LAS CLOACAS SON EL ESTADO
ANÍBAL MALVAR
El asunto no es que
los ministros de Pedro Sánchez dimitan o desdimitan. Todo eso pertenece al
reino de lo fugaz y contingente. Las grabaciones del comisario Villarejo, que
estos días están fecalizando España, tienen más valor histórico o literario que
político. Y en eso se repara poco. El dedo del tonto nos impide ver la luna. La
luna terrible de España.
Lo que más brilla
en las grabaciones de Villarejo no son los posibles delitos o faltas que se
puedan destilar de ellas, sino el paisaje que retratan. El paisaje del poder.
Como novelista,
jamás hubiera escrito una escena como la que adivinamos detrás del audio de
aquella comida en un restaurante gallego de Madrid el 23 de octubre de 2009.
Todos los personajes aparecen allí cual malos malísimos o cual gilipollas, o
las dos cosas a la vez, como en una narración maniquea e infantiloide. Son
narrativamente inútiles, salvo para una comedia de sal gorda.
Pero que no se nos
pase por alto que son personajes reales, y que de ellos, en parte, depende y
dependió nuestra seguridad y nuestra convivencia. Son la elite del Estado.
Jueces, fiscales y altos cargos policiales. Los mismos que a los postres nos
multan y encarcelan por nuestras más o menos justificables bellaquerías o
escraches.
Jueces y fiscales
allí sentados escuchan con naturalidad cómo Delgado acusa a sus homínimos de
irse de putas con menores, y uno de sus colaboradores más eximios narra la
creación de un servicio de inteligencia “vaginal”. Se ríen con alegría en lugar
de taparse la nariz. Apuntalan con chascarrillos la narración de su honorable
comisario: “¿Sabes lo que hice para llevarme al huerto a todo el mundo? Montar
una agencia de modelos. ¡Qué gilipollez! Pero gente dura, correosa, en los consejos
de administración, le ponías una ‘chorbita’, se la tiraba y a ese tío que iba a
tomar (…) y muerto. Pero la gente es más simple… No he visto gente más tonta.
Además, es lo importante, contaban las cosas para que las chicas se sintieran
cautivadas. Y claro (….) de verdad, de verdad, fíjate qué cosa tan tonta: era
la información vaginal que yo decía. Era una cosa absurda”.
Lo cual que a
nuestros jueces y fiscales les resulta normal que un miembro de la policía
española monte una casa de putas de lujo para sonsacar información económica y
política a diputados y empresarios del Ibex-35: “No he visto gente más tonta”,
que diría el comisario. A la ahora ministra de Justicia, Dolores Delgado,
entonces fiscal de la Audiencia Nacional, le parece un modo de informarse de lo
más efectivo: “Éxito garantizado”, aclama el plan. El adalid de la justicia
universal, Baltasar Garzón, ríe desde el fondo del audio las gracias del
policía putero. Qué le importan a nadie las modelos prostituidas. Las chicas
Bond de este arrabal. Qué le importa a jueces y fiscales el relato de un delito
de chantaje manifiesto. Lo cuenta tan gracioso el comisario.
En El País de hoy,
mi admirado Julio Llamazares también mira el dedo sin reparar en su propia luna
de lobos: “Nos cuesta creer que el verdadero motivo que lleva a Ciudadanos y al
PP a pedir la dimisión de un ministro tras otro sea la defensa de la honradez y
la limpieza de las instituciones después de ver cómo se oponían a que el
Parlamento investigue al Rey emérito, acusado por una amiga de corrupción en
una conversación con el mismo personaje que grabó a la ministra de Justicia,
por considerarlo entonces un delincuente”. Se olvida del retrato de famiglia,
que para mí es lo importante.
Lo mismo hace Luis
Ventoso en ABC, a quien le parece hilarante el hecho de que la ministra,
“siendo fiscal, le ría las gracias a un policía gansteril cuando alardeaba de
que él tenía una red de lumis“. Tiene más morbo llamarle “maricón” a
Grande-Marlaska. “Elecciones ya. Por caridad”, clama.
La Razón pone el
tema en manos de Ángela Vallvey, que apunta más fino pero sin disparar de
verdad: “Pasma, conmociona, esa manera tan natural y fluyente, afluente, en que
coadyuvan las cloacas del Estado”. Lo que hay que decir, mi querida Ángela, es
que las cloacas son el Estado.
Lucía Méndez, en El
Mundo, también desprecia la luna. Para ella, las grabaciones son un “retrato al
muy natural de las cloacas del Estado”.
Las cloacas no son
solo Villarejo. Todos los personajes presentes en aquella comida del Rianxo son
cloaca. Cloaca son los jueces y fiscales que prostituyen a menores. Los
empresarios y políticos que revelan secretos entre polvo y polvo, en vez de
echarse un pitillo como todo el mundo. Cloaca son los padres de la patria, la
patria. Y nosotros aquí abajo, pobrecitos españoles, mirando, inocentemente, la
luna. La otra. La bella.
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