JM AIZPURUA
Los mapas tienen
rayas políticas, que nunca coinciden con nada que no sea el reflejo de algún
poder dominante en la región y paccionado entre los grandes poseedores del
capital, de las tropas, y de “la ley”. No hay nada “natural” en ellas y ni
siquiera geográfico, como lo demuestra la división de la Isla ¿Quisqueya? en el
Caribe que reyes franceses y españoles hicieron en 1697 y de ese error
surgieron dos Estados que hoy son la República Dominicana y Haití. Con el mismo
paradigma imperial castellano actuaron en mi País Vasco en 1659 y desde la Isla
de los Faisanes se lo repartieron cuatro trozos para el rey español y tres para
el francés (Felipe IV y Louis XIV), que siguen hasta hoy con soberanía
dividida, pero que el espacio Schengen lo ha dulcificado en el presente al
eliminar su frontera. Vascos españoles y vascos franceses (¿).
El antiguo Zaire
hay R.D. Congo o Congo belga coloquialmente para nosotros es una muestra de que
los intereses del genocida monarca belga se impusieron sobre etnias y sentido
común para crear un ¿País? ¿Estado? ¿Nación? que ni en una narco pesadilla
podría imaginarse tamaño engendro.
Lo natural, lo
sentido, el indudable concepto de pertenencia de carácter grupal, que hace
inconfundible para ellos el “nosotros”, no está limitado por las rayas
fronterizas que obedecen a criterios económicos de dominación de origen
imperial.
Sin embargo, hoy
hay muchos paisanos vascos, catalanes y gallegos, que tienen preparada su raya
para poner en su sitio a los prepotentes castellanos españolistas. Los canarios
no tienen ese problema pues no tienen posibilidad de poner rayas por el agua.
El siglo XXI, con
la lección histórica del pasado, nos da oportunidades de salir de la caza del
imperialista y movernos por el territorio con conceptos más modernos, más
científicos y menos agobiantes que la voluntad del cacique. La semántica nos
permite “ser” muchas cosas.
Yo, aunque nací y
crecí en Bilbao centro (Indautxu), es de Algorta de donde me siento oriundo
pues allí viví mi socialización juvenil y mis primeros amores. Pero como vasco
evolucionado me siento cómodo en cualquier lugar del viejo territorio euskal
herriako y por ese territorio me siento nacional, identificado con sus habitantes
autóctonos con los que guardo idioma usos y costumbres similares, así como un
relato histórico propio y transmitido oralmente durante generaciones que respetan
el mito de la causa nacional vasca.
Pero el siglo XXI
me trae nuevas realidades, como los maketos de antaño que se han sentido a
gusto en nuestra tierra y hoy se consideran tan vascos como yo, y quizás lo
sean. Donde ya me siento extraño es en ese territorio que me dan mi DNI y el
Espacio Schengen, y tan ajeno se me hace lo andaluz como lo danés. Es necesario
que “territorio” e “individuo” tengan una identificación sentimental consentida,
y esto solo se da entre muy semejantes.
Volverme al
casherio, encerrarme y no salir del arkupe del soportal, no parece razonable ni
actual. Abrir la mente es el camino para adaptarme a mi tiempo y conjugar tribu,
nación, Estado, Unión Europea, ONU, con un sentido de pertenencia moderno y
abierto para que mis raíces y atavismos no me impidan disfrutar de mi época, y
poder “ser” muchas cosas territoriales con distinta implicación emocional.
Pero en estas
vicisitudes intelectuales toca la corneta el caudillo de turno y nos arroja a
Fachilandia, con lo que salimos despavoridos a nuestros zulos a defender la
casa del padre y a mirar con mala cara a todo el que no salude como nosotros.
El mal que el
españolismo recalcitrante y su casta imperialista conservaduros está haciendo
al desarrollo armónico postimperial hispano es infinito. No aceptando la
realidad plurinacional y colonial, impiden poner bases racionales y no
emocionales a la constitución de un Estado para el siglo XXI.
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