Y...
Y tocaba el piano
cuando la tarde daba campanadas de muertos. Los muertos de amor, los muertos de
desesperación, los muertos de injusticia, los muertos de la rutina. Apagaba la
radio y se dejaba absorber por el teclado lentamente. Sus ojos, eclipsados, no presentaban
ningún indicio de sentimiento voraz, solo, la calma de los muertos. A veces un
llanto se prestaba por sus mejillas. Un llanto encontrado en algún lamento de
muertos. Todos estaban muertos. Solo el piano que tocaba mientras las
campanadas de muertos la enjaulaba en un vago pensamiento.
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