durísimos de estos
prelados que dan cuenta de “bebés arrancados de la teta de la madre y arrojados
contra las piedras”. En sus famosas Décadas del Mundo Nuevo (1530), el cronista
Pedro Mártir de Anglería deja escrito en forma de lamento “es muy gran lástima”
que Vasco Núñez de Balboa alimentó a sus perros con cuarenta indios”.
El historiador
Esteban Mira Caballos estudia estos episodios a partir de manuscritos y
documentos de la época, y en El capitán Lázaro Fonte: la doble personalidad de
un psicópata (2007) describe a algunos de esos conquistadores sin escrúpulos.
“Él se consideraba a sí mismo una persona cristiana, temerosa de Dios, un leal
servidor de la Corona y, sobre todo, un marido y un padre ejemplar”. Sin
embargo, “fue capaz de ejecutar crueles y despiadadas matanzas de indios, así
como violar a niñas muy pequeñas que previamente ataba a palos cruzados en
aspa”. Así, capitanes como Francisco Montejo o Pedro de Cádiz y sus huestes
forzaban a las jóvenes para “preñadas” venderlas a mayor precio, testimonia, en
1565, Girolamo Benzoni en Historia del Nuevo Mundo.
Las decisiones
político-jurídicas aplicadas a la colonización de la Indias dan un giro
importante tras las constantes denuncias del cronista sevillano De las Casas. Unas
salvajes atrocidades expuestas en el año 1552, en Destrucción de las Indias,
que contribuyeron a corregir los abusos por parte de los conquistadores.
Por 15.000
maravedís
En La Gomera, año
1488, se desencadena una de las páginas más sangrientas de la historia de
Canarias. Hernán Peraza ‘el joven’, a quien el profesor Dominik Josef Wölfel
nos presenta como “hombre sin conciencia, soberbio y brutal” hereda en 1477 los
derechos de ocupación de la isla, pero incumple todos los pactos de sus
antecesores. Maltrata al pueblo, expropia sus tierras, los somete al pago de
impuestos abusivos, y persigue a sus mujeres.
En 1481, la dama de
compañía de Isabel la Católica, Beatriz de Bobadilla, una mujer a la que los
historiadores describen tan “bella” como “sádica”, sufre el destierro de la
reina a las Islas Canarias por su excesiva cercanía con el rey Fernando. Isabel
la fuerza a casarse con Peraza, señor de La Gomera. Juntos protagonizan una
sanguinaria campaña para aniquilar todo atisbo de rechazo a la conquista.
En 1481, Hernán
Peraza y Beatriz de Bobadilla protagonizaron una sanguinaria campaña para
aniquilar todo atisbo de rechazo a la conquista
Fue el obispo de la
diócesis canariense-rubicense, Juan de Frías, quien alerta a la Corona de la
venta de un centenar de gomeros en los mercados esclavistas, y los defiende
señalando que se trata de fieles “cristianos y libres” que cumplían con sus
obligaciones y, por tanto, no podían ser condenados a la esclavitud, describe
Wölfel en La Curia Romana y la Corona de España en la defensa de los aborígenes
canarios (1930).
Los Reyes Católicos
ordenan a sus juristas investigar el caso, y éstos, dando la razón al prelado,
mandan la búsqueda e inmediata puesta en libertad de los cautivos, muchos de
los cuales regresaron al archipiélago a bordo de la armada enviada a conquistar
Gran Canaria en 1478.
Peraza no sólo
recrudece el trato hacia sus vasallos, sino que yace con Iballa, una noble
aborigen considerada para algunos una especie de sacerdotisa. Ser amantes era
saltarse el pacto de Guahedún, “una alianza de colactación que los convertía en
parientes del mismo clan”, señala Francisco Pérez Saavedra en El episodio de
Iballa y sus motivaciones (1986).
Cuatro años antes
de que Colón llegara a América, Peraza es asesinado, y el pueblo gomero recibe
como respuesta una de las más cruentas represalias llevadas a término en el
archipiélago. Su viuda, apodada la dama sangrienta, “una mujer de reacciones
impremeditadas” que bajo “el impulso de la violencia aplicó terribles justicias
contra los antiguos canarios”, señala el historiador Antonio Rumeu de Armas en
La política indigenista de Isabel la Católica, hizo llamar a Pedro de Vera,
gobernador de Gran Canaria, quien desembarca en La Gomera al frente de 400
hombres.
Se ordena a todos
los gomeros a asistir a la iglesia para el funeral de Peraza. El que no se
presentara sería visto como traidor y cómplice de asesinato. Acudieron
engañados los vecinos de la isla, “asegurados de su inocencia y de la palabra
del gobernador”, relata Viera y Clavijo en Historia General de las Islas
Canarias (1969). Cuando llegaron a la iglesia los castellanos los apresaron, y
Beatriz de Bobadilla ordenó la ejecución indiscriminada de todos los varones
gomeros mayores de quince años. Alrededor de 500 hombres fueron ahorcados o
empalados y lanzados al mar.
En 1933, Wölfel
exhuma del Archivo General de Simancas un centenar de documentos que son
testimonio de la brutal represión a la que fueron sometidos, cuyo resultado ve
la luz en la revista de El Museo Canario bajo el nombre Los gomeros vendidos
por Pedro de Vera y doña Beatriz de Bobadilla. Tras aquella matanza, Pedro de
Vera y la dama sangrienta deciden vender como esclavos a todas las mujeres y
menores de quince años.
El número de
cautivos registrados asciende a 240, de los cuales 41 eran menores de 10 años,
42 eran adolescentes entre 10 y 15 años, 43 mujeres entre 14 y 40 años, y 31
hombres entre 20 y 30 años, como detallan los textos transcritos por el
antropólogo. Las mujeres jóvenes podían llegar a venderse por 15.000 maravedís,
por un hombre adulto podían llegar a pagar 8.000 maravedís, los adolescentes de
ambos sexos costaban unos 6.000 maravedís, y los niños y niñas de muy corta
edad un promedio de 4.300 maravedís.
El franciscano
Miguel López de la Serna, enfrentándose a los gobernadores de las islas que
contraviniendo las leyes esclavizaban a la población autóctona, se opuso
firmemente a la venta de los niños y denunció este tráfico ilegal de seres
humanos antes los Reyes Católicos, quienes ordenaron investigar el paradero de
los cautivos y proceder a su liberación inmediata. Gracias a la insistencia del
fraile, 200 gomeros fueron liberados, expedientes que se conservan en el
Archivo de Simancas.
‘Amiga’ de Colón
Por entonces
Cristóbal Colón aparece en la vida de Beatriz de Bobadilla, describe Alejandro
Cioranescu en Primera Biografía de Cristóbal Colón (1960). La idea de una
relación entre ambos es apoyada por muchos historiadores, estudiando los
extraños movimientos de ambos, como sostiene Rumeu de Armas en Los amoríos de
Doña Beatriz de Bobadilla (1985).
La ‘amiga’ de
Cristóbal Colón abasteció a la flota que paró en La Gomera en sus viajes a
América de 1492, 1493 y 1498. Carlos Álvarez, autor de La Señora (2012) señala
que “la insistencia de Colón en pasar por La Gomera cada vez que iba a América,
cuando Gran Canaria ya estaba conquistada” no le parece casual, siendo Beatriz
de Bobadilla “una mujer de gran belleza”.
Beatriz de
Bobadilla, la ‘amiga’ de Cristóbal Colón, abasteció a la flota que paró en La
Gomera en sus viajes a América de 1492, 1493 y 1498
Valiéndose de esa
belleza, en 1498 Beatriz de Bobadilla se convierte en la mujer del primer
adelantado de Canarias y gobernador de La Palma y Tenerife, Alonso Fernández de
Lugo, el hombre más poderoso del archipiélago y, por tanto, señora de las
Islas. Razón por la cual en ese tercer viaje Colón apenas de detiene en La
Gomera.
La dama más temida
sigue con sus prácticas violentas y ordena la muerte de todo aquel que la
menciona. Se le abre un proceso judicial en la península, pero se alarga en el
tiempo (de 1490 a 1502). “La importancia política que la Corona de Castilla
otorgó al caso se comprueba en la notable cantidad de expedientes que existen
en los registros del Archivo General de Simancas”, señala el investigador
Antonio M. López, en Proyecto Tarha. Beatriz de Bobadilla no fue juzgada. En
1504 apareció asesinada en sus aposentos de Medina del Campo, su ciudad natal.
Cristóbal Colón
llegó a América en 1492. Tras él se desarrolló una política de terror que
acabaría con la vida de millones de indígenas.
No se conoce “ni un solo caso de ejecución de una condena a muerte
dictada contra un español por haber asesinado o violado nativos”, denuncia Mira
Caballos. “Sí las hubo por traición a la Corona, cierta o no, como le ocurrió a
Vasco Núñez de Balboa, a Gonzalo Pizarro o a Francisco Hernández Girón, pero no
por haber cometido delitos contra los aborígenes que hoy consideraríamos de
lesa humanidad”.
Un siglo después de
la llegada de las tres carabelas a las Antillas, la casi extinción de la
población nativa generó otro genocidio. Se arrancaron enormes masas humanas de
africanos de su tierra ancestral a través del impulso criminal y brutalmente
inhumano de la trata y de la esclavitud. Y así continuó el terror y la codicia.
Ni rosa ni negra
La dominación, la
opresión, el avasallamiento, la injusticia y todas las grandes lacras de la
humanidad siguen vigentes en nuestro mundo, como lo estaban en tiempos de los
faraones o durante el imperio sasánida. La historia rosa trata de borrar a la
historia negra, y convertir cada genocidio en imperiofilia, pero seguimos
siendo los mismos de entonces. Lo fuimos con Stalin, con Hitler, con Pol Pot y
con Mao Tse Tung, un sádico responsable de la muerte de más de 70 millones de
personas.
Sólo en el siglo XX
murieron en conflictos armados más de 100 millones de personas, en guerras
feroces que dan buena cuenta de que el ser humano sigue siendo el mismo de hace
cinco siglos. Sólo la Segunda Guerra del Congo del presente siglo se ha llevado
por delante a seis millones de inocentes ante el silencio impasible de la
comunidad internacional.
Basta con hacerle
un seguimiento a la veintena de conflictos armados que hay abiertos en el mundo
para descubrir que somos los mismos sapiens-sapiens. Asistimos cada día a
través de los medios de comunicación a bombardeos que caen a granel sobre
población indefensa, enterradas bajo los escombros de sus casas, inocentes
ajenos a un conflicto del que no pueden salir, rehenes de pésimos e inmorales
gobernantes con tendencias mesiánicas y narcisistas.
“No hay ningún
horror, ninguna crueldad, ningún sacrilegio o perjurio, ninguna transacción
infame, ningún descarado pillaje o sucia traición que no se haya perpetrado o
se perpetre diariamente al amparo de esas palabras elásticas, tan oportunas y,
pese ello, tan terribles: la razón de Estado”. (Bakunin).
La historia no es
rosa ni negra. La historia no tiene color.
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