A contracorriente
HABLAR EN PÚBLICO
Enrique
Arias Vega
Tengo un amigo que se dedica a dar
cursos de cómo hablar en público. El tío es un crack.
Tiene muchísimo más trabajo que el
que debiera porque en España apenas si sabemos exponer una idea sin caer en el
tópico, en la imprecisión, en la falta de vocabulario y hasta en la ignorancia
más elemental. No hay más que ver cualquier encuesta improvisada a viandantes
en la tele para sonrojarnos de vergüenza ajena.
Lo peor es que los mal hablantes no
tienen la culpa de ello. En primer lugar, porque nadie les ha enseñado cómo
hacerlo bien. En segundo lugar, porque su modelo verbal son unos locutores que,
cuando se expresan en público, comenten más faltas y más errores que aciertos.
Antes no era así y aquí había unos
oradores de aúpa que acabaron cuando se masificó la enseñanza pública y, en vez
de mantenerse los estándares de calidad, todo el mundo se puso a enseñar y, por
comodidad, los exámenes orales fueron sustituidos por pruebas escritas, muchas
de ellas, además, tipo test, con lo que te ahorrabas hasta la mera corrección
gramatical.
Recuerdo, en mis lejanísimos tiempos,
la cantidad de pruebas orales que pasábamos, la aleatoriedad de las mismas y
que te llegaban de improviso inquiriendo sobre cualquier tema estudiado en el
curso: era como el terror inquisitorial que en paz descanse. Algo de eso sigue
haciéndose en las dos Américas, donde mayores y adolescentes se expresan con
una precisión y un convencimiento que cautivan a cualquiera.
Para empezar, en cualquier exposición
pública, el ponente debe decir alto y claro su nombre y sus credenciales y cuán
es el propósito de su disertación.
Aquí, en cambio, la mayoría de
nuestros alumnos pasan su vida sin abrir su boca y el día en que lo hacen su
aturrullan hasta para decir su propio nombre. Así vamos.
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