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domingo, 28 de abril de 2019

¿LO ESCUCHAN? ES EL RUIDO DE LAS BOLLERAS TOMANDO LAS CALLES


¿LO ESCUCHAN? ES EL RUIDO DE LAS BOLLERAS TOMANDO LAS CALLES
POSTPOTORRAS
Hace unos días, mientras dos señoras pasaban la mopa, cuatro señoros pasaban el rato. Aparece el bolsillo mágico de Albert Doraemon, Pablo Iglesias VUELVE en formato audiolibro de la Carta Magna, se pilla antes a Pablo Casado que a un mentiroso y Pedro Sánchez da lecciones de feminismo mientras se dirige solo al señor Vallés (la señora Pastor, a pastar con las de la mopa).


Cuatro varones cisheterosexuales euroblancos y sin diversidad funcional. Por un momento, hemos dudado seriamente de si se trataba de un concurso de privilegios o era un debate electoral. ¿Lo escuchan? Es el silencio postpotorro de las que no nos sentimos representadas porque nuestras disidencias no caben en sus urnas. Sin ánimo de caer en una metonimia oportunista de considerar al líder por el partido o sugerir que en este parchís electoral todas las fichas valen lo mismo (hay colores que te comen a ti, a tus derechos y se cuentan veinte), es inevitable atender a lo simbólico de los protagonistas de esta contienda política.

En el Día de la Visibilidad Lésbica y con las elecciones pisándonos la pluma, estas cuatro mamarrachas desviadas conversamos al calorcito de la mesa camilla y al fresquito del vermú sobre los nulos referentes bolleros con los que hemos crecido, representaciones ausentes que vemos que se repiten en el tablero de los “asuntos serios” de la política. Todavía recordamos cómo en nuestra adolescencia éramos buscadoras profesionales de algún personaje bollo en nuestras series y películas. Merecía la pena tragarse 200 capítulos de Hospital Central por ver cuatro besos entre Maca y Esther, pareja que vivía completamente ajena a la lesbofobia aunque estaba rodeada de heterosexualidad en cada esquina. Y antes de que ninguna ola feminista nos golpease al más puro estilo Rocío Jurado, buceábamos en Internet para descubrir un mundo de foros y chats donde lo bollo se hacía real, a pesar de que en nuestras aulas lo bollo continuase siendo Voldemort: lo que no debía ser nombrado a no ser que fuese en forma de insulto.

Como provincianas que somos, cuando escuchábamos hablar de Chueca sentíamos una especie de susto-gusto. Susto por qué era aquello de lo que hablan en la tele como espacio LGTB+ y gusto por sentir que había un espacio para nosotras. Terminado el idilio, nuestras escasas experiencias en Chueca nos devolvían un panorama desolador. El lugar que parecía recibirnos con los brazos abiertos nos daba la bienvenida con puñales en las manos. Pretender consumir en cualquiera de sus establecimientos era una sangría asegurada. Entrábamos en las míticas discotecas y teníamos que buscar a las bolleras con lupa, porque hasta las que en teoría eran “de chicas” estaban plagadas de gays (que no marikas) de los que agradan hasta al PP. Y hablando de plagas, la de las terrazas en cada plaza. Gentrificación era y es la palabra mágica: dígala tres veces y aparecerán por generación espontánea una mesa y cuatro sillas alrededor. Lo cierto es que con este panorama sentíamos que no encajábamos… ¿No se suponía que era aquel “nuestro lugar”? ,¿cómo acomodarnos entre tanto pijerío?,¿cómo era posible sentir en el hipotético espacio de seguridad las mismas miradas censoras que en el patio del colegio?

Nuestros pelos, nuestra pluma, nuestro mamarrachismo frente a dinámicas hipersexualizadas y sin cuidados, donde ni siquiera podíamos encarnar el deseo en este exigente mercado. Chueca es un triste espejismo de lo que fue en su momento. La única diversidad que impera en sus calles es la de las modalidades de pago de sus establecimientos, donde se mantienen banderas de colores como un ornamento más bajo en el que sepultar nuestras reivindicaciones. Territorio despolitizado, centro neurálgico del lavado rosa donde ocultar con este parque de atracciones inaccesible la represión de nuestras identidades diversas y subversivas.

Por suerte, por destino o porque la Butler dijo que sí éramos guapas, estas cuatro marichochos postpotorras pudimos encontrar otros espacios en los que desparramar nuestra pluma más a gusto que un arbusto. Las mil caras de una ciudad, que todavía hoy se nos hace infinita, nos posibilitaron también lugares de resistencia. Sin embargo, a pesar de los pesares, de las kafetas, de las okupas, de los Orgullos Críticos, de los fachitours, de las cuerdas, de los cueros, del poliamor y la purpurina, el armario a veces nos sigue pesando. Tanto, que podríamos protagonizar la próxima campaña de una conocida marca de muebles, pero en su versión de familia desviada.

Porque aún hoy volvemos a nuestras ciudades pequeñas y nos encontramos a esa típica amiga de la infancia que hace diez años que no vemos. En plena conversación sobre su boda, nos pregunta “y tú, ¿tienes novio?” y no sabemos reaccionar. Y decimos que no. “Muy bien que haces, soltera se está mejor”. Asentimos. Nudo en la garganta. Quizá la peor lesbofobia la llevamos bien adentro. Cómo jode reconocer que el cisheteropatriarcado nos ha marcado a fuego. Una salida tardía del armario, ser leída desde la feminidad, relaciones pasadas con tíos en el currículum. El armario parece perseguirnos de un modo u otro. ¿Cómo vas a ser tú lesbiana con lo que te han gustado los tíos? o ¿cómo no vas a ser lesbiana si estás con una tía? Lo has sido todo el tiempo y tus relaciones anteriores con tíos han sido una mentira. Aunque estemos hablando de bolleras, creemos importante también hacer una mención a la bifobia, presente tanto en Chueca como en nuestros propios círculos, por muy deconstruidos que se nombren.

Las consultas médicas, especialmente las de ginecología, también son fábricas de invisibilidad servida en bandeja. Aparece cuando nos referirnos a nuestra pareja evitando el uso de pronombres hasta que el lenguaje nos hace un quiebro y no hay manera de encajar una frase y pum… terminamos usando el masculino. Menudo ardor interno, pero la presión de la norma está ahí y es difícil jugar en este partido eterno de romper las expectativas de quien escucha. Muchas de esas batas blancas están cargadas de ignorancia y al pronunciar la dichosa palabra «lesbiana» el silencio pesa en la sala. Si la pregunta de quien te trata es “¿qué es un dildo?”, la conversación acaba de terminar. ¿Lo escuchan? ¿Lo oyen? Es el silencio de que no me sale de la entrepierna hacer pedagogía contigo.

Por eso, hoy, 26 de abril, así como debería ser todos los días del año, es el momento de sacar nuestras plumas a las calles. Porque todavía nos quieren invisibles, nos quieren normativas. Bolleras, pero discretas. Desviadas, pero bajo control. La Plataforma de Encuentros Bolleros ha posibilitado un espacio intergeneracional donde bolleras diversas nos encontramos. Lo crean o no, hasta hace relativamente poco, muchas de nosotras solo conocíamos bolleras que rondaran nuestra edad. Qué necesaria la memoria, la historia, para tejer hilos entre los colectivos de hoy y de ayer, entre quienes ya estaban y quienes ahora llegan. Hacía tiempo que no nos sentíamos tan cómodas en un espacio activista que cada vez crece más. Porque en cada acción, en cada asamblea, en cada encuentro, estamos generando también una alternativa al ocio que no tenemos, una familia diversa que tanto tiempo se nos ha negado. Hoy, Día de la Visibilidad Lésbica, las postpotorras sacamos nuestra pluma para pasearla junto a nuestras compañeras de la Plataforma. ¿Lo escuchan de nuevo? Es el silencio de quienes nos quisieron callar y no pudieron frente al ruido de hordas de bolleras tomando las calles.

Fuente: https://www.cuartopoder.es/ideas/2019/04/26/lo-escuchan-es-el-ruido-de-l...

La opinión del autor no coincide necesariamente con la de TerceraInformación

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