GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER, LA POESÍA LACRIMÓGENA
FERNÁN
MEDRANO
Si yo no hubiera
leído el libro lloroso de Rimas y leyendas, del autor español Gustavo Adolfo
Bécquer, seguramente habría seguido creyendo lo que me enseñaron cuando estaba
pequeño: que las palabras son de origen material, por lo tanto, habían sido
inventadas para nombrar lo tangible, y no servían para expresar las cosas
inmateriales como, por ejemplo, los sentimientos, las emociones, la alegría, la
tristeza o la sed de ser querible. Y, sin embargo, las palabras están como
rodeadas de una atmósfera emocional. A las palabras debemos consentirlas,
tenemos que saborearlas, pronunciarlas cuidando su fragilidad. Los
coleccionistas de palabras, sonidos, imágenes, acciones, experiencias e ideas
lo saben mejor que yo.
Bécquer desacreditó
con su poesía quejumbrosa aquella enseñanza primaria antedicha, pues la
plenitud de la obra poética citada hállase recorrida de un largo gemido
causado, sobre todo por el amor, el desamor y la tuberculosis, que lo mandó a
yacer acostado durmiendo para siempre en el regazo del sueño profundo, asilo
fúnebre.
La poesía fue un
analgésico para las dolencias más antiguas de su alma, para la agonía y el
desespero existenciales. En Bécquer pervivía un sentimiento de orfandad, de
búsqueda del tibio afecto de las mujeres; no obstante, la palabra escrita
parece que obró en él lo mismo que una poderosa herramienta de tratamiento
psicoanalítico.
Probablemente el
escritor sevillano quiso aprovechar las propiedades curativas de desahogarse
por medio del arte poético; la lírica es un oasis para descansar del crudo
destino; hay quienes la sienten similar a una salida de emergencia para huir
hacia adelante, como diría Alberto Manguel. Bécquer derramó el dolor en el
crisol de los poemas. Hizo catarsis mediante el llanto de las rimas mojadas.
Así tramitaría su desgarramiento.
La susodicha obra
de arte es arduamente patética, dosificada en su justa proporción; la labró de
magistral modo, casi perfecto; por eso el defecto en Gustavo Adolfo Bécquer es
una virtud. Conjugó el vivir como se conjuga el padecer. Cinceló su lamento
hasta convertirlo en deleite de sus admiradores; es una sugerencia de lástima.
La suya era una tristeza que fascinaba más bien que fastidiaba. Mi imaginación
resultó humillada por la belleza de los versos lacrimógenos de Bécquer. Soy
capaz de permanecer despierto durante todos los días de mi vida con el fin de
encontrar el sueño de ser heredero de la fragancia de tal lírica. Permutaría mi
vida por un instante de inspiración con generosidad, por dominar un campo
mental.
Absorto en sí mismo
así como aquel personaje Iván Ilich del magnífico León Tolstói, Bécquer
contemplaba su mundo interior desde adentro y desde afuera para terminar
elevándose por encima de su angustia. Definió la poesía de un modo lírico y
filosófico: los poetas sin la poesía son unos don nadie, son nada, mas la
poesía sin los poetas sigue siendo la poesía.
Ya no interesa que
Gustavo Adolfo Bécquer haya sido una muñeca lloricona, que dijo el poeta León
de Greiff refiriéndose a los poetas, porque el poeta es, en el mejor de los
casos, un poema de su propia inspiración. Muchos días después del día siguiente
de su muerte, sigo acordándome de su paso por el mundo. Como un ser humano
envuelto en las llamas de la pasión, de la sensualidad diligente, hombre
cardíaco por excelencia, romántico a carta cabal, de heridas abiertas, de
remordimiento, culpable; pero al fin de cuentas era un individuo de
sensibilidad poética en alto grado, pienso que así fue Bécquer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario