UN PLAN MAQUIAVÉLICO E INCREÍBLE
JUAN CARLOS ESCUDIER
Los últimos
movimientos sobre el conflicto catalán que hemos conocido en estos días de
campaña parecerían las piezas de un maquiavélico plan, si no fuera porque es
difícil creer que algo tan sutil y elaborado haya surgido de los estrategas que
rodean a Pedro Sánchez, especialmente del vendedor de crecepelo que tiene en
Moncloa para llevarle el maletín en los debates. Supongamos, por tanto, que
todo es fruto del azar, una serie de casualidades que han ido encajando como
las teselas de un mosaico.
Para construir el
puzle es necesario partir de varias premisas iniciales, tal que estas: la mano
dura en Cataluña da votos en el resto de España, una actuación desproporcionada
en Cataluña resta votos allí, la violencia debilita al independentismo, no es
posible abordar el problema catalán con políticos en la cárcel, ni tampoco se
puede plantear nada sin estar en el Gobierno, para lo que es preciso que te
voten en Barcelona y en Badajoz. En resumen, hay que ganar las elecciones y
gobernar, pero para hacerlo no se puede ceder ante el independentismo ni
reaccionar con excesos a la tensión en las calles, y, al mismo tiempo, hay que
facilitar las condiciones para que el diálogo sea posible sin que parezcan
concesiones.
Empecemos por la
dureza, que fue la primera actitud del candidato socialista ante la previsible
tensión que desencadenaría la sentencia a los líderes del procés. Su “no me
temblará la mano” incluía –o no descartaba- la posibilidad de recurrir de nuevo
al artículo 155 de la Constitución o aplicar la ley de Seguridad Nacional, que
era lo que se le pedía insistentemente desde la derecha. El temporal inicial
amainó sin que se tomaran medidas extraordinarias más allá del envío de
numerosos efectivos policiales a Cataluña, y ni siquiera fue necesario que la
Guardia Civil colaborara en el dispositivo. En definitiva, se fue severo en las
formas y se obró con relativa mesura, más allá de algún exceso policial
amplificado desde las instituciones catalanas.
La violencia
desatada en las calles y el bloqueo de infraestructuras básicas como
aeropuertos y estaciones ha jugado en contra del movimiento independentista,
que hasta ese momento había presumido de su condición pacífica y cívica. Varios
de sus líderes lo criticaron y alguno hasta sufrió el rechazo popular y recibió
insultos en las concentraciones.
La prueba del nueve
de dicha violencia fue la detención de los miembros de uno de los comités de
defensa de la República (CDR), tan extremistas como idiotas, porque sus planes
de asaltar el Parlament, encerrarse allí una semana con Torra, inmovilizar uno
a uno a los mossos que se hallaran dentro con bridas y, en general, toda esa
conspiración suya salpicada de nombres en clave como Lisa y Gandalf para
referirse a Puigdemont y a su vicario en la Generalitat, son cuando menos
infantiles y poco profesionales. Curiosamente, el secreto del sumario se ha
levantado este miércoles y se ha hecho partícipe del mismo a todos los medios
de comunicación.
Pero sigamos. Mano
dura y proporcionalidad. ¿Cómo seguir siendo inflexibles con el independentismo
y al mismo tiempo facilitar las condiciones para un diálogo posterior, sin que
los ahora encarcelados renieguen de su rechazo a cualquier medida de gracia? La
clave podría estar en la propuesta lanzada por Sánchez en el debate entre candidatos
del pasado lunes: incluir como delito en el Código Penal la convocatoria de
referéndums ilegales, algo a lo que el propio PSOE se opuso el pasado mes de
febrero.
Dicha reforma, que
bien podría rescatar la que Aznar introdujo en su día y que castigaba estas
consultas contrarias a la Constitución con hasta cinco años de cárcel,
rebajaría la pena de los condenados por sedición por la simple aplicación
retroactiva de la ley, ya que sus acciones encajarían como un guante en la
nueva regulación. Es decir, la sedición decaería y los presos podrían salir a
la calle de inmediato sin acogerse a beneficio penitenciario alguno. Ante las
feroces críticas del independentismo por esta propuesta, el líder del PSC
Miquel Iceta tuvo que recordar lo obvio: que las penas eran menores que para la
sedición y la rebelión, dando por buena la idea de la aplicación retroactiva de
la norma.
Firmeza, prudencia
y allanamiento del camino a una ulterior fase de diálogo. Para todo ello sigue
siendo necesario ganar las elecciones y resistir el acoso de la oposición y su
mensaje de que Sánchez se apoyará en los partidos independentistas para su
investidura. ¿Cómo combatirlo? Prometiendo la extradición de Puigdemont y
colgándose la medalla de que la nueva euroorden para detenerle en Bélgica es
cosa suya y que la Fiscalía ha actuado a su servicio. El tema ha montado un
pequeño escándalo y ha acarreado críticas de los estamentos judiciales pero ha
permitido visualizar que, lejos de haber un pacto con el independentismo, se le
combate sin miramientos.
Hasta aquí el
supuesto plan maquiavélico que, sin duda, es una casualidad tras otra con
apariencia de estrategia. De hecho, a día de hoy, es difícil garantizar que el
PSOE gane las elecciones o que pueda gobernar si lo hace, ante el persistente
bloqueo. No hay plan pero, de existir, habría puesto de manifiesto una
inteligencia muy superior a la que atribuimos, con bastante razón, a nuestros
gobernantes. Una pena, vaya. Sigamos soñando.
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