LOS RUSOS INVADEN CATALUNYA
ANÍBAL MALVAR
“Todos los delirios
políticos acaban por generar su némesis, y Pablo Casado se está convirtiendo en
el contrapunto de Carles Puigdemont“. Esto lo escribe Teodoro León Gross en su
artículo de hoy en El País, y yo creo que se trata de mucho más que de una
ingeniosa ocurrencia. No por los dos personajes, sino por todos nosotros,
incapaces incluso de enunciar las razones por las que nos estamos enfrentando.
¿Por una frontera? ¿Por formas distintas de entender la redondez del planeta?
¿Por un imaginario? ¿Por un arcano? El caso es que indepes y unionistas todavía
no han sabido explicárnoslo, y los periódicos dan bandazos de un insulto a otro
sin plantear una sola idea.
Ya solo nos
faltaban los rusos como agente lecarreniano del procés. Y los rusos han
llegado. José Ignacio Torreblanca, ex jefe de opinión de El País hasta la
llegada de Soledad Gallego a la dirección, y hoy columnista en El Mundo, nos ha
traído a los rusos: “Hoy sabemos de forma concluyente que Rusia interfirió en
la cuestión catalana y que aspira a desestabilizar nuestras democracias”
(escribo esto desde debajo de la mesa, con mucho miedo a los bombardeos
cosacos).
Los mismos que
cuando toca nos dicen que vivimos en una democracia de lo más consolidada y
moderna, con su reyezuelo y todo, nos pavorizan con la perversa influencia rusa
en nuestra cotidianeidad política. “Hubo quienes negaron o minimizaron las
supuestas interferencias rusas en Cataluña”, nos advierte el analista político
antes citado. Y uno, que es de pueblo, se imagina las Ramblas invadidas de
kaftanes y cherkesskas, de papakhas y de
bashliks, todos armados con sus
respectivos kinzhals y shashkas para atravesarnos la democracia y el corazón al
menor descuido.
Francamente, no
puede maliciar uno qué buscan o pueden hacer estos desalmados rusos en
Catalunya, salvo un erasmus. El ruso es animal mitológico en España desde el
franquismo, el oro de Moscú y tal, y cada vez que no comprendemos algo ahí
tenemos a un ruso dispuesto a asumir todas las responsabilidades, delitos,
pecados y faltas. Si tienes un ruso, ya no necesitas una idea ni una solución
ni una propuesta ni nada. Así nos va.
Adjetivando
políticos
Cuando te da pudor
sacar a un ruso desestabilizador y cosaco en tu artículo, siempre queda la
descalificación. Es el caso del director de ABC, mi paisano Bieito Rubido, que
en su billetillo más reciente nos habla de la soberbia. Por supuesto, de la
soberbia de Pedro Sánchez. Acogotado me quedo ante la profundidad
epistemológica de su análisis sobre nuestra política actual, que define así a
“los dirigentes que hoy sobreactúan en el escenario político español”: “Esa
actitud de prepotencia no viene avalada por ningún mérito de pensamiento y
acción. Sus trayectorias son la nada. La mediocridad es la argamasa con la que
tratan de levantar una imagen idealizada. Y la culpa de todo esto, amigo
lector, es suya… y también mía”. Al llegar al final, me flota una duda en el
vacío cerebral que me caracteriza: ¿quién es el soberbio, el adjetivador o el
adjetivado? El columnismo español se está convirtiendo en una forma más o menos
letrada de berriche. Prefiero al espía ruso de las Ramblas.
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