LA CONQUISTA DE AMÉRICA HOY.
EL PASADO Y EL PRESENTE
ANTONIO ACOSTA - UNIVERSIDAD DE
SEVILLA
El recientemente
proclamado presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Manuel Andrés López
Obrador, ha realizado unas declaraciones vertidas posteriormente en cartas al
rey de España y al papa Francisco, en relación con la conquista castellana de
América en el siglo XVI. Dichas declaraciones han provocado una cierta polémica
por la relevancia de quien las ha realizado y por la de los destinatarios.
Básicamente López
Obrador, señalando que la conquista se realizó con la espada y con la cruz, ha
exigido al rey y al papa la aceptación de un relato de agravios –que fueron
muchos y muy graves– a los pueblos originarios americanos, que constituyeron
violaciones a lo que en nuestros días se conocen como derechos humanos. Este
procedimiento debería llevarse a cabo en orden a conseguir una reconciliación
ente los actuales Estados y sus respectivas sociedades. López Obrador ha
añadido que él mismo, como presidente de México, también lo va a hacer porque,
después de la colonia española y de la independencia de aquel país, se siguió
produciendo una fuerte represión sobre los pueblos originarios.
Ante la situación
creada parece oportuno distinguir, por una parte, el recordatorio histórico que
realiza el presidente mexicano sobre los hechos ocurridos durante la conquista
de América y, por otra, su iniciativa de naturaleza política y de gran alcance
social en relación con aquella realidad de hace alrededor de 500 años.
En nuestros días y
puede decirse que desde hace algunas décadas, la ciencia social que es la
Historia ha llegado a conclusiones muy claras con respecto a los motivos, las
características y las consecuencias que tuvo el largo, complejo y diverso
proceso de la conquista española de América.
Hay que partir del
hecho de que el descubrimiento para los europeos de que existía un nuevo
continente fue el resultado de intereses comerciales. Y a raíz de ello, su
conquista, como es de sobra sabido, no se circunscribió al territorio de lo que
hoy es México, sino que cubrió desde las Antillas hasta Argentina y Chile. La
conquista tuvo momentos pacíficos y protagonistas castellanos que se
aproximaron a las poblaciones indígenas con generosidad de espíritu. Pero, sin
duda, el tono general del proceso fue de carácter violento, con afán de dominar
por la fuerza a las sociedades conquistadas y de extraer de ellas el mayor
botín posible, incluyendo el uso de la fuerza de trabajo conquistada. También
se conoce muy bien que en dicho proceso los conquistadores, contaron con la
ayuda de pueblos nativos que se hallaban enfrentados, antes de la llegada de
los castellanos con otras poblaciones vecinas. Sin este tipo de ayuda, la
conquista no hubiera sido posible. Las consecuencias humanas y económicas
fueron sin discusión terribles. Dando por cierto el hecho de que la mayor
mortalidad indígena fue debido a enfermedades que llegaron de Europa, ello no
resta ninguna gravedad a los gravísimos efectos tanto de actos puntuales, como
de procesos de larga duración, que se produjeron a los pueblos originarios.
Como complemento de
lo anterior, conviene recordar que se produjo una acción combinada de los
intereses laicos por un lado y de los eclesiásticos por otro. Y, como ya
ocurría en Europa desde la Alta Edad Media, la Iglesia mezcló en América su
interés de convertir a los nativos a la fe católica con el de acumular
beneficios materiales tanto a escala personal como institucional.
Una diversidad de
serios historiadores, científicos sociales, tanto mexicanos como de otros
países latinoamericanos y de Europa o Estados Unidos, han investigado aquellos
hechos y nuestro conocimiento hoy es bastante preciso.
Ahora bien, una vez
aclarado ello, conociendo la historia y cómo funcionó, ni el México de hoy, ni
la España actual, ni el Vaticano de nuestros días tienen nada que ver con los
reyes, los papas ni las sociedades que vivieron aquellos hechos. Pretender
reconocer hechos que ya están demostrados científicamente y pedir disculpas por
lo que sucedió hace 500 años resulta, como mínimo, claramente extemporáneo y
podría llegar a crear dificultades diplomáticas en lugar de alcanzar una
supuesta pretendida reconciliación entre ciudadanos que no debieran estar
enfrentados por lo que sucedió entonces.
Por el contrario,
lo que parece una obligación de los ciudadanos de nuestros días es concentrar
nuestros esfuerzos en exigir a nuestros gobernantes que sean justos hoy. Que
legislen aumentando los salarios de los trabajadores a niveles que les permitan
niveles de vida decentes y que aprueben también leyes fiscales que obliguen a
todos, empresarios y trabajadores, a pagar impuestos progresivos y equitativos,
acordes con sus niveles de ingresos, rentas y patrimonio. Conocer el pasado es
fundamental, pero exigir en el presente es prioritario para mejorar el mundo en
el que vivimos.
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