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viernes, 16 de noviembre de 2018

LOS COCHES ELÉCTRICOS PUEDEN DAR DISGUSTOS A ESPAÑA


LOS COCHES ELÉCTRICOS PUEDEN DAR DISGUSTOS A ESPAÑA
CARLOS ELORDI
La iniciativa del gobierno de prohibir la matriculación de vehículos contaminantes a partir de 2040 y su circulación diez años después conecta plenamente con las decisiones que se están tomando en el resto del mundo. Aunque aquí lo único que parece preocupar es la polémica política cotidiana y de muy corto alcance, los medios más influyentes del planeta llevan mucho tiempo dedicando un espacio preferente a las revoluciones ecológica, económica  e industrial que conllevan e impulsas esos movimientos. El gobierno camina, por tanto, al ritmo de los tiempos. Lo que no está tan claro es si España está en condiciones de afrontar los retos que esos cambios suponen. Sin embargo éstos son inevitables.

Y se están acelerando. Son ya unos cuantos los máximos dirigentes de la industria automovilística que declaran sin ambages que su futuro está en el coche eléctrico, que los de gasolina y gasoil terminarán dejándose de producir. Y crecen exponencialmente las inversiones que esos fabricantes están planificando para apuntarse a ese futuro. Hace menos de dos meses que los ministros de industria de la UE acordaron reducir en un 35 % las emisiones de los vehículos de aquí a 2030. La respuesta de los fabricantes ha sido la de multiplicar por diez, de 25.000 a 255.000 millones de euros sus planes de inversión para poder fabricar coches eléctricos más eficientes y baratos que los actuales.

Con una frecuencia creciente las grandes multinacionales anuncian nuevos modelos eléctricos: el Taycan de Porsche, el I Pace de Jaguar, el EQ de Mercedes, el Mini E de BMW. Algunos de ellos no entrarán nunca en la cadena de producción y sirven sobre todo para confirmar que esas marcas están a la altura de las circunstancias. Y no sin esfuerzo, porque esos prototipos cuestan mucho dinero.

Pero la impresión que se deduce de las noticias en torno a esa transformación en marcha es que los gigantes del automóvil, las marcas clásicas, no son los principales protagonistas del cambio que se está produciendo. Que las están mejor colocadas, porque llevan más tiempo y más dinero gastado en el empeño, son unas cuantas nuevas firmas que partiendo casi de la nada pueden terminar llevándose el gato al agua.

Tesla, que acaba de presentar sus primeras cuentas con beneficios, en Estados Unidos o el inventor británico Dyson, que acaba de firmar un contrato para desarrollar y producir coches eléctricos en Singapur, son alguno de esos nuevos nombres. Y se prevé que en breve se les sumen bastantes más. Pero en los periódicos aparece también otro dato fundamental. El de que el futuro del coche eléctrico está en Asia, y particularmente en China, en donde en los últimos años, casi a la chita callando, se ha producido un ingente esfuerzo tecnológico e inversor para colocarse a la cabeza del mundo en este sector.

En China, cuyos coches convencionales siguen conquistando nuevas cuotas de mercado, hoy se produce el 69 % de las baterías o está planificada la producción de este elemento crucial de los coches eléctricos. Estados Unidos sólo alcanza el 15 %. Europa no llega al 4 %. Por si ese protagonismo asiático no fuera suficiente, Japón está a la cabeza en la investigación y desarrollo de nuevos motores eléctricos.

La lucha contra la contaminación atmosférica y la necesidad de reducir la dependencia del petróleo y del gas son los motores por así decir ideológicos de esos cambios que van a figurar como hitos en la historia económica e industrial del mundo y que cada día plantean nuevos desafíos tecnológicos en los que trabajan decenas de miles de investigadores. Aumentar la producción de níquel mediante nuevos procedimientos u obtener cobalto en el fondo del mar como proponen investigadores australianos son algunos de esos retos.

Y nadie va a poder parar esos procesos. Los coches eléctricos o los patinetes –cuya producción Ford va a aumentar significativamente- han llegado con vocación de asentarse en el mercado. Falta aún tiempo, y mucho desarrollo tecnológico, para que esa realidad sea aplastante. Pero todo indica que va a llegar. Sin duda un tanto más tarde en lo que respecta a los camiones. Las crecientes y cada vez más difundidas restricciones al tráfico de vehículos contaminantes van a hacer aún más inevitable el proceso.

Es indudable que todo ello tendrá algunas consecuencias negativas. Los grandes fabricantes de automóviles van a sufrir. Tendrán que dedicar mucho dinero para renovarse y, al menos durante un primer periodo, recortarán plantillas para hacerlo: los alemanes, gigantes europeos, acaban de anunciar que en su país se perderán 100.000 puestos de trabajo. Lo cual no parece que vaya a disuadirlos en su empeño de impulsar el coche eléctrico. En cambio Donald Trump, confirmando que es el más conservador, sigue protegiendo a la industria tradicional. A pesar de que en Estados Unidos no dejan de surgir iniciativas para promover el coche eléctrico.

Vistas así las cosas, los proyectos anunciados por el gobierno español no pueden si no ser aplaudidos. Pero la iniciativa suscita algunas preguntas inquietantes. La primera parte del hecho de que España es el segundo productor europeo de coches. Pero también del de que todas las firmas que actúan en nuestro sector están en manos de capitales extranjeros. Y lo uno conjugado con lo otro es un elemento de debilidad. Que se hizo evidente cuando tras el estallido de la crisis mundial de hace una década prácticamente todas las multinacionales presentes en nuestro país anunciaron fortísimos recortes de producción y de plantillas o lisa y llanamente el cierre de sus instalaciones.

A casi todas ellas se les pudo convencer de que no llevaran a cabo sus planes, al menos en su totalidad, mediante ingentes subvenciones o ayudas de todo tipo. ¿Cree este gobierno o los partidos que aspiran a sucederle que habrá que hacer lo mismo si esas empresas deciden que sus plantas españolas habrán de pagar el pato de la reconversión al coche eléctrico? ¿Y cuánto dinero haría falta para revertir esas eventuales decisiones?

Los problemas de siempre están ahí, por poco que se les mire. Los sucesivos gobiernos de la democracia no han querido propiciar un auténtico desarrollo industrial acorde con los tiempos. Y menos aún un esfuerzo tecnológico y de investigación como el que exigen las transformaciones en curso y que no sólo los países más ricos están abordando. Ojalá que el proceso, aún por concretar y que puede producir muchas sorpresas, ofrezca a España alguna oportunidad de soslayar los peores escenarios posibles. Lo que está claro es que es inevitable.

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