TARANTINO FILMARÁ EL 1-O
ANÍBAL MALVAR
Si Quentin
Tarantino está siguiendo las opiniones últimas de nuestros vates de la prensa
conservadora, acabará interesándose por el 1-O para filmar una película quizá
titulada Kill Puigemont, Butifarra fiction o Malditos caganers. Qué regueros de
sangre española imagina uno fluyendo Rambla abajo cuando lee a esta gente. “Que
me lo digan a mí”, clamaba mi querida Cristina López Schlichting el jueves en
La Razón, “que fui amenazada esos días en la plaza de Cataluña: ‘Habría que
matarte’, gritaban. El estrépito apabullante de las caceroladas, siempre a la
hora del sueño de los niños. Los escraches a la Policía Nacional y a la Guardia
Civil. La ansiedad de los enfermos que saturaron los servicios de Salud
aquellas jornadas. Miles de retrasos por carreteras cortadas. En fin, una
vergüenza. El procés es esencialmente violento”, concluye la descripción del
aquelarre secesionista.
En El Mundo del
viernes, el supremacista Arcadi Espada (que segaría las cabezas de los bebés
“tontos, enfermos y peores” con la punta de su apellido) añadía “escudos
humanos” y “la fuerza de la multitud” a la inspiración tarantiniana, para
imaginar un pastel de sesos y vísceras españolas bajo los tacones de la
turbamulta secesionista. Qué guionista ha perdido el cine gore.
“Cualquiera que
imagine lo que habría pasado si la multitud hubiera sido convocada para impedir
el acceso de la Guardia Civil, tendrá una idea precisa de lo que pasó el 1-O”,
esboza su morboso desenlace. Pero no sucedió eso, oh, Arcadi. Y el periodismo
nació para contar lo que ha pasado, no lo que hubiera podido pasar.
En el mismo
periódico, abducido sin duda por la coagulación ambiente, Raúl del Pozo también
clama contra la violencia secesionista practicada “con sus métodos falsamente
pacíficos y sonrientes”. El ex redactor de El Caso y brillante escritor de
novela negra, nos invita a deducir así que los cadáveres del 1-O están ocultos
en alguna parte, en alguna fosa común cavada a mordiscos por un sonriente
Gabriel Rufián bajo la Sagrada Familia.
Volviendo al diario
de Planeta, Julio Valdeón añade “los gritos de la gente que grita puta y los
coches patrulla arrasados y los Gandhis barbados sobre el capó”. Podría sumar
decenas de ejemplos más de aquel genocidio belicista que hoy se juzga, pero
temo herir la sensibilidad de mis trolls más impresionables.
El escritor Joaquín
Marco reconoce en las mismas páginas: “Combatimos en una guerra que no sabemos
ni queremos cerrar con un necesario armisticio”. Advierto a los atemorizados
lectores que a este señor Marco hay que respetarlo, pues es hombre de enorme
sensibilidad social y humana, como nos demuestra unas líneas más adelante. Él
describe el entorno de este contradiós desde “una Barcelona humillada por los
mendigos que se acogen por las noches en las sucursales bancarias o en el borde
de cualquier tienda”. Extraña que estos desalmados humilladores sintecho no
estén también siendo juzgados en el Supremo por rebelión y malversación de
fondos bancarios privados. Será que no son aforados, los cabrones.
En cuanto a la
violencia policial que algunos buenistas creyeron percibir, ha quedado
totalmente desmontada en el juicio. Mariano Rajoy no ordenó las cargas
policiales, pues estaba a cosas más importantes. Tampoco Soraya Sáenz de Santamaría
ni, por supuesto, el ministro de Interior y jefe supremo de las fuerzas de
seguridad. El eficiente Juan Ignacio Zoido se lo dejó clarinete al juez
Marchena: “Así como no di la orden de actuar y dónde, tampoco dije cuándo
tenían que hacerlo. Los operativos tomaron esa decisión y ellos sabrán por qué
lo hicieron”, transcribe El País a pie de letra estas valientes palabras del
sevillano, siempre presto a asumir responsabilidades.
(Te tengo que dejar
aquí, Quentin: se me ha bloqueado el teclado del ordenador de tanta sangre
inocente derramada por los independentistas. Si queda alguien vivo por ahí:
¿con qué coño la limpio?).
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