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domingo, 26 de enero de 2020

UNA CITA CON DELCY


UNA CITA CON DELCY
ANÍBAL MALVAR
Nuestro afamado troglofachismo mediático, político, barístico y pinturero ha encontrado un nuevo filón con la entrevista mantenida en Barajas entre nuestro ministro José Luis Ábalos y la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez. Resulta que esta señora tiene vetado el pisar suelo europeo por «violar derechos humanos y socavar la democracia».

Me voy al sanctionsmap de la UE para ver cuántos violadores de derechos humanos y folladores de democracias andan vetados por los caminos de nuestra vieja y querida Europa, y no hallo, oh casualidades, a Arabia Saudí, Qatar, Emiratos, Yemen, Bahrein, Omán, Brunei… todas ellas petrodictaduras donde se decapita a los maricones, se lapida a las mujeres infieles o críticas, se descuartiza a periodistas en las embajadas, se prostituye a las niñas de 10 años en matrimonios de conveniencia y se le pagan comisiones a los campechanos por suculentos contratos petrolíferos. Todo muy guay.


Lo que no es guay, para nuestra superavanzada Europa, es la revolución bolivariana. Se vivía mejor con Carlos Andrés Pérez, aquel presidente amigo de Felipe González que era recibido entre salvas en Bruselas y murió, el pobrecito, en Miami, tras haber sido despojado de la presidencia por haber despistado 17 millones de dólares de fondos reservados.

También era guay el demonio de Nicolás Maduro cuando el Gobierno de Mariano Rajoy le vendía armas en 2014, pues la pela es la pela y ante su brillo dorado conviene inclinar ideologías y religiones. De todo esto no se acuerdan los vetustos periódicos de quiosco, como olvidan también que, si hubo irregularidades en las elecciones venezolanas, podrían haberlo evitado enviando más observadores internacionales, que estaban invitados, y allí creo recordar que solo se acercaron los rusos y pocos más. El seguidismo europeo a las inercias golpistas y belicosas de Donald Trump, perfectamente plasmadas en su mapa de países sancionados, no deja de ser inquietante para los que aun entonan lo de la igualdad, la libertad y la fraternidad.

El País califica en su editorial de «comedia de enredo» la confusa escena de la visita de Ábalos al avión de la vicepresidenta carioca. Y es que, la verdad, tiene Ábalos talento para la comedia, pues sus explicaciones evasivas sobre fríos saludos y cobras a Delcy daban ganas de pintarle un mostacho y calzarle un puro entre los labios, en plan Groucho Marx: «¿No es usted la señorita Smith, hija del banquero multimillonario Smith? ¿No? Perdone, por un momento pensé que me había enamorado de usted».

El periódico de Prisa pone énfasis, y con razón, en las contradicciones de Pedro Sánchez, que se alió con sus socios europeos en el reconocimiento del autoproclamado y requeteguapo Juan Guaidó y ahora le pone morritos diplomáticos: «Resulta inexplicable que, sin haber mediado cambio alguno en la situación interna de Venezuela, y sin que se haya producido tampoco ninguna revisión de la posición común de los europeos, el Gobierno español vaya ahora contra sus propias decisiones y rebaje la interlocución que le correspondería a Guaidó». ¿Será que José Luis Rodríguez Zapatero anda malmetiendo a Sánchez sus incendiarias ideas sobre evitar una guerra en Venezuela y tal? No lo descartéis, conspiranoicos lectores.

El Mundo clama por dimisiones. La de Ábalos, para empezar. Y vuelve con el mantra de «los favores bien acreditados» que Podemos debe al bolivarianismo. Esos favores que una decena de tribunales españoles han calificado de simples patrañas de corta y pega. El Mundo echa de menos a Eduardo Inda, y se le nota a la legua.

El muy serio ABC, con ese delicado olor a naftalina que siempre desprenden sus páginas, advierte que la actitud de nuestro gobierno «social-comunista abre una nueva brecha con EEUU, que ha tomado nota de este giro». La reflexión tendría veracidad si no fuera porque resulta dudoso que Donald Trump sea capaz de tomar notas.

Y en La Razón más de lo mismo. La bolivarianización de Sánchez como evidencia del influjo podemita. Qué sinvivir, afamado ratón, dar tantas vueltas siempre en la misma rueda. La geopolítica era esto.

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