LOS PECADOS DEL PADRE DÍAZ
ANA SHARIFE
Se cumplen 200 años
desde que el sacerdote palmero rechazara el nombramiento de Canónigo electo de
la Catedral de La Laguna para no ausentarse de la labor pastoral que ejercía en
la iglesia del Salvador de Santa Cruz de La Palma, de la que fue rector desde
1817. Quería “presidir en la caridad”, algo que siempre pidieron los mejores
teólogos del ecumenismo y que fue, posiblemente, el primer paso hacia su
martirio. El padre Díaz prefirió cumplir aquello que marca el Evangelio
original: estar con los pobres. Su lucha a favor de una Iglesia antigua, más
próxima a su verdadero espíritu fraterno fue su más elevada bandera, como
consecuencia de una fe pura. El sacerdote palmero se convertiría en una figura
sobresaliente en todo el archipiélago canario, al entender las ideas liberales
como esenciales para procurar la evolución interior de sus feligreses, a los
que pide “actuar conforme a la gran afinidad que hay entre la religión
cristiana y la libertad bien entendida”.
Manuel Díaz se
convierte en un ejemplo de clérigo comprometido. No se limita a impartir misa,
bautizos y comuniones, sino que lleva a cabo una intensa labor social desde su
parroquia. El padre Díaz baja del púlpito
para atender las necesidades de sus feligreses y combatir las
injusticias. Fue un gran benefactor que trató de paliar el hambre en la isla de
La Palma durante la primera mitad del siglo XIX. La suya era una iglesia social
al lado de los más desfavorecidos, como hiciera su preceptor y figura central
del cristianismo, Jesús de Nazaret.
Brillante orador,
gran aficionado a la lectura, la reflexión y las artes, el sacerdote palmero
fue una figura clave en la educación y la cultura isleña que ha pasado a la
historia de su isla natal como un personaje excepcional de enorme influencia a
lo largo de todo el siglo XIX. Su producción escrita se centra principalmente
en varios exhortos descritos en el tomo III de la Biobibliografía de Autores
Canarios, de Agustín Millares Carló y Manuel Hernández Suárez, que aún se
repiten en algunas iglesias del Archipiélago.
Durante los tres
años de Trienio Liberal se establecen tímidas reformas que nuestro cura palmero
apoyaría firmemente, entre ellas la eliminación de privilegios estamentales,
así como acabar con la ausencia de libertades que imponía el Antiguo Régimen.
Sus ideas ilustradas y de justicia social chocaban de frente con la Iglesia de
su tiempo, y la persecución contra el párroco palmero contribuyó a convertirle
en un mártir.
En 1823 el rey
recupera el poder absoluto ayudado por los Cien Mil Hijos de San Luis. Se
establece la pena de muerte para quien enaltezca la Constitución. Rafael del
Riego es ahorcado. “Cubierta la cabeza con su gorrete negro, lloraba como un
niño”, escribe Galdós. Mendizábal se exilia a Londres, y el padre Díaz es
apresado y procesado. Como castigo es desterrado a Tenerife durante once años.
¿Su delito? Seguir el Evangelio original de la Iglesia: una entrega absoluta a
los demás sin diferencias de signos políticos o ideas religiosas.
Durante la Década
Ominosa, España se divide en dos y Mariana Pineda es asesinada por su defensa
de la libertad y la igualdad. Con la Regente Mª Cristina en 1834 se elabora una
norma que evite enfrentamientos entre liberales y absolutistas. Se suprime la
Inquisición y regresa Mendizábal. Un año después el tribunal eclesiástico de la
diócesis de Tenerife absuelve al párroco en la causa criminal. Desde el Puerto
de la Cruz, a bordo del barco La Cayetana regresa el cura Díaz a La Palma. La
gente se agolpa para verlo llegar en un caluroso y festivo recibimiento,
deseosa de que el sacerdote siguiera con su labor parroquial en la iglesia de
El Salvador.
A la figura de este
sacerdote palmero, que llevaría a cabo una intensa labor cultural, social y
artística en la parroquia capitalina de la isla bonita hasta el fin de sus
días, historiadores y escritores le han dedicado libros, documentales y
homenajes. De hecho, sus biógrafos destacan piezas musicales, pictóricas y
escultóricas de notable calidad que son de su propia autoría.
Tras 65 años de
actividad sacerdotal, el padre Díaz se convertiría a su muerte en modelo de
cura virtuoso y caritativo, dejando una estela imborrable en la sociedad
isleña. Su estatua, primer monumento civil erigido en Canarias, sería colocada
sobre lo alto de un gran pedestal. En la cara delantera de la base, una lápida
en mármol lleva esculpidos signos relacionados con las cualidades de su figura
(un laurel, una lira, un cáliz, una palma del martirio, una partitura musical).
En la parte posterior, sorprende la imagen de un relieve del pelícano que
desgarra su pecho para dar de comer a sus hambrientas crías, símbolo de la
caridad y la filantropía (grado 18 de la francmasonería). Un símbolo
eucarístico y cristológico que, curiosamente, se repite en el sagrario del
tabernáculo del templo, por lo cual se sospecha su vinculación a la masonería,
como desvela el historiador Manuel Paz en La Masonería en La Palma.
En el año 2008, los
restos mortales del presbítero regresan a la parroquia de El Salvador, después
de ser trasladados en procesión desde el cementerio capitalino, donde su cuerpo
yacía en un sepulcro con una sencilla cruz de madera a la que nunca faltaron
flores y cartas de amor.
El padre Díaz es el
modelo en el que se miran muchos religiosos que en la actualidad están lejos de
las posiciones más conservadoras de la jerarquía oficial, que tienden puentes
con la sociedad y apuestan por los pobres y los emigrantes. “Una iglesia fuera
de los palacios y de los símbolos del poder”, como reclama el papa Francisco.
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