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viernes, 4 de octubre de 2019

SÁNCHEZ Y LA OBSOLESCENCIA


SÁNCHEZ Y LA OBSOLESCENCIA
GERARDO TECÉ
Pedro Sánchez acaba de sacar una nueva versión de sí mismo, lo cual ya no es noticia. El presidente, como las aplicaciones móviles, no deja de actualizarse sin importarle que al usuario del sanchismo no le dé ya la memoria para tanto cambio. Hemos visto versiones en beta de Pedro Sánchez cantando la Internacional o denunciando en prime time las maniobras de los poderes económicos. Hemos visto también versiones de Sánchez tranquilizando a la CEOE en secreto y explicando en público lo perjudicial que es para un sueño reparador eso de pactar gobiernos de izquierdas. Hemos conocido versiones de Sánchez abriéndole las puertas al Aquarius y otras en las que les cerraba el muelle al Open Arms bajo amenaza de sanciones. Hemos conocido versiones de Sánchez responsabilizando al presidente Rajoy por su incapacidad para formar Gobierno y otras, más avanzadas, en las que hasta los ujieres del Congreso tenían su parte de responsabilidad por la repetición electoral.



Su última actualización tiene que ver con Cataluña, pero indica un cambio profundo en el software del presidente. Si el Sánchez uno-punto-cero, el de las pasadas elecciones, intentaba que el conflicto catalán no fuese un tema central de la campaña, la nueva actualización responde Cataluña si le preguntan por el precio de los alquileres en Móstoles. “Si llega el momento, podría aplicar el 155 en Cataluña aun estando en funciones”. “Los líderes independentistas no condenan la violencia”. Son algunos de los titulares que su paso por los medios de comunicación nos ha dejado esta semana. Cada nueva versión de sí mismo lo acerca más a uno de los bandos de lo que Guillem Martínez –el Messi de entender y explicar lo complejo– define como guerra cultural. En esa guerra, es el bando hegemónico, el surgido de las estructuras de poder de 1978, el que Sánchez quiere liderar ahora como estrategia para liderar el país. Ante la crisis política, la apuesta de este bando dominante es sencilla: agarrarse a una serie de valores vacíos, que, sin embargo, funcionan con eficacia. Unidad de España como bien absoluto por encima de cualquier otro valor democrático; monarquía como garantía de estabilidad social en el siglo XXI; criminalización de quien se oponga a lo anterior. Digamos que, en el cruce de caminos, Sánchez ha elegido el más corto: el de convertirse en Sánchez setenta y ocho-punto-cero.

Esta lógica que, según parece, Sánchez está dispuesto a abrazar, choca con gran parte del electorado de izquierdas. Ese que debería llevarlo al Gobierno. Si usted duda de la eficacia de las cárceles para solucionar un problema político, será acusado de enemigo del país y sus estructuras democráticas. Si usted no es independentista, pero duda de las actuaciones policiales contra el “terrorismo en Cataluña”, el bando hegemónico que Pedro Sánchez está intentando liderar en los últimos días no entenderá que sus dudas son razonables, después de décadas de policía política y cloacas del Estado. Usted será acusado de ser cómplice de una violencia que no se ha llegado a producir. Incluso Borrell, que aplaudía a las puertas de la cárcel la entrada en prisión de sus compañeros condenados por terrorismo de Estado, podría llegar a acusarle de connivencia con el terrorismo. En una lógica tan simple y siniestra como la que intenta liderar esta nueva versión de Pedro Sánchez, si usted condena el acoso por parte de los independentistas a una periodista de una gran cadena, tendrá que sumarse sin rechistar al discurso oficial que dice que el independentismo ataca la libertad de información en España. Si en su condena uno añade la reflexión de que los periodistas de las grandes cadenas españolas sufren diariamente acoso por parte de jefes, un acoso sin gritos que les impide informar sobre asuntos vetados –y que les obligan a mentir sobre otros– será de nuevo acusado de amigo del independentismo antiespañol, aunque usted sea militante del PSOE en Cuenca.


La nueva versión que Sánchez parece dispuesto a ejecutar, como estrategia para la construcción de un candidato de centro que sustituya al candidato de izquierdas que se presentó a las elecciones hace cinco meses, no vive entre muchos de quienes lo votaron entonces para hacerlo presidente. La nueva versión de Sánchez es arriesgada para sus aspiraciones personales, pero eso es lo de menos. La nueva versión de Sánchez es, sobre todo, perjudicial para la salud mental de un país que ya tenía suficiente con la derecha repitiendo mantras vacíos a todas horas. Si Sánchez piensa que apropiarse de esos mantras vacíos es el futuro del socialismo, es probable que tanta actualización sólo le lleve a la obsolescencia.

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