SÁNCHEZ Y LA OBSOLESCENCIA
GERARDO TECÉ
Pedro Sánchez acaba
de sacar una nueva versión de sí mismo, lo cual ya no es noticia. El
presidente, como las aplicaciones móviles, no deja de actualizarse sin
importarle que al usuario del sanchismo no le dé ya la memoria para tanto
cambio. Hemos visto versiones en beta de Pedro Sánchez cantando la
Internacional o denunciando en prime time las maniobras de los poderes
económicos. Hemos visto también versiones de Sánchez tranquilizando a la CEOE
en secreto y explicando en público lo perjudicial que es para un sueño
reparador eso de pactar gobiernos de izquierdas. Hemos conocido versiones de
Sánchez abriéndole las puertas al Aquarius y otras en las que les cerraba el
muelle al Open Arms bajo amenaza de sanciones. Hemos conocido versiones de
Sánchez responsabilizando al presidente Rajoy por su incapacidad para formar
Gobierno y otras, más avanzadas, en las que hasta los ujieres del Congreso
tenían su parte de responsabilidad por la repetición electoral.
Su última
actualización tiene que ver con Cataluña, pero indica un cambio profundo en el
software del presidente. Si el Sánchez uno-punto-cero, el de las pasadas
elecciones, intentaba que el conflicto catalán no fuese un tema central de la
campaña, la nueva actualización responde Cataluña si le preguntan por el precio
de los alquileres en Móstoles. “Si llega el momento, podría aplicar el 155 en
Cataluña aun estando en funciones”. “Los líderes independentistas no condenan
la violencia”. Son algunos de los titulares que su paso por los medios de
comunicación nos ha dejado esta semana. Cada nueva versión de sí mismo lo
acerca más a uno de los bandos de lo que Guillem Martínez –el Messi de entender
y explicar lo complejo– define como guerra cultural. En esa guerra, es el bando
hegemónico, el surgido de las estructuras de poder de 1978, el que Sánchez
quiere liderar ahora como estrategia para liderar el país. Ante la crisis
política, la apuesta de este bando dominante es sencilla: agarrarse a una serie
de valores vacíos, que, sin embargo, funcionan con eficacia. Unidad de España
como bien absoluto por encima de cualquier otro valor democrático; monarquía
como garantía de estabilidad social en el siglo XXI; criminalización de quien
se oponga a lo anterior. Digamos que, en el cruce de caminos, Sánchez ha
elegido el más corto: el de convertirse en Sánchez setenta y ocho-punto-cero.
Esta lógica que,
según parece, Sánchez está dispuesto a abrazar, choca con gran parte del
electorado de izquierdas. Ese que debería llevarlo al Gobierno. Si usted duda
de la eficacia de las cárceles para solucionar un problema político, será
acusado de enemigo del país y sus estructuras democráticas. Si usted no es
independentista, pero duda de las actuaciones policiales contra el “terrorismo
en Cataluña”, el bando hegemónico que Pedro Sánchez está intentando liderar en
los últimos días no entenderá que sus dudas son razonables, después de décadas
de policía política y cloacas del Estado. Usted será acusado de ser cómplice de
una violencia que no se ha llegado a producir. Incluso Borrell, que aplaudía a
las puertas de la cárcel la entrada en prisión de sus compañeros condenados por
terrorismo de Estado, podría llegar a acusarle de connivencia con el
terrorismo. En una lógica tan simple y siniestra como la que intenta liderar
esta nueva versión de Pedro Sánchez, si usted condena el acoso por parte de los
independentistas a una periodista de una gran cadena, tendrá que sumarse sin
rechistar al discurso oficial que dice que el independentismo ataca la libertad
de información en España. Si en su condena uno añade la reflexión de que los
periodistas de las grandes cadenas españolas sufren diariamente acoso por parte
de jefes, un acoso sin gritos que les impide informar sobre asuntos vetados –y
que les obligan a mentir sobre otros– será de nuevo acusado de amigo del
independentismo antiespañol, aunque usted sea militante del PSOE en Cuenca.
La nueva versión
que Sánchez parece dispuesto a ejecutar, como estrategia para la construcción
de un candidato de centro que sustituya al candidato de izquierdas que se
presentó a las elecciones hace cinco meses, no vive entre muchos de quienes lo
votaron entonces para hacerlo presidente. La nueva versión de Sánchez es
arriesgada para sus aspiraciones personales, pero eso es lo de menos. La nueva
versión de Sánchez es, sobre todo, perjudicial para la salud mental de un país
que ya tenía suficiente con la derecha repitiendo mantras vacíos a todas horas.
Si Sánchez piensa que apropiarse de esos mantras vacíos es el futuro del
socialismo, es probable que tanta actualización sólo le lleve a la
obsolescencia.
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