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sábado, 6 de julio de 2019

ORGULLOSOS DE SER GAYS


A contracorriente

ORGULLOSOS DE SER GAYS
Enrique Arias Vega
En la lucha por los derechos humanos —la vida, la libertad, el trabajo, la sexualidad, lo que sea—, hay razones de enorme y estricta justicia, claro, pero también de moda, de oportunidad y hasta de estilo.

Algo de eso sucede con el Día del Orgullo Gay, transformado en movimiento LGTBI, y apelado finalmente sólo como Orgullo.

Cuando asistí a mi primera marcha gay en Nueva York, en 1988, me sorprendió su carácter masivo —entonces con más curiosos que militantes, lógicamente—, pero también de alborozo, diversión y solidaridad. Fue, aquél, un acontecimiento animado y entretenido que, para mí, contrasta frontalmente con algunos rasgos más carnavaleros y hasta esperpénticos de las manifestaciones actuales.
Me parece justa la denominación de Orgullo, en el sentido académico de “autoestima” de un grupo o colectivo —como ahora se califica a los participantes de cualquier tendencia, aunque no tengan nada que ver unos con otros—, pero me perturba en cambio el que muchos lo usen en su acepción de “arrogancia”, que para la RAE “suele conllevar sentimiento de superioridad”. O sea, que sería parecido, salvando las distancias, al que predicaron en su día los “panteras negras” o al que exhiben los ultraortodoxos judíos en sus rituales.
Frases como ésta no me harán ganar amigos, por supuesto, como tampoco, por ejemplo, el que presuma de ser heterosexual, lo que podría ser considerado como una provocación fuera de lugar. Pero es que a mí me va la sensatez y la mesura, e igual que respeto a unos procuro hacer lo mismo con sus contrarios, siempre que ambos respeten de verdad esos derechos y principios universales que dicen defender. ¿Estamos seguros, sin embargo, de que realmente es eso lo que pretenden?

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