SOLTANDO
LASTRE
UNA LECTURA DE VERSOS
ENHEBRADOS DE CECILIA ÁLVAREZ
Cecilia Domínguez
Luis
Seleccionar los
propios poemas para hacer una antología es tarea ardua que requiere pasar y
repasar los diferentes libros y entresacar de ellos aquellos poemas que, al
menos, en ese momento, resultan más significativos.
Y la dificultad
aumenta cuando esta tarea seleccionadora se hace con voluntad de unidad, de tal
manera que, a través de los diferentes poemas, el lector pueda ver cómo su
poesía ha ido evolucionando a lo largo de los años.
En Versos
Enhebrados, de Cecilia Álvarez, un libro publicado recientemente por Ediciones
Aguere-Idea, cumple con este objetivo. Es una antología que recoge diez años de
su hacer poético, en libros que van desde el 2008 al 2018.
Seamus Heaney, en
su excelente libro de ensayos De la emoción a las palabras reconoce que «es difícil discriminar entre emociones convirtiéndose en palabra
y palabras convirtiéndose en emociones.» ¿De dónde
partir, pues, para una lectura de Versos enhebrados?
Les propondría
hacer una lectura pausada, e ir desenredando esos versos que se enhebran con el
hilo de lo cotidiano, con el amor, el silencio, la soledad, la ausencia y,
sobre todo, la memoria, temas recurrentes en los libros de los que Cecilia
Álvarez ha extraído los poemas que nos ofrece.
En esa especie de
peregrinación que iniciamos a través de esos seis libros, vemos cómo en sus
poemas se alternan el tú-Tú me hablabas
de distancia en el tiempo-con un yo que nos hace más directa la confesión
de sus estados de ánimo: Busco la
constante memoria que me salve de la nada.
Muchas veces ese tú
es un alter ego con el que la poeta intenta poner distancia entre el
sentimiento y la mano que escribe, como si el destinatario no fuera ella misma,
sino alguien que le recuerda las heridas de la ausencia. No en vano, uno de sus
libros se titula El alma deshabitada, cuyo título ya nos hace
presentir ese despojamiento.
Primera luz son poemas de la memoria,
tamizada por el paso de los días. Memoria de un pasado imperfecto como los son
los tiempos verbales utilizados en estos poemas: Aquel viejo reloj de bolsillo/medía la ausencia, o Era el tiempo de la vid desnuda/ de los
campos sin trigales.
El ocaso, ese momento de transición entre el día y la noche, es
para Cecilia Álvarez una metáfora de la pérdida, de ahí que ese momento que
precede a la noche aparezca en muchos de sus poemas, incluso en los
pertenecientes al libro Palabras al alba, cuyo título parece sugerirnos lo
contrario, al ser el alba el inicio del día. Sin embargo, escribe versos como:
Sientes el último sol iluminar tu cuerpo/ y sabes que ya no habrá otra luz que
te ampare.
En este libro hay atisbos de una mayor sensualidad, con términos
que proceden del mundo de los sentidos como el oxímoron bullicioso silencio, el
tacto huidizo de unas manos, o recuerdos salobres.
Es una confirmación del amor que la habita, pero, unida a esta
afirmación, aparece también el sentimiento de culpa y el miedo a la pérdida:
No estás sola. Está contigo el
alba y sientes miedo,
miedo de que se trunque la
esperanza, miedo
de las horas no vividas, de las
vividas
al borde del lamento.
Los tres libros que siguen: Adagio del silencio, El lento
suspirar de la aurora y Almenara de sueños, los componen una serie de poemas en
los que, junto a sus temas recurrentes, aparece un tono reflexivo, por el que
la poeta parece tomar una posición definitiva frente al mundo que la rodea y a
ese tiempo que discurre a través de su particular almenara de sueños. La
contemplación de un paisaje íntimo en el que se mezcla lo que ven sus ojos y lo
que vislumbra la poeta, la lleva a buscar ese Eterno instante de plenitud. Y ,
a pesar de la soledad y la ausencia, Cecilia Álvarez sabe que todo puede volver
gracias a la memoria.
Versos enhebrados nos habla de una superación vital y literaria,
y sus poemas cumplen esa función compensatoria que los convierte en un lugar al
que recurrir, cuando todo se vuelve ausencia.
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