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jueves, 8 de agosto de 2019

OPERACIÓN CHAMARTÍN: ES LA CORRELACIÓN DE FUERZAS, AMIGO


OPERACIÓN CHAMARTÍN: ES LA CORRELACIÓN DE FUERZAS, AMIGO
EMILIO SANTIAGO,
MILITANTE DE MÁS MADRID-GANAR MÓSTOLES
La escena de The Wire en la que el exalcalde de Baltimore, Tony, le explica al recién ganador de las primarias demócratas Carcetti la esencia de la política se ha convertido ya en legendaria: gobernar es beberse una taza de mierda tras otra. “Taza de mierda” es una buena metáfora de lo que supone el proceso Operación Chamartín-Madrid Nuevo Norte (OC-MNN) para los ecologistas que militamos en Más Madrid y que confiamos en su potencia como proyecto político capaz de abrir brecha institucional en materia de transición ecológica socialmente justa. Aunque el MNN diseñado por el equipo de Carmena implica mejoras evidentes respecto al planteamiento de la vieja OC de Botella, para un partido que quiere impulsar el Green New Deal como horizonte de transformación social tiene también algo de decepcionante.



En lo ecológico MNN es un proyecto problemático. En lo socioeconómico, da continuidad a un modelo perverso que es evidente que no se ha sabido transformar, aunque esto último seguramente era pedir demasiado al municipalismo. Las críticas que ambas aristas han generado, aunque discutibles en algunos sentidos, en otros son acertadas. Y la oposición social al desarrollo urbanístico, una buena noticia, aunque tense nuestra posición de partido. Por ello me parece que la expresión “taza de mierda” se adecua mejor a la disposición que en Más Madrid deberíamos adoptar ante este tema: sustituir el enfoque triunfalista por un tratamiento mucho más humilde, el del mal menor y la minimización de daños.

Recapacitar colectivamente sobre el proceso OC-MNN puede ser útil en diferentes planos: a nivel interno MNN tiene aspectos que chocan con las políticas públicas de marcado signo verde que Más Madrid aspiramos a liderar. Esto refleja que en Más Madrid no existe aún consenso unánime sobre qué puede significar eso de la transición ecológica. Toca construirlo. También es útil para reflexionar sobre algo que en todo partido siempre genera fricciones: el arte de lidiar con los límites de lo posible cuando se es fuerza de gobierno. Más Madrid asentará su proyecto político y se dotará de una organicidad funcional después del verano: estas dos discusiones estratégicas deberán estar en el orden del día. Por otro lado, MNN permite iluminar, a la luz de lo concreto, dilemas y encrucijadas que el ecologismo activista hasta ahora ha manejado de modo muy abstracto: las generadas por la contradicción de gobernar ecológicamente una sociedad estructuralmente insostenible.

De las tres críticas que el desarrollo OC-MNN ha levantado, me centraré en dialogar políticamente con su impacto ecológico y algo menos en lo que tiene MNN de apuesta por un modelo socioeconómico neoliberal. El último aspecto denunciable, los posibles delitos que hayan sido cometidos durante los 25 años del proceso de tramitación, quedarán fuera de análisis: sencillamente la justicia deberá tomar las medidas correspondientes si estos hechos se demuestran.

Merece la pena reconstruir los principales hitos de este desarrollo de modo telegráfico sin entrar en demasiados detalles técnicos: con la llegada de Ahora Madrid al Ayuntamiento, la vieja Operación Chamartín de Ana Botella quedó paralizada. Ese fue el penúltimo giro de un proceso que ha estado dando bandazos un cuarto de siglo. Las magnitudes de la operación, tres millones de metros cuadrados a edificar en un lugar estratégico y de gran valor, y la implicación de una constelación muy compleja de actores (Comunidad de Madrid, Ayuntamiento de Madrid, pequeños propietarios del suelo, promotores privados –Distinto Chamartín Norte DCN, liderado por el BBVA- y ADIF-Renfe/ Ministerio de Fomento) no facilitaron el proceso. En este tiempo el plan original fue mutando en paralelo a la progresiva financiarización tanto del urbanismo en particular como de la vida económica y social en general, y al afán de llevar el lucro inmobiliario al máximo. La propuesta de Botella fue el máximo exponente de este proceso: 3,2 millones de metros cuadrados de edificabilidad lucrativa, y 17.000 viviendas, de las cuales solo 1.900 contaban con algún tipo de protección.

La llegada de Manuela Carmena al Ayuntamiento de Madrid paralizó la Operación Chamartín en un estadio muy avanzado, cuando ya estaba aprobada en Junta de Gobierno Local, y propuso una alternativa: Madrid Puerta Norte, que nació de un conjunto de mesas participativas y un diálogo común a los distintos actores implicados, incluyendo entidades de la sociedad civil (vecinales, ecologistas, institutos profesionales) que habían quedado siempre fuera.
Madrid Puerta Norte suponía una reconsideración radical del conjunto de la operación: aunque se mantenía el mismo índice de edificabilidad, se renunciaba a soterrar las vías del tren, por lo que los m2 construibles (y lucrativos) se redujeron hasta casi la mitad. El nuevo enfoque obtuvo el beneplácito de los movimientos sociales y las bases más politizadas de Ahora Madrid. Pero provocó el rechazo frontal de los actores de mayor peso: abandonaron las mesas participativas en las primeras sesiones; la Comunidad de Madrid se opuso a dar el visto bueno a la modificación del Plan General, sin la cual Madrid Puerta Norte nunca se hubiera convertido en realidad y denunció su paralización al Tribunal Superior de Justicia de Madrid; DCN se sumó a la oleada de denuncias; el PP añadió este asunto al pulso obscenamente partidista que, desde el Ministerio de Hacienda, estaba echando para obstaculizar cualquier logro político de los Ayuntamientos del cambio en general, y de Madrid en particular.

Los ataques contra Carmena desde el poder mediático, que prácticamente consideraban a Madrid un soviet, eran por entonces furibundos. Y es probable que la percepción del gobierno de Ahora Madrid fuera que la parálisis sin alternativa de una operación estratégica como Chamartín suponía ganarse a enemigos muy poderosos de cara a las elecciones de 2019. Para analizar con justicia lo que vino después, no debe olvidarse que MNN es fruto de este complejo y muy desigual conflicto político y de la sensación, errada o no, de que en esta batalla se jugaba mucho.

En estas circunstancias, solo cabían dos opciones: resistir o negociar. Se optó por lo segundo, siendo el ministro de Fomento Íñigo de la Serna el interlocutor. Además del cálculo electoral, que toda fuerza política responsable está obligada a hacer, cualquier valoración sobre lo idóneo de esta decisión debe de tener en cuenta también que una derrota judicial hubiera supuesto implementar el plan de Botella. No era un riesgo menor pensando en el interés general de la ciudad. Que solo se termina de calibrar si tenemos en cuenta que el Ayuntamiento no tenía ninguna fuerza de presión propia. Y, por favor, no nos contemos cuentos autocomplacientes: quien piense que la sociedad civil organizada madrileña hubiera podido ganar en las calles la batalla de Madrid Puerta Norte al Estado Central, la Comunidad y el BBVA, sencillamente vive en un espejismo ideológico. Volveré sobre ello.

De la mesa técnica de negociación entre Fomento y el Ayuntamiento salió Madrid Nuevo Norte. El nuevo acuerdo fue anunciado por el Ayuntamiento como una especie de empate entre los intereses de los promotores (OC) y los de la ciudadanía organizada (Puerta Norte). Pero el resultado estaba sesgado en favor de los promotores. Aun así, es honesto admitir que se produjeron avances: entre los 3,3 millones de m2 lucrativos de la OC, y los 1,7 planteados por Puerta Norte, se pasó a 2,8 (lo que implica retomar el proyecto inicial de soterrar las vías con una gran losa de hormigón). De las casi 19.000 nuevas viviendas iniciales que contemplaba la OC, con solo un 10% de vivienda protegida, MNN reducía hasta 10.500, siendo más de un 20% (2100) vivienda protegida, lo que sumadas a las cesiones obligatorias establecidas dan al Ayuntamiento un total de 4.000 viviendas para hacer política habitacional, lo que casi duplicaba las cifras de Puerta Norte.

Con todo, MNN es un proyecto ecológicamente muy problemático. Y no tanto por urbanizar (existe consenso en que es necesario reparar la brecha urbana que supone el sistema ferroviario de Chamartín), construir en altura (ecológicamente es más nociva la dispersión urbana extensiva que la edificación densa e intensiva) o concentrar actividades terciarias (si los usos están debidamente mezclados y hay buen acceso de transporte público, es razonable). Lo es por la escala del proyecto. La enorme densidad que se prevé en el centro de negocios colindante a la estación de tren tendrá importantes implicaciones en el incremento de la movilidad regional. Un estudio de Ecologistas en Acción y el Instituto DM calcula que los desplazamientos diarios hacia la ciudad de Madrid aumentarán un 23% en el año 2040 por el efecto de MNN. Si la proporción automóvil/transporte público se mantiene en los patrones actuales, el tráfico en los nudos Norte y Manoteras podría colapsar. Además, en función del grado de electrificación del parque de coches madrileño, esto tendrá afecciones muy perjudiciales tanto en la contaminación del aire como en materia de emisiones de CO2.

Contra estas advertencias, el Ayuntamiento de Madrid ha defendido que el transporte público será el eje central de la movilidad generada por el nuevo desarrollo, como ocurre en otros distritos financieros globales. Que Chamartín sea uno de los nodos de transporte público mejor conectados de la región es la base de su argumento, que al menos Ahora Madrid aspiraba a reforzar limitando mucho las plazas de aparcamiento en destino. Sin embargo, el informe crítico de Ecologistas en Acción señala que el incremento del uso del transporte público podría desbordar sus actuales capacidades, por lo que el paquete MNN necesitaría de fuertes inversiones públicas en infraestructuras de transporte para asegurar el aumento del caudal de viajeros. Por el contrario, el exgerente de la EMT, Álvaro Martínez Heredia, ha defendido que la sobrecarga o la sostenibilidad en materia de movilidad dependerá de cómo sea la ejecución concreta del plan, que está todavía abierta.

Este problema ecológico concreto se superpone a otro mucho más genérico, de carácter más simbólico, pero que alimenta casi con más pasión la oposición ecologista a MNN: cuando lo que nos pide la gravedad de la crisis ecológica es decrecer, rehabilitar más que construir, reducir emisiones, minimizar desplazamientos, y adoptar pautas urbanísticas muy sobrias, MNN dispara un proceso urbano claramente expansivo. Esta crítica es cierta. Pero también es políticamente más inoperante.

Los perjuicios ecológicos se entrelazan además con los daños socioeconómicos del proyecto: un gran centro de negocios en el norte de la ciudad profundizará sin duda el desequilibrio de una metrópolis muy desigual, donde el empleo de calidad ya está volcado en su arco noroeste. Además, el aumento de la vivienda pública es insuficiente para cubrir las necesidades de una política de vivienda justa para Madrid. Y todo lo que esto tiene de cuestionable se recarga en su proyección simbólica: MNN es la prueba de que Ahora Madrid no ganó la batalla al neoliberalismo y los bancos siguen haciendo en nuestra ciudad negocios especulativos. Como en todas partes del mundo, por cierto.

Este último comentario no es un sarcasmo gratuito. Es importante para valorar políticamente algo como MNN y el papel de Más Madrid. El Madrid ecosocialista por el que alguien como yo lucha aprovecharía los terrenos baldíos de Chamartín para desarrollar huertas urbanas, donde un sector primario joven surtiría con técnicas de permacultura comedores escolares y hospitalarios, y cobrarían su producción en moneda social. Pero un friki como yo está a años luz del sentir general de una ciudad como Madrid. Llegar a hacer realidad algo mínimamente parecido a esto exige una guerra de posiciones larga y difícil para ganar a tu favor ese sentir general. Sin este punto de partida, la actividad política se rebaja a la performance autoexpresiva, casi a un ejercicio estético.

Esto es una caricatura. Madrid Puerta Norte no era una utopía ecológica, sino un proyecto urbanístico muy razonable. Pero la política de mayorías, que es la que importa en una institución, no se hace sobre un folio en blanco donde las ultraminorías activistas volcamos modelos de ciudad, aunque sean razonables. Se hace modulando la materia prima de un sentir general que viene dado. Y desde una correlación de fuerzas materiales que tiene en las elecciones una parte muy pequeña de su reparto real. En nuestro tiempo, este sentir general dado y esta correlación de fuerzas se ha cocinado al fuego lento de 40 años de neoliberalismo, con una derrota histórica sin paliativos del proyecto socialista y negando sistemáticamente cualquier mirada ecológica. En Madrid, con el agravante de haber sido el laboratorio antropológico de Esperanza Aguirre. Esto implica que todo proyecto transformador real solo podrá gobernar este presente amargo haciendo muchas concesiones ideológicamente difíciles.

La correlación de fuerzas de cada situación política es algo muy oscuro. Admite muchas interpretaciones. Por eso siempre habrá argumentos para pensar que te quedaste corto o que te pasaste de largo. Visto el resultado final es razonable pensar que, como mínimo, al gobierno de Ahora Madrid le faltó audacia para cerrar un acuerdo más ambicioso en lo ecológico y social. Pero tampoco podían pedirse milagros: ¿Capacidad negociadora de Ahora Madrid en 2015-2019? Gobierno en minoría y no cohesionado, siendo la más débil de las tres administraciones implicadas, y además ahogada por el Gobierno Central. Sin duda se puede acusar además a la dirección de Ahora Madrid de no tener, de origen, un proyecto de ciudad rupturista. Pero aunque lo hubiera tenido, lo importante es que no poseía medios ni fuerzas para implementarlo.

Por contrastar: ¿cuál es la representación institucional en 2019 de quién hizo del rechazo a MNN su bandera? Con un 2,63% del voto, ninguna. ¿Aprobación en pleno de MNN? Por unanimidad, aunque habrá una porción de votantes de Más Madrid que nos hubiera gustado otro posicionamiento. Esto enlaza con la cuestión del sentir general dado: sospecho que, por desgracia, a la mayoría social real de esta ciudad, que es la que determina cualquier gobierno de mayorías, un pelotazo urbanístico favorable al BBVA es algo que le importa poco. Si va unido a promesas de puestos de trabajo y recalificación de patrimonio, lo raro es que no genere entusiasmo.

Igual exagero. Pero el sentir general es algo que se nos da especialmente mal a los activistas. Uno de los grandes problemas de nuestros movimientos sociales es que habitamos en burbujas ideológicas: tenemos un gran talento para confundir nuestro microcosmos con la realidad social. Y además a veces nos creemos dueños de alguna suerte de poción mágica que, como en la aldea gala de Astérix, nos hace invencibles ante enemigos infinitamente más numerosos y poderosos. El juego de espejos del Twitter y otras redes sociales ayuda a alimentar este solipsismo autocomplaciente.

Si una hipotética resistencia popular contra OC y MNN hubiera adquirido grandes dimensiones, con miles de personas en las calles, sin duda hubiera sido más fácil una posición institucional más valiente respecto a la defensa de Puerta Norte. Es un argumento falaz: es difícil movilizar a la gente contra un desarrollo urbanístico que, para el sentir general, más allá de las minorías organizadas, no parece especialmente lesivo. Especialmente cuando este sólo son unos planos. Creo que tiene un nivel de dificultad similar a ganar elecciones paralizándolo.

Se podrá argumentar que de poco sirve ganar las elecciones municipales si no se consigue doblarle el brazo al poder del BBVA en la ciudad. Aquí subyacen varios errores. Cuando antes nos libremos de ellos, antes adquiriremos una perspectiva madura para el nuevo ciclo. Como cualquier momento de destitución, el 15M generó una ilusión tan falsa como necesaria: la de la confundir voluntad de cambio y potencia de cambio. Pero esto es puro formalismo político: tratar la realidad como quien dibuja un boceto, de un modelo de ciudad o la hoja de ruta de la transición ecológica, en un papel. Pero los cambios reales solo se producen a través de una durísima reorganización de los entramados materiales que conforman la vida social. Y esta es cualquier cosa menos plástica: desde la influencia capilar de los poderes económicos (y todos los resortes que pueden movilizar en la defensa de sus intereses) hasta los imaginarios predominantes encarnados en discursos (que también son materiales, para algunos despistados que andan atrapados en dicotomías materia-cultura que toda ciencia social seria abandonó en los años sesenta).

Y si querer nunca es poder, ni siquiera en el nivel del gobierno nacional, mucho menos en el ámbito municipal. Reequilibrar socioeconómicamente Madrid, transformar su modelo productivo hacia el empleo verde, reducir sustancial y no retóricamente sus emisiones de CO2, dotar a las administraciones de poder real frente a los conglomerados privados, en definitiva acabar con el neoliberalismo, son metas que escapan del ámbito municipal. Gobernar la Comunidad como la ha gobernado el PP durante cuatro legislaturas ayudaría, pero tampoco sería una garantía de éxito. Solo un largo ciclo de 12 o 16 años en el gobierno de la nación con mayorías absolutas, y con aliados internacionales, permitiría logros sustanciales e irreversibles. Y aun así estarían salpicados de renuncias. Los municipios del cambio solo eran el primer peldaño, débil y muy frágil, de una escalera que aún no hemos ni empezado a subir.

El peligro que define nuestro momento político es tal que devalúa mucho casi todos los precios ideológicos y simbólicos que, durante el camino, toque pagar por humanizar el desenlace de las tensiones que hoy se acumulan en el horizonte. La catástrofe solo podrá ser evitada por gobiernos duraderos de amplias mayorías. Y por tanto plurales en sus propuestas, con capacidad tanto para el conflicto como para el pacto y la cesión, y con talento para hacer equilibrismo entre el impulso transformador y un sentir general de época del que nunca puedes alejarte demasiado aunque sople a la contra. En esta tarea de ser gobiernos democráticos por y para la transición ecológica, las contradicciones y las concesiones desagradables a los enemigos, el cruce de las líneas rojas, la necesidad de aceptar el mal menor por un bien mayor, “las tazas de mierda” en todas y cada una de sus formas, van a ser directamente proporcionales al grado de poder que consigamos administrar.

Con todo, un pragmatismo político maduro no implica un cheque en blanco a los gobiernos votados. Al contrario. Cuando los gobiernos presentan límites, la tarea de los partidos es discutirlos. Y la de los movimientos sociales forzarlos. Ambas cosas deben pasar en los próximos meses: el debate interno en Más Madrid sobre transición ecológica y sobre qué cabe esperar de ella en esta correlación de fuerzas; la lucha ecologista y vecinal contra los aspectos más lesivos de MNN, que seguramente sea mucho más fértil en el terreno judicial (Ecologistas en Acción suele hacer en este flanco una labor encomiable) que desde la calle entendida como movilización clásica. Y esto, que la principal vía de oposición sea la judicial y no la de la movilización, es otra clarísima expresión de la desfavorable correlación de fuerzas en la que nos encontramos a día de hoy, pero es una que señala los enormes límites materiales y culturales de la movilización popular y no tanto de la acción institucional.

Cierro llamando a asumir con naturalidad una contradicción un poco esquizoide, pero irresoluble: lo que en lo social puede ser una oposición necesaria, en lo institucional puede ser un error. Si algo aleja a Madrid de un hipotético futuro sostenible, mucho más que MNN, son 4 años de las tres derechas en el gobierno. Ecológicamente no es una buena noticia la aprobación de MNN tal y como ha sido diseñado. Pero es muchísimo peor que Carmena no esté en la Alcaldía para implementarlo

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